reseñas

Revista de Humanidades Nº 50: 333-336 ISSN: 07170491 • DOI: 10.53382/issn.2452-445X.838

Rodrigo Cánovas

Vidas y censuras. Letras chilenas e hispanoamericanas

Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile, 2023, 340 paginas.

 

 

 

El libro Vidas y censuras. Letras chilenas e hispanoamericanas de Rodrigo Cánovas hace un recorrido por las letras hispanoamericanas desde la colonia hasta el siglo XXI con un énfasis en aquellas voces censuradas o minoritarias que luchan por hacerse escuchar o que representan “miradas alternas”, a veces huérfanas, desamparadas, en busca de sentido, nostálgicas o desoladas. Rodrigo Cánovas es autor de varios libros, todos ellos relevantes para la lectura y comprensión de la literatura hispanoamericana: Literatura chilena y experiencia autoritaria (1986), Guaman Poma. Escritura y censura en el Nuevo Mundo (1993), Novela chilena, nuevas generaciones, el abordaje de los huérfanos (1997), Sexualidad y cultura en la novela hispanoamericana (2003), Literatura de inmigrantes judíos y árabes en Chile y México (2022) y Escenas autobiográficas chilenas (2019). Vidas y censuras recorre los intereses, temas y corpus literario que han sido tratados en las obras anteriores del autor y nos ofrece un formato de textos de carácter algo más ensayístico y personal, aunque manteniendo su impronta ligada a la investigación académica profunda y de largo aliento. El origen de los textos es variado: algunos provienen de presentaciones en congresos o seminarios y mantienen su carácter oral, otros provienen de artículos o capítulos de libros, hay textos inéditos y textos ampliados o reescritos que fueron publicados anteriormente. Destaca la amabilidad con el lector en la breve introducción a cada capítulo que da luces sobre los/las autores/as que serán revisados, se pone en perspectiva el tema a tratar o bien expone el propósito o las circunstancias del texto.

El libro está compuesto por cinco secciones ordenadas cronológicamente: “I. Insubordinaciones: de indios, monjas y esclavos negros”, trabaja a tres autores: Felipe Guamán Poma de Ayala, Úrsula Suárez y Juan Francisco Manzano; en “II. Dictadura: experiencia autoritaria” aborda a Raúl Zurita, Enrique Lihn, Isabel Allende, Diamela Eltit y Eugenia Brito; en “III. Heterotopías: el prostíbulo”, a Augusto D`Halmar, Joaquín Edwards Bello, Manuel Gálvez, Federico Gamboa, Enrique Amorim, José Donoso, José María Arguedas, Juan Carlos Onetti, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y Roberto Bolaño; en “IV. Inmigrantes: judíos y árabes” el autor trabaja sobre un corpus de autores que, salvo excepciones, no es muy leído o no lo es en relación con su origen migrante. Se trata de autoras y autores de origen árabe o judío instalados en Chile o en México. Entre los árabes en Chile podemos destacar a Benedicto Chuaqui, Roberto Sarah, Walter Garib y Edith Chahín; entre los autores judíos en Chile, a Marjorie Agosín, Alejandro Jodorowsky y Andrea Jeftanovic, Ariel Dorfman y Roberto Brodsky. En México, el contingente de escritores árabes es reducido, destacando Héctor Azar y Carlos Martínez Assad, mientras que entre los judíos encontramos figuras de mayor renombre como Angelina Muñiz-Huberman, Margo Glantz o Gloria Gervitz. En “V. Primera persona: figuraciones del yo”, los autores tratados son José Donoso, Jorge Edwards, Pilar Donoso, Roberto Brodsky, Rafael Gumucio, Alberto Fuguet, Hernán Valdés, Mariana Eva Perez y Félix Bruzzone.

La última sección, “Un padre y una hija se animan: conversaciones vía Zoom sobre el golpe de Estado y el estallido social en Chile” es la transcripción de una conversación entre Rodrigo Cánovas y su hija Camila en la que abordan, en un tono familiar, temas políticos (el golpe, el estallido) desde una perspectiva personal y vivencial. Esta última sección puede leerse en consonancia con los intereses críticos de Cánovas, donde circula la pregunta por el decir y el callar, donde se interroga la lengua censurada, se indaga en los silencios, en la memoria reprimida u olvidada, en la dificultad de decir lo indecible y, a la vez, la necesidad de la palabra. La conversación en circunstancias de encierro durante la pandemia de COVID y la utilización del Zoom –herramienta ambigua que nos acerca y que nos aleja, que nos roba el estar cara a cara, que vuelve extraño el acto de conversar–, desafían al diálogo, tornan el coloquio en algo improbable y, sin embargo, hay una voluntad de comunicarse, de hablar aun en condiciones tan desfavorables. Me parece que ello dialoga bien con el gesto de apertura que se muestra en este libro, apertura de leer, por ejemplo, a autores y autoras que suelen ser obliterados por la crítica académica, como es el caso de Isabel Allende o Alberto Fuguet; a otros que podemos considerar menores, casi oscuros, como el caso de Jorge Nacif, o a noveles que escriben desde otros presupuestos culturales, como es el caso de Mariana Eva Perez, cuyo libro es en realidad un “blog convertido en libro” (289). Cánovas suspende el juicio, o más bien, se enfrenta a estas obras con el genuino interés por comprenderlas más que juzgarlas, para leerlas en su contexto, considerando sus posibilidades y limitaciones. La propuesta de lectura que se nos ofrece está atravesada por un mandato ético que se explicita en el libro (mandato ético de apertura y tolerancia, de solidaridad y justicia) sin parapetarse en una postura maniquea. No es poco decir, para los tiempos que corren.

Un aspecto que resalta en este libro es la capacidad del autor para, por un lado, crear diversos corpus literarios y, por otro, ofrecer herramientas interpretativas de gran alcance. En el caso de la literatura de judíos y árabes, la construcción de un corpus literario tanto para Chile como para México se logra a través de un trabajo de investigación y rescate de obras que –salvo excepciones– habían obtenido escasa o nula atención crítica, como ocurre con Sonia Guralnik, Benedicto Chuaqui o Walter Garib. En el caso de las novelas prostibularias y las autoficciones, la lectura de Cánovas logra, sin descontextualizar, vincular obras que no suelen leerse juntas (Alberto Fuguet con Hernán Valdés, o Isabel Allende con Diamela Eltit) para sacar conclusiones que se mueven en marcos temporales amplios –la modernidad, la posmodernidad– y su desarrollo en la esfera latinoamericana.

Vidas y censuras ofrece herramientas interpretativas que han sido retomadas por otros críticos y críticas de la literatura latinoamericana, como sucede con la idea de orfandad para hablar de la generación de escritores chilenos tras el fin de la dictadura, hijos expósitos de padres veteranos de la lucha por la democracia, sujetos carentes de utopías sociales. La alegoría del prostíbulo brinda, también, una clave interpretativa para leer no solo la literatura y la sociedad decimonónica, sino toda la primera mitad del siglo XX. Los prostíbulos representados en una gran parte de los autores que forman parte del canon latinoamericano (¡cuántos prostíbulos!) se convierten en espacios donde los significados aparecen condensados, en los que se reelabora la cultura a través de lo prohibido que despliega las fantasías y límites de una comunidad. El burdel muestra, en especial hasta antes del boom, los ritos de exclusión de una nación y que, más adelante, se transforma en un lugar desde el que abordar la “catástrofe de carácter cósmico” que significa la modernidad.

Finalmente, quisiera destacar que encontraremos siempre en Rodrigo Cánovas a un fino y original lector. Un excelente ejemplo de ello es la sólida lectura que hace de la Relación autobiográfica de la monja colonial Úrsula Suárez, presentada como una burladora femenina que se venga de los hombres en los que ve, a partir de sus experiencias infantiles, la sexualidad asociada a la muerte. A partir de escenas claves del texto, Cánovas interpreta el relato de la monja como una sucesión de engaños y juegos: “con el visitante, finge ser seglar (y no monja) y querer casarse con él (la farsa dura largo tiempo); con un padre confesor, se hace pasar por otra; con sus devotos, lo que uno le da, se la da al otro y luego cuenta la chanza en rueda de monjas; en fin, disfraza de monja a un sirviente mulato, engañando a un señor” (51). La asociación de la monja con un personaje casi picaresco -con todos los contrastes que implica, pues la monja, al contrario del pícaro, nunca se mueve de su lugar, está enclaustrada- permite una lectura fresca de este texto, moviéndolo del lugar desde donde lo hemos leído siempre, la rica tradición de las escrituras conventuales, e invitarnos a emparentarlo con otros géneros y textualidades, desde la picaresca, la celestinesca y la tradición oral.

 

 

Stefanie Massmann

Universidad Andrés Bello

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