Revista de Humanidades Nº 49: 105-130 ISSN: 07170491 • DOI: 10.53382/issn.2452-445X.774

Literaturas y negritud en Chile: esbozos de una trayectoria larga de representaciones

 

Literatures and négritude in Chile: outlines of a long trajectory of representations

 

 

Montserrat Arre Marfull

Investigadora ANID

Echaurren 424, Santiago, Chile

mn.arremarfull@gmail.com

 

 

Resumen

 

El presente artículo ofrece una aproximación a tres ámbitos que refieren a la presencia negra en la narrativa chilena: mostrar la época y el tipo de narrativa dónde han sido representados personajes de origen africano o negros (mulatos, zambos, morenos o esclavos) en la literatura desde mediados del siglo XIX para establecer una incipiente cronología; por otra parte, se pretende exponer los estudios críticos que han surgido en las últimas décadas que insertan el análisis de la negritud en la literatura chilena y, por último, daremos una breve pincelada sobre el tema de la autoría y la negación de las identidades negras en Chile. Se usa el término negritud (négritude) de manera consciente por dos motivos: en los textos literarios encontrados siempre se mencionan las poblaciones de origen africano con categorías racializantes y coloniales, categorías que la negritud quiso relevar porque históricamente se utilizaban de forma peyorativa, pero permitieron provocar una reivindicación identitaria de lo negro y del origen africano, y, por otra parte, interesa rescatar el sentido reivindicativo de la actual crítica literaria que, habiendo “olvidado” en el canon literario chileno durante todo el siglo XX a autores/as que dieron protagonismo a una diversidad de personajes racializados, en la actualidad se está generando una relectura de dicha escritura.

 

Palabras clave: negritud, literatura chilena, personajes racializados, crítica literaria, racialismo.

 

Abstract

 

This article offers an approach to three areas that refer to the “black presence” in Chilean narrative works: it shows the time and the type of narratives where characters of African or black origin (mulattoes, zambos, browns or slaves) have been represented in literature since the mid-nineteenth century, establishing an incipient chronology; on the other hand, it is intended to expose the critical studies that have emerged in recent decades that insert the analysis of blackness (negritude) in Chilean literature and, finally, we will give a brief brushstroke on the subject of authorship and the denial of black identities in Chile. The term negritude (négritude) is used consciously for two main reasons: because in the literary texts found, populations of African origin are always mentioned with racializing and colonial categories, the same categories that negritude wanted to highlight, which historically were used in a pejorative way, but that allowed to provoke an identity claim of black people and people of the African origin and, on the other hand, it is interesting to rescue the vindictive sense of the current literary criticism that, having “forgotten” within the Chilean literary canon throughout the 20th century authors who gave prominence to a diversity of racialized characters, currently a (re)reading of said writing is being generated.

 

Keywords: Négritude, Chilean Literature, Racialized Characters, Literary Criticism, Racialism.

 

Recibido: 19/05/2023 Aceptado: 04/08/2023

 

 

 

1. Introducción

 

 

En 1941, Melville J. Herskovits dedicó un estudio célebre a la ‘herencia del negro’ en el continente americano. Él estableció una ‘escala de intensidad de las supervivencias africanas’. Ni por un momento se preocupó por ofrecer una correlativa ‘escala de intensidad de las supervivencias europeas’. Los aportes africanos fueron mecánicamente yuxtapuestos a los modos de sentir, de soñar, de pensar y de obrar que las naciones mixtas criollas de nuestro hemisferio habrían heredado del exclusivo Occidente cristiano. (René Depestre 203)

 

 

Este artículo procura dar una mirada preliminar y panorámica a tres ámbitos que refieren a la presencia negra en la literatura chilena, específicamente en la narrativa1: por una parte, mostrar dónde y cómo han sido representados los personajes esclavos, negros, mulatos, zambos o morenos en la literatura chilena desde mediados del siglo XIX, para hacer una incipiente cronología del tema; asimismo, relevar los estudios críticos surgidos en las últimas décadas que han permitido insertar (modestamente) el análisis de las negritudes en la literatura chilena y, por último, referir a algunas problemáticas relativas a la autoría y la negación de identidades negras en Chile.

Rescato el término negritud (négritude) y no afrodescendencia (Oliva “Más acá de la negritud”2) de manera consciente, por dos motivos: en los textos literarios que he encontrado y consignado para trabajar siempre se mencionan a las poblaciones de origen africano y/o esclavizadas como negras/mulatas/zambas/morenas, es decir con categorías racializantes y coloniales, categorías que la negritud quiso relevar, porque eran históricamente peyorativas, pero que permitirían –al ser utilizadas– provocar una reivindicación identitaria de lo negro y del origen africano de buena parte de las poblaciones antillanas y, por extensión, de América Latina y el Caribe en general3.

Por otra parte, me interesa rescatar el sentido reivindicativo de la actual crítica literaria que, habiendo olvidado en el canon literario chileno durante todo el siglo XX a las y los autores que dieron protagonismo a una diversidad de personajes racializados, incluidos las y los negros chilenos, ha ido retomando en el siglo XXI la lectura de esta escritura con una mirada diferente, producto de una experiencia ya consolidada en otros ámbitos de los llamados Estudios Afrodescendientes chilenos (Arre Marfull y Barrenechea Vergara).

Respecto de la negritud y, en este sentido, como ha indicado María Elena Oliva, “se pueden encontrar definiciones muy disímiles, que van desde perspectivas que entienden la negritud como un discurso reivindicativo de sujetos subalternos, pasando por un análisis que la comprenden únicamente como movimiento literario, hasta propuestas que la ven como sinónimo de personas de piel negra y, por lo tanto, como un concepto despojado de su condición colectiva y vaciado de todo contenido político” (“Más acá de la negritud” 55). En mi propuesta la consideraré desde dos aspectos conjugados, el primero y el último.

La negritud surge en la misma época de las diversas vanguardias artísticas y literarias de inicios del siglo XX y va de la mano con una toma de conciencia identitaria y social en un momento álgido de disputa, además, por la búsqueda y asentamiento de la criollidad blanca de algunas naciones latinoamericanas (Subercaseaux; Ruz Zagal y Meza Aliaga)4. En este sentido, es desde 1850 a 1950 que el fomento educativo y lector está en aumento sistemático y exponencial y es el tiempo donde la enseñanza de la historia y la literatura nacional se establecen como prioritaria en los planes de educación. Guiar las conciencias de los (futuros) ciudadanos hacia una idea homogénea de la cultura propia y, asimismo, de las mujeres y los hombres sin acceso a la ciudadanía legal, pero con fuerte incidencia en las transformaciones sociales, fue lo que se propusieron educadores, literatos y políticos en aquella centuria (Subercaseaux).

Aludo a este período, pues es uno de los principales momentos a los cuales referiré para mirar las producciones literarias sobre lo negro en Chile, para luego repasar los trabajos que han versado sobre estas representaciones que han surgido en el siglo XXI. Pues antes de 2005 no existe –hasta lo que conozco– ningún estudio crítico que releve la representación negra en la literatura chilena.

A partir del camino ya avanzado, hacer un recorrido por las representaciones de las negritudes –y los racialismos–5 en la literatura chilena se hace necesario, tanto por lo generado en estos años dentro del campo de estudios afrodescendientes chilenos, como por los innumerables desafíos que presenta tal ámbito de análisis, que cruza los estudios literarios con los estudios afrodescendientes.

Los estudios afrodescendientes en Chile surgen como un campo de investigación y acción desde inicios de este siglo, momento en que se han desarrollado de manera exponencial diversas investigaciones –cuyas precursoras y precursores los encontramos en el siglo XX, claramente–, difundidas en formatos de tesis, artículos, documentales y libros, en disciplinas como la historia, el derecho y la antropología, principalmente, aunque podemos encontrar otros importantes aportes desde la musicología, la sociología, la antropología biológica y, por supuesto, la literatura (Oliva “De esclavos a libertos”; Gattini “La esclavitud”; Arre Marfull y Barrenechea Vergara).

En este último caso –la literatura–, los aportes iniciales y principales los tenemos de parte de la investigadora Paulina Barrenechea Vergara, que desde inicios del siglo XXI trabajó a partir de obras literarias chilenas publicadas hasta mediados del siglo XX, rescatando la figura de personajes negros/mulatos/zambos y esclavos.

Asimismo, quienes últimamente han expuesto y analizado esta presencia en obras literarias chilenas son la investigadora peruana Martha Ojeda, que revisa la novela histórica El barco de ébano (2008) de Ricardo Gattini, y Wielka Aspedilla, en coautoría con José Manuel Baeza, ambos chilenos, examinan en un artículo la representación de la infancia negra en el relato para niños de Chela Reyes, Historia de una negrita blanca (1950). Es relevante mencionar, asimismo, que los trabajos en desarrollo de las investigadoras chilenas Nataly Santander y Lilian Salinas Herrera, y la portuguesa Alina Baldé, están representando grandes avances en este ámbito de estudio6.

En varios de estos trabajos se analiza la figura femenina exclusivamente o como parte de un entramado mayor, en conjunto a la posición de los/las personajes negros/mulatos/esclavos en sus universos histórico-literarios, y en relación con la racialización de sus cuerpos y la persistencia de la esclavitud. En todos se relevan obras que han sido producidas por escritores/as chilenas quienes, sin embargo, no han adscrito a colectivos negros o a una identidad afrodescendiente.

Es preciso indicar que las colectividades coloniales de origen africano en Chile –como las cofradías de morenos o las milicias de pardos– fueron desapareciendo con la abolición de la esclavitud (1823) y la abolición del sistema de castas (1835-1853) –refiriéndonos al Chile tradicional desde Copiapó hasta Concepción–, por esta razón posiblemente, se desconocen autoras y autores de la segunda mitad del siglo XIX en adelante que hayan tenido alguna ancestría africana y/o esclava y que adscribieran a ella.

Ciertamente, la historia de lo que era Perú antes de la Guerra del Pacífico es diferente, hablo de Arica y el Valle de Azapa en particular, donde con el proceso de chilenización política culminado hacia la segunda década del siglo XX se intenta borrar el sentido de comunidad diferenciada en las familias que en esos territorios descienden de las personas esclavizadas. La violencia racista llevó a estas personas a negar u olvidar sus propias historias familiares ligadas a lo negro, lo que incidía en el reconocimiento de sus comunidades como descendientes de africanos, que solo se recupera con un trabajo consciente de memoria iniciado a principios del siglo XXI (Chávez González; Amigo Dürre).

Ejemplo de los primeros, del conocido compositor y memorialista José Zapiola Cortés (1802-1885), escritor de Recuerdos de treinta años (1810-1840) (1872), se decía en su época que su madre fue una mulata de clase poco favorecida, quien lo tuvo como hijo natural de un joven bonaerense de alcurnia pasante en Santiago, y que apenas dio su apellido al vástago de ambos (Amunátegui Solar 200). En términos coloniales, Zapiola sería un cuarterón, sin embargo, él nunca reconoció esta ancestría como relevante para identificarse con ella. En Perú, solo para hacer un alcance similar, tenemos al famoso Ricardo Palma, fundador del importante género literario de las tradiciones en América Hispana, era conocido por ser cuarterón y varias veces sufrió ataques públicos por esa circunstancia, de la cual él no renegaba, pero tampoco enaltecía (Adriazola)7. No se sabe, hasta ahora, si Zapiola sufrió afrentas semejantes.

Si alguna de las o los autores, especialmente de los siglos XIX y XX, que han referido a personajes negros en sus obras literarias, tiene alguna ancestría africana no es una información de la cual disponga en este momento. Será una futura investigación plausible de ser realizada la que dilucide estas cuestiones de ancestría e identidad autorial. Lo importante de recalcar es que la sensibilidad de la recreación usualmente histórica en que se representan, en general se sitúa en épocas coloniales o inicios de la República, aunque también existen relatos escritos principalmente en el siglo XXI que abordan temáticas contemporáneas, incluida la migración afrolatinoamericana actual.

Excepciones a este corpus general –por parecerme una obra digna de analizar en mayor profundidad–, es una novela que no representa personajes negros chilenos o en Chile ni tampoco es histórica, pero da cuenta de los prejuicios de chilenos y chilenas en las primeras dos décadas del siglo XX frente a la ancestría africana y las ideas sobre la esclavitud en Chile, que es posible de ser analizada desde su discurso criollista y blanqueador. Me refiero a la novela En tierras extrañas (1915) de Amanda Labarca.

 

 

 

2. Un intento de cronología

 

De manera muy preliminar, es posible establecer dos ejes para hacer un barrido sobre las obras que pueden ser leídas desde la lógica de la negritud en dos de sus acepciones, a saber, la recuperación literaria de lo negro-africano en Chile y la simple presencia de personas negras/mulatas/zambas y/o esclavizadas en ellas.

El primer eje es la temporalidad de las publicaciones y el segundo es la temporalidad del relato. En cuanto al primero, el grueso de las obras que abordan la negritud chilena se publica desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX y corresponden a un género histórico-ficcional. Después de la década de 1950 y hasta 1990 es difícil encontrar obras chilenas que tengan personajes negros relevantes o protagónicos. Se produce una recuperación de estas personificaciones paralelamente con la emergencia de la llamada nueva novela histórica chilena (Viu Bottini). En este sentido, en general el abordaje de personajes negros va de la mano de una historia situada preferentemente en tiempos coloniales, pero, como dije, hay excepciones; tal es el caso, por ejemplo, de los cuentos “Café, puro café” (2009) y “Pique y repique” (2013) de Gabriel Canihuante Maureira, o la novela Ciudad berraca (2018) de Rodrigo Ramos Bañados, que se sitúan en el siglo XXI.

El tenor colonial de la mayor parte de las obras se manifiesta en diversos géneros de narrativa histórica: algunas son novelas, otras son tradiciones o géneros emparentados como episodios o crónicas nacionales o coloniales. Dos obras que destacan, porque mezclan narrativa y lírica, abordan el episodio del mulato Tahuada y don Javier de la Rosa, que narra el encuentro en competencia de payas hacia 1830 entre estos dos “puetas”, uno oriundo del bajo pueblo –el mulato– y el otro, un hacendado (Acevedo Hernández y García).

Como mencioné, la mayoría se sitúa en tiempos coloniales o independentistas, aunque hay ciertas excepciones, como son los mencionados del mulato Tahuada o los cuentos de Canihuante Maureira, o también el relato “El marido es responsable de los pecados que comete su mujer” de Vicente Pérez Rosales inserto en su obra Recuerdos del pasado (1886). También tenemos tres obras infantiles que, si bien se publican en Chile, tienen su narración situada en temporalidades contemporáneas o pasadas, pero en otros espacios geográficos, como son Las aventuras de Totora de Hernán del Solar (1946), Cocorí de Joaquín Gutiérrez (1947), Historia de una negrita blanca ya mencionada (Aspedilla; Aspedilla y Baeza) y, por último, la novela de Amanda Labarca que se sitúa contemporáneamente a su escritura en Estados Unidos, pero a partir de la mirada de un chileno migrante vemos reflejadas las ideas que circulan en la primera década del siglo XX sobre las poblaciones negras y la esclavitud.

Pensando en esta rápida tipificación, pareciera ser que la negritud autóctona en la literatura chilena se remite principalmente a un tiempo pasado prerrepublicano, lo que encaja perfectamente con la difundida idea del siglo XX de que en Chile la esclavitud de africanas y africanos y sus descendientes fue escasa y sin permanencia luego de la independencia, por lo cual, como decía Carlos Solar, el protagonista de la novela de Labarca, “mi país no tiene, como el de Uds., una línea de color. No hay negros y los pocos indios que quedan, viven en el Sur” (En tierras extrañas 37). Aun cuando haya una sobreexpuesta referencia a la presencia de personas chilenas de origen africano en tiempos coloniales, lo que no deja de ser tremendamente relevante y un tema nunca agotado, observamos también atisbos de otras preocupaciones en las que se enmarcan los imaginarios de la negritud en Chile.

A continuación, dejo una lista de referencias que, si bien no agota las obras disponibles para analizar personajes negros secundarios o protagónicos en la narrativa, o bien, la alusión a la condición de lo negro –la negritud– y la esclavitud, recoge de manera bastante dilatada lo producido en Chile desde el siglo XIX.

 

 

Cuadro resumen con publicaciones chilenas con personajes negros*

Los amores de un esclavo

José María Torres Arce (1867)

“Una emplumada”

Manuel Concha (1874)

“Don Lorenzo Moraga, el emplazado”

Enrique del Solar (1874)

“El diablo en La Serena”

Manuel Concha (1883)

“Historia de una momia”

Manuel Concha (1883)

“Acontecimientos pasados”

Manuel Concha (1883)

“Un tenorio inquisitorial”

Manuel Concha (1883)

“El mendigo”

José Victorino Lastarria (1885)

“Una hija”

José Victorino Lastarria (1885)

“El bandido”

Salvador Sanfuentes (1885)

“El marido es responsable de los pecados que comete su mujer”

Vicente Pérez Rosales (en Recuerdos del pasado 1814-1860, 1886)

“Contrapunto de Tahuada con don Javier de la Rosa en paya de cuatro líneas de preguntas con respuestas. Recogiendo una parte, y compuesto lo demás por el que suscribe, venciendo don Javier de la Rosa”

Nicasio García (1886)

Los amores del diablo en Alhué. Acontecimiento extraordinario, fantástico y diabólico

Justo Abel Rosales (1892)

La negra Rosalía

Justo Abel Rosales (1896)

Durante la Reconquista: novela histórica

Alberto Blest Gana (1897)

“La mulata Manuela”

Ga Verra (Lucía Bulnes de Vergara) (1912)

“Las lenguas de los santiaguinos”

Joaquín Díaz Garcés (1915)

En tierras extrañas

Amanda Labarca (1915)

“El camino de los esclavos”

Joaquín Díaz Garcés (1916)

Cuando mi tierra nació. Atardecer

Iris (Inés Echeverría Bello) (1930)

Aroma del tiempo viejo. Novela histórica

Héctor de Aravena (1931)

La Quintrala

Magdalena Petit (1932)

“Las brujas que se robaron a Teresita Armijo (1769)”

Aurelio Díaz Meza (1935)

Las aventuras de Totora

Hernán del Solar (1946)

Cocorí

Joaquín Gutiérrez (1947)

Historia de una negrita blanca

Chela Reyes (1950)

El Mulato Riquelme

Fernando Santiván (1951)

“De la tradición de oro de Chile. Vida y pasión de dos grandes payadores: Taguada, el maulino, y Javier de la Rosa”

Antonio Acevedo Hernández (1953)

Maldita yo entre las mujeres

Mercedes Valdivieso (1991)

Cosa mentale

Antonio Gil (1994)

El sueño de la historia

Jorge Edwards (2000)

Tres nombres para Catalina: Catrala

Gustavo Frías (2001)

Tres nombres para Catalina. La doña de Campofrío

Gustavo Frías (2003)

El barco de ébano

Ricardo Gattini (2008)

“Café, puro café”

Gabriel Canihuante Maureira (2009)

La noche de las estrellas

Luis Le-Bert (2012)

“Pique y repique”

Gabriel Canihuante Maureira (2013)

Ciudad berraca

Rodrigo Ramos Bañados (2018)

Juan Valiente. De esclavo a capitán con Pedro de Valdivia (novela gráfica)

Kóte Carvajal y Gabriel Ibarra (2019)

La negra Casilda

Julieth Micolta (2021)

Coquimbo episodios coloniales. Los claroscuros del desierto

Nicole Pardo-Vilú (2021)

Margarita y las geografías

de su pelo

Fundación Rescatando Sueños, Elizabeth Gallegos Araya (2022)

 

* Este cuadro informativo ha sido elaborado con el afán de iluminar las posibilidades de investigación a interesadas e interesados en estas materias.

 

 

3. El fetichismo de la epidermis

 

Volviendo a algunos asuntos planteados con anterioridad, es posible indicar que la cuestión de la negritud se basa en idearios que se mueven desde ciertas características físicas “accidentales” (Madrid Moraga 51) hasta prácticas culturales y cosmovisiones ligadas al África subsahariana y a sus sincretismos dados en otros lugares del mundo, en especial en América.

René Depestre define como fetichismos las innumerables etiquetas capitalistas-coloniales –las castas– que redundaron en la inferiorización de todas las personas que descendían de africanos y sus mestizajes con los pueblos originarios y europeos (Depestre 207-211): “los descendientes de unos y de otros [africanos y europeos] son los productos de una misma etnohistoria que creó, en este hemisferio, pueblos orgánicamente nuevos, con sus particulares escalas de valores, sus propios modelos culturales de referencia” (207), pero pareciera ser que solo los marcados con sangre negra merecen ser nombrados como otros.

El autor apela a la idea de que la raíz europea (conquistadora, dominadora) es la base o esencia de las culturas americanas, mientras que lo africano es una ancestría que hay que buscar entre un mar de curiosidades. Prueba de ello, es la usual pregunta periodística o coloquial “¿sabía usted que en Chile también hubo esclavos negros o que los chilenos tenemos raza negra?”8, que supone una mirada curiosa hacia un pasado remoto en Chile, pero que en ningún momento nos debería interpelar para el siglo XX y XXI al punto de remover nuestra anclada identidad mestizo-blanca. No obstante la operación de racialización y jerarquización que produjeron –o representaron– las castas y el concepto de negro son precisamente las que nos abren la puerta a la recuperación de una identidad despreciada, pues nos permiten retomar los hilos de una memoria truncada. Quisiera hacer un paréntesis con el fin de referirme a los imaginarios de negritud, racialismo y autorías. Siguiendo a Depestre, la esclavitud y el tráfico de personas africanas afectó hasta la obsesión las relaciones entre las y los esclavizados y con la sociedad respecto del color y otras características de sus cuerpos, generando una trágica deformación de las imágenes que ellos se hicieron de sí mismos. De esta manera, dice el autor, los hechos sociales “disfrazados de hechos raciales” se injertaron en el conflicto de clase generando graves problemas de identidad “cuyos nefastos efectos, decenios después de la abolición de la esclavitud, obran aún a diversos grados, en la vida de los descendientes de esclavos africanos” (Depestre 210). En este sentido, el uso social de las características físicas marcó tan profundamente las experiencias históricas de las y los americanos, que

 

aún en nuestros días los cuerpos femeninos y masculinos, en la mayor parte de nuestros países, implican una suerte de código moral y estético que valoriza o desvaloriza a simple vista los seres humanos. Se habla de pelo “bueno o malo”, de si un niño “salió bien o mal”, atrasado o adelantado, según su piel sea más o menos clara en relación con la de sus padres; aún se escuchan reflexiones de este tipo: “son buena gente, pero qué pena que sean tan negros” o “todavía se les ve la pinta” y tantas otras manifestaciones groseras o extremadamente sutiles de la vieja semiología colonial. (Depestre 210)

 

No sabiendo las ancestrías particulares de autoras y autores que se puedan abordar en este estudio de la negritud en la literatura chilena y pensando en el valor asignado a la blanquedad en el espacio americano, me parece pertinente referir el particular caso de una reconocida autora, que más fama tiene por su quehacer como educadora y teórica de la educación que por su producción literaria, que fue la faceta que le abrió camino entre 1909 y 1921 a su trabajo pedagógico. Me refiero a la mencionada Amanda Labarca Hubertson.

En 1915 publicó la novela En tierras extrañas, cuyo protagonista Carlos Solar, joven hijo de empresario, viaja a educarse en Columbia, Nueva York. Ahí comparte con algunos chilenos, por un lado, y con algunos estadounidenses blancos, por otro. Sus observaciones comparativas entre las diferencias de latinos “isleños” (posiblemente oscuros), latinos criollos-blancos (los chilenos), los estadounidenses blancos y los negros son llamativas para el tema que nos convoca, pues establece en esta obra –definible como novela de educación y de tesis o ideológica (Arre Marfull y Sanzana Sáez)– un ideario racialista de diferenciación nacional: se asigna a lo chileno criollo los valores de la blanquedad, un mestizaje casi depurado de lo indio y totalmente libre de lo negro. Este mismo ideario lo vemos replicado en el ensayo sobre educación Bases para una política educacional (1943) (Arre Marfull y Amigo Dürre).

Traigo a colación esta última obra, que no siendo literatura nos habla mucho de autoría y negritud, sobre todo, cuando se la confronta con su contraparte crítica Bases para una política educacional. Al frente del libro de Amanda Labarca (1944), de Tancredo Pinochet Le-Brun, donde el autor, entre otras cosas, cuestiona el racismo de Labarca y la acusa de querer blanquear a la población chilena. En su ensayo, la educadora vuelve sobre los idearios del criollismo blanco que establece en su novela, y señala que Chile es uno de los tres países de la América Latina blanca y, por ende, está en mejor posición para superar los problemas sociales que afectan a la educación nacional.

Ante esto, Pinochet Le-Brun escribe: “¿Desconoce la historia la señora Amanda? ¿No sabe que cuando las razas autóctonas de nuestra América –los negros que hemos traído inclusive– han estado en contacto integral con hombres de educación superior, han asimilado esa educación en tal forma que muchas veces han superado a sus maestros?” (24). Y continúa el autor más abajo:

 

La señora Amanda se ocupa anchamente de los pobladores autóctonos de Chile, y se refiere a los negros solo hablando de otros países de nuestra América. Pero a Chile también vinieron negros, aunque no en tanta abundancia como en otras partes del Nuevo Mundo. […] Estos hombres que han ennegrecido la raza que la señora Amanda quiere blanquear, ¿han desmejorado nuestra nacionalidad? Tres presidentes de sangre africana ha tenido la República9. Y la propia señora Amanda […] por su color, por sus labios, por su contextura física toda, tiene sin duda, sangre de la misma que tuvieron estos tres presidentes. ¿Habría que blanquearla? (25)10

 

Me parece relevante presentar esta polémica entre Pinochet y Labarca, pues nos entrega elementos para reflexionar en torno a la negritud y la literatura, partiendo por el hecho principal de la relación entre relato, autoría y contexto de producción, es decir, en qué medida los imaginarios negacionistas, colonialistas, nacionalistas y racistas sobre lo negro en Chile inciden en las formas de representación, pero, asimismo, de qué manera surgen paralelamente ciertos relatos que reivindican, de alguna forma, la negritud, tanto antes como hoy. Tal es el caso el relato “El camino de los esclavos” (1916) del periodista y cronista Joaquín Díaz Garcés. La narración es en sí un texto que empatiza con el sufrimiento de los esclavizados, y relata una historia en contexto de la trata de personas desde África hasta América del Sur y Chile, focalizándose en uno de los cautivos y su drama fatal. El texto de Díaz Garcés inicia con el siguiente encabezado:

 

En los momentos en que la única voz levantada en la prensa chilena, para señalar el retroceso histórico que significa la deportación de los civiles de un país invadido, ha quedado sin eco alguno: sea lícito al escritor hacer revivir a los ojos indiferentes de los chilenos, la epopeya de la esclavitud africana que, durante muchos años, lanzó también sus caravanas dolientes al través de nuestros territorios. Esta parte es la introducción natural que explicara el hecho histórico y, a primera vista inverosímil, del episodio trágico de la Prueba que se narra en otro número. (Díaz Garcés 75)11

 

Este texto es contemporáneo a la novela de Labarca, sin embargo, sus perspectivas se ubican en veredas totalmente disímiles de interpretación histórica. Me parece que es posible generar en un futuro una discusión profunda sobre las representaciones de lo negro y las ideologías nacionales en este período de consolidación del campo literario chileno a través del estudio comparativo de algunas de las obras mencionadas en la lista y, asimismo, revisar la autoría y el contexto en que dichas textualidades fueron producidas, de manera de analizar críticamente las problemáticas expuestas. Aún queda mucho por explorar.

 

 

4. El estado del arte

 

En 2005, donde propongo el inicio de la apertura de la crítica literaria hacia los estudios afrodescendientes, Paulina Barrenechea Vergara realiza un primer ejercicio literario de reconocimiento, partiendo con estas líneas muy elocuentes: “Nuestra memoria es frágil. Sufrió y sufre de intensas borraduras” (Barrenechea Vergara, “María Antonia” 88). Este primer trabajo de la autora no es precisamente un análisis literario, sino que un intento de narrar la historia de una mujer africana esclava que fue rastreada en Santiago de Chile a partir de un libro de partituras que supuestamente era de su propiedad. Barrenechea sigue el trabajo de Guillermo Marchant (1997) sobre el Libro Sesto de María Antonia Palacios.

 

Su objetivo es dar cuerpo a la vida de la esclava urdiendo su trayectoria vital a través de un “recorrido intentando no caer en un abismo ficcional y coqueteando con lo previsible” (91). Inicia en la introducción con un diagnóstico: “no hay que buscar mucho para encontrar indicios de la presencia negra en Chile a través de nuestra literatura. Si bien la tónica es la ausencia, algunas obras esconden en sus líneas personajes que nos dicen algo más de aquello que se ha querido olvidar. Desde La Araucana de Ercilla hasta Yo maldita entre las mujeres de Mercedes Valdivieso, por dar unos ejemplos” (91).

Este artículo de Barrenechea avizora el desarrollo de la historia y crítica literaria que, dieciocho años después, y muy tímidamente aún, ha ido descubriendo los velos del olvido en nuestro canon literario. Hay otro aspecto original en este trabajo y es la conjunción entre historia de las mujeres esclavizadas con la posibilidad de ingresar en ella mediante la representación ficcional como una fuente fidedigna de nuestra memoria, teniendo presente que la literatura es esencial para la conformación de la identidad nacional:

 

Es bueno recordar que a raíz del mestizaje y los procesos aculturadores se fueron desarrollando intensas dinámicas que convirtieron al esclavo, ya libre, en un ser liminal dentro del sistema de castas. Esto los hizo moverse en los intersticios de la sociedad, transar, dejar de ser, en definitiva, la experiencia viva de una lenta muerte cultural que germinó en una nueva cultura: la chilena. (90)

 

Posteriormente, Paulina Barrenechea seguirá su propio sendero trazado en 2005 analizando diversas obras en sus posteriores artículos: El mulato Riquelme de Fernando Santiván en 2007 y “El bandido” de Salvador Sanfuentes y La negra Rosalía o el Club de los picarones de Justo Abel Rosales entre 2009 y 2013 ( “El mulato Riquelme de Fernando Santiván”, “El rostro más negro”, “Vivencia de un cuerpo entramado”). En 2014 retoma la idea de explorar otras perspectivas del análisis de los constructos literarios sobre identidad chilena y presencia negra en dos artículos (“Cuerpos, emociones”, “Siento luego existo”), donde nos vuelve a advertir:

 

Es fundamental consignar que la historia de la literatura chilena ofrece una cantidad importante de obras que testimonian la presencia negra en nuestro país. Desde personajes centrales de una trama narrativa hasta figuraciones secundarias o simples decorados dentro de la escena literaria, estas representaciones remiten a un entramado textual que imagina la nación, la moldea y prefigura según el proyecto moderno. (“Cuerpos, emociones” 71)

 

En estos artículos analiza nuevamente El mulato Riquelme, “El Bandido” y La negra Rosalía, además de los relatos Los amores de un esclavo, de Guillermo Torres Arce, “El camino de los esclavos” de Joaquín Díaz Garcés, Relación autobiográfica de Úrsula Suárez, Cuando mi tierra nació de Iris, Aroma del tiempo viejo de Héctor de Aravena, Durante la Reconquista de Alberto Blest Gana, Los amores del diablo en Alhué de Justo Abel Rosales, Crónica del Reino de Chile de Pedro Mariño de Lobera y La Araucana de Alonso de Ercilla.

Finalmente, esta autora consolida sus investigaciones no en los personajes negros y negras y sus formas de ser representados, sino que analiza la autoría en un texto escrito por una persona oriunda de una comunidad afrodescendiente de Azapa de mediados del siglo XIX, en una publicación realizada en 2015 que inicia con el siguiente tenor:

 

El abordaje a un manuscrito de carácter testimonial encontrado hace siete años en el Valle de Azapa (Arica), cuyo autor es un agricultor afrodescendiente de principios del siglo XX; despliega una serie de desafíos teóricos y metodológicos dentro del campo de los estudios culturales; específicamente, desde los estudios literarios en intersección propositiva con los del patrimonio. El que hemos denominado “Documento Baluarte”, intercala el proceso de contabilidad de un negocio o hacienda de mediados del siglo XIX con manifestaciones literarias como valses, décimas, cartas y fragmentos sobre acontecimientos personales escritos por Pedro Baluarte a principios del XX. (“Abordaje a un manuscrito afrodescendiente”, 16)

 

Este mismo tema lo retoma en 2018, cerrando el ciclo de publicaciones sobre literatura de la autora (hasta la fecha) (“Narrativas racializadas y políticas de la memoria”).

A partir de mis conversaciones formales e informales desde 2010 con la autora, inicié desde 2014 un proceso de reflexión sobre la raza y sus representaciones/funciones en la literatura histórica chilena, con especial énfasis en las representaciones de mujeres y hombres negros/mulatos/zambos/morenos y esclavizados. A la exploración de autoras y autores como Iris o Joaquín Díaz Garcés, ya visitados en algunas de las publicaciones de Barrenechea, se fueron sumando nombres para mis propias reflexiones como Manuel Concha, Ga Verra (Lucía Bulnes de Vergara), Amanda Labarca o Ricardo Gattini, entre otros. En un ejercicio comparativo, historicista y enfatizando en las diferencias entre representaciones femeninas y masculinas, además de remarcar el racialismo literario –de existir–, me ha interesado recuperar tanto las autorías y sus contextos como las formas narrativas en las que se ha expresado esta literatura (Arre Marfull Tintas pardas, tintas negras, “Mujeres esclavizadas en la ficción histórica chilena”; Arre Marfull y Sanzana Sáez “Sociocrítica y racialismo”).

El ya mencionado investigador y novelista Ricardo Gattini se une a Barrenechea Vergara como uno de los autores que abre el ciclo de análisis y creación literaria de la negritud para el siglo XXI, poco después que lo hiciera la investigadora. En 2008, después de aproximadamente diez años de investigación, Gattini publicó la novela histórica El barco de ébano, con reedición en 2018. Y por esa misma época, en 2009, reflexionaba en su artículo “La esclavitud de los africanos en el Cono Sur como referente historiográfico de un relato de ficción” sobre las relaciones entre la historia y la literatura para construir un relato que abordase la trata de personas africanas y la esclavitud.

La novela de Gattini no pasaría desapercibida por ser, después de mucho tiempo, una original propuesta temática para Chile. Hasta lo que he pesquisado, las únicas veces en las cuales la trata desde África por Buenos Aires para Chile es expuesta en un relato de ficción son el “El camino de los esclavos” y, casi cien años después, El barco de ébano. Esta novela escrita en el siglo XXI es analizada por dos investigadoras separadamente, Martha Ojeda y Lilian Salinas Herrera, quienes, especialmente la segunda, reparan en el tratamiento de los personajes femeninos, siguiendo la propuesta abierta por Barrenechea Vergara de buscar a las mujeres negras esclavizadas en la literatura chilena (Gattini, “La esclavitud de los africanos en el Cono Sur”, El barco de ébano). Salinas Herrera, asimismo, preocupada por la literatura contemporánea en clave feminista, rescata en otro artículo el personaje de la mulata esclavizada Santos Monardes de la novela Coquimbo episodios coloniales. Los claroscuros del desierto de Nicole Pardo-Vilú (2021) (Salinas Herrera, “Mujeres esclavizadas y resistencias afrodescendientes”).

Una propuesta interesante desde el trabajo historiográfico –un ejercicio contrario al que hacen Barrenechea y Gattini– son las tesis Nataly Santander, quien aborda a través de los tópicos de la negación y los prejuicios la presencia negra en obras literarias del siglo XIX, en especial la obra de Sanfuentes (Santander Pinto, “Prejuicio y negación afrodescendientes”; “Negación de las raíces afrodescendientes”). Sus trabajos inéditos solo están disponibles en repositorios universitarios, sin embargo, se establecen como una interesante propuesta de revisión literaria con las herramientas de la historiografía.

Por otra parte, centrándose en las representaciones de mujeres negras y mulatas, están los trabajos de Alina Baldé, quien se aboca al análisis de “La mulata Manuela” de Ga Verra y de las dos obras de Justo Abel Rosales que están protagonizadas por mujeres negras, La negra Rosalía y Los amores del diablo en Alhué. Nuevamente es la representación femenina la que atrae la atención (Baldé, “A inscrição das relações de poder em La mulata Manuela”, “Representações da mulher afrodescendente na literatura chilena”, “O espaço e o feminino como símbolos de Nação ideal”).

Por último, el trabajo único en su línea, hasta ahora, de los referidos Wielka Aspedilla y José Manuel Baeza (2019) permite apuntar la mirada hacia un tipo de literatura no explorada hasta ese momento, como es la literatura infantil publicada en Chile. Es destacable que fue a mediados del siglo XX cuando surge un interés por recrear este tipo de personajes en la literatura infantil, lo que no vuelve a producirse nuevamente hasta la publicación del cuento “La negra Casilda” de Julieth Micolta (2021) y la presentación de la miniserie con la técnica amigurumi “Margarita, una niña afrochilena” y el libro a propósito de esta realización titulado Margarita y las geografías de su pelo (Gallegos, 2022).

 

 

5. Palabras finales

 

A pesar de los esfuerzos y notable calidad de las investigaciones expuestas, además de confirmar, como indicaba Barrenechea ya en 2005, la amplia cantidad de literatura chilena que hace referencia a la negritud, la crítica literaria afrodescendiente en Chile sigue siendo un lugar marginal en los estudios literarios. La difusión de estas obras, muchas de ellas en ediciones antiguas y no reeditadas, no ha logrado efervescer en el ámbito literario local (Arre Marfull, Tintas pardas). No obstante, existe otro tipo de literatura que ha surgido desde la década de 1990 que aún permanece inexplorada para este análisis y está disponible para su búsqueda.

En este sentido, este artículo es un llamado abierto para repensar la negritud de las letras chilenas y seguir, de esta manera, trabajando en su rescate, tanto a través de la historia y crítica literaria como de la reedición de obras antiguas y, asimismo, mediante la creación de una literatura que reivindique el pasado y el presente de nuestra tercera raíz cultural nacional y americana.

 

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Viu Bottini, Antonia. “La representación en la novela histórica chilena reciente (1985-2003)”. Tesis doctoral, Universidad de Chile, 2005.

1 Conocemos también, aunque no lo trabajaremos, el interés que despertó en el siglo XX el movimiento literario negro-africano (y afroamericano) en Chile respecto de la poesía (Bansart; Layera).

2 Oliva también discute el uso de los conceptos negritud, negrismo y negredumbre en ámbitos hispanohablantes.

3 El movimiento martiniqueño, guadalupeño, guyanés y senegalés de la negritud (négritude) –poco más o menos contemporáneo del renacimiento haitiano que comenzó en 1928 con Así habló el Tío y La Revista Indígena– es un vanguardismo que, sin embargo, no se mezcla con el de Haití y se forma orgánicamente en París. En sus comienzos y, quizás, hasta su dispersión a causa de la guerra de 1939, el movimiento de la negritud fue un grupo ideológicamente muy heterogéneo. Estos jóvenes intelectuales animaron, además de la Revista del Mundo Negro, publicación bilingüe, dos publicaciones igualmente efímeras: Legítima Defensa (1932) y El Estudiante Negro (1934). Con armas diferentes (marxismo, surrealismo, freudismo, sin contar las apelaciones a la etnología), estas revistas abrieron un fuego de artillería pesada dirigido contra el mundo capitalista cristiano burgués y contra la opresión colonial y el racismo. El concepto negritud, en concreto, fue utilizado por primera vez por Aime Césaire en El Estudiante Negro como forma de relevar una palabra que era vedada por parecer ofensiva, como lo era negro (nègre) (Depestre 240-43).

4 Para una elocuente exposición sobre el blanqueamiento de la población latinoamericana como principal forma de mejoramiento educacional y la polémica desatada al respecto, consultar el libro de Amanda Labarca Hubertson, Bases para una política educacional (1943), y su contraparte crítica de Tancredo Pinochet Le-Brun, Bases para una política educacional. Al frente del libro de Amanda Labarca (1944).

5 Según Tzvetan Todorov, el racialismo es un movimiento de ideas nacido en Europa occidental, cuyo período más importante se ubica desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del XX; mientras que racismo es un concepto, por un lado, más general y, por el otro, más particular que racialismo, pues puede significar 1) Comportamiento de odio y menosprecio hacia personas que poseen características físicas/culturales distintas al grupo dominante o mayoritario y/o 2) Ideología (práctica) de una doctrina concerniente a las “razas humanas” (o sea el racialismo) (Todorov 115-120).

6 Desde 2014 he desarrollado, por mi parte, investigaciones histórico-literarias que relevan las representaciones raciales en la literatura chilena entre 1840-1940, en especial de personajes negros/mulatos/zambos y/o esclavizados. A partir de este desarrollo investigativo han surgido algunos trabajos publicados (Arre Marfull Tintas pardas, tintas negras; “Mujeres esclavizadas en la ficción histórica chilena”; Arre Marfull y Sanzana Sáez “Sociocrítica y racialismo”).

7 El género de las tradiciones fue cultivado ampliamente por escritores y escritoras de habla hispana entre mediados del siglo XIX y mediados del XX. Fue una alternativa diferente de la novela histórica y de la historia colonial, pero unía en sí varios de los objetivos de ambas líneas de creación/investigación histórica. El modelo para la tradición es propiamente latinoamericano y del tipo publicación breve adecuada para su difusión a través de periódicos, con el peruano Ricardo Palma como forjador de un estilo (Arre Marfull, Tintas).

8 Ver en YouTube: Existe la ‘raza chilena’? | 24 Horas TVN Chile, Canal 24 Horas; Raza negra en Chile (afrochilenos), Canal AquiIesXx1.

9 No puedo indicar exactamente a qué presidentes se refiere Pinochet Le-Brun, aunque posiblemente uno de ellos es Manuel Montt Torres (1809-1880), quien era llamado “el negro Montt” y era oriundo de una familia avecindada en Petorca, y otro de ellos Juan Luis Sanfuentes Andonaegui (1858-1930), respecto de quien hay estudios genealógicos actuales que demuestran su ascendencia en quinta generación de una mujer esclavizada por línea materna. Estudios de esta misma índole han constatado que las familias santiaguinas Barros, Vicuña, Hurtado y Calderón pertenecen a una “élite afromestiza” (Urzúa Prieto y Mujica Escudero).

10 Aunque no sea posible comprobar una eventual ancestría africana de Amanda Labarca –y no es lo relevante– el siguiente relato biográfico de uno de sus contemporáneos, José Santos González Vera, da cuenta de ciertas características físicas que aproximarían a la autora a los estigmas raciales que ella misma reproducía en algunos de sus escritos: “¿Dónde se puso tan negrita? ¿Fue al pasar por un túnel? –le decía, riéndose, su padre. La pequeña Amanda creyó, de tanto oír esta broma, que era feísima y se dijo que no se casaría. […] Después volvió a quererse y deseó ser médico, no un médico así no más, sino sabio y famoso, que descubriría un colorante mágico, capaz de cambiar sus ojos negros en los más bellos ojos verdes” (González Vera 100).

11 El episodio que menciona de la fragata Prueba o Trial no fue nunca publicado por el autor. Este caso ha sido trabajado por la historiografía chilena desde 1980 y había sido llevado a la ficción en 1855 por el norteamericano Herman Melville en su novela Benito Cereno.