Revista de Humanidades N.º 50: 81-91 ISSN: 07170491 • DOI: 10.53382/issn.2452-445X.840

La plaza que contiene
todas las plazas.

Tres presagios desde Lumpérica

 

The Infinite Square: Three Premonitions from Lumpérica

 

 

Nona Fernández Silanes

Investigadora independiente

 

 

Resumen

 

Este ensayo propone pensar la condición anticipatoria de la poética de Diamela Eltit a partir de su primera novela Lumpérica. La ópera prima de Eltit constituye un retrato en letra del Palacio de La Moneda bombardeado y de la violencia y aniquilación que siguieron al golpe de Estado de 1973. Los escombros de La Moneda se concentran en la multiplicación de los fragmentos de Lumpérica y en el cuerpo de L. Iluminada hecho pedazos. El ensayo, asimismo, conecta diversos eventos –de la iluminación de la Plaza de Armas en 1883 a la marcha de mujeres de negro en vísperas de los 50 años del golpe de Estado– para proponer que la plaza inscrita en la novela de Eltit contiene todas las plazas de la historia de Chile y la posibilidad de un futuro más justo.

 

Palabras clave: Lumpérica, golpe de Estado, plaza, bombardeo de la Moneda.

 

Abstract

 

This essay proposes a reflection on the anticipatory condition of Diamela Eltit’s poetics, starting from her first novel, Lumpérica. Eltit’s magnum opus constitutes a textual portrait of the bombed La Moneda and the violence and annihilation that followed the 1973 coup. The rubble of La Moneda is concentrated in the multiplication of fragments in Lumpérica and in the shattered body of L. Iluminada. The essay also connects various events –from the illumination of Plaza de Armas in 1883 to the march of women in black on the eve of the 50th anniversary of the coup– to suggest that the plaza inscribed in Eltit’s novel contains all the squares in chilean history and the possibility of a more just future.

 

Keywords: Lumpérica, Coup, squares, Bombing of La Moneda.

 

Recibido: 04/04/2024 Aceptado: 07/06/2024

 

 

 

Primera adivinación: Plaza de la Ciudadanía (2023)

 

El 10 de septiembre de 2023, en la víspera de la conmemoración de los cincuenta años del golpe militar, miles de mujeres vestidas de negro llegaron a la Plaza de la Ciudadanía, lugar en el que se encuentra La Moneda, el palacio de gobierno de Chile que fue bombardeado por su propio ejército, con el patrocinio de la élite económica, de la derecha política, y de la CIA. Cuando el sol se ocultaba, las mujeres de negro encendieron una vela cada una y comenzaron una silenciosa caminata por la plaza. Junto a cada vela que llevaban entre sus manos, podían leerse cientos de carteles que replicaban la consigna: NUNCA +. Durante horas, las frágiles llamitas deambularon por la plaza en la penumbra. Recorrieron todo el cuadrante de La Moneda que, en la oscuridad de la noche y la escasez de focos lumínicos, tomó una apariencia fantasmal. En el rito de la sombra, La Moneda difuminó sus estrictos límites geométricos, sus rígidos bordes de cal y cemento, su apariencia inflexible de palacio de gobierno restaurado, para romper la ficción del tiempo y de la imagen unívoca, y otra vez relampaguear como aquel cuerpo quebrado, quemado, tajeado, cercenado, el primero de todos de aquel inolvidable septiembre de 1973.

Releo Lumpérica a cuarenta años de su publicación y la imagen de esta vigilia en la Plaza de la Ciudadanía se me devela como un reflejo del libro. Una escena ya escrita en sus páginas, una predicción lanzada al futuro que debiera ser nuestro presente. Lo mismo que en Lumpérica, ahí estaba la plaza pública, la luz, la sombra, el poder, la fragilidad, la memoria, el olvido, el cuerpo expuesto de La Moneda en el centro de todo, como el cuerpo de L. Iluminada, con las heridas que no sanan y la invitación a reventar con la letra la pesadilla de una noche que parece nunca acabar. En medio de un septiembre chileno de conmemoraciones como esta, se me antoja pensar que el texto escrito por Diamela, hace cuatro décadas, es una especie de retrato en letra de La Moneda bombardeada. Ese cuerpo arquitectónico cuya fachada en ruinas es una pieza fundamental del imaginario chileno contemporáneo. Ese cuerpo que, sin importar el paso del tiempo ni la reconstrucción hecha por la dictadura, aún deja ver su cara bombardeada en el recuerdo de la memoria colectiva. Fantasmagórico, alucinadamente performático, huérfano y doliente. Ahí cuando el foco del Luminoso o las cámaras de televisión y seguridad dejan de vigilar, La Moneda transmuta y adquiere su dimensión de ánima en pena. De espíritu rebelde que, en la exposición de su herida abierta, radica el propósito de su ser.

Leo Lumpérica justamente así, como un cuerpo textual desencajado de sí mismo, roto en mil fragmentos, desafiante, que no acepta restauración, que no acepta ser ordenado por un relato unívoco, mucho menos conciliador. Texto y edificio en ruinas se revelan a la lógica imperante, no siguen las pautas de una narración convencional, de una forma definida, no buscan facilitar la lectura ajustándose a un hilo argumental, a una trama aristotélica, mucho menos a un desenlace. Ambos son de naturaleza fractal, impredecibles e inclasificables. Configurados por escombros o retazos que en su conjunto arman un todo donde la desconexión, lo fallido, lo ambiguo, lo fragmentario, lo oblicuo, lo fisurado, lo herido, son, en el caso de Lumpérica, las estrategias escriturales, los restos con los que resiste a la rigidez del límite impuesto, al corte del enfoque imperante, a la totalizadora idea de una imagen única, de una lectura única, de una historia única.

¿Será L. Iluminada un pedacito de ladrillo, de viga chamuscada, de azulejo quebrado, de adoquín partido, de vidrio roto, del bombardeo a La Moneda? ¿O será su piel tajeada y expuesta el reflejo de todo ello?

Luego del bombardeo la dictadura dispuso la reconstrucción del palacio. Augusto Pinochet quería instalarse en él como el resto de los presidentes de la historia del país. Para que eso ocurriera, había que despejar los escombros. Desmontar las huellas de la escena del crimen. Durante meses se recogieron los despojos. Fierros, madera quemada, cemento, adoquines rotos, baldosas quebradas, clavos chamuscados, vidrios, pedazos de ladrillo, restos, puros restos. Junto a esto, la dictadura suspendió el uso de la constitución anterior que regía al país para generar una nueva institucionalidad partiendo de cero. Para eso se creó una comisión de expertos que prepararía un proyecto constitucional. Luego de años de trabajo ese texto fue sometido a la opinión de la ciudadanía el 11 de septiembre de 1980. No había registros electorales, no había legalidad para los partidos políticos, la oposición era ferozmente reprimida y, por supuesto, no había debate posible para quienes tuvieran una opinión diferente a la del régimen. Gracias a todas esas y otras muchas irregularidades, la constitución de 1980 fue aprobada por una amplia mayoría. En marzo de 1981, siguiendo el curso de lo planificado, entró en vigencia en el momento en que La Moneda concluyó su restauración. Era importante que todo calzara. Que el nuevo diseño de la historia fuera simétrico y ordenado. Los escombros se eliminaron y Chile se abría al futuro con una nueva constitución, una nueva fachada para el palacio de gobierno, y un nuevo presidente para el país: el dictador Augusto Pinochet Ugarte.

En una realidad paralela, contrariando este orden oficial impuesto, Lumpérica estaba siendo escrita y performada por su autora en prostíbulos marginales. Burlando el control establecido por el foco luminoso de la historia oficial que se escribía en ese mismo momento en la Plaza de la Ciudadanía, el libro fue publicado dos años después de la llegada del dictador a La Moneda, en 1983. Por literatura, lo sabemos.

 

 

Segunda adivinación: Plaza de Armas (1883)

 

En febrero de 1883 la Plaza de Armas de Santiago fue iluminada por primera vez. Mi abuela, hija de uno de los técnicos alemanes que llegó a instalar la electricidad a Chile, solía contarme sobre la ceremonia que se montó para el evento. Cuando el sol comenzó a ocultarse, mucha gente llegó a la plaza a ver la anunciada magia de la luz eléctrica. Hubo discursos de las autoridades, palabras oficiales, y después de un conteo, la llegada de la luz. Todo el mundo aplaudió admirado. Mi abuela era niña y lo que vio esa noche, me dijo, le asustó. La luz resucitaba el día, lo hacía aparecer en plena noche al contacto de un interruptor. Me dijo que tuvo miedo. Que lo primero que pensó fue que la luz eléctrica, por mucho que espantara sombras, podía ser peligrosa. Me dijo que la luz eléctrica hacía trampa con el tiempo.

La llegada de la electricidad fue un verdadero suceso en el desarrollo urbano del país. La luz revolucionó la vida y todas y todos comenzaron a necesitarla con ansiedad. Aprovechando las horas oscuras, ganándole a la noche y a los días cortos del invierno, la luz permitía, entre otras cosas, producir más y ganar mejor. Según leo en un artículo, las jornadas laborales comenzaron a alargarse para que los trabajadores siguieran de largo y la ciudad, el comercio y las industrias estuvieran funcionando la mayor cantidad de horas posible. Con el tiempo la demanda fue excesiva. Las velas y la iluminación a gas quedaron en el olvido. Aparecieron lámparas eléctricas, planchas eléctricas, cocinas eléctricas. Aparecieron tranvías que sustituyeron a las carretas, a las mulas y a los carros de sangre, como le llamaban a los tranvías tirados por caballos, acortando las distancias del mapa urbano y extendiendo así el tiempo de producción.

Los empresarios chilenos se asociaron a los ingleses para dar abasto y muchas companies llegaron a hacerse cargo de la instalación de las nuevas tecnologías. Hubo que crear centrales eléctricas para poder generar la energía necesaria. Hubo que inventar sistemas para que la corriente llegara a todos los lugares donde se requería. Leo que muy pronto coexistieron en Chile unas sesenta empresas eléctricas que servían a la industria, pero también a ciudades y pueblos. Leo que la mayoría de las empresas eran privadas y estaban asociadas a las mineras y a las agrícolas. Leo que estas empresas no solo producían electricidad para satisfacer sus propias necesidades, sino que vendían lo que les sobraba a las zonas cercanas. Leo que en 1905 se funda la Compañía General de Electricidad Industrial S.A., que compra varias compañías menores a lo largo de Chile y concentra el control y la ganancia en una sola gran empresa de luz, un halógeno gigante con la capacidad de iluminar Chile entero. La luz se expandió como una peste brillante iluminando todo a su alrededor, hipnotizando al público para generar necesidades antes desconocidas, encendiendo más y más ampolletas. El contagio fue tan vertiginoso que la luz ya no parecía buscar satisfacer las demandas de la gente, sino inventarlas para facilitar su uso continuo. Así la escena de la Plaza de Armas que me contó mi abuela sería el comienzo de un largo recorrido de cableados, faroles, ampolletas, focos, obreros, técnicos, companies y centrales eléctricas que aún no tiene fin porque la ansiedad por la luz es inagotable.

Lumpérica se publica cien años después de la llegada de la luz eléctrica a Santiago de Chile. Esa ceremonia en la Plaza de Armas, podría ser otra escena ya escrita en sus páginas, una predicción retroactiva, lanzada al pasado. La plaza de Lumpérica contiene esa luz artificial que, desde su origen, lo sabemos por el relato de mi abuela, ha sido una energía seductora por su espectacularidad, pero a la vez enceguecedora en su dimensión totalizante. Así la padece L. Iluminada. Una luz que rompe la oscuridad, que ilumina, seduce, erotiza, pero también daña. La luz de Lumpérica, tal como decía mi abuela, es tramposa. Mucho se ha escrito del Luminoso como una alegoría del poder dictatorial, del control y la vigilancia, de la restricción, del límite. El Luminoso que enfoca y al hacerlo aplana toda textura, empalidece las pieles, neutraliza, resta todo misterio, toda opacidad. La luz como una trampa donde todo se uniformiza. Los cuerpos del lumperío de la plaza son eso, cuerpos sin identidad, gente pálida arrebatada de su nombre, enceguecida de su entorno, despojada por la luz.

En 1981 comenzó a regir en forma transitoria la constitución dictatorial de Pinochet, que tuvo como principal objetivo resguardar el régimen y prolongarlo en el tiempo, además de generar las condiciones propicias para el desarrollo del modelo neoliberal que se estaba instaurando. Ese desarrollo fue tan vertiginoso como el de la electricidad, ambos caminos se enredaron y desbordaron éticas y temporalidades. De la mano fueron explotando y generando el supuesto progreso. Bajo el guión de la Constitución del 80, que rige la vida de Chile desde entonces, el Luminoso aparece en la plaza pública de Lumpérica como una alegoría de la dictadura, pero también del estrecho lazo que se pacta desde entonces entre el Estado y el mercado. Ilumina para controlar, pero también para ofrecer el producto. Los cuerpos de los pálidos se transforman en mercancía, una oferta más de la vitrina que los entrampa. Así, cada momento en la plaza pública es un espectáculo publicitario, un comercial filmado por el ojo de la cámara. El control de los cuerpos ahora lo establecerá el mercado. Ahí otro presagio que Lumpérica lanza. Por literatura, lo sabemos.

Leyendo un poco más sobre aquella ceremonia de la luz que mi abuela me contaba, descubrí que el encargado de esa gestión fue un empresario chileno que quería iluminar el comercio del pasaje Matte, a un costado de la plaza de Armas. Arriba del pasaje se encontraba el hotel Gran Santiago, el primer hotel y probablemente el primer edificio de la ciudad que tuvo luz eléctrica en sus habitaciones. Para contribuir a que los distinguidos pasajeros del hotel y los respetables clientes del comercio del pasaje Matte pudieran movilizarse y consumir cómodamente, la luminosidad se filtró hacía la plaza pública. Migajas de luz fueron organizadas para el populacho, que como polillas asistieron a la ceremonia nocturna que inauguró el uso de la electricidad en Santiago de Chile y con él un largo camino de luz y de sombra. Ese detalle mi abuela no me lo contó. Omitió que el primer alumbrado eléctrico de mi ciudad no fue diseñado para el uso y beneficio de la gente, sino que se organizó para iluminar las habitaciones de los pasajeros de un hotel y las vitrinas y los productos de los clientes del pasaje Matte.

 

 

Tercera adivinación: Plaza Dignidad (2018)

 

El 18 de octubre de 2019 Chile comenzó a transitar el vértigo de una revuelta social. Las y los estudiantes secundarios saltaron los torniquetes del metro en señal de protesta por el alza del pasaje y en ese gesto se abrió una gran caja de Pandora. Décadas de malestar subterráneo emergieron con fuerza y la gente comenzó a salir a la calle a reclamar. En una oportunidad, solo en la capital se reunieron un millón y medio de personas. La cita fue en la Plaza Italia o Plaza Baquedano, espacio céntrico, lugar frecuente para todo tipo de celebraciones y convocatorias. Sin embargo, esta vez la plaza no dio abasto, se desbordó, y la Alameda entera fue el escenario del reclamo colectivo. La protesta rompió todos los límites de lo permitido, se replicó en las regiones y, entre cacerolas y aplausos, con una alegría olvidada, se decretó el insolente festejo.

Fueron meses de álgido reclamo. En Santiago la cita diaria siguió siendo en la Plaza Baquedano, que al calor de las manifestaciones fue rebautizada como Plaza Dignidad, aludiendo a la consigna más popular que levantó la calle: Hasta que la dignidad sea costumbre. Hasta allí llegaron cientos y hasta miles de personas, a cumplir con el rito del grito, el caceroleo, la pancarta y la huida de las lacrimógenas y balines lanzados por Carabineros. De acuerdo con las cifras de la Fiscalía y del INDH compiladas por Amnistía Internacional, a marzo de 2021 se contabilizan más de 8.000 víctimas de violencia estatal y más de 400 casos de trauma ocular fruto del actuar policial.

Es imposible releer Lumpérica después de la revuelta social y no pensar que esta también podría ser otra escena ya escrita en sus páginas. Una nueva predicción, o quizá la misma, lanzada desde algún lugar del tiempo hasta el infinito. Quienes estuvimos ahí sabemos que lo que ocurría en la plaza era un rito cívico como el que lidera L. Iluminada. Tenía sus lógicas, sus horarios, su puesta en escena, su propia realidad performática. Pero si en Lumpérica el rito callejero lo realizan los pálidos, los desarrapados, ¿aquí quiénes eran? ¿Quienes fueron las personas que salieron por meses a protestar? ¿Quiénes los que exponían sus cuerpos a la violencia policíaca? Cuánta herida se tejió esos días de protesta. Cuánto grito filmaron las cámaras de seguridad. Cuánto espectáculo observaron los drones desde la altura. ¿Quiénes eran las y los protagonistas de la Plaza Dignidad?

Gracias a la revuelta social Chile comenzó un proceso constituyente para cambiar por fin la Constitución de 1980 heredada por la dictadura. Para esa escritura la elección popular determinó a un grupo diverso de constituyentes, de los cuales muchas y muchos provenían de organizaciones territoriales, ecológicas, feministas, de la diversidad sexual, del mundo indígena. Caras nuevas y discursos que nunca antes habían tenido una posibilidad institucional de discusión. El órgano dio inicio a su trabajo y eligió a Elisa Loncon como la presidenta de la Convención Constitucional. Una profesora indígena se transformó entonces en el rostro de esa fantasía colectiva que incluía ideas descolonizadoras, ecológicas, feministas, antiextractivistas y, por supuesto, antineoliberales. Después de un año de trabajo, ese órgano constituyente –elegido por la ciudadanía– expuso el proyecto que intentaba responder desde la ley a todas las demandas sociales levantadas en la revuelta. Así, hace casi un año, el 4 de septiembre de 2022, ese proyecto fue rechazado ampliamente por la ciudadanía. Las explicaciones pueden ser múltiples y las respuestas no están aún del todo claras. Pero una gran inquietud que se ha levantado desde entonces es en relación con la verdadera identidad de la revuelta social. La imposibilidad que existió y existe aún de leerla e identificarla en toda su complejidad, el error de intentar encasillarla en conceptos ya existentes, en la totalizadora idea de una imagen única, de una lectura única, de una historia única. Asumiendo esa falta, la incógnita sigue en pie: ¿quiénes eran las personas que levantaban sus reclamos? ¿Quiénes eran los protagonistas de la Plaza Dignidad?

Para algunos el pueblo, la masa revolucionaria, el proletariado. Para otros el colectivo social, la ciudadanía consciente. Para varios un grupo de criminales y vándalos. Y en el intento de responder creo que Lúmpérica, en su capacidad adivinatoria, lanza desde el pasado una clave llena de ironía y ambivalencia. Probablemente los protagonistas de la plaza no eran ni héroes ni villanos, como la mirada binaria de izquierda y derecha ha planteado, sino que simplemente una frágil población neoliberal precarizada por décadas, con una necesidad extrema de resolver sus problemas vitales, pero de manera inmediata, con soluciones de consumo fácil. Una población mercantilizada y farandulizada, fascinada por el protagonismo frente a las cámaras, encandilada por la posibilidad de un primer plano, con una secreta atracción por lo que el Luminoso durante tantos años les ha vendido. Probablemente el rito performático que Lumpérica ensaya en sus páginas sea la transformación colectiva a esa nueva población neoliberal que somos ahora, a esta nueva raza en la que ha devenido el lumpenaje, el proletariado, la ciudadanía, el cuerpo social, la población, o como queramos llamarle. Tal como ocurre en Lumpérica, bajo la luz del Luminoso los cuerpos transmutan. El mercado los interviene y con su brillo evangelizador, los bautiza y los convierte. Pero ¿en qué?

En tiempos de conmemoraciones, las preguntas asaltan desoladoras. ¿Qué somos ahora después de cincuenta años del golpe militar? ¿Qué somos ahora después de cuarenta años de neoliberalismo salvaje? ¿Qué falla quedó instalada en los cuerpos de la población? ¿La desmemoria? ¿El fascismo? ¿El consumismo? ¿La tontera? Pienso otra vez en La Moneda bombardeada relampagueando en la penumbra de la Plaza de la Ciudadanía. Pienso en su cuerpo expuesto al Luminoso durante todos estos años, que ahora ha devinido en chapita, en polera, en postal, en imán para el refrigerador, en souvenir para los turistas. ¿Algo de eso nos habrá pasado? ¿Seremos finalmente artefactos de exhibición y consumo? No está en Lumpérica esa respuesta, su poder adivinatorio radica justamente en la imposibilidad de verdades ciegas. Sin embargo, su tenaz observación y escucha a la plaza pública pareciera contener la invitación a investigar e intentar desde ahí cualquier respuesta. La plaza siempre archiva lo que ocurre en su interior, lleva impreso el cuerpo social o es en sí misma una extensión de este, una radiografía del frágil estado anímico y óseo de quienes la habitan y transitan. Es probable que ahí, por debajo o por encima de la luz del Luminoso, se encuentren las claves para desbaratar la producción deliberada de tontera, olvido y fascismo. Escudriñando cada esquina planetaria de la plaza de Lumpérica, que parece hospedar todas las plazas de la historia, podemos intentar ver el futuro. Repositorio del mundo, sede de todo presagio. Escenario alucinado y alucinógeno en el que podremos leer, como las gitanas en la borra del café, los signos del pasado, del presente y del futuro. Por literatura, lo sabemos.

 

10 de octubre, Princeton, Estados Unidos