Revista de Humanidades N.º 50: 23-30 ISSN: 07170491 • DOI: 10.53382/issn.2452-445X.822

La palabra herida: a 40 años de Lumpérica, a 50 años del golpe cívico-militar

 

The scarred word: Forty years after Lumpérica, fifty years after the civic-military coup

 

 

Michael J. Lazzara

Universidad de California, Davis

One Shields Avenue, Davis, Estados Unidos

[email protected]

 

 

Resumen

 

Este artículo relee Lumpérica, la primera novela de Diamela Eltit, a cuarenta años de su publicación y a cincuenta años del golpe de Estado que instaló la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet, para indagar en las continuidades entre la palabra herida bajo dictadura, la que habita el centro de la reflexión literaria de Eltit, y la memoria todavía dolida a cinco décadas del golpe.

 

Palabras clave: Diamela Eltit, memoria, dictadura, Chile, Pinochet.

 

Abstract

 

This article rereads Lumpérica, Diamela Eltit’s first novel, forty years after its publication and fifty years after the coup that installed the civilian-military dictatorship of Augusto Pinochet, to probe the continuities that exist between the wounded word under dictatorship –which lies at the very heart of Eltit’s literary reflection– and the wounds that still linger in memory fifty years after the coup.

 

Keywords: Diamela Eltit, Memory, Dictatorship, Chile, Pinochet.

 

Recibido: 04/04/2024 Aceptado: 11/06/2024

 

 

 

Acabamos de vivir el aniversario número cincuenta del golpe cívico-militar que instaló a la dictadura de Augusto Pinochet, la que puso en marcha diecisiete años de terror, desapariciones, torturas y exilios y que estableció implacablemente el modelo neoliberal que domina Chile hasta hoy y que nutre una desigualdad socioeconómica endémica. En este contexto, es estimulante volver a Lumpérica (1983), la primera novela de Diamela Eltit, para reflexionar sobre su notable vigencia y apreciar lo que nos sigue posibilitando pensar a cuarenta años de su publicación, y cómo no, en el contexto de estos cincuenta años del golpe. Las formas de abordar esta desafiante invitación son –sin duda– casi infinitas y, en ese universo amplio y ante la riqueza del texto de Eltit, es necesario elegir un punto de entrada. En mi caso, he decidido partir del lenguaje, de la angustia que todavía infunde la palabra y la memoria, en un contexto actual en el que pasado y futuro no dejan de ser problemas irresueltos.

Cuando estuve en Chile en septiembre de 2023 para participar de la conmemoración de los cincuenta años, era evidente que cinco décadas después, la palabra en Chile (y la memoria que deriva de la palabra) todavía sigue profundamente herida. Las batallas por la memoria arden como nunca. El gobierno del presidente Gabriel Boric anuncia el Plan Nacional de Búsqueda como gesto (tardío) del Estado para reconocer la sistematicidad de las desapariciones forzadas de personas en tanto política de Estado, con el fin de esclarecer los destinos finales de chilenas y chilenos que, en muchos casos, todavía no se saben. En un ambiente tenso y polarizado, las multitudinarias marchas de mujeres frente a La Moneda o de ciudadanas y ciudadanos asistiendo a los actos conmemorativos del Estadio Nacional (las que destacaban la fuerza de lo comunitario como contrarrestación a las lógicas neoliberales individualizantes) contrastaban con las voces negacionistas o de quienes todavía quisieran reivindicar la gesta épica de los militares “salvadores” de la patria. El diputado de derecha, Sergio Bobadilla, en un gesto provocador, se puso una piocha para celebrar y recordar la “liberación” de Chile el día del golpe de Estado. A su vez, los republicanos decidieron abandonar la sala cuando se les rendía homenaje a los congresistas desaparecidos después del golpe de 1973. La Unión Democrática Independiente (UDI), por su parte, rehusó firmar un compromiso mínimo con el Nunca Más que garantizara la no repetición de un golpe de Estado; en este sentido se mantuvo fiel a su herencia y su impronta pinochetistas. Y si bien la justicia ha seguido su marcha lenta a partir de la cascada de casos detonados por la detención de Pinochet en Londres, todavía dos tercios de los casos que se encuentran en las cortes chilenas no se resuelven. Ni hablar de que un 36 por ciento de los chilenos –veinte puntos más que hace diez años– cree que las Fuerzas Armadas tenían razón en dar el golpe de Estado.

Con todo esto, parece que el gran balance de los cincuenta años fue lo siguiente: el gesto comunitario de un Chile que todavía busca verdad y justicia (y que quiere vivir con más dignidad) se ubica en oposición a las persistentes fuerzas desmemoriadas y codiciosas de una derecha que no está dispuesta a reconocer el dolor del otro. En los medios, se escucha la esquizofrenia memorialista de siempre, con sus versiones encontradas y sus matices, lo que me recordó la vigencia de ciertas observaciones que hizo Diamela Eltit hace precisamente veinte años, en un ensayo titulado “La memoria pantalla”, acerca de los treinta años del golpe de Estado. Escribió:

 

En la era de las imágenes se propusieron escamotearlas para provocar su inexistencia. De esa manera se desencadenó una operación plural y perfectamente sincronizada, de un pacto de censura.

Primero la dictadura. Luego la Concertación se plegó.

Y ahora se precipita algo parecido a un carnaval, justo cuando esas imágenes ya han perdido toda eficacia, lanzadas al mercado incesante de la fragmentación y de la inercia de sus partes […]

Los 30 años y su conmemoración están enteramente bajo control. Pero se trata de un control sutil. Complejo. (Eltit, “La memoria pantalla” 31-32)

 

Me atrevo a decir que las escenas de los treinta años, de los cuarenta, y de los cincuenta –a pesar de sus marcadas diferencias– acusan preocupantes continuidades (sus silencios, sus tergiversaciones) que, de alguna manera, ya estaban inscritas en Lumpérica: en su palabra controlada (militar e ideológicamente intervenida) y descontrolada (en busca de una liberación), en su palabra entrecortada y fragmentada que buscaba liberarse de los censores y del luminoso letrero que daba forma visible a la plaza pública y a los sujetos desarrapados que la habitaban transgresivamente después del toque de queda, hambrientos y sedientos de superar su condición marginal. Hoy, en un Chile donde todavía muchos sujetos quieren promover públicamente sus verdades absolutas, Lumpérica se erige como un texto que –como bien señaló Nelly Richard en su prólogo a la reedición de 2008– “desestabiliza las verdades absolutas de las que abusan tanto los regímenes de fuerza como las totalizaciones ideológicas” (8).

En la década de 1980, bajo la rígida vigilancia de la dictadura, la novela de Eltit hizo del cuerpo una metafórica zona cero desde la cual descolonizar las construcciones discursivas hegemónicas. Al mismo tiempo un grito de dolor, un gesto insurreccional y un ejercicio metaficcional de la teoría literaria, Lumpérica intervenía el signo a cada paso, desafiando a las estructuras patriarcales y opresivas del Estado dictatorial. Ambientada después del toque de queda en una plaza pública de Santiago de Chile, L. Iluminada, su protagonista, se alía con una serie de figuras marginadas –mendigos, vagabundos y prostitutas– cuyos cuerpos no funcionales (desde la óptica de la productividad neoliberal) atentan contra la rígida vigilancia y las reglas del régimen. En la novela, el cuerpo de L. Iluminada aparece como un lugar tanto de dominación como de resistencia. Si en determinadas escenas le lavan el cerebro y la someten a torturas físicas y mentales, en otros momentos la vemos esforzándose por liberarse de la (paradójicamente ineludible) mirada panóptica de los camarógrafos y de los directores que pautean cada uno de sus movimientos, así como de la publicidad –señalización simbólica del orden neoliberal– que la hace visible.

Lumpérica no cuenta una historia ni entrega verdades cerradas; su proyecto, más bien, es interrogar las construcciones discursivas y subjetivas del poder y recordarnos, como señaló, Francine Masiello, que es “el ojo artístico (y no el del Estado) que tiene el poder de alterar el curso de la historia” (69). Idelber Avelar, por su parte, ha destacado la cualidad barthesiana y “escribible” del texto de Eltit donde, según él, “no hay reserva de significado que no se traduzca a la exterioridad del lenguaje” (173). Y ante dicha exterioridad, la rebelión se manifiesta como la ruptura del signo, como fragmentación de la tradición y de las estructuras opresivas desde dentro. El fragmento de lenguaje se convierte, por tanto, en una potente opción de escritura: en espejo de la violencia desgarradora y del balbuceo que bordea lo indecible, pero también en un locus de subversión a los múltiples y proliferantes discursos del poder. La protagonista libra su batalla, como indica el título de una sección del libro, para formular una imagen de sí misma en la literatura (Eltit, Lumpérica 89-111). Hiperconsciente de las restricciones políticas y culturales que la determinan, Eltit convierte su texto en un ars poética que juega con la tradición literaria (mayoritariamente dominada por hombres) y en contra de ella. Un pasaje lúdico, satírico, transgresivo y erotizado da origen a una mezcla de nombres del establecimiento literario, tanto chileno como universal, que la narrativa deconstruye, invierte creativamente y reconfigura:

 

Entonces/

Los chilenos esperamos los mensajes.

L. Iluminada, toda ella

Piensa en Lezama y se las frota

Con James Joyce se las frota

Con Neruda Pablo se las frota

Con Juan Rulfo se las frota

Con E. Pound se las frota

Con Robbe Grillet se las frota

 

Con cualquier fulano se frota las antenas. (91)

 

Crítica de los mensajes fijos transmitidos a través de la tradición literaria y el discurso político, L. Iluminada literalmente corta (o rompe con) la tradición: escribe, frota, grita, actúa, huye, hace burla, evade, seduce, tropieza, hasta que en un momento utópico fugaz ella se convierte en “iluminada entera, encendida” (152). Sin embargo, la liberación utópica (y erótica) que la protagonista imagina no durará para siempre. Al final del libro, la imagen de un sujeto femenino integral, iluminada en cuerpo y mente se desvanece a medida que amanece y se retoma la rutina de la cotidianeidad dictatorial. Se restablece el orden, pero persiste el gesto de la performance transgresora de la protagonista, que ha puesto en relieve el dominio biopolítico y el control que el régimen ejerce sobre cuerpo y lenguaje.

En los convulsionados años ochenta, la dictadura de Pinochet intentó silenciar las voces que desafiaban su autoridad y se instaló el discurso monolítico del poder. En un ensayo ya clásico sobre el día mismo del golpe, “Las dos caras de la moneda”, Eltit hace hincapié en que desde el primer momento que estuvo en el poder, la junta comenzó a elaborar un “nuevo léxico nacional” en el que términos como “patriotismo”, “orden y “justicia” fueron redefinidos a imagen y semejanza ideológica del régimen (Eltit, Emergencias 21). En un pasaje de este ensayo, Eltit enfatiza la teatralidad de las apariciones televisivas de la junta la noche del 11 de septiembre de 1973:

 

Los cuerpos de los militares que encabezaban el golpe comparecían, en las últimas horas de la tarde, como el último elemento que faltaba para completar la escenografía, esa puesta en escena de una obra política que se iba a representar por los próximos 17 años. Allí estaban, sentados tras una mesa oficial, los cuatro uniformados elaborando discursos entrecortados y no exentos de confusión, señalando el fin de los partidos políticos, el fin de prácticamente todo para dar inicio a una nueva era –la era del orden– en las postrimerías de uno de los días chilenos más álgidos y caóticos del siglo. (Eltit, Emergencias 22, énfasis mío)

 

A cincuenta años del golpe, ya en otro contexto, la escenografía chilena no se libera de los discursos entrecortados y confusos que, como los de los censores, directores y camarógrafos de Lumpérica, tratan de mantener la palabra y la imagen bajo el control más estricto (aunque sus palabras se traban o se entorpecen, y lo vemos). Hace cuarenta años, Lumpérica nos abrió la posibilidad de leer las fisuras entre las palabras confusas y entrecortadas del poder, para poder vislumbrar puntos de fuga posibles que permitieran existir (o persistir) en comunidad e imaginarnos un futuro más allá de los poderes y discursos que nos perfilan la existencia. Nos permitió ver la posibilidad de “unir las letras más distantes, las encendidas y las apagadas, los cruces de ambas, los signos que se construían en el medio, los aparentes vacíos [y] el intercambio entre mensaje y mensaje” (Eltit, Lumpérica 222).

Al final de Lumpérica, empieza “débilmente el amanecer”, según dice el texto (226). A lo largo de estas décadas de transición interminable, podemos pensar en muchos posibles amaneceres: por ejemplo, la “tenue claridad” (palabras de Lumpérica) que llegó con las protestas del 83 en adelante, el plebiscito y la victoria del No en el 88, la detención de Pinochet en Londres en el 98, los movimientos estudiantiles del 2006 y 2011, el mayo feminista de 2018 y el estallido social de 2019, entre otros. Como bien sabemos, estos procesos han traído violencias y oposiciones y han significado, en muchos casos, dos pasos para adelante y otro para atrás. Pero aún con tanta historia acumulada, el momento actual es incierto, con un proceso constituyente recién colapsado y maniatado por la derecha. Así que si bien chilenas y chilenos valientemente han ocupado y reocupado la plaza pública en muchos momentos desde que Eltit escribió su novela magistral, la claridad del sol no deja de ser “tenue” y, por tanto, el deseo de una novela que nos enseñó a leer sigue siendo un deseo del presente (y de futuro), un deseo de que una luz plena eclipse finalmente “las luces del alumbrado público” y que se viva con algo más de dignidad (226).

 

 

 

Bibliografía

 

Avelar, Idelber. The Untimely Present: Postdictatorial Latin American Fiction and the Task of Mourning. Durham: Duke UP, 1999.

Eltit, Diamela. Emergencias: Escritos sobre literatura, arte y política. Santiago: Planeta/Ariel, 2000.

_. Lumpérica. Santiago: Seix Barral, 2008.

_. “La memoria pantalla (acerca de las imágenes públicas como políticas de desmemoria)”. Revista de Crítica Cultural n.º 32, noviembre de 2005, pp. 30-33.

Masiello, Francine. The Art of Transition: Latin American Culture and Neoliberal Crisis. Durham: Duke UP, 2001.

Richard, Nelly. “Prólogo”. Lumpérica. Santiago: Seix Barral, 2008, 7-11.