Revista de Humanidades Nº 49: 341-368 ISSN: 07170491 • DOI: 10.53382/issn.2452-445X.784

Experiencia colonial y etnografía personal:
los diarios de Michel Leiris1

 

Colonial experience and personal ethnography:
Michel Leiris’s diaries

 

 

Damián Gálvez

Pontificia Universidad Católica de Chile

Centro de Estudios Interculturales e Indígenas

Bernardo O’Higgins 501, Villarrica, Chile

[email protected]

 

 

Resumen

 

El objetivo principal del presente artículo es analizar la obra diarística de Michel Leiris como el resultado de una escritura situada en las densas tierras de la subjetividad. Haciendo uso de su diario de campo, el texto aborda las reflexiones del escritor francés respecto del colonialismo europeo en el marco de una expedición antropológica que cruzó el continente africano en la primera mitad del siglo XX. Además, el manuscrito correspone al diario de sueños, antes y después de la misión Dakar-Yibuti (1931-1933), como un recurso literario de gran valor para un mejor entendimiento de su trabajo etnográfico. Por último, el ensayo también desea evidenciar el papel que desempeñó el viaje de investigación a África en el pensamiento de Leiris respecto del discurso colonial, tomando para ello el punto de vista de su diario íntimo.

 

Palabras clave: Michel Leiris, diarios, antropología, escritura autobiográfica, colonialismo.

 

Abstract

 

The main objective of this article is to analyze Michel Leiris’s diaristic work as the result of a writing situated in the dense lands of subjectivity. Making use of his field diary, the text addresses the reflections that the French writer delivered regarding European colonialism in the framework of an anthropological expedition that crossed the African continent in the first half of the twentieth century. In addition, the manuscript emphasizes his dream diary, before and after the Dakar-Djibouti mission (1931-1933), as a valuable literary resource for a better understanding of his ethnographic work. Finally, the essay also wishes to highlight the role played by the research trip to Africa in Leiris’s thinking about colonial discourse, taking for this purpose the point of view of his intimate diary.

 

Keywords: Michel Leiris, Diaries, Anthropology, Autobiographical Writing, Colonialism.

 

Recibido: 15/11/2022 Aceptado: 18/03/2023

 

 

 

1. Introducción

 

Una persona que no lleva un diario, se encuentra en una posición falsa ante el diario de otro.

Franz Kafka, Diarios 1911.

 

Michel Leiris publicó una obra fundamentalmente autobiográfica. La práctica constante de registrar su propia existencia lo llevó a escribir con soltura, día tras día, siguiendo la puntualidad de un calendario en movimiento. Notas, frases, apuntes, reflexiones, hechos vividos; Leiris, alimentándose de sueños y viajes por el mundo, hizo suya la experimentación de métodos antropológicos y adoptó géneros literarios muy diversos para mostrar las distintas formas de sentir y pensar que expresa el género humano. Como bien lo señala James Clifford respecto de su sistema de pensamiento: “mediante el exceso de subjetividad, se garantiza una suerte de objetividad: paradójicamente, la de una etnografía personal” (205).

De los muchos aspectos y tópicos en la obra de Leiris que podríamos considerar, escogemos la escritura de diarios con el propósito de establecer un puente entre antropología y literatura, donde la primera se ocupa de cuestiones fundamentales de la cultura y la segunda imagina realidades heterogéneas que actúan sobre el mundo social (Spivak). En efecto, la escritura en primera persona singular escenifica no solo la diversidad cultural que el autor representa en calidad de etnógrafo, sino que implica un retrato de sí mismo que –poco a poco– se vuelve borroso hasta lo invisible.

Es muy probable que los cuadernos de Leiris sumen millones de palabras. De hecho, sus tres diarios acumulan más de mil quinientas páginas. El primero fue publicado en 1934 con el título L’Afrique Fantôme, un registro meticuloso que expone las observaciones de Leiris como “secretario-archivista” en la primera expedición antropológica patrocinada por el Estado francés para recorrer el continente africano en plena época de dominación colonial (Hayes). El segundo corresponde al diario de sueños Nuits sans nuit et quelques jours sans jour (1961), un texto literario hecho de aforismos autobiográficos que abarcan las vivencias del escritor mediante el conocimiento y la exploración del inconsciente. El tercero es el Journal intime que Leiris compuso desde octubre de 1922 hasta noviembre de 1989, un libro póstumo que, en sus propias palabras, “no sería ni un diario ni una obra en curso, ni un relato autobiográfico ni una obra de imaginación, ni prosa ni poesía, sino todo ello a la vez” (Journal 19).

La cita es reveladora, porque demuestra que las funciones de un diario son variadas y muchas veces contradictorias. De acuerdo con Nora Catelli, “como género carece de estructura, no compone un relato, no selecciona lo significativo del pasado ni lo relevante del presente. Su única exigencia formal es la secuencia cronológica de escritura: el hilo de los días” (109). Esto iría en la misma dirección de lo que dijo Ricardo Piglia en el segundo volumen de Los diarios de Emilio Renzi: “no hay otra cosa que pueda definir un diario, no es el material autobiográfico, no es la confesión íntima, ni siquiera es el registro de la vida de una persona, lo define, sencillamente, que lo escrito se ordene por los días de la semana y los meses del año” (7). De este modo, en un diario puede haber espacio para interrupciones o desórdenes temporales que quiebren esta progresión lineal, sin embargo, mantener a raya el paso del tiempo sería el requisito fundamental.

Poeta y etnógrafo, Leiris es uno de los escritores más novedosos de la antropología y literatura francesa del siglo XX. Sus diarios también siguen una estructura cronológica que va encadenando regularmente la secuencia de los días, el orden de los años. Pero no solo eso. La obra diarística de Leiris entrega meditaciones muy sugerentes acerca de la situación colonial en un mundo que ha dejado de existir tras la Primera Guerra Mundial. En numerosas entradas encontramos definiciones de su pensamiento con observaciones críticas sobre un tema de gran relevancia para la antropología social. El 14 de noviembre de 1931, en el marco de la misión Dakar-Yibuti, el autor afirma: “el saqueo continúa, al igual que la investigación” (211).

Es sabido que siempre ha existido un fuerte vínculo entre antropología e imperialismo, sin embargo, esta dependencia no ha sido debidamente atendida. Coincido con Edward Said (Cultura) cuando sostiene que el vínculo entre poder imperial y saber antropológico ha sido constituido, desde su mismo origen, a través del encuentro colonial entre un investigador europeo soberano y un nativo no-occidental que ocupaba, por decirlo así, un lugar distanciado de los centros metropolitanos globales. En sus diarios, Leiris describe los paisajes de los que es testigo. Con frecuencia narra la dinámica del colonialismo como un problema esencial para las sociedades de las que se ocupa la antropología. Más aún, luego de publicar L’Afrique Fantôme, en un discurso pronunciado el 7 de marzo de 1950, Leiris señala: “la etnografía parece estar estrechamente vinculada al hecho colonial, le guste o no a los etnógrafos” (“L’ethnographe” 87).

El presente artículo se compone de tres partes. La primera aborda el problema del colonialismo en el diario de campo que Leiris publicó luego de una expedición antropológica que recorrió África entre mayo de 1931 y febrero de 1933. La segunda examina su diario de sueños como un recurso literario de gran valor para un mejor entendimiento de su trabajo etnográfico. Por último, este texto desea poner en evidencia el papel que desempeña la figura del viaje en la representación de la alteridad desde el punto de vista de su diario íntimo.

 

 

2. Viaje a África

 

[Leiris] En ese entonces era elegante, pero de una manera sutil y sin la tensión que le quitaría más tarde una parte de esa elegancia. Se maquillaba la cara completamente, sirviéndose de un polvo tan blanco como el talco. La ansiedad con que se roía la extremidad de los dedos cerca de las uñas terminaba de darle un relieve lunar a sus rasgos.

Georges Bataille, El surrealismo al día.

 

Leiris y Bataille se conocieron a finales del año 1924. Ambos tenían un amigo en común, Jacques Lavaud, quien trabajaba clasificando y ordenando libros en la Biblioteca Nacional de Francia. En algún momento hacia esa fecha, en un bar de París, los tres jóvenes tuvieron el proyecto fugaz de fundar un movimiento literario sobre el cual nunca manifestaron sino ideas bastante generales (Ollé-Laprune, “Michel Leiris”). No obstante, la amistad entre Leiris y Bataille perduró sin condiciones hasta el último aliento2. El intercambio epistolar ilumina esta conexión que se mantuvo por más de tres décadas: “no son palabras lo que puede hacerte entender el afecto que me une a ti” (120), escribe el autor de L’Érotisme3. Sea como fuere, estas cartas no solo son un recorrido por la historia del surrealismo francés, sino también permiten profundizar en las circunstancias y en las posiciones filosóficas de uno y otro.

Varios años después del primer encuentro, el 1 de mayo de 1932, Leiris le escribe una carta a Bataille narrándole su viaje por África. Ahí describe imágenes dispersas y relata las dificultades que ha debido sortear como etnógrafo en el marco de la misión Dakar-Yibuti. Leamos una parte de esta correspondencia enviada desde la provincia de Kassala, Sudán:

 

Sin duda, no te sorprenderé si te digo que después de mi pequeño galope a través de los senderos etnográficos empiezo a volver a mis sentimientos más humanos. Es decir, pienso en mis amigos […]. Ya va a hacer un año que deambulo por esta región […]. Lo más atractivo es deambular y entrar en contacto con un número considerable de muestras de la humanidad. Es decir, romper el círculo. Eso es seguramente lo que más necesitaba. (Bataille y Leiris 90)

 

Dijimos antes que la misión etnográfica y lingüística Dakar-Yibuti fue organizada con el apoyo del Estado francés. La operación estuvo a cargo de Marcel Griaule, quien para ese entonces era un reconocido antropólogo y profesor universitario de la Sorbona que colaboraba con Marcel Mauss y Paul Rivet en el Musée du Trocadéro. En su largo periplo por tierras africanas, cuyo recorrido alcanzó, de costa a costa, unos doce mil kilómetros, la expedición consiguió acaparar miles de objetos, manuscritos, máscaras, fotografías, registros lingüísticos, zoológicos, sonoros y botánicos (Sánchez y Hasan). Podría pensarse, en consecuencia, y así lo pensó el propio Leiris, que hubo en el quehacer de esta misión etnográfica-museológica francesa, desde sus inicios, una fuerte impronta colonial que será expuesta en L’Afrique Fantôme, su primera publicación como etnógrafo que comenzará a delinear los contornos de una obra fundada en la escritura autobiográfica.

Ahora bien, parece que conviene dejar establecido esquemáticamente las características de la misión Dakar-Yibuti. La expedición tuvo una duración de veintiún meses, cruzó el continente africano desde el Atlántico hasta el Mar Rojo, pasó por trece países y realizó dos investigaciones de campo en Etiopía y Malí, entre los dogón de Sanga (Hayes). Sostenidos en las descripciones de Paul Rivet y Georges-Henri Rivière, Sánchez y Hasan estiman que en total se recogieron “unos 3.600 objetos, 300 manuscritos y amuletos etíopes, unas 6.000 fotografías a las vez que estudios etnomusicales (incluido el aporte de varios animales vivos para el Museo Nacional de Historia Natural), botánicos y etnográficos” (11). Es relevante recordar que este proceso de recolección de objetos contribuyó a la creación del Musée de l’Homme en 1938, donde Leiris trabajará como etnógrafo hasta los primeros años de la década de 1970. Sabemos también que la misión, con el apoyo económico y la subvención de muchas instituciones públicas y privadas, demostró la creciente “fascinación primitivista” de las sociedades europeas por el arte africano (Foster 178) –asociada a la producción de un discurso de exotización vinculado a la representación de la otredad cultural (Bošković)–. Unos quince años más tarde, Leiris asegura con franqueza:

 

El África que yo recorrí en el período de entreguerras no era ya el África heroica de los primeros exploradores, ni tampoco el África a partir de la que Joseph Conrad concibió su magnífica obra El corazón de las tinieblas, y difería igualmente del continente que hoy vemos salir de un largo sueño y trabajar, a través de movimientos populares como la Agrupación Democrática Africana, en favor de su emancipación. Por ese lado –así me veo tentado a creerlo– ha de buscarse la razón por la que no encontré en ella sino a un fantasma. (El África fantasmal 16)

 

Es curioso cómo este párrafo permite visualizar la decisión de Leiris de nombrar su diario de campo L’Afrique Fantôme, en el que procura desarticular las proyecciones europeas de una geografía imaginaria reflexionando sobre cómo, incluso durante la expedición, el mítico continente africano seguía siendo una fantasmagoría (Albers). En el plano de la representación, las construcciones de estereotipos culturales, que responden a fórmulas específicas de poder/saber, habría que considerarlos a partir del vínculo histórico que se establece entre “Occidente y el resto” (Hall)4. Sin embargo, el criterio con el cual Leiris escribe su diario y trata de producirlo con sus implicancias apenas si debe algo a la representación de la diferencia. Podríamos decir que, más que representar las singularidades de la alteridad, el autor escribe sobre sí mismo dejando un texto abierto con distintas anotaciones que cuestionan las prácticas científicas puramente objetivas de la antropología. Con referencia a esta cuestión, James Clifford concluye que “su obra literaria, dedicada en gran parte a una interminable autobiografía heterodoxa, refuerza el punto etnográfico. ¿Cómo podía Leiris presumir representar otra cultura cuando tenía tales dificultades en representarse a sí mismo? Tal actitud tornaba imposible el trabajo de campo sostenido” (116).

Llegados a este asunto, volvamos una vez más la atención hacia el diario de campo del escritor. La expedición avanza y arriba a Senegal, luego de haber zarpado desde Burdeos el 19 de mayo de 1931. “A las seis, llegada a Dakar. He desembarcado rápidamente y he encontrado correo” (34). Las primeras entradas de L’Afrique Fantôme ponen de manifiesto que Leiris pudo haber sentido la tentación de privilegiar un punto de vista eurocéntrico.

En definitiva, muy poca diferencia entre la vida del funcionario en París y su vida en la colonia (en los grandes centros, se entiende): tiene calor y vive al sol en lugar de estar encerrado, al margen de eso, la misma existencia mezquina, la misma vulgaridad, la misma monotonía y la misma destrucción sistemática de la belleza. Tengo prisa por llegar a la selva. Estoy deprimido. (35)

 

Como se ve, el antropólogo fantasea introduciéndose en lugares más exóticos, en las profundidades de territorios remotos, donde la naturaleza –desértica o tropical– pueda ofrecerle la oportunidad de encontrar una auténtica experiencia con culturas injustamente olvidadas.

En un pasaje se advierte, de manera clara y distinta, el fuerte carácter etnocéntrico que por momentos va adquiriendo el diario de campo:

 

Mopti me recuerda mucho a Grecia, en particular Missolonghi. Hay la misma fetidez de ciénaga. La misma humedad. El mismo bullicio mísero y colorista. Familias enteras de pescadores viven en unas estrechas piraguas y, por la misma noche, extienden unas mosquiteras sobre la orilla para dormir. (138)

 

Con esto, sin duda, los lectores pueden descubrir claramente que el diario de Leiris, en atención a las circunstancias concretas de la expedición etnográfica, estuvo más orientado a exponer sus impresiones –desde un punto de vista europeo– que a estudiar y analizar, desde una perspectiva comparada, las formas de organización social o los ritos religiosos africanos5.

Otra cuestión importante que nos interesa destacar es que Leiris fue registrando en el diario de campo una lista de los medios técnicos usados para llevar a cabo la expedición; grabaciones sonoras, cámaras de filmación, reproducciones fotográficas (Picazo). Junto con lo anterior, en el diario sobresale el controvertido personaje del “informante nativo”, el cual cabría situarlo, según Spivak, “como una figura que, en etnografía, lo único que puede hacer es proporcionar una información que luego el sujeto cognoscente interpretará para su lectura” (18). Leiris puntualiza el asunto pensando el trabajo de un intérprete en el marco de la misión etnográfica.

 

Trávelé es un hombrecillo rechoncho de cara redonda, de la que no se sabe decir si es muy buena o muy maliciosa [...]. Observa ante nosotros cierta reserva, como la de un autor que temiese hablar demasiado frente a personas capaces de saquearle. Las informaciones que nos da sobre la región son clásicas y anodinas. A decir verdad, no es seguro que sepa mucho más. (105)

 

Como es evidente, este fragmento añade una nota crítica en lo relativo a las desiguales relaciones de poder entre investigadores e informantes (Guber).

Antes de concluir este apartado, revisemos una lúcida reflexión del antropólogo francés, Georges Balandier, que nos permite vislumbrar las limitaciones políticas y epistemológicas del colonialismo que Leiris tuvo que enfrentar para llevar a cabo su trabajo etnográfico.

De acuerdo con Balandier,

 

la sociedad colonizada puede ser considerada como una sociedad globalmente alienada, atacada en su propia organización sociocultural (en diferentes grados según la capacidad de resistencia de esta última) y tanto más sometida a la presión de la sociedad dominante cuanto mayor es su degradación. (19)

 

Las palabras de Balandier sugieren que en África se desarrolló un proceso de descolonización que proponía un camino hacia la autodeterminación en el que los pueblos fueran capaces de tomar decisiones relevantes en diversas materias que afectaran sus vidas. Empero, estuvo muy lejos de ser así.

En otro orden de cosas, llegando casi al final del libro, Leiris concluye en la última entrada del diario:

 

He guardado mis papeles en la caja del escritorio, cerrado mis maletas, preparado mi ropa para mañana por la mañana. En mi litera, escribo estas líneas. El barco se balancea suavemente. Tengo la mente clara, el pecho en calma. No me queda nada por hacer, salvo concluir este cuaderno, apagar la luz, recostarme, dormir y soñar… (828)

 

 

3. Imágenes oníricas

 

¿Era la primera secuencia de un sueño muy largo y compuesto de elementos dispares o era el primero de una serie de sueños que tuve la misma noche durante mis vacaciones en Bretaña, algunos meses después de regresar de un largo viaje por el África negra?

Michel Leiris, Noches sin noche y algunos días sin día.

 

En la honda oscuridad de la noche, interviene una cadena de sueños que Leiris empieza a copiar en su diario. Hay poca luz en la habitación. A pesar de esto, escribe a mano en un cuaderno cuadriculado. ¿Y qué escribe? La materia heterogénea que sin cesar arroja la vida onírica. Como todos saben gracias a Freud, la interpretación de los sueños es la principal herramienta para acceder al inconsciente. En sus propias palabras: “interpretar un sueño significa indicar su ‘sentido’, sustituirlo por algo que se inserte como eslabón de pleno derecho, con igual título que los demás, en el encadenamiento de nuestras acciones anímicas” (118).

Hay evidencias concretas que muestran que Leiris no solo leyó a Freud con entusiasmo, sino que también lo comenzó a estudiar en su juventud acompañado de varios amigos que pertenecían al movimiento surrealista, el grupo político y literario en el que contribuyó hasta finales de la década de 19206. A nuestro juicio, el interés principal de Leiris con la obra de Freud reside en la poderosa relación que el psicoanalista austríaco estableció entre el mundo de los sueños y la exploración del inconsciente. De acuerdo con Freud, los dos polos propuestos, el sueño y el inconsciente, se hallan de tal modo interconectados, que es difícil pensarlos separadamente.

Al amanecer, animado por la constante voluntad de indagación interior, Leiris está ya dispuesto a seguir escribiendo en su diario. Es la hora de los sueños, en su gran variedad de formas y mutaciones, que viajan por imaginarias regiones a fin de explorar las profundidades del ser humano (Ollé-Laprune, “Prólogo” 12). Es incierto lo que vemos allí, produce confusión. Leamos un fragmento del cuaderno: “El sueño hace pensar en la telaraña debido a lo que tiene, por un lado, de inestable, y, por el otro, de velado” (31). A través del tejido que forman las arañas, Leiris imagina una bella metáfora arácnida, por decirlo así, con la finalidad de simbolizar el “contenido manifiesto” y el “contenido latente” de los sueños (Freud 154).

Una sencilla alusión al título del libro, Noches sin noche y algunos días sin día, nos muestra, por otro lado, “hasta qué punto sacar a la luz imágenes que llenan la mente del durmiente puede ser de ayuda a la hora de explorar la vida interior del autor” (Ollé-Laprune, “Prólogo” 12). No deja de ser interesante que Leiris recurra desde muy temprana edad a la obra de Gérard de Nerval para comentar sus actividades durante el sueño. Esto es así, quizás, porque el lenguaje puede ser una vía para conocer el inconsciente.

 

Nerval intuye que sus textos lo ayudan a extraer de su mente los tormentos que lo socavan. La primera frase de su relato es: “El sueño es una segunda vida”, y Leiris la cita en el exergo de su libro. La escritura existe para sacar a la luz esa segunda vida, para darle presencia y sentido. (Ollé-Laprune, “Prólogo” 12)

 

La relación de Leiris con el mundo de los sueños, en definitiva, estuvo marcada por distintos acontecimientos que van desde su incorporación en las filas del movimiento surrealista, pasando por su descubrimiento de los escritos de Freud, hasta llegar a la obra de Nerval.

La particularidad consiste en que escribe sobre él, más específicamente, acerca de las partículas disímiles que van a la deriva del tiempo. Por lo que leemos, quiere que el sueño sea un viaje por la memoria.

 

En otro sueño (catorce años anterior a ese, y que era el mismo la reedición de otro sueño más antiguo), participaba en un combate de boxeo en beneficio del museo. No me hacía ninguna gracia e intenté escaquearme en el último momento, declarando sin ningún tipo de pudor que no tenía la menor intención de dejar que me molieran a palos. (211)

 

Más adelante, agrega que el combate vinculado con su profesión de etnógrafo vino inspirada por el hecho de que, el 15 de abril de 1931, el campeón mundial en la categoría peso gallo, Teófilo ‘Panamá’ Al Brown7, peleó contra el boxeador francés Roger Simendé en la Feria de Invierno de París para apoyar el financiamiento de la misión Dakar-Yibuti.

En otro sueño, Leiris escribe sobre su viaje a África: “Y en realidad, ¿acaso mi excursión de casi dos años no nos había separado materialmente y mi vida, en lo sucesivo, no iba a jugarse, en lo profesional, en dos tableros distintos, puesto que a mi actividad de escritor iba a sumarle la de etnógrafo?” (133). En este sentido, podría decirse que en el cuadro formado por el sueño y por los hechos biográficos que lo constituyen, todo transcurre como si viéramos una dualidad basada en dos vivencias: la vocación literaria y el trabajo de antropólogo. El mismo día (4 de septiembre de 1933): “Con A. Téride y probablemente Albert Skira (que por entonces dirigía la revista Minotaure8, cuyo número dos estuvo dedicado a la misión etnográfica en la que yo acababa de participar), atravieso un peñasco gracias a pasadizos subterráneos” (131). A la luz de esta cita, habría que concluir que el diario de sueños de Leiris es una entrada muy sugerente para quien de verdad desee adentrarse en la subjetividad del escritor que, de muchas e ingeniosas maneras, va encadenando las relaciones entre antropología y literatura.

No sería desmedido afirmar que los orígenes de la antropología estuvieron ligados al poder de los imperios (Zapata). Su desarrollo teórico a comienzos del siglo XX implicó la producción de una específica forma de saber científico que tuvo la función de representar, traducir e incluso hablar en nombre de otras culturas no occidentales:

 

De todas las ciencias modernas, la historia de la antropología es la más estrechamente ligada al colonialismo, puesto que era frecuente que antropólogos y etnólogos informaran a los funcionarios coloniales sobre las creencias y las costumbres de los pueblos nativos. Claude Lévi-Strauss reconoció esto cuando calificó a la antropología de “doncella del colonialismo”. (Said, “Representar” 32)

 

Indicamos antes que en distintas publicaciones, incluidos sus diarios y artículos académicos, es posible percatar la posición que Leiris asumió respecto de los puntos de contacto entre la antropología y el poder imperial. Todavía más, en relación con la etnografía, Leiris sostiene que puede definirse, en pocas palabras:

 

como el estudio de las sociedades desde el punto de vista de su cultura que se observa para intentar identificar sus características diferenciales. Históricamente, se ha desarrollado al mismo tiempo que la expansión colonial de los pueblos europeos y la extensión a una porción cada vez más vasta de las tierras habitadas de este sistema que se reduce esencialmente a la esclavización de un pueblo por otro mejor dotado, echándose un velo vagamente humanitario sobre el objetivo final de la operación: asegurar el beneficio de una minoría privilegiada. (“L’ethnographe” 84)

 

Esta conceptualización nos ayuda a precisar el significado de un problema que por otro lado podemos considerar, con justo derecho, tremendamente importante para situar el real trasfondo sociopolítico en el cual aparecerá el libro Noches sin noche. Haciendo uso de experiencias vividas, Leiris sueña con distintas imágenes que aluden a los procesos de descolonización en África. En enero de 1948, escribe:

 

Reflexionando sobre los problemas sociales que se plantean en Argelia […] la sensación de rompecabezas es tal que me invade la angustia y grito. Tan pronto me despierto, intento recordar aquello que, por debajo del contenido general, constituía específicamente mi pesadilla. (213)

 

Y en marzo de 1934, un año después de regresar de la misión Dakar-Yibuti, afirma:

 

Llevo en la cabeza un casco colonial de caoba maciza que he traído de África. Es magnífico, pero la correa de sujeción que pasa bajo el mentón está casi rota. Al despertar, conservo una sensación incómoda, puesto que lo interpreto como un símbolo de castración. (141)

 

En el correr de estas líneas, Leiris evidencia la relación entre etnografía e imperialismo. Sabemos que el autor escribe lo que sueña, y sueña, entre otras cosas, con las experiencias vinculadas a su profesión de antropólogo en un contexto colonial europeo. Sabemos, a su vez, que compone versos y poetiza el mundo onírico. En Intervalo exiliado, leemos:

 

Sueño durable de reflejos

evadidos de la curva viviente,

 

fuera de las perspectivas del lenguaje

el reino de las osamentas abreva

en el mudo nido del enigma. (Para leer 426)

Lo que Leiris nos permite apreciar aquí es la tensión entre la palabra y el silencio, la ficción y la realidad que envuelve el sueño enigmático. Una segunda lectura entrecruzada pone de manifiesto diferentes acentos y matices que, de cierto modo, enlaza los dos versos citados “sueño durable de reflejos” y “fuera de las perspectivas del lenguaje”. En efecto, el autor considera que la escritura de los sueños puede profundizar en determinadas zonas del ser humano, pero que el arte de la palabra no podría aprehender en su totalidad, es decir, habría cierta impotencia del verbo frente a lo sondeado en esa “segunda vida” que indica Nerval.

No cabe duda de que el sueño es uno de los temas que más interesa a Leiris. Es más, en el L’Afrique Fantôme dice: “En el transcurso de mi vida blanca y negra, la marea del sueño obedece al movimiento del planeta, como el ciclo menstrual y las migraciones periódicas de las aves” (112). Citando el bello prólogo que Blanchot preparó para la traducción al inglés del diario de Leiris (Nights as Day, Days as Night), digamos que lo que “antes eran sueños, ahora son signos de poesía” (“Dreaming” 19).

 

 

4. Leiris por sí mismo

 

La continuidad-continuación de los hechos, la reaparición de los personajes, las situaciones que esperan su desenlace, todo eso crea un Ersatz de novela (¿o es la lectura de novelas lo que preforma la lectura de un diario?).

César Aira, Continuación de ideas diversas.

 

Leiris no trata de comprenderse a sí mismo […] Leiris escribe para aterrorizar, y poder así recibir de sus lectores la dádiva de una fuerte emoción: la emoción necesaria para defenderse a sí mismo contra la indignación y la repugnancia que espera despertar en sus lectores.

Susan Sontag, “Edad de hombre, de Michel Leiris”.

 

¿Quién soy yo? Leiris se observa, y ver que se puede observar es motivo de extrañeza, porque el retrato que construye de su existencia se pierde en el infinito, en la corriente de un largo sueño que avanza por la noche silenciosa, como si el rostro se multiplicara dentro de una campana de cristal. ¿Qué se cuenta y qué queda fuera del relato? ¿Qué decir de la época que le tocó vivir? ¿Cómo hay que interpretar entonces el diario íntimo?

La memoria de Leiris está organizada por imágenes sueltas, relaciones personales, sentimientos privados, dolores de la infancia y viajes por el mundo. Pero Sontag está en lo cierto cuando afirma que Leiris no quiere comprenderse a sí mismo a través del lenguaje. La narración autobiográfica más bien trata de arriesgar la vida hasta las últimas consecuencias como una particular manera de pensar y experimentar la literatura. De acuerdo con la aproximación de Sontag, que es inteligente y cuidadosa: “no basta con ser escritor, hombre de letras. Resulta aburrido, pálido. Carece de peligro. Leiris debe sentir, cuando escribe, el equivalente a la certeza que tiene el torero de arriesgarse a una cogida. Solo entonces merece la pena escribir” (627).

En concordancia con esta reseña, habría que leer el diario íntimo de Leiris, elaborado entre octubre de 1922 y noviembre de 1989, a la luz de otros dos libros autobiográficos que son indispensables para entrar tanto en su producción literaria como en la historia de su vida. Me refiero a L’Âge d’Homme (1939) y La Règle du jeu (1948). En el universo de ambas publicaciones, además de la autofiguración textual, Leiris escarba en su vida cotidiana como si fuera una historia que puede ser contada en primera persona. Al mismo tiempo, el narrador-protagonista se refiere a sí mismo como alguien quien dice la verdad, articulando y exponiendo un conjunto de experiencias vividas. Por ello es posible argumentar, siguiendo a Molloy, que la autobiografía

 

es siempre una re-presentación, esto es, un volver a contar, ya que la vida a la que supuestamente se refiere es, de por sí, una suerte de construcción narrativa. La vida es siempre, necesariamente, relato: relato que nos contamos a nosotros mismos, como sujetos a través de la rememoración; relato que oímos o que leemos, cuando se trata de vidas ajenas. (15-16)

 

En el diario, Leiris expone su vida por escrito. Pero en el texto no vemos a ningún sujeto que mire retrospectivamente el pasado, puesto que la fugacidad del presente es la temporalidad del diario íntimo. El 30 de octubre de 1936, registra su punto de vista:

 

El absurdo fundamental del [journal intime] que es casi una contradicción en los términos: no solo formulo para mí y hablo solo para mí (haciendo así del lenguaje –una cosa social– un uso estrictamente individual) una especie de inversión de lo que es su función propia; (esto me lleva a plantear la cuestión de si está justificado que me tome a mí mismo como objeto y si encuentro aquí la técnica adecuada para llegar a esta famosa identificación del sujeto y del objeto), sino que me escalono a lo largo de las fechas, cosas externas a mí que constituyen mis puntos de referencia esenciales: me pienso por días, por meses, por años, desagrego así mi intimidad para someterla a los marcos más impersonales, a los que, por definición, le son más ajenos. (Journal 382 y 383)

 

Las páginas del diario íntimo están atravesadas por visibles “puntos de referencia” que van organizando los intereses del escritor. Leiris se piensa a sí mismo en días, meses y años, por consiguiente, la presencia de la fecha en el encabezado de las entradas del diario se convierte en un requisito ineludible. En un ensayo que ya citamos, Catelli señala que esta exigencia “es lo que hace el género, lo que lo constituye, independientemente de los contenidos que así se pauten” (119).

Acaso no es inútil destacar algunas diferencias y semejanzas dentro de los géneros referenciales. En un libro publicado en 1994, Philippe Lejeune propone la siguiente definición para el concepto de autobiografía: “relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, poniendo énfasis en su vida individual y, en particular, en la historia de su personalidad” (48). Expuesta de esta manera, podría decirse que buena parte de la obra de Leiris cumpliría con las condiciones que exige la escritura autobiográfica, puesto que en ella concurre “la identidad del autor, la del narrador y la del personaje” (49). Pero uno de los problemas que surge de esta cuestión es la frontera siempre difusa e inestable entre ficción y realidad, entre lo verdadero y lo imaginario, ya que la autobiografía pareciera depender fundamentalmente de hechos reales o verificables en el campo de la experiencia. En términos más generales, como bien lo señala el crítico literario Paul de Man, la distinción entre ficción y autobiografía “no es una polaridad, sino que es indecible” (114).

Desde otro ángulo, Leonidas Morales plantea que el cuerpo teórico del diario íntimo, al igual que el de otros géneros referenciales (como la autobiografía, la epístola o la memoria), tiene una historia más o menos reciente que comienza en la década de 1950. Para el caso de la teoría francesa contemporánea, “la más continua e influyente” (16), destacan principalmente las contribuciones de Michele Leleu, Maurice Blanchot, Alain Girard y Béatrice Didier. De todos ellos me parece necesario subrayar la figura de Blanchot, primero, por los vínculos con Leiris en lo que refiere a la situación política en Argelia9, y acaso de manera más determinante, por las novedosas ideas que el filósofo introdujo en sus ensayos sobre las propiedades fundamentales que caracterizan la identidad del diario íntimo10.

Uno de los rasgos distintivos del género tiene que ver con la condición temporal de la escritura y su relación con la subjetividad. Blanchot dice, en efecto:

 

El diario íntimo, que parece tan liberado de las formas, tan dócil ante los movimientos de la vida y capaz de todas las libertades, puesto que pensamientos, sueños, ficciones, comentarios de sí mismo, acontecimientos importantes, insignificantes, todo le conviene, en el orden y en el desorden que se quiera, está sometido a una cláusula de apariencia liviana, pero temible: debe respetar el calendario. Es el pacto que firma. El calendario es su demonio, el inspirador, el compositor, el provocador y el guardián. (El libro 219)

 

En el curso del párrafo recién citado se puede observar de qué manera el diario íntimo debe respetar el paso del tiempo. Este cumplimiento, entonces, quiérase o no, compromete a quien escribe sobre sí mismo, en nombre propio, a mantener una disposición reflexiva respecto de la existencia individual. Y en cualquier caso, como ya dijimos, siempre habrá espacios para intervalos que quiebren esta progresión lineal (Catelli). Es más, en 1928 Leiris escribe en su diario únicamente cinco entradas distribuidas en siete meses, en 1938, seis entradas, y entre 1931 y 1933 decide suspender la escritura de su diario íntimo11 para dedicarse por completo a su diario de campo etnográfico en el escenario de la misión Dakar-Yibuti.

La configuración del mundo poscolonial termina por mostrarse como el contexto geopolítico que interroga el presente de Leiris. Un mundo asediado por los drásticos cambios que provocaron los movimientos de descolonización en distintos países del sur global, lo que significó que a mediados del siglo pasado el número de naciones africanas reconocidas por la comunidad internacional se multiplicara como nunca hubo jamás en toda la historia moderna (Hobsbawm).

La sensibilidad política de Leiris se manifiesta interviniendo en distintos espacios: en 1934 se une al Comité de Vigilancia de Intelectuales Antifascistas y en 1967 viaja a La Habana junto con varios intelectuales franceses por la conmemoración de la Revolución cubana12. Respecto a la relación entre literatura y política, escribe en su diario:

 

Mucho más que una “literatura comprometida”, creo en una literatura “que me compromete”: la imposibilidad en la que me encuentro, por ejemplo, de tomar una posición que no sea anticolonialista en todo lo que se relaciona estrecha o remotamente con la cuestión colonial, para no contradecir la imagen de mí mismo que surge del L’Afrique Fantôme. (Journal 482)

 

Esta interpretación de su propia literatura, en la que también aprovecha para referirse a su trabajo de etnógrafo, es muy sintomática respecto de los virajes de su pensamiento, puesto que a los pocos años de finalizar la expedición, Leiris empieza a cuestionar decididamente la violencia del colonialismo europeo. En el prefacio a la segunda edición de 1950 de L’Afrique Fantôme, expresa su disconformidad con el libro:

 

Necesité otros dos viajes a países coloniales o semicoloniales […] para descubrir que no hay etnografía ni exotismo que valgan frente a la gravedad de las cuestiones planteadas, en el plano social, por las disposiciones del mundo moderno, y que, si el contacto entre hombres nacidos en climas muy distintos no es un mito es en la medida exacta en que pueda realizarse mediante el trabajo común contra quienes, en la sociedad capitalista de nuestro siglo XX, son representantes de la antigua esclavitud. (17)

 

Leiris riñe con el viaje que dio origen a la aparición de L’Afrique Fantôme por el claro vínculo de la antropología con el imperio colonial, pero también por la mala recepción que el texto tuvo en algunos círculos académicos universitarios. En el diario íntimo aborda el problema:

 

Han pasado casi dos años desde la publicación de este desafortunado libro y en el mundo de los profesores se sigue hablando de él de la misma manera. [Marcel] Mauss declara que soy un “literato”, que “no soy serio”, repite que este libro ha sido muy perjudicial para los etnógrafos que investigan el mundo colonial. (379)

 

Siguiendo el razonamiento de Mauss, L’Afrique Fantôme no habría sido científicamente serio porque Leiris era ante todo un literato, situado en las escrituras de la intimidad. Curiosa manera de separar el campo literario del antropológico como si fueran actividades del conocimiento totalmente opuestas. No obstante, poco antes de empezar su nuevo proyecto, el de antropólogo, Leiris ofrece una aclaración: “mi principal actividad es la literatura, término hoy muy desprestigiado” (Journal 44).

En definitiva, podría argumentarse que el diario íntimo de Leiris va dejando constancia de numerosas revelaciones, como la recepción de su trabajo etnográfico en momentos de grandes transformaciones sociopolíticas, sus vínculos con el surrealismo y la antropología francesa, o la experiencia del viaje como una manera de separarse de lo propio y encontrarse con la diferencia (Orrego y Serje). El diario apela entonces a la realidad más inmediata del escritor, a la continuidad de los hechos vividos que están ahí.

 

 

5. Conclusiones

 

Agregamos un comentario final sobre los vínculos entre la antropología y la literatura para explicar las razones que nos llevaron a elegir los diarios de Michel Leiris. En primer lugar, podemos decir que las conexiones y los parentescos entre ambas disciplinas se expresan de múltiples maneras: relatos de viajes, diarios de campo, estrategias narrativas, géneros de escritura, perspectivas atentas a los pequeños hechos (Jamin 2018). A nuestro entender, el principal nudo que las entrelaza de manera decisiva es la inquietud manifiesta por las prácticas humanas de significación cultural, así como las relaciones sociales y los dispositivos de representación en ejercicio. Hay una gran variedad de textos –literarios y etnográficos– que avalan dicha afirmación. Es, sin ninguna duda, el caso de la obra diarística de Leiris.

Los tres diarios que analizamos aquí exponen la vida del autor y sellan aspectos fundamentales de su escritura (el discurso colonial, la dimensión onírica y la práctica del viaje). Vistos en su conjunto, permiten conocer raegos de su persona que lo convierten en un escritor singular e intrigante. Publica sus cuadernos para que podamos conocer su subjetividad, demostrando un verdadero interés por la literatura mediante el acto de la confesión que, ciertamente, fue una práctica generalizada en las letras francesas de la modernidad (Montaigne, Rousseau, Stendhal, Gide). En la narración de su vida cotidiana, Leiris no pretende ocultar sus obsesiones, por el contrario, la práctica de expresar sus sentimientos, presentándose a sí mismo como alguien quien dice la verdad, lo lleva a cuestionar duramente su atormentada trayectoria vital. “Lo que yo ignoraba era que, en la base de toda introspección, existe la satisfacción de contemplarse, y que en el fondo de toda confesión existe el deseo de ser absuelto. Mirarme sin complacencias era no dejar de mirarme, mantener mis ojos fijos en mí en lugar de apuntarlos más allá para elevarme hacia algo más ampliamente humano” (De la literatura 22).

Leiris escribió un diario íntimo que mantuvo por 68 años. A la vez, publicó un diario de sueños con más de cien entradas, y junto a este, un diario de campo etnográfico que narra su viaje de investigación a lo largo del continente africano durante la primera mitad del siglo XX, cuya experiencia será el punto de partida de un nuevo oficio que marcará para siempre su pensamiento: la antropología. He ahí, entonces, una dimensión imprescindible en el trabajo intelectual de Leiris: introducir, en la antropología, en un nivel más amplio, más elevado, una relación transdisciplinar con la literatura. Pero ahí surge otra cuestión quizás más relevante aún: dilucidar los espacios donde se encuentran y se distancian, donde se pierden y donde se establecen los puntos de contacto entre el arte y la etnografía.

 

 

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1 Este artículo forma parte del Proyecto ANID/FONDAP/1523A0003, del cual soy investigador postdoctoral. Agradezco a Alejandro Fielbaum por su ayuda en la traducción de las citas y a Pedro Mege por su lectura del borrador.

2 Sigo la idea de Maurice Blanchot (La amistad) quien, leyendo a Bataille, propone pensar el vínculo afectivo de la amistad, “la dicha de enmudecer”, como una relación sin dependencia, pero movilizada por un horizonte de reconocimiento recíproco basado en el sentimiento de una extrañeza común.

3 Como se recordará, el libro de Bataille está dedicado a Leiris. “No habría escrito este libro si hubiera estado solo a la hora de elaborar los problemas que me planteaba. Quisiera indicar que aquí mi esfuerzo fue precedido por Le miroir de la tauromachie, de Michel Leiris, donde el erotismo es considerado como una experiencia vinculada a la vida; no como objeto de una ciencia, sino como objeto de pasión o, más profundamente, como objeto de una contemplación poética” (El erotismo 13).

4 Dicho sea de paso, “uno de los temas favoritos de la teoría poscolonial, diríamos su tema fundante, es el que Said denominó Orientalismo […] y ni hace falta decir que este es un tema político recurrente, casi una verdadera obsesión de los antropólogos críticos: ¿cómo dar cuenta adecuadamente de la cultura del ‘otro’ sin traicionarla?” (Grüner 20).

5 Vale la pena recordar que antes de iniciar la misión Dakar-Yibuti, Leiris ya había publicado un puñado de textos antropológicos en la extinguida e influyente revista Documents: Archéologie, Beaux-Arts, Ethnographie, Variétés. El título de la revista resulta decisivo pues establece una manifiesta comunicación entre arqueología, bellas artes y etnografía.

6 En el índice onomástico del diario íntimo de Leiris podemos encontrar una docena de entradas referidas a Freud. En mayo de 1929, señala: “Libros para leer: Las confesiones de J. J. Rousseau; Tótem y tabú, y Psicología colectiva y análisis del yo de S. Freud” (238). Y en 1960: “Marx y Freud. ¿Cuál importa de estos dos términos? Considerada de forma menos rígida de cómo se imagina, la geometría del producir (cómo el hombre se organiza para alimentarse, vestirse, habitar, producir sus útiles, etc.) o, pensada de forma menos fantasista de lo que se podría creer, el juego de máscaras del reproducir (o las mil y una mitologías que proliferan alrededor de la actividad procreadora)” (602).

7 Leiris escribió una nota breve sobre América Latina en la desaparecida revista Imán en la que alude al citado boxeador panameño. Señala: “En lo que se refiere a mí, debo afirmar que, fuera de algunos rudimentos escolares, tomados en los manuales de geografía, no sé casi nada de América Latina […] conozco la leyenda de El Dorado y las matanzas horrorosas cometidas por los conquistadores bajo la máscara mediocre de la religión; acabo de enterarme de que el boxeador Al Brown (a quien estimo mucho) es oriundo de Panamá” (202).

8 El segundo número de la revista Minotaure estuvo dedicado a la misión Dakar-Yibuti (publicado el 1 de junio de 1933). Cabe hacer notar, además, que en esta híbrida revista colaboraron destacadas figuras vinculadas al grupo surrealista del París de los años veinte: Pablo Picasso, Henri Matisse, Max Ernst, Salvador Dalí, Joan Miró, André Masson, Marcel Duchamp, André Breton, Roger Caillois, Georges Bataille y Jacques Lacan.

9 Leiris fue uno de los primeros en firmar la Déclaration sur le droit à l’insoumission dans la guerre d’algérie (“El manifiesto de los 121”), publicada en 1960, a la que Blanchot dará su título definitivo para visibilizar, y por cierto no olvidar, la grave crisis política que se vivía en Argelia durante aquellos años. Termino citando el párrafo final de la declaración: “la causa del pueblo argelino, que contribuye decisivamente a arruinar el sistema colonial, es la causa de todos los hombres libres” (6).

10 Lorena Amaro dice sobre la distinción entre autobiografía y diario íntimo: “La autobiografía es retrospectiva, esto es, el narrador se sitúa en el presente y desde allí debe recordar hechos pasados, ocurridos antes de hacer su narración. En este sentido, la autobiografía difiere del diario íntimo, en el cual una persona puede relatar lo que le está sucediendo en el momento mismo de escribir, o lo que ha sucedido muy poco rato antes” (59 y 60).

11 Hay una gran cantidad de diarios íntimos publicados de manera póstuma, es decir, son textos que, en determinados casos, no están pensados para que puedan ser leídos por nadie más aparte de quien los escribe. Ejemplos abundan: Franz Kafka, Virginia Woolf, Sylvia Plath, Cesare Pavese, Alejandra Pizarnik y José Maria Arguedas. Curiosamente, todos/as aquí señalados –excluyendo a Kafka– se quitaron la vida y dejaron en sus diarios anotaciones sobre la posibilidad de darse la muerte. En lo que concierne a Leiris, hay antecedentes directos de que el autor de L’ Âge d’Homme habría tratado de acabar con su vida tomando barbitúricos el 29 de mayo de 1957. Al día siguiente del fallido intento, confiesa: “Después de beber, ingerí entre 5 y 6 gramos de fenobarbital, lo que hizo necesario mi traslado al Hospital Claude-Bernard. Empiezo a recuperar la conciencia el domingo por la tarde y es en el propio hospital donde comienzo, al principio de forma muy informe y deslavazada, la redacción de un nuevo diario, en un cuaderno escolar que lleva la mención ‘Lutèce’ sobre una viñeta coloreada que representa la plaza Vert-Galant” (Journal 549). Para una reflexión más atenta sobre los vínculos entre los diarios y el suicidio, revisar “Diarios de suicidas” de Carla Cordua.

12 Leamos la penúltima estrofa de un poema que Leiris le dedica a la isla con el título Blason pour Cuba: “Cuba sin fronteras / a pesar de los que quisieran cercarla / y sin candados / para la Revolución / derriba a diario nuevos muros” (Poems 143). Por otro lado, es importante hacer notar la amistad de Leiris con Aimé Césaire, poeta e intelectual de Martinica que acuñó el concepto de negritud. “Indudablemente, Césaire no sólo es un gran poeta negro sino además un gran poeta de la descolonización, sin embargo es preciso olvidar su ‘negritud’ y escuchar su voz simplemente como la de un gran poeta” (“¿Quién es?” 399).