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Revista de Humanidades Nº 48: 375-397 ISSN: 07170491 • DOI: 10.53382/issn.2452-445X.745

Documentos del internacionalismo negro: dos ensayos de las hermanas Nardal1

 

 

María Yaksic

Universidad de Chile

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Claudio Gaete Briones

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En los años noventa Joan Scott propuso releer la historia del feminismo a partir de sus paradojas. La clave la recuperaba de Olympe de Gouges, la escritora de la Declaración de los Derechos de la Ciudadana en Francia, guillotinada después de que sus ideas fueran consideradas contrarrevolucionarias. ¿Puede una feminista ser contrarrevolucionaria? Una genealogía de los feminismos implica, para Scott, historiar aquellas paradojas que, situadas en la intersección de la igualdad y diferencia, circunscriben su terreno argumentativo a las posibilidades de su propio contexto. Esa historia, entendida como un archivo dinámico, está en una constante reconstrucción, a pesar de las estabilizaciones que cada cierto tiempo logra disponer la organización de un canon. Pero la recuperación de voces y textos que después de su inscripción política o intelectual, quedaron en el espacio de la invisibilidad inevitablemente provoca desvíos. El documento que presentamos a continuación, por primera vez traducido al castellano, expone la escritura de dos mujeres que, situadas en los bordes del Imperio francés, sostuvieron una lectura inédita en su propio contexto sobre el nudo igualdad/diferencia desde la intersección entre la raza y el género. Leídos en la actualidad, estos documentos interrogan el modo en que se ha construido la historia de la Negritud y las razones que llevaron a la desaparición de estas voces en la conformación de la historia de su propio movimiento, particularmente, el asombroso silencio que persistió sobre ellas en la narrativa posterior de los movimientos anticoloniales de expresión francófona2.

El escenario de estas escrituras es el París de entreguerras (1918-1939), momento de eclosión de las vanguardias históricas y de las vanguardias políticas en el seno de lo que se ha llamado metrópolis colonial (Boittin, Germain), París creole (Noël) o París negro (Sharpley Whithing), una aproximación conceptual que conecta el Caribe con la capital francesa. Pero también abre una imagen cultural y política del París de entreguerras mucho menos recepcionada en América Latina, que el recorrido de las vanguardias históricas en esos mismos años (Schwartz)3. Los ensayos que aquí publicamos arrojan luces sobre el rol que tuvieron estas y otras mujeres racializadas en los albores de una escena crítica del colonialismo que cruzó el resto del siglo XX con una perspectiva internacionalista. En ese París creole de entreguerras fueron las gestoras, editoras y traductoras cuyos nombres quedaron invisibilizados, quienes publicaron revistas, documentaron la escena cultural de la ciudad, establecieron lazos de solidaridad internacionalista y tendieron verdaderas redes transatlánticas que crearon un paulatino espacio de encuentro para las figuras más influyentes del Renacimiento de Harlem y del New Negro.

Las hermanas Nardal, originarias de Fort-de-France, capital de la isla Martinica, se trasladaron en su juventud al barrio Clamart, al sur de París, para comenzar sus estudios universitarios. De una familia de siete hermanas, Paulette (1896-1985) y Jane (1902-1993), fueron las primeras mujeres negras en inscribirse en la Sorbonne4. Ambas, junto a Andrée, sobresalieron por su vínculo con la escritura y el periodismo, se desempeñaron como corresponsales de periódicos parisinos, fueron traductoras y activas relatoras de la escena intelectual negra en este período. En las dependencias de su propia casa, inauguraron el salón Clamart que se convirtió en un lugar de reunión habitual para quienes conformaban la heterogénea comunidad de artistas e intelectuales afrodescendientes y migrantes en la metrópolis francesa5. Por su salón pasaron Claude McKay, Langston Hughes, Alain Locke, René Ménil, W.E.B. Du Bois, Léopold Sédar Senghor, Aimé Césaire, Jean Price-Mars y Marcus Garvey, entre muchos otros. El célebre salón también fue la sede de fundación de uno de los proyectos editoriales más interesantes del internacionalismo negro de la época: La Revue du Monde Noir (1931-1932), revista mensual, bilingüe (francés-inglés), dirigida por las hermanas Nardal, junto a Léo Sajous, de Haití. La revista, que venía a inscribirse en una escena diversa de otros proyectos de las comunidades negras, fue precursora del internacionalismo impreso y un antecedente declarado del proyecto que inauguró la revista y editorial Présence Africaine después de la Segunda Guerra Mundial6.

En los últimos veinte años ha existido un sostenido esfuerzo en el mundo anglo y francoparlante por reconstruir una genealogía de las mujeres en la Negritud y, en especial, el lugar de las Nardal en el desarrollo del internacionalismo negro del período de entreguerras. Entre esos trabajos destacan los de T. Denean Sharpley-Whiting, Jennifer Anne Boittin, Brendt Hayes Edwards, Eve Gianoncelli, Tanella Boni, Clara Palmiste, Corinne Mencé-Caster y Myriam Moïse, entre muchos otros. Más recientemente el número especial Mondes noirs: hommage à Paulette Nardal, de la revista Flamme, 2021, coordinado por Cécile Bertin-Elisabeth y Vinciane Trancart, incluye materiales de archivo documentales, fotográficos y sonoros inéditos sobre Paulette Nardal y sus hermanas que renuevan estos trayectos de lectura. Las traducciones que presentamos aquí corresponden a dos textos medulares del corpus todavía disperso de las hermanas Nardal. El primero, “El internacionalismo negro” (1928) de Jane, fue publicado el primer año de circulación de La Dépêche Africaine (1928-1931), el mayor de los medios impresos de su tipo en ese tiempo, con un tiraje que oscilaba entre los 12.000 y 15.000 ejemplares. Si bien representaba un ala moderada del Comité de Defensa de la Raza Negra (CDRN), La Dépêche Africaine llegó a congregar un repertorio amplio de voces políticas e intelectuales, textos especializados, secciones temáticas y páginas culturales, muchas veces publicadas como suplemento bajo el título, “La Dépêche littéraire” o “La Dépêche Culturale”. Esas secciones fueron la plataforma para que mujeres publicaran reseñas, ensayos, relatos y crónicas de manera libre. En este medio impreso, Jennifer Anne Boittin nos recuerda que las mujeres no fueron los objetos de investigación sino también autoras (135). El segundo ensayo, “El despertar de la conciencia racial” (1932), de Paulette Nardal, apareció unos años después en formato bilingüe (francés-inglés) en La Revue de Monde Noir. Este ensayo, probablemente el más citado de su autoría, expone una breve historia literaria de la escritura negra en el espacio francófono. Desde allí reconstruye una genealogía de la formación de una conciencia racial estableciendo un contraste comparativo con el recorrido intelectual de los pueblos negros en Estados Unidos.

La función bisagra y original de las hermanas Nardal entre el panafricanismo y los orígenes de la Negritud nos impulsa a repensar las claves, ideas y lecturas que ellas mismas proponen: la solidaridad racial de género, la vocación y proyección del internacionalismo, la potencialidad de los diálogos bilingües y multirraciales, la imaginación de la escritura, la edición y la traducción como herramientas transformadoras. La vida intelectual y el oficio de la producción de textos adquiere particular profesionalismo y sofisticación en su trabajo7. A la luz del presente, los ensayos aquí publicados nos ofrecen una sugerente y poco atendida traducción del concepto de “doble conciencia” de Du Bois (lo afroamericano) para entender su propia experiencia afrolatina. Las hermanas Nardal, fascinadas en ese entonces con la circulación del libro The New Negro de Alain Locke8, e imaginando la traducción de René Maran (Premio Goncourt en 1921) al inglés, fueron movilizadoras de reflexiones cruciales que desde la intersección raza/género comienzan a abrir un campo y disputan nuevos recorridos en la metrópolis francesa. Quizás en ellas, como propone Corinne Mencé-Caster, ya no tengamos que ver a las arquitectas de la Negritud, sino a las precursoras del pensamiento de lo diverso, más cerca de Édouard Glissant, que de Aimé Césaire, si de situarlas en un terreno conocido se trata.

En esta publicación hemos incorporado además tres documentos procedentes de los Papiers Nardal-serie J, resguardados en el Archivo de la Collectivité Territoriale de Martinique, ubicado en Fort-de-France. La colección Papiers Nardal contiene un acervo de tres grandes cuerpos documentales que anudan trayectorias entre generaciones, lugares, proyectos, entrecruzando el archivo de Paulette Nardal, Lucy Nardal (1905-1998) y su sobrina Christiane Eda-Pierre (1932-2020), destacada soprano, hija de Alice Nardal (1900-2000). Esta colección contiene materiales que dialogan de manera complementaria con el corpus escritural de las Nardal todavía disperso entre los impresos del París de entreguerras y los de la transición poscolonial en Martinica. Estos documentos son: i) fotografía icónica de Jane, Paulette y Andrée en el salón Clamart; ii) una carta mecanografiada de Alain Locke, donde responde al interés de las Nardal de traducir The New Negro al francés, y devela el puente que Jane y Paulette establecieron entre el Renacimiento de Harlem y París, además de constatar la intermediación de René Maran, quien ya tenía una posición influyente después de obtener el Goncourt; iii) una carta manuscrita de Claude McKay, uno de los escritores más destacados del Renacimiento de Harlem, dirigida a Paulette Nardal desde Madrid, donde además de contar amistosamente una serie de episodios cotidianos, plantea a Nardal su visión sobre la crítica y la recepción francesa de su novela Banjo. Las dos cartas publicadas aquí son parte de los acotados pero sugerentes documentos que los Papiers Nardal conservan de este período y que ofrecen pistas para comprender el lugar de las Nardal y sus vínculos intelectuales en los albores del internacionalismo negro.

 

 

El internacionalismo negro

 

La Dépêche Africaine, n.º 1, 5 de febrero, 19289

 

 

Jane Nardal

 

 

Hay en esta posguerra una reducción o más bien un intento de reducción de las barreras existentes entre los países. ¿Las fronteras, las aduanas, los prejuicios, las costumbres, las religiones, las diversas lenguas permitirán algún día realizar este proyecto? Eso queremos nosotras, que constatamos el nacimiento simultáneo de un movimiento que no se opone en absoluto al primero. Los negros de todos los orígenes, de nacionalidades, de costumbres, de religiones distintas, sienten vagamente que, a pesar de todo, pertenecen a una sola y misma raza. Antes, los negros más privilegiados miraban con arrogancia a sus hermanos de color, creyéndose seguramente de otra especie; por otro lado, aquellos negros que nunca habían abandonado el suelo africano para ser llevados a la esclavitud miraban como vil ganado a quienes la fantasía del blanco había sometido, luego liberado, y luego modelado a su imagen.

Después vino la guerra, la adaptación, el encuentro en Europa de negros de todos los orígenes, los sufrimientos de la guerra, y semejantes decepciones de la posguerra. Después los snobs –a quienes debemos agradecer– y los artistas dieron a conocer el arte negro. Ellos enseñaron a muchos negros, sorprendidos, que en África existía una literatura, una escultura negra absolutamente originales, y que en América una poesía y unos cantos sublimes, “los spirituals”, habían sido compuestos por desdichados esclavos negros. Luego fue revelada tanto al mundo blanco como al mundo negro la plasticidad de los cuerpos negros en sus actitudes esculturales, dando paso sin transición a una ondulación, o a una relajación repentina, bajo el dominio del ritmo, maestro soberano de sus cuerpos; en ese rostro negro, tan misterioso para los blancos, el artista pudo descubrir tonos tan cambiantes, expresiones tan fugitivas que causaban su alegría o su desesperación; el cine, el teatro, el music-hall abrieron sus puertas a los negros conquistadores.

Tenemos que considerar todas estas razones, desde las más importantes hasta las más triviales, para explicar el nacimiento de un espíritu racial entre los negros. De ahora en adelante habría algún interés, alguna originalidad, algún orgullo en ser negro, en volverse hacia África, cuna de los negros, y recordar un origen común. El negro tendría tal vez que hacer su parte en el concierto de las razas donde hasta ahora, débil e intimidado, guardaba silencio.

A nuevas ideas, nuevas palabras, de ahí la significativa creación de los términos Afro-Americano, Afro-Latino. Ellos confirman nuestra tesis al modelar un nuevo significado sobre la naturaleza del Internacionalismo Negro. Si el negro quiere ser él mismo, afirmar su personalidad, no ser más una copia de tal o cual tipo de raza (lo que a menudo le vale desprecio y escarnio), no se deduce por ello, sin embargo, que devenga hostil a toda contribución de otra raza. Al contrario, para conocerse mejor y reafirmar su personalidad debe beneficiarse de la experiencia adquirida por otros, de las riquezas intelectuales. Ser Afro-Americano, ser Afro-Latino significa ser un estímulo, un consuelo, un ejemplo para los negros de África, mostrándoles que ciertos beneficios de la civilización blanca no llevan necesariamente a renegar de su raza.

Los africanos, por otra parte, sabrán beneficiarse de este ejemplo y conciliar esas enseñanzas con sus tradiciones milenarias de las que tienen pleno derecho a sentirse orgullosos. Ya no viene a la mente del hombre cultivado tratarlos en masa como salvajes. El trabajo de los sociólogos ha mostrado al mundo blanco los centros de la civilización africana, sus sistemas religiosos, sus formas de gobierno, su abundancia artística. De allí que sea comprensible la amargura que sienten por haber sido despojados y no podrá ser atenuada sino por este efecto de la colonización: la posibilidad de reconectar, de unir en una nueva solidaridad racial, y a pesar de las disputas entre los pueblos conquistados, a tribus que no tenían ninguna idea al respecto.

A lo largo de ese camino apenas allanado, creo que los negros americanos han sido los precursores. Basta con leer The New Negro, de Alain Locke, cuya traducción al francés aparecerá por Payot.

Los obstáculos que ellos encontraron (liberación tardía, esclavitud económica todavía existente en el sur, humillaciones, linchamientos) fueron sus incentivos. Y tanto en el comercio y la industria como en las bellas artes y la literatura, sus realizaciones son notables y, sobre todo –lo que más nos interesa–, los prejuicios de los blancos que les rodean han producido entre ellos una inigualable solidaridad y conciencia racial.

Los Afro-Latinos, al estar en contacto con una raza menos hostil al hombre de color que la anglosajona, se han atrasado en esa ruta. Por lo demás, sus dudas no son sino un crédito al país que entendió tan bien cómo vincularlos y asimilarlos. Pero su lealtad puede estar tranquila: el amor por el país latino, país adoptivo, y el amor por África, país de sus ancestros, no son incompatibles. El espíritu negro, tan versátil, tan capaz de asimilación, tan perspicaz, superará fácilmente esta aparente dificultad. Ayudados y alentados por los intelectuales negros americanos, los jóvenes Afro-Latinos se separan ya de la generación precedente y se apresuran por alcanzar a la multitud que evoluciona en ese sentido, por rebasarla incluso para poder guiarla mejor. Por esto, ya formados en los métodos europeos, se servirán de ellos para estudiar el espíritu de su raza, el pasado de su raza con todo el brío crítico que requiere. Que una joven escuela negra ya esté volcada al estudio de la esclavitud, que mire de frente, con desapego, un pasado demasiado próximo y doloroso, ¿no es la mejor prueba de que finalmente existe una raza negra, un espíritu racial en maduración? Quienes saben cuánto algunos temas eran hasta ahora tabú entre la gente de color, podrán apreciar el progreso que estos últimos hechos representan.

 

 

 

 

 

El despertar de la conciencia racial

 

Revue du Monde Noir, n.º 6, 1932

 

 

Paulette Nardal

 

 

Voy a estudiar particularmente este despertar entre los Negros antillanos. Su actitud frente a las interrogantes raciales evidentemente está cambiando. Hace apenas algunos años, incluso podríamos decir algunos meses, ciertos temas eran tabú en Martinica. ¡Desgraciados quienes se atrevieran a tocarlos! No se podía hablar de esclavitud ni declarar el orgullo de ser descendientes de Negros africanos sin ser considerado un fanático o al menos un excéntrico. Esos temas no provocaban ninguna resonancia profunda ni en los jóvenes ni en los viejos.

Es así que esta indiferencia casi despectiva parece transformarse en un asombrado interés en parte de la generación más vieja y en un entusiasmo real en la juventud.

Sin embargo, entre ciertos Antillanos ha despertado la conciencia racial, pero para eso ha sido preciso que se alejaran de su pequeña tierra natal. El desarraigo que sintieron en la metrópolis, donde el Negro no siempre ha gozado de la consideración que parece demostrársele desde la Exposición Colonial, les creó, a pesar de su formación latina, un alma negra10. Pero todavía ese estado mental no se exteriorizaba.

Que la actitud de los Antillanos hacia su propia raza sea muy diferente a la de los Negros americanos, se explica por el liberalismo que caracteriza la política de Francia ante los pueblos de color. El libro de Sieburg, Dieu est-il française? [¿Es Dios francés?]11, contiene, entre otras cosas, una observación muy sensata sobre la potencia asimiladora del genio francés. Según el escritor alemán, la ausencia del prejuicio de color entre los franceses proviene de la seguridad de que pueden, en un tiempo relativamente corto, convertir al negro en un verdadero francés. Además, fue natural que los Antillanos, procedentes del mestizaje de dos razas, negra y blanca, imbuidos de la cultura latina e ignorantes de la historia de la raza negra, terminaran inclinándose por el elemento que más les honraba.

La situación entre los Negros americanos fue bastante diferente. Si bien tampoco eran de orígenes raciales puros, el desprecio sistemático mostrado hacia ellos por la América blanca les llevó a buscar, desde el punto de vista histórico, cultural y social, motivos de orgullo en el pasado de la raza negra. En consecuencia, por la necesidad de solucionar el problema racial existente en Estados Unidos desde la abolición de la esclavitud, la idea de raza devino el núcleo de sus preocupaciones.

Sería interesante explorar las repercusiones que esto tuvo en la literatura afroamericana. Como en la mayoría de los pueblos colonizados, se observan tres períodos característicos en la evolución intelectual de los Negros americanos. Primero, un período de adquisiciones indispensables en que los Negros deportados desde África tuvieron que aprender una lengua nueva y adaptarse a un medio hostil. Es un período de absorción del componente negro por el componente blanco. Desde un punto de vista literario, los Negros solo podían imitar dócilmente las obras de sus modelos blancos. Solo algunos relatos de esclavos guardaron el frescor original y la emoción genuina gracias al uso del dialecto afroamericano. Durante la lucha antiesclavista, asistimos a la eclosión de una literatura de controversia y de protesta moral, donde el género oratorio fue activamente cultivado y muchas veces con éxito. Queda de esta época un considerable número de documentos y memorias que, desde el punto de vista histórico, son de real valor. Los incesantes llamados a la compasión caracterizan esa producción poética.

Desde 1880, los Negros americanos acceden a la real cultura. Entonces surgen dos tendencias opuestas. Por un lado, Dunbar12, poeta y novelista, quien usa simultáneamente el inglés y el patois, representa, digamos, la escuela del realismo racial. Por el otro, Du Bois continúa en cierta forma la literatura de protesta social, reivindicando para los Negros derechos cívicos y culturales iguales a los de los Blancos13. Pero es bajo la influencia de Brathwaite que los autores modernos, desde 1912, sin abandonar la intensidad emocional de sus sufrimientos ancestrales, hacen de estos temas el punto de partida de su inspiración, otorgándoles un significado universal. Más importante todavía, abandonan los medios de expresión específicamente negros en favor de las formas y los símbolos de la literatura tradicional. Nuestros lectores han tenido, mediante los versos de Claude Mac Kay [sic]14, una idea de esta nueva actitud. Y más recientemente todavía, con los poemas de Langston Hughes15, han podido observar que los americanos, al apartar todo complejo de inferioridad, experimentan tranquilamente su “ser individual en la piel negra, sin miedo y sin vergüenza”.

Esta interesante evolución intelectual del Negro americano nos incita a interrogarnos: ¿dónde está ahora su hermano Antillano, intelectualmente desarrollado en un medio relativamente más favorable?

Si las preocupaciones raciales no se hallan en el primer plano de la producción literaria del período siguiente a la abolición de la esclavitud en las Antillas, es porque entonces los “mayores” estaban muy ocupados en batallar por las libertades y los derechos políticos para las diversas categorías de raza negra allí presentes. Desde un punto de vista estrictamente literario, esos mayores y sus sucesores –se puede nombrar a Victor Duquesnay, Daniel Thaly, Salavina, en Martinica, Oruno Lara en Guadalupe, y otros tantos escritores y poetas haitianos– representan un período de iniciación en la literatura de la raza conquistadora que duró aproximadamente hasta 1914. Pero si la evolución intelectual de los Negros Americanos fue rápida, la de los Negros antillanos podría llamarse prodigiosa. Durante la época del romanticismo en Europa, las producciones de escritores antillanos no son inferiores a las de los escritores franceses, podemos incluso nombrar algunos Antillanos geniales como Dumas padre e hijo, y José Maria de Hérédia [sic].

No hace falta decir que, si se examina la obra de esos precursores, encontraremos la glorificación de esas pequeñas tierras lejanas, esas “islas de belleza” (el exotismo ya está de moda), pero nada que se asemeje al orgullo racial. Es cierto, ellos hablan amorosamente de sus islas natales, pero puede suceder que un extranjero las celebre incluso con más felicidad (ver Lafcadio Hearn, Esquisses martiniquaises16) y muestre más admiración y real apego a los distintos tipos raciales isleños. Sus sucesores antillanos continuaron modelando sus producciones artísticas sobre aquellas de la metrópolis.

Sin embargo, entre ese período y el presente podría clasificarse una generación de hombres cuyas tendencias raciales han sido canalizadas a través de las preocupaciones literarias, políticas o humanitarias. Ciertas ideas están en el aire. Se comentan las teorías de Marcus Garvey. El primer Congreso Pan-Negro se reúne. La literatura nos regala Batouala de René Maran –Premio Goncourt en 1921–17, una “novela de observación impersonal” como escribe el autor en su prefacio, donde no obstante vibra una generosa indignación. Luego ocurre la publicación en París del primer periódico negro, Les Continents, que desaparece al cabo de unos pocos meses. También debemos citar el ensayo “Heimatlos”, escrito por un joven guyanés, ya fallecido, que tuvo cierto éxito en su época18. Después se creó en París La Dépêche Africaine, el primer periódico negro que haya podido pasar la prueba del tiempo, y cuyo director, Maurice Satineau, escribió una muy apreciada historia de Guadalupe bajo el antiguo régimen19. En ese periódico emerge el movimiento que culminará en La Revue du Monde Noir. Es importante señalar en las Antillas los destacados trabajos de Jules Monnerot, “Contribution à l’Histoire de la Martinique” y, más recientemente, “Les Galeries Martiniquaises”, un valioso trabajo documental que su autor, Césaire Philémon, ha consagrado a su pequeña tierra natal y donde las cuestiones raciales son tratadas con más franqueza que de lo habitual20.

Tal como podemos constatar, ninguna de estas obras estudia la cuestión racial en sí misma. Todavía son tributarias de la cultura latina. En ninguna de ellas se expresa una fe en el porvenir de la raza, ni la necesidad de crear un sentimiento de solidaridad entre los diferentes grupos negros diseminados por el mundo.

No obstante, en paralelo a estos aislados esfuerzos mencionados, las aspiraciones que vinieron a cristalizarse alrededor de La Revue du Monde Noir se afirmaban entre un grupo de estudiantes antillanas en París. Las mujeres de color que vivían solas en la metrópolis, y que hasta la Exposición colonial eran menos favorecidas que sus congéneres masculinos a los éxitos fáciles, sintieron mucho antes la necesidad de una solidaridad racial que no era solo de orden material. Ellas despertaron a la conciencia racial. El sentimiento de desarraigo, felizmente expresado en la “Histoire sans importance” de Robert Horth, publicado en el segundo número de La Revue du Monde Noir, habría sido el punto de partida de su evolución.

Después de ser entrenadas obedientemente en la escuela de pensamiento de sus modelos blancos, ellas tal vez pasaron, como sus hermanos negros americanos, por un período de rebelión. Pero, con la madurez, ellas se han vuelto menos severas, menos intransigentes, desde que entendieron que todo es relativo. Su posición actual es el justo medio.

En el transcurso de su evolución, su curiosidad intelectual se volcó a la historia de su raza y sus países específicos. Es así como llegaron a deplorar la ausencia de estas materias relevantes en los programas de enseñanza de las Antillas. En lugar de despreciar a sus atrasados compatriotas o desesperarse porque la raza negra nunca llegase a igualar a la aria, ellas se pusieron a estudiar. Y naturalmente, cuando se les dio la ocasión de escoger un tema de memoria o tesis, sus preferencias se volcaron sobre aquello que era el objeto de sus preocupaciones. Por primera vez en la titulación de estudios superiores de inglés, una estudiante opta por la obra de Beecher-Stowe (Uncle Tom’s Cabain, Puritanism in New-England). Más tarde, otro estudiante de inglés iba a estudiar la obra de Lafcadio Hearn. Una estudiante de francés expresó el deseo de analizar la obra de John Antoine Nau, o incluso las memorias del Père Labat. Es preciso decir que en esta época los escritores afroamericanos eran completamente desconocidos en Francia. Pero el interés de los estudiantes antillanos por su propia raza había comenzado a despertar. Se nos ha informado que muchos estudiantes de inglés preparan sus memorias sobre escritores afroamericanos hasta ahora ignorados, a pesar de su indiscutible valor, en los panoramas de la literatura americana realizados por los universitarios franceses.

Esperamos que los estudiantes que preparan sus licenciaturas en historia y geografía saquen partido de las riquezas que les ofrecen el pasado de la raza negra y del continente africano, y esperamos también que nos den pronto la oportunidad de analizar en las páginas de esta revista tesis magistrales de doctorado. En ese terreno, hay dos distinguidos precursores. Uno es nuestro colaborador Félix Éboué, administrador jefe de las Colonias, quien ha consagrado largos años al estudio de la etnología de ciertos pueblos de África21. Otro es Grégoire-Micheli, miembro del Instituto Internacional de Antropología, quien ha contribuido con notables artículos a esta revista y dedicado todos sus esfuerzos al estudio de las antiguas religiones de América del Sur. Por otra parte, sabemos que la nueva novela de René Maran, Le Livre de la Brousse, cuya traducción se publicará en Estados Unidos, y que será seguramente su obra maestra, constituye una verdadera y magnífica rehabilitación de la civilización africana. Cabe destacar que un cierto número de nuestros jóvenes amigos parece haber llegado espontáneamente a la última fase que hemos observado en la evolución intelectual de los Negros americanos. Aunque continúan abordando temas puramente occidentales, hoy lo hacen de una forma extremadamente moderna y, al mismo tiempo, intentan poner en valor los temas raciales característicos, tal como nuestros lectores podrán constatar en una serie de excepcionales poemas que pronto publicaremos.

¿Se puede ver en las tendencias que expresamos aquí una implícita declaración de guerra a la cultura latina y al mundo blanco en general? Queremos eliminar ese equívoco para no dejar dudas. Estamos plenamente conscientes de lo que le debemos a la cultura blanca y no tenemos la más mínima intención de abandonarla para favorecer un retorno a quizás qué oscurantismo. Sin ella no hubiésemos tomado conciencia de lo que realmente somos. Pero queremos desbordar los marcos de esta cultura para darles a nuestros hermanos, con la ayuda de los eruditos blancos y de todos los amigos de los negros, el orgullo de pertenecer a una raza cuya civilización probablemente sea la más antigua del mundo. Bien informados de esta civilización, ya no se desesperarán por el futuro de su raza, de la que actualmente una parte parece dormida. Ellos tenderán a sus hermanos aletargados una mano amiga y se esforzarán por comprenderlos y amarlos mejor…

 

 

Archivo Collectivité Territoriale de Martinique

 

Coll. Collectivité Territoriale de Martinique – Archives de Martinique – 61 J Papiers Nardal.

 

 

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Lucy, Paulette y Jane Nardal - 61J2-002

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Carta de Alain Locke a Nardal – 61J1-003

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Carta de Claude McKay a Nardal -61J1-007

 

 

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1 Selección y notas de María Yaksic (Becaria ANID 1202038). Traducción de María Yaksic y Claudio Gaete Briones. Esta investigación cuenta con el apoyo del proyecto “Connected Worlds: the Caribbean, Origin of Modern World” del programa de investigación e innovación Horizonte 2020 de la Unión Europea en el marco del convenio de subvención Maria Sklodowska Curie n.º 823846.

2 En particular nos referimos al silencio sobre su rol inaugural en las intuiciones, alianzas y debates que por largo tiempo fueron atribuidas al encuentro entre Aimé Césaire, Léopold Sedar Senghor y Léon-Gontran Damas en torno a la revista L’Étudiant Noir, como momento fundacional. La hegemonía que adquirió el movimiento de la negritud (Césaire, Senghor, Damas) para la historia posterior del campo intelectual afrocaribeño en Francia todavía es una discusión abierta. Incluso después de la Segunda Guerra Mundial, el lugar de las intelectuales negras en esas genealogías es prácticamente inexistente. Expresión de eso quizás sea la completa ausencia de mujeres expositoras en las dos versiones del célebre Congreso de Escritores y Artistas Negros de 1956 y 1959 (Germain 5-6). Alison Rise nos recuerda que la única mujer presente en la icónica foto del 1º Congreso es Marie-Rose Clara Pérez, esposa del intelectual haitiano Jean Price-Mars. Hay al menos dos mujeres que también podrían estar: Christiane Yandé Diop, casada con Alioune Diop, director de Présence africaine, y organizadora del congreso, y Suzanne Roussi Césaire, escritora y cofundadora de la revista Tropiques, casada con Aimé Césaire (489).

3 Sobre la recepción de las vanguardias históricas en América Latina ver Schwartz, en particular la articulación entre vanguardia política y vanguardia estética.

4 Paulette se gradúa en 1924 con una tesis dedicada a la Uncle Tom’s Cabin [La cabaña del Tío Tom] primera tesis que abordaba los temas raciales en su área de estudio.

5 El salón quedaba en el n.º 7 de la rue Hébert, del barrio Clamart. En diversas fuentes, relatos y biografías este salón es referenciado como un espacio importante para la escena intelectual y artística del período, pero el reconocimiento que tuvo como el origen de las primeras ideas de la negritud fue tardío. Recién a partir de los años setenta los llamados padres de la negritud hicieron un reconocimiento público a Paulette Nardal. En los años setenta Léopold Sédar Senghor le organiza un homenaje público, y en los años ochenta Aimé Césaire hace lo mismo en Martinica.

6 Entre los años veinte y treinta existió un prolífico circuito de prensa de gremios y asociaciones negras críticas del colonialismo francés desde un amplio arco de posiciones políticas que recorre posiciones revolucionarias y un complejo entramado de posiciones y debates asimilacionistas: La Voix des Nègres, Le Cri des Nègres, La Race Nègre, Les Continents y La Dépêche Africaine, La Revue du Monde Noir. Alioune Diop, fundador al término de la Segunda Guerra Mundial de la revista Présence Africaine (1947), declara que este proyecto es plenamente heredero de La Revue du Monde Noir, fuente de inspiración para las generaciones posteriores.

7 En Negritude Women T. Denean Sharpley-Whiting expone una genealogía de las mujeres de la negritud, selecciona y traduce al inglés textos de Jane Nardal, Paulette Nardal y Suzanne Césaire, influyentes para este campo de discusión. Lo que está en juego con su investigación es disputar el relato masculinista con que la Negritud se inscribió en la historia, además de resaltar ejes de pensamiento e ideas sumamente originales de estas mujeres que quedaron en el completo olvido incluso para sus pares intelectuales. Las memorias de Paulette Nardal editadas por Philippe Grollemund y publicadas en 2019 tienen gran valor en ese sentido.

8 Alain Locke (1885-1954), escritor y filósofo, considerado arquitecto del Renacimiento de Harlem por la publicación de su influyente The New Negro: An Interpretation (1925), antología que recopiló diversos géneros del arte y la literatura africana y afroamericana, construyó un primer canon de voces, autores y estéricas. Su obra influyó fuertemente a su generación y a las posteriores.

9 En ambas traducciones hemos decidido mantener las mayúsculas de los originales, incluso cuando son nombres comunes como negro/blanco. Conservamos los títulos en su idioma original. También el estilo de su escritura y los giros sintácticos.

10 La Exposición Colonial de 1931 fue una controversial feria internacional montada durante cinco meses en el Bois de Vincennes, París. Esta feria despertó fuertes debates por sus pabellones temáticos que simularon a escala las posesiones del Imperio en Marruecos, Argelia, Martinica y Guadalupe, entre otros territorios de ultramar. La críticas fueron públicas y provenían de un heterogéneo grupo de antiimperialistas y surrealistas europeos (Breton, Éluard, Péret, Sadoul, Aragon y Char, entre otros) quienes difundieron su manifiesto “Ne visitez pas l’Exposition Colonial”. Muchos escritores y artistas negros del amplio espectro de tendencias asimilacionistas colaboraron con la exposición y utilizaron este espacio para manifestar sus propios puntos de vista y sus disputas sobre la realidad de las colonias francesas.

11 Friedrich Sieburg (1893-1964) fue un escritor y periodista alemán. En 1929 llega a Francia como corresponsal de Frankfurter Zeitung y publica por la editorial Bernard Grasset Dieu est-il française? (1930), su libro más célebre.

12 Paul Laurence Dunbar (1872-1906) fue un poeta, novelista y dramaturgo, originario de Ohio. Se convierte en uno de los primeros escritores afroamericano sen obtener reconocimiento nacional e internacional. Entre sus obras más conocidas destacan Lyrics of Lowly Life (1896), Lyrics of the Hearthside (1903), y In Dahomey (1903), la primera comedia musical completamente afroamericana presentada en Broadway.

13 W.E.B. Du Bois (1868-1963) sociólogo, historiador, novelista y dramaturgo afroamericano. Fue fundador del Niagara Movement, militante de la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP) y una de las voces más influyentes del antirracismo, el internacionalismo negro y la lucha por los derechos civiles. A lo largo de su vida escribió más de una veintena de libros de ficción y no ficción entre los que destacan The Souls of Black Folk [Las almas del pueblo negro] (1903) y su considerada obra magna Black reconstrucción in América (1935).

14 Claude McKay (1889-1948) escritor y poeta jamaiquino del Renacimiento de Harlem. Escribió Harlem Shadows (1922), Home to Harlem (1928), Banjo (1929) y Bananas Bottom (1933), entre otros libros.

15 Langston Hughes (1902-1967) poeta, novelista y dramaturgo afroamericano del Renacimiento de Harlem. Entre sus libros destacan The Weary Blues (1926), Fine Clothes to the Jew (1927) y su autobiografía The Big Sea (1940).

16 Lafcadio Hearn (1850-1904) escritor y periodista de origen griego, especializado en la cultura japonesa y conocido por su escritura impresionista. En 1887 fue enviado como corresponsal a Martinica por The Harper’s Magazine. En sus casi tres años de residencia en las Antillas escribe en inglés Two Years in the French East Indies (1890), posteriormente traducido al francés como Esquisses martiniquaises (1924).

17 René Maran (1887-1960) nació en el trayecto entre Guyana Francesa y Fort-de-France. Vivió su infancia en Martinica y luego se trasladó a Bourdeaux para cursar sus estudios. Fue el primer escritor negro en obtener el prestigioso Premio Goncourt en 1921, por la novela citada en este texto. Escribió diversos libros de reconocimiento internacional como Djouma, chien de brousse (1927), Le cœur serré (1931). Es una figura central en la generación de las hermanas Nardal y en las décadas posteriores. Jane y Paulette Nardal iniciaron conversaciones con Alain Locke para la traducción de su obra al inglés (Edwards). Paulette Nardal mantuvo durante toda su vida intercambios epistolares con Maran. Después de su muerte, ese intercambio continuó con Camille Maren, su esposa.

18 Según Edwards, el escritor señalado sería Leo Cressan.

19 Se refiere a Histoire de la Guadeloupe sous l’Ancien Régime: 1635-1789 (1928), publicada en París por la editorial Payot.

20 Jules Monnerot (1874-1942) fue un escritor, periodista y profesor de filosofía en Martinica, fundador del Movimiento Comunista Martiniqueño y su periódico Justice. Césaire Philémon (1884-1947) fue un profesor martiniqueño e historiador, autor de Galeries martiniquaises: populations, mœurs, activités diverses et paysages de la Martinique (1931).

21 Félix Éboué (1884-1944) fue un importante administrador colonial guyanés, político e investigador, el primero de su trayectoria en alcanzar un alto rango. Es parte del circuito intelectual de las hermanas Nardal. Estuvo casado con Eugénie Éboué-Tell, senadora de la IV República e importante mujer política de las Antillas.