Revista de Humanidades N.º 50: 15-22 ISSN: 07170491 • DOI: 10.53382/issn.2452-445X.821
Lumpérica y su cita
con el margen
en la noche de la dictadura
Lumpérica. A date with the margins in the night of dictatorship’s
Eugenia Brito
Universidad de Chile
Capitán Ignacio Carrera Pinto 1025, Santiago, Chile
eugeniabritoastrosa@gmail.com
Resumen
El presente trabajo consiste en una relectura de la primera novela de Diamela Eltit, Lumpérica, en 1983, desde los ejes semánticos de mujer, margen y América. Y de la revolución que significara esta novela y su aportación a la literatura chilena e hispanoamericana.
Palabras clave: mujer, margen, América Latina, relectura.
Abstract
The present work consists of a rereading of Diamela Eltit first novel, in 1983, from the semantic axes of women, margin and Latin America. And about the revolution that this novel meant and its contribution to Chilean and Latin American Literature
Keywords: Margin, Women, Rereading, Latin America.
Recibido: 04/04/2024 Aceptado: 5/31/2024
Desde que Diamela Eltit publicó Lumpérica en 1983 (Ediciones del Ornitorrinco) han pasado cuarenta años, pero su juventud es exacta y precisa. La voz narrativa –una y la misma que la de la figura narrada– da cuenta de esta cita particular de la enunciante que instalada en una plaza de Santiago de Chile, bajo la luz del luminoso, ensaya en una noche singular, escenas, poses, caídas, erratas. Constituyendo al decir de Mónica Ríos un archivo histórico de las formas y modos de representación de la realidad, de sus cortes, deseos y desvíos. La filmación se ubica sobre un escenario importante para los chilenos: la plaza quizás el lugar desde donde se estableciera la conquista (1541), la plaza, eje de la división geopolítica de la ciudad, pues en torno a ella se ubicaban los mercados y al medio la horca para ajusticiar a los sentenciados. Y demostrar el poder de la Justicia Real. La plaza, hoy diseminada en la modernidad, marcaba las fronteras étnicas, sociales y culturales.
Cierto es que la novela puede dar origen a un archivo, de hecho constituye un archivo, no solo por la cantidad de textos analíticos que ha suscitado, sino también porque inaugura una escena que tiene un volumen y un espesor inéditos. Por su interpelación a la representación, a la mímesis desde la cual se genera su puesta en escena, a partir de las formas en las que acontece: cine, performance, documento, narración. Así como la comparecencia de todas ellas en un registro escritural que revisa continuamente su proceso, lo perfecciona, lo corrige y lo transforma –una y otra vez– en sucesivas poses, tomas o bien, para seguir con la narrativa, que es retomada para retramar la escena o las escenas en sendos capítulos con el fin de producir a un cuerpo único en la novela escrita en Chile, generando una novela objeto. A pesar de ciertos antecedentes que guarda Lumpérica, con el campo de la literatura chilena, sobre todo por su opción por los márgenes, tal como lo hicieran Droguett, Donoso y Marta Brunet, su estética es verdaderamente única y representa un quiebre epistemológico en ese territorio, al que enfrenta con los planteamientos conceptuales de la neovanguardia.
Lumpérica –como libro que plantea una poética nueva, desde lo político, desde el cuerpo, la mujer y la historia– no se continúa en la literatura chilena. Alcanzo a ver un giro análogo en Francia, con Las guerrilleras de Monique Wittig y también en El gran cuaderno de Agota Kristoff. Es un gesto único, imborrable, insuperable. Como lo fue el texto de Wittig, único en la construcción de una estética lésbica, y en la elaboración de una postura feminista radical, épica, erótica y filosófica. La que orientara en gran medida el feminismo y la escritura de Judith Butler en toda su obra.
Por otra parte, Agota Kristof con El gran cuaderno, publicado en 1986, galardonado en 1987 con el Premio Libro Europeo y traducido a más de veinte idiomas, produjo un texto también único e implacable, por la fuerza de la escritura que lee los efectos de la guerra en psiques y cuerpos y el fuerte desgarro a la que condujo. A la par sostiene la condición humana del desamparo y el mal, como forma de sobrevivencia. La destrucción como efecto irreparable de la guerra.
La novela de Agota Kristof formuló también su paradigma, con el ojo certero para construir la analítica de la guerra y la posguerra en Europa. Ella deja leer sus huellas en los textos de Hertha Müller así como en múltiples escritores.
Lumpérica se constituye en la novela latinoamericana que escenifica el lugar del sujeto descentrado, sin capacidad simbólica para emerger de la tiranía y la guerra y frente al cual instala su cuerpo y el poder del lenguaje desde el lugar anónimo de la plaza.
Este lugar aparece como un escenario performático, de valor histórico y político. Lugar, sin embargo, solitario y frío, la noche de Santiago fue siempre un lugar helado. En su centro, los pálidos se instalan y L. Iluminada ensaya su transcurrir en el lugar. ¿Y quiénes son estos pálidos? Los vagabundos de este país, excéntricos, solitarios, únicos. Estos exiliados de todo relato son convocados por la escritura de Eltit y a plena luz –a la cruel y vigilante luz de la noche en dictadura– escriben e inscriben sus nombres en la piel de un cuerpo que quiere emerger sin órganos, ajeno a la domesticación, a la organicidad y a la vigilancia.
Con Lumpérica se abre la ciudad controlada, mostrando sus heridas y grietas. Una extensa vigilancia la cerca y la emplaza pero ella parte desde esos márgenes, esas zonas innominadas que acaso, por parias y huérfanas, no llegan a la letra, no pueden, tal vez no deseen llegar a ese formato censurado que metaforiza el cuadrante de la plaza sitiada. Sin embargo, es allí donde se produce la herida y el grito:
Luz del luminoso, herida, grito y atentado, se convierten solo en un eco del lumperío, que sufre transformaciones hasta que sus pieles se tornen fosforescentes y la imagen de la literatura aborde y condicione unos cuantos escritos. Encarnados en el brillo que se le saca a esos cueros marchitos, depreciados. Porque tendidos en la plaza sus mentes serán cuerpos para que L. Iluminada –como material de observación– reviente en la letra la pesadilla de estas noches. (33)
La herida abre este corte vertical en la memoria y permite en la dimensión del grito la puntuación del texto que bautiza, abriendo espacios para esas articulaciones innominadas y previas a la sintaxis de un relato otro, donde la enfermedad como hiato de una normalidad siempre transitiva y adherida a los centros, consiga iluminar las texturas de pieles escritas desde otras aperturas. Otros escenarios, tejidos de la noche que borra las diferencias para hacerlas ingresar en el brillo de una otredad pensante en la que la metamorfosis del cuerpo es como en Kafka, una revolución de la mente.
Esta modificación implica un cambio en el lenguaje y es desde ese lugar que se mueve Lumpérica: el cuerpo es el reducto de la letra para hacer hablar un imaginario censurado y provocar una fiesta de la significación y del sentido, la que se convoca desde sus múltiples tropos y en la coexistencia de una sintaxis nueva instalada en el desarme y la ruptura de la otra.
Altera pues el orden lineal del lenguaje y, con él, del sistema de significaciones, y abre sus paradigmas para hacer emerger el cuerpo de esta nueva escritura, sus poses y fotogramas con todo el juego de sus luces y sombras.
Es el eriazo el que recibe al sistema dominante y a las huellas de su representación, como lo hace con la pregunta del interrogador (capítulo 2), que insiste en tener una verdad que nunca se presenta y que no es sino un juego, que se disemina y pulveriza como el fantasma desde el cual un cuerpo nuevo, otro extiende sus fronteras:
Brusca la fina raza se enraíza con su metal collar al cuello:
la correa sostiene
la tira la correa cuando su olfato la rinde de la presa. Si macho huele también l’ostiga + el tronco del árbol + el césped + la presa huye.
De su cepo cae herida la manceba y se humilla al replegar sus patas. No se cruza y no la cruza
Quiltrerío langue /quiltrerío
Popular sierpe de la tropa
Su cordel cuello la ciñe del pescuezo, la plaza recorre, la plaza se finita pa sus patas (85)
En “Escenas múltiples de caídas”, herida y lenguaje son uno. El corte en la piel, es la incisión que reclaman los significantes y el lugar en que descansa la sola ficción de esta novela.
Burlesca trampa alucinado hueco que se abre tirando la luz que emana al vituperado cuadrante.
Ya que más quieren si todo lumperío
Refulge. (165)
En Lumpérica, es el margen síquico, cultural y político el que se va desplazando a los centros, mediante las permutaciones y metáforas de su trabajo lingüístico. Es a ellos que el texto brinda soporte y cuerpo, ingresándolos mediante cortes y poses, a la iluminación requerida para comparecer en la escena de la escritura. Por decirlo de otra manera, son los documentos de un borrador que L. Iluminada ensaya como en un block mágico, la salida del sistema opresor, y el orden impuesto por cualquier mediación, sea lenguaje o toma, todos estos serían los signos obstructores de una trama que es escrita sobre esos mismos interruptos y oscilantes paradigmas, que la narradora descarta como erratas o caídas. Como cortes también sobre la piel de su cuerpo coincidentes en este caso con el cuerpo del texto.
De ahí la singularidad de esta novela, cuya estructura avanza en ese ritmo. En el espaciamiento de una escritura de ficción y en la ficción de esa escritura. Por ello, la necesidad del acto ritual del bautizo, en que participan tanto L. Iluminada como los pálidos, nombre que la novela escoge por el “lumperío”: los marginales que concurren a esta cita nocturna.
Se trata del reposicionamiento de una escritura permeable y fragmentaria que se sumerge en las matrices del pensamiento asidas a las rupturas en el cuerpo significante de la lengua. Se trata entonces de un orden otro, que deja cursar una diferente subjetividad. Y materialidades concretas para los significados que se perciben en una dimensión distinta a la dictaminada por el orden social vigente en esta novela como comunión. Por ocurrir en el cuerpo y desde el hueco y a través de los tajos, la comunión entre L. Iluminada es erótica y material. Y lo que se brinda como goce es lo abierto y expuesto del cuerpo y la página que desde y en ella hace advenir a un nuevo orden y un diferente sentido.
La ciudad que aparece en la novela es también fruto de una decisión poética. Abrir el espacio de la vigilancia: la zona de la catástrofe y el derrumbe, destruida, pero iluminada y vigilada por estos focos y estas voces que llegan a lo lejos, formulando preguntas, generando interrogatorios.
Toda esta producción se arma por el deseo que guía los significantes capítulo a capítulo, exponiendo esta nuda vida, que se ofrece a lo que la enunciante denomina “La bautizada”, que es la caída del cuerpo de la letra dominada y la asunción del nombre o apodo, que el luminoso ejerce como rito poético y como acto político. Con el deseo y tal vez la esperanza de que esa cita triple –mujer, lumpen, América– sea algo más que una fantasmagoría, un juego de ilusiones, y que su Ensayo General –nombre del capítulo 8– sea un radical cambio de piel en esta escena latinoamericana: “El primer corte es un arrebato –es un robo– a lo plano de la superficie de la piel a la que se divide rompiendo su continuidad. Se da una línea para que se actúe” (148).
Bibliografía
Agamben, Giorgio. El poder soberano y la vida desnuda. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2010.
Barthes, Roland. Análisis estructural del relato. Buenos Aires: Tiempo Contemporáneo, 1970.
Brito, Eugenia. Campos minados. Santiago: Cuarto Propio, 1990.
Eltit, Diamela. Lumpérica. Santiago: Ediciones del Ornitorrinco, 1983.
Ríos, Mónica. “Los refractados documentos de la contracultura: Lumpérica de Diamela Eltit”. Diamela Eltit: políticas de su narrativa ficcional. Editado por Patricia Espinosa. Santiago: Garceta, 2018.