Dossier
Revista de Humanidades N.º 51: 11-26 ISSN: 07170491 • DOI: 10.53382/issn.2452-445X.869
Presentación
Mujeres, saberes y cultura impresa en el ámbito hispanoamericano
(siglos XIX-XX)1
Verónica Ramírez Errázuriz, Soledad Quereilhac y
Pura Fernández (comps.)
Durante la segunda mitad del siglo XIX y los primeros años del XX, se viven importantes cambios culturales que afectan la práctica de la escritura y la lectura en América Latina. Aumenta el número de lectores y disminuye el analfabetismo como efecto de la ampliación de la educación primaria, secundaria y superior estatal, y del paulatino ingreso de las mujeres al sistema educacional, así como del crecimiento de la clase media y del desarrollo de proyectos formativos para los obreros, entre otros factores (Prieto; Subercaseaux; De Diego; Batticuore; Roman, Prensa). La industria editorial, por otra parte, crece y se moderniza desde el punto de vista tecnológico, y la labor periodística se profesionaliza, todo ello favorecido por el amplio desarrollo de los servicios de transporte y de correo postal (Martínez; Infantes et al.; Romano; Alonso; Ossandón y Santa Cruz; Rogers; Esposito; Malosetti y Gené; Pas; Roman, 2003, 2010, 2017). A estos procesos se suma la irrupción de nuevos actores en el espacio público, entre ellos las mujeres, quienes desde mediados del siglo XIX comienzan a hacerse un sitio más allá del ámbito privado, publicando obras de su autoría y participando en proyectos editoriales, entre otras actividades (Doll; Fernández, No hay nación; Fernández y Ortega; Contreras et al.; Ramírez et al., Antología crítica; Montero; Vicens).
Por otra parte, en materia científica, durante la segunda mitad del siglo XIX, a nivel global, gozan de un importante éxito los proyectos de popularización de la ciencia, amparados en los discursos en favor de la democratización del saber y de llevar el conocimiento hacia públicos heterogéneos (Fernández, “Lecturas”; Bigg; Nieto-Galan; Lavine; Briggs). La idea de una ciencia para todos, instaurada y practicada por diversos científicos y divulgadores europeos y norteamericanos, traspasó hacia América Latina, provocando el establecimiento de diversas instancias de transmisión y apropiación del conocimiento, tales como exposiciones, ferias, museos, conferencias y sitios de observación, a los que se debe sumar y brindar un lugar importante a la cultura impresa, sobre todo a la prensa, debido a su rápida y amplia circulación (De Asúa y Hurtado; Correa et al.; Quereilhac; Valderrama y Ramírez; Ramírez et al., Astronomía). La instalación de nuevos espacios para practicar y convivir con la ciencia permitió la formación de nuevas audiencias interesadas en asuntos científicos; también que la ciencia dialogara con otras disciplinas, como la literatura, la política y la publicidad, entre otras, y que el conocimiento científico permeara incluso hacia ambientes domésticos, cotidianos y de ocio. Paralelamente, la ciencia era estimada por un grupo amplio de la sociedad, como un garante del progreso y bienestar moderno, idea que se instaló con fuerza en distintos grupos y estratos de la sociedad (B. Fernández), incluyendo a la clase obrera y a la población femenina. En este contexto, la divulgación de la ciencia fue entendida como una base para la democratización y la modernización (Panza y Presas), y la prensa, entre otros dispositivos impresos, fue una facilitadora para lograr dichos objetivos.
Mientras primaba esta convicción respecto de la ciencia y crecía el interés de los públicos por materias científicas, al proceso de especialización de las disciplinas científicas iniciado desde mediados del siglo XIX (Panza y Presas), se sumó el de su profesionalización, así como, en el caso latinoamericano, el proceso de institucionalización de las ciencias (De Asúa; Montserrat). Lo característico del período, por lo tanto, es que se comienza a normativizar el ejercicio científico en función de su profesionalización, lo que afecta no solo a las llamadas ciencias de la naturaleza, sino también a las ciencias sociales y humanas (Dilthey). La categoría de autoridad o experto en una materia comenzará a ser discutida con intensidad desde entonces, y la pregunta acerca de quiénes pueden ejercer una disciplina y cómo deben hacerlo, no solo se instalará en las comunidades científicas, sino también en el espacio público, como puede constatarse en la prensa del período (Stebbins). Se trata, además, de una época en que la formación y práctica de diversas disciplinas estaban comenzando a delimitarse y especializarse, y en que aún eran confundidas las ciencias y las pseudociencias, debido a que el campo científico estaba en construcción, lo que, a su vez, permitió que diversos actores pudieran acceder y ejercer en él.
Esta laxitud de la categoría de lo científico en el período, es decir, las porosas fronteras de la definición de qué es ciencia, quién puede ejercerla y quién puede comunicarla (Quereilhac), se problematiza aún más cuando se piensa en las mujeres como participantes de esta esfera, no solo como consumidoras y público, sino también como productoras de conocimiento o promotoras y mediadoras de su circulación (Ramírez, “Ciencia”). De allí que esta compilación pretenda examinar el rol que tuvieron editoras, redactoras y lectoras de diversos saberes, durante el proceso de institucionalización, sistematización y profesionalización del ejercicio científico en el Cono Sur (y en sus intercambios con España).
La historiografía, por lo general, ha sido reluctante a rastrear a agentes que parecen invisibles en el proceso de producción y comunicación del conocimiento, pero que sin ser los grandes héroes de la ciencia, en varios casos fueron los principales facilitadores de la información o incluso los protagonistas en hacer exitosas las carreras de científicos reconocidos. Nos referimos a ayudantes, calculistas y colaboradores de diversa índole, así como a editores, libreros, traductores, transportistas y financiadores, entre otros, los que, a menudo, sin una educación científica formal, aprendieron las disciplinas con las que les tocó dialogar a través de la experiencia, siendo de algún u otro modo, agentes activos en la generación de conocimiento (Delgado et al.). En las últimas décadas algunos historiadores han comenzado a explorar estos roles en el ámbito hispanohablante (Nieto-Galan), pero todavía estamos a medio camino y la tarea está aún más atrasada para el caso en que estos roles fueron llevados a cabo por mujeres (Miseres; De Lucía). ¿Cuántas traductoras hispanoamericanas de obras de académicos y científicos franceses, ingleses y alemanes no han recibido aún la atención que merecen? ¿Cuántas editoras y correctoras hay detrás de numerosos textos de índole científica que circularon por el continente en distintos formatos? ¿Cuántas científicas sin educación formal colaboraron en la generación y comunicación de nuevos conocimientos a la sombra de sus colegas, a menudo esposos, padres y hermanos? Las preguntas de este tipo podrían no tener fin, pero en resumen lo que apremia es develar y relevar el rol que ejercieron las mujeres en este y en otros ámbitos vinculados al desarrollo del conocimiento.
A partir de representativos estudios de caso, este dossier reflexiona sobre el rol de las mujeres como productoras y comunicadoras de saberes mediante la publicación de libros, periódicos, revistas y otros dispositivos impresos, desde una perspectiva interdisciplinaria, con principal enfoque en la mirada historiográfica entre los siglos XIX y XX, y dentro de un tránsito de circulación de ideas entre Chile, Argentina y Uruguay, con apertura al diálogo transatlántico con España. Los saberes son comprendidos en los trabajos que lo componen en un sentido amplio, considerándose a las ciencias exactas, naturales y sociales, pero también, a las humanidades, las que se presentan en diálogo con otras disciplinas, atendiendo también a las pseudociencias, en un contexto en que las fronteras o delimitaciones de lo que se comprendía como científico eran difusas (Quereilhac; Mülberger).
Los artículos que aquí presentamos exploran el rol de las mujeres como mediadoras y difusoras de saberes, así como de productoras y creadoras de nuevos conocimientos, pero también como lectoras y revisoras de estos. Si bien los trabajos exploran estos papeles desde distintas dimensiones y particularidades del contexto latinoamericano entre los siglos XIX y XX, se concentran en los saberes científicos y literarios, y sus implicancias en la condición educativa y política de las mujeres; de allí que nuestra presentación se concentre especialmente en el fuerte vínculo entre estos cuatro campos: ciencia, literatura, educación y política. Debemos advertir, sin embargo, que en ningún caso esta introducción agota todas las aristas que exploran los trabajos que conforman esta compilación. A su vez, este dossier tampoco pretende completar todos los aspectos que pueden atenderse respecto de la problemática, sino que más bien busca contribuir y promover el avance investigativo en esta materia.
Escribir y leer la ciencia
Los trabajos que componen esta compilación examinan casos en que las mujeres han sido agentes de circulación de saberes, pero también aquellos en que han sido más bien receptoras o públicos de conocimientos. En estos últimos casos es posible vislumbrar con mayor claridad representaciones de cómo fue vista la relación entre las mujeres y las ciencias, lo que no es extraño ni poco recurrente en los estudios sobre el papel de las mujeres como difusoras y generadoras de saberes en los que, a pesar de que se pretenda analizar esta agencia femenina, lo que se encuentra muchas veces es la representación que otros hicieron sobre estos roles femeninos. De allí que no se pueda dejar fuera esta perspectiva, y que sea relevante analizar también cómo fueron representadas las mujeres ejerciendo como transmisoras o como potenciales difusoras de conocimientos. Es en esta línea en la que profundizan los artículos de Soledad Quereilhac y de Silvana Darré incluidos en este dossier. El primero explora representaciones de mujeres científicas en obras de ciencia ficción argentinas durante la segunda mitad del siglo XIX y primeros años del XX; y el segundo analiza una revista conservadora editada en Buenos Aires en la década de 1930 dedicada especialmente a un público femenino, que ofrecía distintos tipos de conocimientos –entre ellos, varios de índole científica– aplicables a sus roles de madres y dueñas de casa. En este artículo las mujeres son comprendidas como receptoras de información, y las características de los saberes que aparecen en sus páginas permiten visualizar el tipo de representaciones que se transmiten sobre la mujer y su uso del conocimiento científico. El resto de los trabajos se enfoca en la otra perspectiva, es decir, en el análisis de situaciones en que las mujeres oficiaron como mediadoras e incluso generadoras de saberes.
La compilación inicia con un trabajo de Priscila Muena sobre el rol divulgativo que ejercieron las maestras de instrucción primaria en Chile desde la segunda mitad del siglo XIX y los primeros años del XX. Que las maestras hayan ejercido esta función puede parecer evidente, pero no lo es tanto cuando nos enteramos de que las mujeres no recibían en ese entonces la misma educación que los hombres; los planes de estudios de los colegios femeninos no incluían prácticamente asignaturas científicas y la mujer aún no accedía a la universidad.
Sigue a este el trabajo el de Mariela Ramírez que analiza la defensa de la educación de las mujeres –una de carácter científica– realizada por la intelectual liberal chilena Lucrecia Undurraga en la década de 1870. El corpus principal es una novela de su autoría, por lo que ese texto permite comprender que la escritura de asuntos científicos hecha por mujeres tuvo que seguir ciertos pasos y atenerse a ciertas estrategias para aparecer y mantenerse, por lo que la defensa de una educación científica femenina planteada a través de una novela puede leerse en esa línea.
Siguiendo el orden cronológico, así como en diálogo con las discusiones abordadas en el artículo anterior, sobre si la mujer debía o no adentrarse en el campo científico, se incluye el trabajo de Soledad Quereilhac, quien, como ya se ha precisado, analiza las representaciones sobre las mujeres y sus implicaciones en las ciencias, aparecidas en relatos fantásticos, temprana ciencia ficción y utopías que circularon en libros y en la prensa de Argentina en la segunda mitad del siglo XIX y primeros años del XX. Se señala en este trabajo que en las ficciones literarias es posible detectar los límites simbólicos que rodearon a la figura de la mujer científica en la época, límites que dan cuenta de las resistencias sociales frente a la búsqueda del acceso a la educación y a la emancipación.
El dossier continúa con un trabajo de Verónica Ramírez y Patricio Leyton en el que nuevamente son las mujeres las que se pronuncian sobre asuntos científicos. En este caso, se analiza la apropiación de algunos fenómenos y disciplinas científicas que realizan las obreras chilenas en dos proyectos editoriales que lideraron en la primera década del siglo XX. Este artículo permite comprender la ciencia como un objeto democratizador que pudo servir de palanca para abrir nuevos espacios para las mujeres, en este caso, pertenencientes a las clases menos favorecidas.
En la misma línea de abrir nuevos espacios para ellas, se incluye el artículo de Macarena Urzúa, quien analiza la participación de las mujeres en los círculos espiritistas chilenos, su labor de médiums y, en específico, la mediación del saber espiritista en las revistas chilenas de principios del siglo XX. Estas publicaciones son reflejo del alcance global del movimiento, doctrina y filosofía espiritista, enmarcado entre la religión y la ciencia, y que se asienta en Chile mediante un nutritivo intercambio en el que el trayecto cultural que unía a España, Argentina y Chile, fue crucial. Las mujeres en este intercambio fueron clave porque, por una parte, y según la mirada tradicional, tendrían una naturaleza más adecuada para experimentar fenómenos de índole espiritual, pero al mismo tiempo, porque el movimiento espiritista era de carácter democrático, en el sentido de que no funcionaba mediante estructuras jerárquicas como la Iglesia, y permitía que hombres y mujeres pudieran ejercer la mediumnidad. Asimismo, abunda en la necesidad de superar simplificaciones del ideal de progreso científico de la época como una bifurcación inexorable entre materialismo y nuevas espiritualidades; en este sentido, el espiritismo (como la teosofía) puede interpretarse como una de las derivaciones de “ese cambio de paradigma que llevaría a una progesiva secularización y a una pérdida de hegemonía de las religiones tradicionales” (Espigado 147-153), así como a unas nuevas prácticas sociales para alcanzar el conocimiento del más allá a través de la racionalidad humana y, para las mujeres, reconocimiento y promesa de emancipación.
El artículo de Paula Pérez-Rodríguez, en ese sentido, presenta una profundización de estas características del espiritismo y la agencia de las mujeres en su ejercicio, y si bien su caso se asienta en territorio español, es completamente atingente a esta compilación, en cuanto permite visualizar que los conocimientos que transitaban en América del Sur eran parte de una circulación transatlántica que fue muy potente, sobre todo, entre el mundo hispanohablante. Este trabajo, además, avanza hacia la posibilidad de que las mujeres, a través del espiritismo, hayan participado de la gestación de un movimiento contracultural durante el primer tercio del siglo XX.
Si bien el texto de Silvana Darré pareciera ser un retroceso en el sentido de la condición emancipadora que pudo cobrar el conocimiento científico o pseudocientífico para las mujeres, debido a que analiza una revista conservadora editada en Buenos Aires en la década de 1930 donde se enseñaba a las mujeres a ser buenas madres y dueñas de casa a través de la aplicación de ciertos conocimientos científicos, lo cierto es que este trabajo nos presenta una ventana compleja hacia ese contexto en que ciertos debates, tales como la posibilidad de cambiar el sexo, habían permeado en los círculos conservadores, lo que da cuenta de que el público femenino de estas esferas estaba reflexionando sobre temáticas transgresoras en la época.
Siguiendo el camino transgresor, la compilación continúa con un trabajo de Christian Anwandter y Andrea Kottow, quienes a partir del hallazgo de un texto sobre la condición de la mujer de la profesora e intelectual chilena Amanda Labarca, ubicado en el archivo de la inacabada Enciclopedia Chilena (1948-1971), se preguntan sobre la concepción de la escritura en Labarca. Los investigadores sitúan la escritura de la autora entre el desarrollismo y el enciclopedismo, y proponen, mediante el análisis de tres operaciones específicas –tachar, perfilar y repetir–, que Labarca utiliza el enciclopedismo desde una conciencia literaria y emancipadora para subvertir los contextos culturales en que los textos se inscriben. Este trabajo concluye que esta intelectual construye un relato de progreso de la mujer cargado de afectos políticos que denuncian la injusticia, impulsando una emancipación donde la organización política civil es fundamental.
El dossier cierra con un artículo de Francisca Undurraga y Valentina Bravo, que examina las conferencias sobre feminismo, derechos civiles y políticos realizadas por las académicas de la Universidad Católica de Chile entre 1900 y 1940. Este trabajo clausura muy oportunamente esta compilación: mientras el comienzo del recorrido se centró en el rol divulgativo de las maestras de primaria y su incidencia en la obtención del derecho a educarse de las mujeres, el cierre se concentra en un grupo de académicas universitarias que ya han accedido al campo científico y que, desde esa posición, reflexionan y promueven el avance de la obtención de otros derechos para las mujeres, en este caso civiles y políticos.
La ciencia como elemento emancipador
Uno de los ejes que atraviesa y sostiene todos los textos aquí presentados es la comprensión de la ciencia como una herramienta, producto o práctica que conduciría a las mujeres hacia su emancipación, y no solo intelectual, como lo plantearían en mayor medida los casos de los dos primeros artículos, sino también, espiritual (como lo desarrolla en específico Urzúa), de clase social (como lo ven Ramírez y Leyton) y político (como lo plantean Anwandter, Kottow, Undurraga y Bravo). En todos los artículos de esta compilación se plantean situaciones en que mediante la escritura o la lectura del conocimiento realizada por mujeres, es decir, ya sea leyendo o aprendiendo saberes, difundiéndolos o ejerciéndolos, subyace la idea de fondo de que las mujeres alcanzarían un logro, que en términos amplios puede traducirse en una mejor condición en la sociedad. El solo hecho de que las mujeres –sin preparación suficiente– leyeran o se pronunciaran sobre ciencia, como el caso de las maestras de primaria y sus alumnas, así como las escritoras y sus lectoras del siglo XIX, resulta un hecho transgresor. Apropiarse de las ciencias, en consecuencia, parece convertirse en un símbolo del camino que debían cruzar las mujeres para conseguir una mayor participación y un trato más igualitario en la sociedad. Ahora bien, si este fenómeno se estudia de manera más focalizada, como se ha pretendido hacer en esta compilación, es posible visualizar usos de la ciencia más concretos y conscientes de parte de las mujeres en favor de ese objetivo emancipador. Así puede apreciarse en la exigencia que hacen las obreras chilenas a los médicos, para que enseñen datos y métodos para que las mujeres pudiesen decidir y controlar la maternidad, tal como señalan Ramírez y Leyton en su trabajo. En ese caso, las obreras veían el conocimiento científico como una herramienta poderosa para gestionar con mayor autonomía sus propias vidas y la de toda su clase social.
Tambien en el caso de las profesoras chilenas y extranjeras debe destacarse su cuestionamiento a la educación tradicional y deficiente de las mujeres en el siglo XIX, y su estratégica inclusión de saberes científicos en sus propuestas de reforma a los planes de enseñanza, como apunta Priscila Muena. Buscando una mayor democratización de los conocimientos en un período en que el desarrollo científico estaba en pleno auge, maestras chilenas y extranjeras dieron un paso en el camino hacia la búsqueda de igualdad, al no circunscribir la educación de las mujeres a las áreas o disciplinas asociadas a sus roles de futuras madres o esposas.
Ligadas a estrategias de legitimación de la educación de las mujeres pueden pensarse las intervenciones de Lucrecia Undurraga en su novela El ramo de las violetas (1877), publicada en el periódico La Mujer, y en sus colaboraciones ensayísticas en otros medios de prensa. Tal como afirma Ramírez Peña, sin contradecir ni atacar directamente las funciones esperables de las mujeres en el hogar, ni su naturalizada asociación con los sentimientos, Undurraga aboga por una formación integral, que habilite la escritura literaria, el debate político y el conocimiento de la historia y las ciencias. En efecto, la concreción misma de su obra es una demostración modélica de lo que las mujeres chilenas podrían aspirar a alcanzar.
En contraste a estas luchas simbólicas y materiales, pueden pensarse las figuras de mujeres científicas que imaginan las ficciones fantásticas decimonónicas, estudiadas por Quereilhac: mujeres asociadas a la tradicional figura de la hechicera o la bruja, que manejan saberes científicos tradicionales, ligados al mundo de los hombres, pero también saberes del ocultismo, como magistralmente concretó Juan Manuela Gorriti en su relato “Quien escucha su mal oye” (1865), así como otros autores y autoras argentinas. En las ficciones emergen los temores y las proyecciones sobre una figura emergente –la mujer sapiente formada en ciencias, la mujer empoderada por sus conocimientos– que no es aún una realidad generalizada pero que se intuye posible, como lo fue la combativa gallega Emilia Pardo Bazán, quien incursionó en los debates en torno al darwinismo, la antropología criminal o la ciencia penal. Las ficciones hurgan en esa posibilidad vislumbrada, no sin dar cauce a su carácter disruptivo y desestabilizador del statu quo. Asimismo, en las narraciones utópicas del período, en las que se imagina el futuro de la Argentina, emerge como una preocupación constante cuál será el lugar de las mujeres en las sociedades del porvenir y cuál será su vínculo con los conocimientos, la política, la cultura y la vida familiar.
No es casual que en las ficciones decimonónicas y de entresiglos se problematice la relación de las mujeres con las ciencias ocultas, porque, en efecto, fue en los ámbitos del espiritismo y la teosofia donde muchas mujeres latinoamericanas y españolas encontraron la oportunidad de desarrollar tareas intelectuales y actividades sociales que les estaban vedadas en ámbitos más tradicionales o en las instituciones científicas, religiosas y universitarias, a las que no accedían o lo hacían con carácter de subalternas. En el camino de la experimentación empírica, las mujeres podían gestionar su propio mundo espiritual, laico, sin exigencias y mandatos impuestos por jerarquías eclesiásticas. En las revistas espiritistas de principios de siglo XX en Chile, tal como trabajó Urzúa, las mujeres pudieron desplegar una escritura propia e ir conquistando, a su vez, paulatinamente, una firma de autoridad o autorizadora. Esa escritura propia se lleva al extremo en el caso de la escritura futurista que analiza Pérez-Rodríguez en España, por su particular combinación experimental y neutralizadora de las diferencias simbólicas en torno a la alfabetización y el saber.
El poder emancipador de la educación y de la adquisición de saberes científicos encuentra su particular torsión en el caso de las universitarias chilenas de la primera mitad del siglo XX, que actúan en la Universidad Católica de Chile. En un ámbito donde predominan los valores tradicionales, en el que circula cierta ideología conservadora, este grupo de académicas despliegan estrategias para reflexionar públicamente sobre el feminismo (entendido de manera amplia y sin ajuste a programas), y sobre derechos civiles y políticos de las mujeres. Ese lugar ganado en la universidad se convierte en espacio de legitimación del discurso y, a la vez, en tribuna de intervención pública.
Conclusión
El recorrido que propone este dossier, cuyos artículos se ordenan con criterio cronológico, transita por una variada casuística que nos acerca a un problema que recorre la cultura latinoamericana desde mediados del siglo XIX, pero que no ha sido aún suficientemente estudiado: los vínculos de las mujeres con la producción, circulacion y recepción del conocimiento científico y pseudocientífico, las funciones que desempeñaron (a veces poco visibles) en esos procesos, y las estrategias de lucha y planificación de una educación para las mujeres que incluyera, también, las ciencias. En este corpus de artículos se despliegan fuentes diversas, ligadas a distintos ámbitos de la sociedad: el mundo de la prensa, las instituciones educativas, la literatura, los círculos culturales heterodoxos y algunos partidos políticos vinculados a la militancia obrera, esto es, un variado mosaico en el que se vislumbran rastros de esas luchas y de esas pequeñas conquistas en un período de fuerte imbricación entre ciencias, educación, literatura y política.
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1 Este dossier es fruto de un seminario celebrado en Santiago de Chile el año 2023, coorganizado por el proyecto Fondecyt 11220008 y el Centro de Estudios Americanos de la Universidad Adolfo Ibáñez. Este seminario, que se tituló con el mismo nombre del dossier, fue liderado por la académica chilena Verónica Ramírez Errázuriz, quien ha ejercido como coordinadora de esta edición, junto con las investigadoras extranjeras invitadas al evento: Soledad Quereilhac (CONICET, Argentina) y Pura Fernández (CSIC, Madrid).