Revista de Humanidades Nº 48: 105-130 ISSN: 07170491 • DOI: 10.53382/issn.2452-445X.742
Residuos tóxicos y creación de comunidad en la Pampa sojera: contextualizando Noxa (2016) de María Inés Krimer
Toxic Waste and Community Formation in Soybean Pampa: Contextualizing Noxa (2016) by María Inés Krimer
Agnese Codebò
Villanova University
800 Lancaster Avenue,19085 Villanova, Pennsylvania, Estados Unidos
Correo: agnese.codebo@villanova.edu
Resumen
Entre fines del siglo XX y principios del XXI la Argentina fue dejando de ser un país de agricultura diversificada para transformarse en una potencia sojera. Las consecuencias más inmediatas de esta transición fueron el uso masivo de pesticidas, entre los que se destaca el glifosato, la contaminación de la tierra, del aire y de las aguas, la enfermedad y muerte de los habitantes y trabajadores de las zonas sojeras, la corrupción gubernamental, el ocultamiento de la verdad y el enriquecimiento de algunos. La literatura, de ficción y no ficción, se ha encargado en los últimos años de indagar y revelar los efectos nefastos del glifosato sobre el cuerpo humano y el ambiente. En la mayoría de esos textos el residuo tóxico, los desechos de agroquímicos que contaminan el ambiente y ponen en peligro las vidas de quienes los manejan, ocupan un papel central, convirtiéndose en pruebas irrefutables de la peligrosidad de la agricultura intensiva a la vez que catalizadores de las múltiples denuncias en contra de esas prácticas. En este ensayo, luego de presentar la íntima relación que se ha establecido a lo largo de los años entre los residuos y la literatura argentina, examino en específico el funcionamiento del residuo tóxico en Noxa (2016) de María Inés Krimer, una de las novelas de mayor éxito en la representación de los efectos del cultivo intensivo de la soja transgénica. Propongo en estas páginas que los residuos funcionarían no solo como entidad nociva, contaminadora del ambiente y de la salud humana, sino más bien como catalizadores de denuncia, verdad y creación de comunidad.
Palabras clave: basura, toxicidad, maternidad, agronegocios, María Inés Krimer, comunidad.
Abstract
Between the end of the twentieth century and the beginning of the twenty-first century, Argentina ceased to be a country of diversified agriculture to become a soybean power. The most immediate consequences of this transition were the massive use of pesticides, among which glyphosate, the contamination of the environment, air and water, the illness and death of the inhabitants and workers of the soybean areas, government corruption, the concealment of truth and the enrichment of some. Literature, both fiction and non-fiction, has been in charge in recent years of investigating and revealing the harmful effects of glyphosate on the human body and the environment. In most of these texts, toxic waste –agrochemical waste that contaminates the environment and endangers the lives of those who handle it– occupies a central role, becoming an irrefutable proof of the danger of intensive agriculture as well as a catalyst of the multiple complaints against these practices. In this essay, after presenting the intimate relationship that has been established over the years between waste and Argentine literature, I specifically examine the functioning of toxic waste in Noxa (2016) by María Inés Krimer, one of the most successful novels in its representation of the effects of transgenic soybeans intensive cultivation. In what I propose in these pages, waste functions not only as a harmful entity, polluting the environment and human health, but also as a catalyst for denunciation, truth, and community creation.
Keywords: Waste, Toxicity, Maternity, Agribusinnes, María Inés Krimer, Community.
Recibido: 20/02/2023 Aceptado: 19/05/2023
Entre fines del siglo XX y principios del XXI, la Argentina fue dejando de ser un país de agricultura diversificada para pasar a transformarse en una potencia sojera. Las consecuencias más inmediatas de esta transición fueron el uso masivo de pesticidas, la contaminación de la tierra, del aire y de las aguas, la enfermedad y muerte de los habitantes y trabajadores de las zonas sojeras, la corrupción gubernamental, el ocultamiento de la verdad y el enriquecimiento de algunos (Eleisegui). El caso más emblemático del impacto de los agronegocios sojeros sobre los habitantes del país fue el de Fabián Tomasi, quien por años trabajó como fumigador para la empresa Monsanto hasta contraer la enfermedad que lo llevó a una muerte temprana en 2018 y cuya imagen se hizo mundialmente conocida cuando el fotógrafo Pablo Piovano lo retrató en 2014 para su exposición “El costo humano de los agrotóxicos”. Al estar en contacto directo con glifosato, tordon, propanil, endosulfán, cipermetrina, metamidosfos cloripirfos, coadyuvantes, fungicidas, gramoxone y otros químicos –la mayoría de los cuales están prohibidos en muchos países del mundo, pero no en la Argentina–, Fabián se enfermó de polineuropatía tóxica severa y atrofia muscular generalizada. Su testimonio se revela en toda su fuerza en una carta de 2014 publicada en la revista La garganta poderosa: “Mis primeros síntomas –cuenta Fabián– fueron dolores en los dedos, agravados por ser diabético, insulinodependiente. Luego, el veneno afectó mi capacidad pulmonar, se me lastimaron los codos y me salían líquidos blancos de las rodillas. Actualmente tengo el cuerpo consumido, lleno de costras, casi sin movilidad y por las noches me cuesta dormir, por el temor a no despertar. Tengo miedo de morir. Quiero vivir”. Sin embargo, Fabián no fue solo víctima de los métodos empleados por Monsanto1, sino también fue uno de los primeros en luchar en contra de los agrotóxicos. “No creo en un progreso que sacrifique a tantos seres involuntarios –reclamaba en la misma carta–. No solo hay que pedir que paren de fumigar en las escuelas, sino que dejen de fumigar. Creo que estoy en la misma pelea que muchos. Estoy totalmente convencido de que el daño ocasionado es imposible de evitar. No sé cuánto tiempo tendrá que pasar”.
Fabián puede tomarse como el símbolo de la contracara de la devastación dejada por los agronegocios, conformada por las investigaciones que denuncian los efectos nefastos del glifosato, entre las que destacan Envenenados (2017) de Patricio Eleisegui y Malcomidos (2013) de Soledad Barruti, las novelas que visibilizan ficcionalmente una realidad que los grandes medios tienden a minimizar –pensemos, entre otras, en Distancia de rescate (2014) de Samanta Schweblin, Desmonte (2015) de Gabriela Massuh o Soja en las banquinas (2012) de Adrián Savino– y la consolidación de comunidades –a menudo lideradas por mujeres y madres– que luchan a través del activismo para que se pare de fumigar en sus tierras. En todas esas prácticas el residuo tóxico, los desechos de agroquímicos que contaminan el ambiente y ponen en peligro las vidas de quienes los manejan, ocupan un papel central, convirtiéndose en pruebas irrefutables de la peligrosidad de la agricultura intensiva y que catalizan las múltiples denuncias en contra de esas prácticas. En este ensayo, luego de presentar la íntima relación que se ha establecido a lo largo de los años entre los residuos y la literatura argentina, examino el funcionamiento del residuo tóxico en Noxa (2016) de María Inés Krimer, una de las novelas de mayor éxito en la representación de los efectos del cultivo intensivo de la soja transgénica. Propongo que los residuos funcionarían no solo como entidad nociva, contaminadora del ambiente y de la salud humana, sino como catalizadores de denuncia, verdad y creación de comunidad.
Para una teoría del residuo tóxico
La basura y las relaciones sociales que se forman a su alrededor han impulsado recientemente una creciente producción crítica sobre las geografías de los residuos. Esto incluye un interés en la geopolítica de la gestión de residuos (Moore, “The Politics of Garbage”; Whitson, “Negotiating”; Sorroche); política de género y reciclaje informal (Whitson, “The Reality”; Dias y Ogando); las implicaciones teóricas en torno a los residuos (Codebò; Moore, “Garbage Matters”); y el desperdicio como clave para entender las prácticas de consumo de mercancías (Berglund y Soderholm; Hetherington), así como para las experiencias estéticas (Heffes, Políticas y “Redefining Garbage”). Desde una perspectiva geopolítica, los escritos de teóricos como Stuart Hall (1992), Zygmunt Bauman (1997, 2003, 2016), Walter Mignolo (1997, 2000, 2009) o Sylvia Wynter (2003), entre otros, abordan la relación y la complicidad entre cultura y basura en el marco de la modernidad/colonialidad. Este ensayo contribuye a las presentes discusiones al analizar la función del residuo en la historia de la literatura argentina para luego centrarse en la relación entre toxicidad, residuo y cuerpos en la actualidad.
Según Henry Giroux, la creciente desigualdad que afecta a nuestras sociedades excluye a sectores enteros, en su mayoría migrantes, habitantes de villas miseria y personas sin hogar, de los derechos y garantías que se suelen otorgar a los ciudadanos con plenos derechos. Estas poblaciones terminarían así por ser desechables, de la misma manera en que lo son los residuos. El término ‘basura’ incluiría así no solo los productos, sino también a los seres humanos, especialmente aquellos que la nueva economía global ha convertido en redundantes, es decir, aquellos que no son capaces de ganarse la vida, que no pueden consumir bienes y que dependen de los otros para sus necesidades básicas. Estos residuos humanos son además invisibilizados, nos recuerda Bauman en su Wasted Lives, por nuestro deseo de no mirarlos, de no pensar en su existencia. Este sería también el caso de Fabián, víctima de las escorias tóxicas producidas por el agronegocio, y de muchas de las personas que viven en las cercanías de los campos de soja.
Según datos de la Dirección Nacional de Alimentos, la superficie plantada con soja creció a un ritmo del 9% anual en los últimos diez años. Pasó de 6,7 millones de hectáreas en 1996 y 1997 a 15,3 millones en 2006. La producción en esos años fue de 11 y 40,4 millones de toneladas respectivamente (Franco). Por volumen, Argentina es el tercer productor mundial de semilla de soja luego de Estados Unidos y Brasil. Su participación en el mercado alcanza al 20%. Las principales provincias productoras son Córdoba, Buenos Aires y Santa Fe y los miembros de las comunidades quienes más directamente padecen los efectos nefastos de los pesticidas usados en los cultivos de soja son campesinos y pueblos originarios. Por otro parte, entre los diferentes tipos de basura (reciclable, electrónica, orgánica, marina, hospitalaria) la información sobre la producción de residuos tóxicos y peligrosos, es decir, aquellos desechos que contienen sustancias y compuestos que son perjudiciales para el ser humano y el medio ambiente, es en general escasa tanto en Argentina como a nivel mundial. Según el informe Global Waste Management Outlook, publicado en 2015 por el reparto ambiental de las Naciones Unidas, la mayoría de los países no brinda datos precisos ni sobre la generación ni sobre la administración de los residuos tóxicos (Naciones Unidas).
El dúo argentino de geografía crítica, Iconoclasistas, formado por Pablo Ares y Julia Risler produjo en 2010 el contramapa Radiografía del corazón del modelo sojero: otra Pampa es posible!!! que propone una visualización del territorio que cuestiona las representaciones hegemónicas que buscan esconder la toxicidad (imagen 1). Radiografía del corazón del modelo sojero: otra Pampa es posible!!! traza un mapa de la zona sojera que revela, con el ícono de una calavera amarilla, la contaminación a la que se somete el territorio y su población por el uso de agrotóxicos y las escorias que producen. Con el ícono rojo de un grupo de personas levantando una bandera, se hace énfasis en el mapa de la resistencia puesta en marcha por las comunidades afectadas y, en especifico, del trabajo organizativo llevado a cabo por el Movimiento de Campesinos de Santiago del Estero, la Organización Campesina Unida del Norte de Córdoba, la Asociación de Pequeños Productores del Noroeste Cordobés, la Unión de Campesinos de Traslasierra, la Unión de Campesinos del Oeste Serrano y la Unión Campesina del Norte.
Imagen 1: Radiografía del corazón del modelo sojero. Fuente: iconoclasistas.net.
Las personas que habitan en los alrededores de los campos de soja son sujetos cuyo derecho a la salud no es respetado por esa conjunción neoliberal entre multinacionales, terratenientes y Estado que los considera como ciudadanos de segunda categoría, personas basurizadas en cuanto víctimas de una violencia lenta (Nixon; Svampa “Feminismo”)2. Rob Nixon en Slow Violence and the Environmentalism of the Poor define la violencia lenta como “the gradual violence of deforestation and soil erosion” (128). Se trataría en otras palabras de violencia estructural llevada a cabo en tiempos lentos, cuyos efectos no se revelan de inmediato, sino a lo largo del tiempo, a veces después de décadas de una manera muy similar al efecto que tiene el glifosato en el cuerpo de las personas que viven cerca de la siembra de soja. Los residuos tóxicos –a menudo almacenados en barriles y silos–, junto con las personas basurizadas por los cánceres, malformaciones y enfermedades respiratorias causados por la convivencia diaria con la toxicidad, revelan por un lado, las consecuencias del modelo neocolonial de desarrollo industrial y económico del que los agronegocios forman parte, pero, por otro, los restos producidos por ese modelo aluden a un registro de la resistencia y a un tiempo fuera del tiempo, ya que también habilitan nuevas posibilidades (López-Labourdette, Quintana y Wagner). Esa materia fuera de lugar, según la definición que hace Mary Douglas de lo sucio, genera un desplazamiento de significado, puesto que al dejar expuesta la violencia sobre la que se basa el modelo desarrollista, cataliza movimientos de resistencia a la vez que otros modelos de gestión y organización tanto de la basura como de los recursos naturales. El residuo tóxico, al generar instancias de proyecto comunitarios, apunta a otra temporalidad o para decirlo con Franco Berardi a una futurabilidad que pone de relieve la multiplicidad de futuros posibles inscritos en la actual conformación del mundo.
Los restos en la literatura argentina
La literatura y el arte latinoamericanos han trabajado con y sobre lo residual desde sus vanguardias estéticas y literarias (antropofagia literaria, vanguardia estética, indigenismo, neobarroco y realismo sucio, entre otras), dando cuenta del carácter heterogéneo de sus producciones estéticas (López-Labourdette, Quintana y Wagner). En el caso de Buenos Aires, los basureros y recolectores de residuos han sido parte constante del paisaje urbano desde fines del siglo XIX o incluso antes si seguimos la crónica de Daniel Link “Algo huele podrido en Buenos Aires”. La basura había comenzado a acumularse en Buenos Aires desde su primera fundación y, desde entonces, se empieza a pensar su gestión y su lugar en la ciudad3. Su relevancia es tanta que el crítico argentino declara provocativamente que toda la cultura argentina comienza con El matadero (1871) de Esteban Echeverría y que, por ende, todo comienza con el desperdicio.
Si hay algo en El matadero de Esteban Echeverría, es una descripción exasperada y obsesiva de las vísceras, los residuos, la basura. “Las inmundicias del matadero” inaugura una literatura y un tema: una patología. “¡Terrible sombra de Facundo, te voy a levantar para que, sacudiendo el polvo sanguinolento que cubre tus cenizas, te levantes para explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un pueblo noble!”, dice el otro comienzo de la literatura argentina, Facundo, que abunda en sangre, polvo y ceniza, residuos, restos del cuerpo, basura, sombra. (s. p.).
Los dos textos fundacionales de la literatura argentina, El matadero y el Facundo de Sarmiento (1845), están obsesionados con las sobras. El desecho ha representado, desde los inicios de la cultura literaria argentina, una figura fundamental por las formas en que el material aparentemente rechazado sigue siendo parte inseparable de la nación y su capital.
Los márgenes y sus recortes también fueron una fuerza importante en las obras literarias de las décadas de 1920 y 1930. Basta leer El juguete rabioso (1926) de Roberto Arlt, donde la única forma de interacción del protagonista Silvio Astier con la ciudad que lo expulsa constantemente es a través del crimen. Luego de ser acosado sexualmente en un conventillo, Astier considera las interrelaciones entre el lado vil y material de Buenos Aires y una suerte de aspecto espiritual y celestial. Camina por las calles miserables y sucias del arrabal, llenas de basura y de mujeres barrigonas, andrajosas y abandonadas que llaman a sus perros o a sus hijos, solo para darse cuenta de que sobre él está el cielo más puro y claro: “y más y más me embelesaba la cúpula celeste cuanto más viles eran los parajes donde traficaba” (Arlt 92). La Buenos Aires que aparece, por ejemplo, en Nacha Regules (1920) de Manuel Gálvez o en Malditos (1925) de Elías Castelnuovo, y más generalmente en los escritores del grupo Boedo, es también predominantemente marginal y sucia. Autores pertenecientes al grupo de Florida también se interesaron por los márgenes urbanos. En Evaristo Carriego (1930) de Jorge Luis Borges, por ejemplo, el arrabal y sus conventillos se convierten en espacios míticos, hogar de bochincheros, prostitutas, peleas a cuchillo, criollos y compadritos que poblarían varias de las obras literarias del autor. La materialidad de los márgenes y sus desperdicios están presentes incluso en Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal, publicado por primera vez en 1948, cuando, tras el funeral de Adán, el grupo encabezado por Samuel Tesler define Buenos Aires como “la ciudad de la yegua tobiana” (Marechal 144). La alusión a Tobías, líder revolucionario brasileño del siglo XIX que montaba caballos de peculiar pelaje con grandes y marcadas manchas de dos colores bien diferenciados, significaba simbólicamente que Buenos Aires revelaba su doble condición en su pelaje o exterior: blanco y negro, oscuro y luz, es decir, lo terrestre y lo celestial, lo material y lo espiritual. La ciudad asume su dualidad en Saavedra, por donde suele deambular el grupo guiado por Tesler. Es allí donde “la ciudad y el desierto se unen en un abrazo combativo, como dos gigantes enzarzados en una peculiar batalla” (349). El desierto aquí no es solo la pampa que rodea Buenos Aires, se ha extendido para incluir las orillas, los márgenes de la ciudad, la periferia, los ranchos y los basureros, tanto que, en cierto punto, para Marechal, la basura, la parte material de la ciudad informa la imagen de Buenos Aires como una gallina, cuyo vuelo es bajo, pesado, incapaz de alcanzar los altos cielos de la espiritualidad. El exceso de residuos provenientes de barrios marginales y basureros continuó aflorando en varias obras literarias importantes de la década siguiente. Está ahí –como nos recuerda Link– en Dar la cara (1962) de David Viñas y Operación masacre (1957) de Rodolfo Walsh. El primero ve a los personajes de Pelusa y Beto teniendo su primera relación sexual en un incinerador de basura, mientras que el segundo investiga las ejecuciones realizadas por la dictadura militar de 1955 en los basureros de José León Suárez (Link s. p.).
La larga conexión histórica sugerida aquí entre la cultura y los bordes urbanos, sus desechos y espacios liminales, debería aclarar cómo lo residual siempre ha importado y ha sido constitutivo de la cultura argentina. “En la historia de la basura –dice Link– (en su monstruosa multiplicación, en su hedionda acumulación y en los dispositivos imaginados por las sociedades para su tratamiento y eliminación) puede leerse la historia del Estado y sus relaciones con la sociedad civil” (s. p.). Hoy, uno de los resultados más inmediatos del lugar central que los residuos han ocupado en la literatura argentina sea quizás el caso de Eloísa Cartonera. Fundada en 2003 en Buenos Aires, inicialmente como “Eloísa”, por los escritores Washington Cucurto y Fernanda Laguna y el artista Javier Barilaro, la editorial fue consecuencia directa de la crisis económica de 2001. Eloísa Cartonera formó una cooperativa que utilizaba cartón reciclado comprado directamente a cirujas y cartoneros, que eran contratados para encuadernar los libros de la editorial y pintar sus tapas, convirtiendo cada uno de ellos en un original objeto artístico. Fue la primera editorial de su tipo en el continente, y pronto le siguieron otras, como Yerba Mala en Bolivia, Dulcineia Catadora en Brasil, Animita Cartonera en Chile y Amapola Cartonera en Colombia. Cada una de las portadas de los libros de Eloísa Cartonera integra de alguna manera a sujetos marginados en un circuito de trabajo creativo que cambia el valor cultural y monetario del cartón reciclado. Los libros de cartón se convirtieron en el producto de esta nueva forma de trabajo que combina la integración de sujetos socialmente marginados, la creación de libros artesanales, la consolidación de una forma alternativa de socialización que involucra a diferentes clases sociales y la publicación de literatura latinoamericana contemporánea (Laguna y otros; Yemayel). El núcleo del modo de trabajo de la editorial es la actividad colectiva, una cooperativa que mezcla lo social con lo artístico (Epplin; Giunta).
Estas circunstancias propiciaron otras formas de producir libros que contrarrestan las estrategias de los grandes conglomerados editoriales. Frente a los altos costos del papel, las tapas, las impresiones en color y la encuadernación, proponen un sistema artesanal basado en materiales reciclados e impresión en blanco y negro. Los residuos se transforman así en un elemento productivo de los circuitos culturales. Además, estos libros producidos de manera diferente circulan en cadenas de distribución no tradicionales, como ferias, quioscos de libros y quioscos, y se venden al módico precio de $ 3,00 (Yemayel). El uso de redes de distribución alternativas hace que el conocimiento sea más accesible y, al mismo tiempo, desafía los principales modos de producción y distribución. También representa un sustituto del conocimiento digital (Epplin). Vemos entonces que las editoriales de cartón funcionan como iniciativas contra-mercado al promover el acceso abierto al conocimiento y producir nuevos medios materiales para hacer circular la obra de los autores latinoamericanos.
Eloísa Cartonera viene transformando material de desecho en objetos culturales accesibles. Cada uno de los libros creados por la editorial es un artefacto único que fusiona el arte (las tapas pintadas a mano), la basura (el cartón reciclado comprado a los cartoneros), la literatura (el texto publicado) y el mercado (las redes alternativas de distribución en que circulan los libros). Componentes que manifiestan la sensibilidad basura de la editorial (Epplin). De esta manera, los residuos se convierten en elementos codiciados con cualidades artísticas buscados por intelectuales, críticos de arte y público en general interesado en el arte y en la literatura. El éxito de los libros cartoneros lo confirma la longevidad de la editorial. La circulación de libros cartoneros entre particulares, empresas e instituciones públicas revela físicamente, además, las potencialidades de la utilización de residuos con fines culturales.
Residuos tóxicos, literatura y prácticas colectivas
Desde 2010 la literatura argentina tiene que enfrentarse también a otros residuos, menos identificables pero muy dañinos. Junto con los restos orgánicos y materiales reciclables ahora los textos que quieran imaginar el territorio y, sobre todo, el campo argentino tienen que enfrentarse a la catástrofe de los residuos tóxico (Salva). Entre las narrativas que se han publicado en la última década sobre soja y toxicidad, Noxa se destaca por su atención, en ese escenario, a las escorias, restos y manchas como evidencias de la verdad sobre el agro inscrita en los cuerpos y los territorios. La novela de Krimer cuenta la historia de Marcia Meyer, una periodista que viaja al interior del país, del cual es oriunda, en busca de su amiga de la adolescencia, Ema Grinberg, de quien en el presente del relato se desconoce su paradero. El núcleo de la historia se complejiza porque la búsqueda la conduce a reconstruir la trama de contaminación ambiental y desaparición de muchas de las personas que, como Ema, militan por la protección de la naturaleza frente a la explotación indiscriminada de los suelos por parte de unos pocos, entre los que se cuenta Fernando Valverde, dueño de campos y amante ocasional de Ema.
Con su llegada al pueblo, Marcia se enfrenta a una serie de residuos, producidos por la agricultura intensiva, que podemos entender de formas distintas. En primer lugar, se encuentra con la toxicidad, el noxa, que le da el título a la novela, que según nos explica la autora en el epígrafe del libro significa ‘daño’. Esa toxicidad, que está por todas partes, “el polvillo está en las veredas, en los techos”, se revela en mayor medida en la naturaleza y en los cuerpos basurizados de los habitantes del pueblo, esos cuerpos cuyos derechos no están tutelados en un modelo cuyo único propósito es el desarrollo económico a toda costa (Krimer 77). Son cuerpos víctimas de la violencia lenta que describe Nixon, que padecen una erosión que empieza en los primeros contactos con la toxicidad y que se revela luego con toda su violencia en la enfermedad crónica y terminal. “Chicos que nacen con cuatro dedos, mujeres que abortan” (Krimer 17), “anencefalia, diabetes, hipertiroidismo, Lou Gehrig, Parkinson, abortos espontáneos” (25), pero también gorriones y abejas que mueren al mínimo contacto con los pesticidas.
A medida que la investigación de Marcia avanza las conexiones entre los cuerpos enfermos y la soja se va fortaleciendo.
Según un laboratorio de la ciudad, se empezaron a recibir casos de malformaciones derivados de un hospital. Se presentaban en brazos, piernas y en el aparato reproductor. Algunas mujeres tenían los labios genitales adheridos. Los estudios no indicaron alteraciones en los cromosomas. Entonces se empezó a interrogar a las madres para ver a qué habían estado expuestas durante la gestación. Y todas venían de zonas con soja. (39)
La mancha, escribe Mirian Pino, marca los cuerpos que en la economía del sembrado son abyectos, cuerpos de niños que hay que aislar como el caso de Tomi, el hijo enfermo de Ema, y madres que hay que desaparecer porque son las que luchan en primera línea. Sobre esos cuerpos desechables, transformados en residuos por los altos niveles de toxicidad, por la presencia de agroquímicos en la sangre, se inscribe la violencia de ese modelo de desarrollo agrícola. La basurización del ambiente coincide así con la basurización de las personas. En palabras de Heffes, quien se ha ocupado de estudiar, a través de una perspectiva ecocrítica, la relación entre los vaciaderos de basura, los desechos y el reciclaje en el contexto urbano, el consumismo y el descarte son dos de los pilares de nuestras sociedades. Los elementos emblemáticos de “la globalización capitalista y transnacional [son] los desechos y la basura” que globalizan la pobreza y transforman “el circuito urbano en un paisaje cotidiano contra el cual miles de cartoneros, buzos, catadores o basuriegos se pliegan con el fin de escarbar, hurgar y extraer las mercancías que garanticen su supervivencia diaria” (31). El cartonero, al ser un sujeto carente, cuya sobrevivencia depende de la basura de los demás, revela los valores de una sociedad en la que, según Heffes, la frontera entre lo humano y lo no humano se desdibuja y termina convirtiendo a sujetos como los cartoneros en material desechable. De una manera similar, Krimer problematiza y visibiliza la condición descartable de los protagonistas de Noxa y por extensión de los habitantes del campo, quienes a menudo, como los cartoneros con la basura producida por la sociedad consumista, dependen del monocultivo y conviven diariamente con sus escorias tóxicas.
Por otro lado, esos cuerpos conllevan también la información que a lo largo de la novela se intenta encubrir o revelar, dependiendo del bando al cual uno se adscribe. Krimer espacializa esa división entre quienes desean ocultar la información sobre la toxicidad y aquellos que luchan por revelarla en algunos lugares simbólicos. Así la cerealera de Fernando Valverde, pero también la sinagoga y la municipalidad son los sitios donde los datos se tapan y se esconden las tramas de colusión entre el poder económico y político. En medio de su investigación la protagonista dice que
sabía que la cerealera arrendó varios campos de la zona para sembrar soja y que durante la última década otras familias se vieron forzadas a abandonar sus propiedades incapaces de competir con la potencia de agrobusiness. Chacareros que vivieron de su trabajo por generaciones eran cercados por terratenientes vinculados con las compañías productoras de semillas, con la complicidad de la policía y la protección del poder político. (65)4
La cerealera se convierte en el lugar desde el cual se difunde la toxicidad con la expansión de los cultivos de soja. Desde allí la conversión del entorno en desecho va de la mano de la represión de la información:
nuevos estudios demuestran que el herbicida más usado en agricultura es nocivo para la salud. La mayoría de los cultivos están diseñados para tolerarlo y su uso aumenta cada vez más. Los lobbies de las corporaciones químicas quieren impedir que esto se conozca mediante generosas inversiones publicitarias. Si bien por Internet circula suficiente información, las autoridades se empeñan en ocultar el impacto en la salud de los trabajadores agrícolas, en la flora y en la fauna. (Krimer 85)
A diferencia de la muy citada Schweblin, quien en Distancia de rescate moviliza los tropos del gótico para proponer una crítica social del uso de pesticida y soja transgénica, Krimer emplea los tropos de la novela negra para abordar la problemática socioambiental del agrotóxico. Experta en el género, ya desde El cuerpo de las chicas (2006), pasando por la trilogía Kosher protagonizada por la detective Ruth Epelbaum que incluye las novelas Sangre Kosher (2009), Siliconas express (2013) y Sangre fashion (2015), en Noxa la autora recurre al policial para contar los secretos abiertos detrás del uso de los agroquímicos en la agricultura intensiva. Los elementos del género negro y del policial –la presencia de un crimen (las desapariciones, muertes y muchas enfermedades causadas por el noxa), un detective o persona que resuelve el misterio del crimen (Marcia), la importancia del diálogo para el desarrollo de la trama (las entrevistas y encuentros que protagoniza Marcia) y una atmósfera oscura (el cielo del pueblo, siempre gris y amenazante)– sirven para reproducir los mecanismos de un proceso de investigación, ya que se trata de revelar una verdad conocida que algunos por intereses económicos intentan ocultar.
Empero, desde las calles del pueblo y desde el hospital –espacios donde se busca revelar la información– los residuos tóxicos se convierten en catalizadores de comunidad. Noxa es un relato en primera persona, pero a través de lo que cuenta –la búsqueda de su amiga, el acercamiento a los activistas ambientales, su enamoramiento con Diego, el doctor, la existencia de hijos deformes o la muerte de niños y mujeres, producto del envenenamiento masivo y de intereses de grupos económicos– deviene en colectivo (Pino).
Me mezclo entre la gente [nos revela Marcia al sumarse a una asamblea del pueblo en la que se discuten los efectos del noxa], registro voces, estiro el cuello. Yo no tengo nada contra ese poroto, ni siquiera se come, dice una mujer mientras reparte unos volantes. Sara, con la nena en brazos, charla con Diego. Osías, sentado en un banquito plegable, prepara un mate. La viuda Filkenberg despierta comentarios con un saco amarillo […] Nosotros preparábamos los productos, de ahí iban al avión. No usábamos guantes, ni barbijos. Ojalá me equivoque, pero creo que toda la gente que hacía ese trabajo tiene el cuerpo con veneno. (95)
La voz colectiva que emerge de la novela es la de la asamblea, la de la comunidad de personas vulneradas por el otro grupo, el de los agresores, aquellos que promueven la ficción del desarrollo basado en la agricultura masiva.
Frente al discurso desarrollista, Noxa se posiciona como la ficción de la colectividad del pueblo, cuya culminación se halla en la nota de la autora al final donde explica la peligrosidad del glifosato/noxa. En dicha nota aclara también que su novela está integrada por textos dedicados al estudio del herbicida y la salud. La novela se plantea, así, como una escritura colectiva que parte del territorio y de su historia para buscar la verdad. La comunidad de la que se hace portavoz no es, sin embargo, conformada por las víctimas del modelo desarrollista. Al contrario, los cuerpos desechables de los habitantes del pueblo los convierten en activistas, que revelan la presencia de la toxicidad y cuestionan con las protestas y cortes de ruta la ficción del crecimiento basado en la agricultura masiva. Es más, los valores que unen a los cuerpos desechables –amor y cuidado por encima de todo– consolidan un nuevo modelo, una comunidad otra, cuyas líderes son madres, pero no en un sentido heteronormativo.
Todas las madres que aparecen en la novela fisuran la imagen estereotípica de la maternidad, desplazando los roles maternos. Marcia es madre de Vera, pero también es quien, en el relato, moviliza la investigación, ocupando el rol del profesional y cuestionado así los lugares comunes que conciben a la mujer como profesional o madre. Además, Marcia para hacer la investigación sobre el noxa se aleja de su hija adolescente, tiene amantes y goza. Ema, la amiga de Marcia, es madre soltera de Tomi, un niño que nació con serias malformaciones causadas por el nivel de toxicidad en el ambiente. Ella no está con su hijo, ya que él permanece internado en una clínica por su condición. María Ordóñez es madre de seis hijos, a quienes cría sola, puesto que su actual pareja solo aparece para embarazarla. Cuando su hijo muere, como resultado de sus interacciones con el noxa, ella decide enterrarlo para no enfrentarse a la violencia de su pareja. Sara Godoy también pierde a una hija por las consecuencias de una malformación en la uretra, debida a los altos niveles de agroquímicos que tenía en la sangre. Todas tensionan, de alguna manera, la relación entre la maternidad como mandato normalizador y disciplinario y la experiencia de la maternidad sentida y vivida. La experiencia no se correlaciona con los mandatos, más bien se desajusta, mostrando las tensiones, incongruencias y conflictos entre el deber ser y lo que efectivamente somos, entre lo que deberíamos hacer y lo que sucede cuando actuamos y sentimos (Rubino y Sánchez)5.
Todas en suma se distancian del imaginario social hegemónico sobre una maternidad idealizada que se suele reducir a una relación puramente natural y biológica (Rosenberg).
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El personaje de Sara Godoy y su manera de investigar, tras la muerte de su hija, con otras madres, yendo casa por casa en búsqueda de otros casos de niños enfermos para poder presentar una demanda al Ministerio resuenan claramente con la lucha de las Madres de Ituzaingó, una organización de justicia ambiental y de derechos humanos formada en la ciudad de Córdoba, conocida por cuestionar los efectos en la salud del modelo de producción agroindustrial, en particular del cultivo de soja en Argentina y la utilización intensa de plaguicidas (Arancibia y Motta). Desde fines de 2001, un grupo de madres –entre las que se destaca Sofía Gatica cuyas iniciales resuenan en Sara Godoy– empezó a realizar un mapeo comunitario de las enfermedades que los habitantes del barrio Ituzaingó estaban experimentando, que entre otros incluían cáncer, alergia, malformaciones en nacimientos y abortos espontáneos. El mapeo comunitario, de un modo similar al de Iconoclasistas, consistió en una encuesta donde principalmente relevaban las distintas enfermedades. En ese mismo estudio descubrieron que la mayoría de los casos se encontraban cercanos a las zonas agrícolas del barrio y que los suelos cercanos presentaban una alta concentración de plaguicidas y herbicidas. El grupo comenzó a luchar en contra de la violencia lenta, organizando protestas y actividades para atraer la atención de los vecinos y las autoridades, y presentando juicios que hasta el día de hoy siguen abiertos (Manuel).
Uno de los objetivos de las madres es denunciar el proceso lento de basurización instaurado por los agronegocios, cuyo último resultado es la contaminación del ambiente y de las personas con escorias tóxicas. A la vez revelan también la mirada prevalentemente masculina que empuja tanto a los agronegocios (y a su relación con el Estado) como al capitalismo, frente al activismo ambiental y al cuidado como vectores de una visión femenina del mundo. La conexión entre activismo ambiental y las mujeres se revela además en las muchas líderes ambientales. Paradigmático, en ese sentido, es la figura de Berta Cáceres, activista ambiental hondureña, asesinada en 2016 por su oposición al proyecto hidroeléctrico Agua Zarca (Oxfam y Defensoras de la Madre Tierra). Lejos de reproducir estereotipos que implicarían una idea esencialista del suelo como feminizado, el activismo de las mujeres –como las Madres de Ituzaingó– se tiene que entender en el contexto argentino de lucha por los derechos humanos iniciado por asociaciones como las Madres y las Abuelas de la Plaza de Mayo, pues surge –en el caso de la lucha en contra del envenenamiento del suelo y del pueblo causado por los agronegocios– un peculiar tipo de ambientalismo interseccional en el que se cruzan justicia de clase, de género, ambiental y, a menudo, de raza, ya que las poblaciones más perjudicadas son en muchas instancias pueblos originarios (Svampa; Torrado).
La socióloga argentina Maristella Svampa para referirse a estas luchas adopta el concepto de feminismos ecoterritoriales, en virtud de su vinculación con los movimientos ecoterritoriales y las movilizaciones de afectados socioambientales. En las últimas décadas, en América Latina, las mujeres han protagonizado muchas luchas sociales, así como procesos de organización colectiva vinculados al campo de los derechos humanos y a la defensa de los sectores más excluidos a los que hoy se han sumado las luchas ambientalistas. Se trata, según lo que señala Svampa,
de feminismos populares que nacen en los márgenes sociales, étnicos y geográficos. Mujeres indígenas, campesinas, afros, mujeres pobres y/o vulnerables del ámbito rural y urbano, que salen del silencio, se movilizan en la esfera pública, recrean relaciones de solidaridad y nuevas formas de autogestión colectiva, frente a los efectos negativos de los proyectos industriales y extractivos ya instalados, así como de cara a la amenaza de megaproyectos y/o la expansión de la frontera extractiva. (7)
Para las feministas latinoamericanas se trata de defender el cuerpo y el territorio, mostrando que para conllevar una vida sustentable tenemos que establecer otro tipo de vínculo con la naturaleza en el marco de una epistemología guiada por lo colectivo y lo comunitario, de una manera muy similar a la comunidad liderada por madres no heteronormativas que configura Noxa.
A la luz de este contexto, la novela de Krimer propone, en última instancia, la posibilidad de una comunidad futura que, a partir de la materialidad de sus cuerpos, convertidos en desechables por el modelo desarrollista, se propone otra manera de habitar el mundo. Si los residuos han representado desde los comienzos de la literatura argentina una figura imprescindible para representar la violencia en la que se basa la relación Estado-sociedad civil, en Noxa, el residuo tóxico que contamina el campo y sus habitantes revela las continuidades de esa relación, a la que le suma los intereses del capital financiero transnacional y la complicidad de los grandes medios de comunicación. Los cuerpos basurizados que protagonizan la novela no solo son testigos, son también la evidencia de la violencia desarrollista: cuerpos dolidos que –al igual que el “no soy porque pienso, soy porque duelo” del poeta peruano Gamaliel Churata (1957)– forman colectividad a través de dolor.
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1 Sobre las prácticas de Monsanto ver Marie-Monique Robin, El mundo según Monsanto (2008).
2 Sobre el conocimiento por parte del gobierno argentino de los efectos letales del glifosato para la salud de las personas remito a Patricio Eleisegui, Evenenados.
3 Dice Link que ya en 1638 Juan de Castro fue designado “almotacén para hacerse cargo del cuidado y limpieza de las calles”.
4 Según una resolución conjunta del 2018 del Ministerio Argentino de Agroindustria y del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable, la jurisdicción y competencia en materia de aplicaciones de fitosanitarios, salvo lo dispuesto por las leyes especiales, corresponde a las provincias. Además, en la misma circular se declara que según el Consejo Científico Interdisciplinario, creado en 2009 para evaluar la información científica vinculada al glifosato en su incidencia en la salud humana y el ambiente, “bajo condiciones de uso responsable (entendiendo por ello la aplicación de dosis recomendadas y de acuerdo con buenas prácticas agrícolas), el glifosato y sus formulados implicarían un bajo riesgo para la salud humana o el ambiente, poniendo de relieve la importancia fundamental de las buenas prácticas”. Pero el mismo estudio, en paralelo, reconoce la “necesaria ejecución sostenida en el tiempo de controles sistemáticos sobre los niveles residuales del herbicida y los compuestos de degradación en alimentos, en la biota, en el ambiente y en la población expuesta, así como de estudios exhaustivos de laboratorio y de campo, que involucren a los formulados conteniendo glifosato y también su(s) interacción(es) con otros agroquímicos, bajo las condiciones actuales de uso en Argentina” (Ministerio de Agroindustria y Ministerio de Ambiente y Desarrollo). Patricio Eleisegui en Envenenados revela que la información usada por la comisión del Consejo Científico Interdisciplinario fue brindada por la misma Monsanto, productora del glifosato en cuestión y que, además, la ambigüedad que generan las conclusiones del estudio garantizó, hasta el día de hoy, el libre uso del glifosato en toda la Argentina.
5 Madres no normativas aparecen también en otras narraciones dedicadas a representar las consecuencias del uso intensivo de agroquímicos: Distancia de rescate (2014) de Samanta Schweblin y Desmonte (2015) de Gabriela Massuh. Sobre la representación de la maternidad en Distancia de rescate ver el texto de Atilio Rubino y Silvina Sánchez.