Revista de Humanidades N.º 51: 63-91 ISSN: 07170491 • DOI: 10.53382/issn.2452-445X.871

El ramo de violetas (1877) de Lucrecia Undurraga

La defensa de la educación de las mujeres en Chile desde la escritura narrativa (y la prensa) del siglo XIX1

El ramo de violetas (1877) by Lucrecia Undurraga

The defense of women’s education in Chile from the narrative writing (and the press) of the XIX century

Mariela Andrea Ramírez Peña

ORCID: 0000-0002-8703-1787

Universidad de Concepción

Edmundo Larenas 219, Concepción, Chile

marieramirez@udec.cl

Resumen

Lucrecia Undurraga es una de las primeras novelistas chilenas del siglo XIX, sin embargo, hasta la fecha no se ha revisado detalladamente su obra literaria. Su producción se enmarca en el proyecto político que persiguen los letrados liberales de la época: ilustrar la nación mediante la literatura, para guiarla hacia el progreso y la modernidad. Undurraga es una de las primeras mujeres en hacer pública su escritura en el país, para defender la educación de la mujer desde las novelas publicadas en periódicos. Por lo tanto, este artículo analiza la representación de la mujer en los personajes de la novela El ramo de violetas (1877) para dar cuenta del aporte de la autora a la institucionalización del conocimiento en Chile, desde el espacio de la literatura –y la prensa– como defensora de la educación de las mujeres y, a su vez, como difusora de conocimiento.

Palabras clave: Lucrecia Undurraga, El ramo de violetas, novelista chilena, educación de la mujer, prensa del siglo XIX.

Abstract

Lucrecia Undurraga is one of the first Chilean novelists of the XIX century, however, to date there has not been a detailed review of her literary work. Its production is framed within the political project pursued by liberal scholars of the time: to enlighten the nation, through literature, to guide it towards progress and modernity. Undurraga is one of the first women to make her writing public in the country, to defend women’s education through novels published in newspapers. Therefore, this article seeks to analyze the representation of women in the characters of the novel El ramo de violetas (1877), to account for the author’s contribution to the institutionalization of knowledge in Chile, from the space of literature (and the press), as a defender of women’s education and, in turn, as a disseminator of knowledge.

Keywords: Lucrecia Undurraga, El ramo de violetas, Chilean novelist, women’s education, XIX century press.

Recibido: 12/03/2024 Aceptado: 14/07/2024

1. Lucrecia Undurraga: su aporte a la literatura nacional desde el espacio de la prensa

Lucrecia Undurraga (1841, Illapel-1901, Santiago) fue hija de Josefa Solar y Gorostiaga y de José Agustín Undurraga, y se casó con José Manuel Somarriva, con quien tuvo solo un hijo, Marcelo Somarriva Undurraga. Carla Ulloa (2017) indica en Escritoras del siglo XIX: su incorporación pionera en la esfera pública y el campo cultural que “conocemos muy pocos detalles de su vida” (111), pero, entre esta escasa información biográfica, se deben destacar dos elementos: en primer lugar, Lucrecia Undurraga estudia en el Colegio para Señoritas a cargo de María Josefa Cabezón. La familia Cabezón, particularmente las llamadas ‘hermanas Cabezón’ (Dámasa, Manuela y María Josefa), instauraron “la primera generación de establecimientos femeninos laicos fundados en el país a partir de la década de 1830” (Contreras 71) para luchar contra la ignorancia2. Por lo tanto, Undurraga es educada en un entorno que, precisamente, busca la ilustración de las mujeres, ideal que permeará su futura producción escritural. En segundo lugar, los ingresos económicos de su familia, durante casi tres siglos, provinieron de la minería y la agricultura, por lo que “su posición económica era cómoda, pero no formaba parte de la aristocracia. Una vez viuda, al parecer, ella se instaló en Valparaíso y Santiago” (Ulloa 112). Lucrecia Undurraga, como mujer letrada, parte de una familia con poder económico y viuda –heredera de los bienes de su esposo–, ocupa un lugar privilegiado a nivel educativo y socioeconómico, el que, en parte, permite comprender el contexto que posibilita su ingreso al mundo de la escritura pública.

La producción de Lucrecia Undurraga emerge desde el espacio de la prensa. Su obra está compuesta por artículos, ensayos y crónicas, que publicó en periódicos como Revista del Pacífico, Revista Sud-América, Revista de Chile y La Brisa de Chile, entre otros. Fundó La mujer: Periódico semanal, historia, política, literatura, artes, localidad en 1877, publicación dirigida, editada y redactada por mujeres, lo que la sitúa como “la primera empresa editorial plenamente femenina y la más extensa e importante del siglo XIX” (Ramírez y Ulloa 15). Además, publicó dos novelas por entregas, Los ermitaños del Huaquén. Tradiciones populares del Norte de Chile (1875) en el periódico La Brisa de Chile y El ramo de violetas (1877) en La Mujer, por lo que es una de las primeras autoras –de las que se tiene registro– que publicaron novelas por entregas en Chile.

De acuerdo con las fechas de publicación de sus novelas, Lucrecia Undurraga se posiciona como la segunda novelista chilena, siendo Rosario Orrego la primera del país3. Ambas leyeron parte de su obra en la Academia de Bellas Letras (1873-1881), agrupación de letrados liberales dirigida por José Victorino Lastarria (y parte de la generación de 18424). Estos intelectuales, influenciados por la filosofía positivista, comparten un proyecto político-literario: ilustrar mediante la literatura nacional que comienza a gestarse, para guiar el país hacia el progreso y la modernidad. La autora se adhiere públicamente a la ideología liberal, para alzar la voz en defensa de la educación de las mujeres5. Así lo afirma en Ensayo sobre la condición social de la mujer en Chile (1873): “si es que puedo contar con vuestra aprobación y aliento en favor de una mujer que ha tenido el valor de ser la primera que, entre nosotros, haya levantado el estandarte de las sociedades modernas: Emancipación de la mujer” (828). Undurraga es una de las primeras en hacer pública su obra, para defender la educación de la mujer desde las novelas publicadas en periódicos (folletines). Su producción, por lo tanto, constituye un aporte tanto a la literatura como al periodismo nacional.

Cuando se analiza la obra de algunas de las escritoras del siglo XIX se puede cometer el error de pensar que se trata de autoras completamente olvidadas, no obstante, es importante aclarar que la obra de Undurraga –aunque esporádicamente– es destacada durante los últimos dos siglos, desde su momento de producción hasta la actualidad. Esto no quiere decir que durante este período las obras escritas por mujeres tengan el mismo grado de visibilidad que las publicadas por hombres –Lastarria, Blest Gana o Barros Grez–; al contrario, gran parte de estas novelas aún no son aceptadas en el canon literario chileno. La obra de Undurraga es abordada por diversos autores, quienes coinciden en destacar su aporte a la literatura nacional. Muchos de estos trabajos han sido olvidados con el tiempo, en parte, debido a la naturaleza heterogénea de los documentos: biografías, antologías, discursos, ensayos y artículos. Además, estos textos no profundizan en el análisis de su obra, por lo que aún está pendiente. Para comenzar, entonces, es relevante examinar las lecturas que se han hecho de su producción.

José Victorino Lastarria es uno de los primeros intelectuales chilenos en resaltar el aporte de Undurraga junto con el de Rosario Orrego en Recuerdos literarios (1878), donde las sitúa como las primeras mujeres en presentar sus producciones en la Academia de Bellas Letras, donde “no solamente le han presentado sus trabajos los jóvenes estudiosos, sino, lo que es digno de notarse, también se ha honrado con los de dos señoras, cuyas obras le han arrancado sinceros aplausos, doña Rosario Orrego de Uribe, i doña Lucrecia Undurraga de Somarriva” (574)6.

A lo anterior se suma el trabajo de la destacada escritora colombiana Soledad Acosta, quien reúne a las literatas de América en La mujer en la sociedad moderna (1895). Este documento incluye a Undurraga en la lista de autoras chilenas, donde afirma que:

Chile cuenta también con una escritora socialista, la señora Lucrecia Undurraga de Somarriva. Tanto en una Revista que fundó, como en los libros y publicaciones que ha hecho, se esfuerza en sostener valientemente sus ideas avanzadas y abrir nuevos horizontes a la mujer proletaria. (412)

Estas referencias dan cuenta, prontamente, de la valoración de la obra de Undurraga, tanto a nivel nacional como internacional.

El historiador Pedro Pablo Figueroa (1901) destaca su contribución a la literatura chilena y describe su obra como una labor hermosa, inteligente y brillante:

Consagrada al cultivo de la literatura, colaboró en la Revista del Pacífico, el Sud América, la Revista de Chile y La Lectura. Fué redactora del célebre periódico titulado La Mujer, que se publicó en Santiago en 1877 y 1878. Esta publicación literaria, destinada a difundir la cultura intelectual en la mujer, ha sido una de las mas hermosas e ilustradas de Chile […] La señora Undurraga hizo en La Mujer una activa y patriótica campaña en favor de la educación científica de las jóvenes chilenas, la que no tardó en producir sus resultados científicos, pues, bien pronto, se titularon en nuestra Universidad, las primeras profesionales femeninas de Chile y de América. De sus diversas producciones podemos citar las tituladas: La Caridad, discurso (1877), El Ramo de Violetas, novela (1877), La Mujer que no come; La Mujer debe ser ilustrada; El pasado y El porvenir de la Mujer, artículos; La Educación de la Mujer, cartas a don Luis Rodríguez Velasco; Nuevos Horizontes para la Mujer; –¿Debe la Mujer ser Artista? –artículos, y la novela Los Ermitaños de Huaquen. (338-339)7

Esta, como se evidenciará a continuación, es una de las pocas instancias en las que se aborda la escritura literaria de Undurraga durante el siglo XX.

El nombre de la novelista continúa apareciendo en algunos textos, aunque solo en breves alusiones. Leonor Urzúa (1912) en Flores incultas presenta a las escritoras más distinguidas del país y, entre ellas, nombra a Undurraga. Algo similar sucede en el caso de Gabriela Sotomayor (1927), quien examina la presencia de las mujeres en la prensa, donde indica que el primero de los diversos diarios fundados por mujeres “se debió a la iniciativa de doña Lucrecia Undurraga de Somarriva, quien por el año 77 comenzó la publicación de ‘La Mujer’, en el cual escribió ella con constancia durante varios años” (754). Su obra es calificada como una aliada de la educación de la nación, pero no se revisa su trabajo con detalle. Esta situación se observa nuevamente en El aporte femenino al progreso de Chile 1910-1960 de Felícitas Klimpel (1962), donde solo aparece su nombre en la lista de publicaciones dirigidas por mujeres, como fundadora de La Mujer (1877).

A partir del siglo XXI surgen más estudios que mencionan a la autora, lo que se advierte desde 1998 con el análisis de Erika Maza en “Liberales, radicales y la ciudadanía de la mujer en Chile (1872-1930)”. Maza postula que Undurraga no solo fundó la primera organización de mujeres desligada de la Iglesia católica, sino que también tuvo una gran preocupación por la literatura nacional. La Mujer, junto con otras entregas, “manifestaban la misma indiferencia altanera frente a la política que Lucrecia Undurraga expresó por primera vez en 1875. La mujer podía contribuir a la democracia a pesar de no ejercer el derecho a voto” (338).

Juan Poblete (2002) menciona a la escritora en Literatura chilena del siglo XIX: entre públicos lectores y figuras autoriales, cuando afirma que “la Academia la fundan más de cincuenta ‘hombres de letras’ (y participan en ella al menos dos mujeres, Rosario Orrego y Lucrecia Undurraga)” (133). A pesar de que se reitere su nombre en los estudios citados, hasta esta fecha aún se encuentra pendiente una revisión más profunda de su producción. Carol Arcos es una de las primeras que comienza con este examen, ya que realiza varios trabajos8 que abordan las obras de autoras chilenas del siglo XIX, las que llama autorías femeninas fundacionales. Arcos (Autorías) plantea que Undurraga promueve una prensa que no solo busca la utilidad ilustrada de mediados de siglo, sino que también apunta a “la inserción de la escritura en una compleja red de estándares empresariales, que marca el ritmo de publicación, distribución y consumo, afectando los contenidos, géneros y estrategias mediales de los periódicos” (66).

Verónica Ramírez, Manuel Romo y Carla Ulloa también son parte de los académicos que realizaron un estudio crítico de su obra periodística, en Antología crítica de mujeres en la prensa chilena del siglo XIX. Los autores analizan el periódico semanal La Mujer, cuya primera página explicita el nombre de la redactora y de las colaboradoras, lo que es calificado como “toda una proeza y demostración de valentía para la época, considerando que lo usual era la utilización de pseudónimo debido a la marginación de la participación femenina en la esfera pública” (54). La década de 1870 se convirtió en el escenario propicio para que las mujeres, sin encontrar con facilidad donde expresar sus ideas, crearan un periódico; este fue el caso de La Mujer. En palabras de los autores, por primera vez en Chile se editaba un diario dedicado por completo a la promoción, ilustración y emancipación de la mujer. Este proyecto se concretó meses después del decreto Amunátegui, promulgado en febrero de 1877, el que permitió a las mujeres ingresar a la universidad en Chile. Como consecuencia de ello, otros medios de prensa, conservadores y detractores de dicho decreto, calificaron a “las participantes de La Mujer como revolucionarias, peligrosas, frenéticas, rojas y masonas, entre otros apelativos peyorativos para la época” (56).

El mismo año en que Ramírez, Romo y Ulloa publican su antología, Joyce Contreras, Damaris Landeros y Carla Ulloa publican Escritoras chilenas del siglo XIX. Su incorporación pionera en la esfera pública y el campo cultural. En este estudio, Carla Ulloa dedica un capítulo al examen de la producción periodística de Undurraga, cuya postura, como defensora de la educación, correspondió a una minoría en la década de 1870. Ulloa textualiza algo que también se evidencia en la revisión de esta crítica precedente: “en varios estudios sobre las mujeres en Chile se ha mencionado a Lucrecia Undurraga como precursora, pero sin un análisis exhaustivo de su obra ni de su trayectoria como intelectual” (114). Escritoras chilenas del siglo XIX destaca la relevancia de estudiar la vida y obra de aquellas autoras desconocidas del período, en particular la de Lucrecia Undurraga. Este examen resulta fundamental, ya que entregaría las “claves para comprender un proceso histórico de larga data en Chile: la lucha por una sociedad más justa y por los derechos de las mujeres a través de la prensa” (130).

Claudia Montero, aunque brevemente, también ha citado a Undurraga en varios artículos9, donde postula que su aporte radica en el énfasis que da a la educación femenina. Este discurso incluía a todas las clases sociales, pues el derecho a ilustración “no recaía en su capacidad de acción política en tanto mujeres de la elite económica [...] sino en su condición de ser madres de las distintas clases sociales para influir en la formación ciudadana” (Montero, “Mujer, maternidad” 1224).

Verónica Ramírez y Carla Ulloa publican en formato libro la transcripción íntegra de La Mujer (1877) en el año 2018, pues solo se encontraba en los registros de la Biblioteca Nacional de Chile. En esta edición se observa una intención de recuperar la producción de Undurraga, tanto periodística como literaria, ya que La Mujer contiene ensayos, artículos y los capítulos de su novela El ramo de violetas (1877). En el estudio preliminar de este texto, Ramírez y Ulloa sostienen que “creemos que prima con urgencia un análisis de su producción literaria. Esta merece ser atendida de manera exclusiva por un proyecto de investigación que se haga cargo plenamente del estudio de sus características y su puesta en valor” (25). Esto, sumado a los trabajos presentados en esta revisión, evidencia la ausencia de un examen detallado de la obra literaria de Undurraga, uno que profundice en su narrativa, más allá de su aporte al periodismo nacional.

Entre los estudios más recientes se encuentra el de Verónica Ramírez y Patricio Leyton, quienes mencionan a la autora como parte de ese grupo de intelectuales liberales que difundieron el conocimiento científico durante el siglo XIX10. Verónica Ramírez, en “Las mujeres y la divulgación de la ciencia en Chile”, el más reciente hasta la fecha, analiza su contribución, junto con otras autoras, a la difusión del conocimiento. De acuerdo con Ramírez, la Revista de Valparaíso dirigida por Rosario Orrego y La Mujer, fundada por Undurraga, son precursoras de la expansión del saber científico: “sobre la educación científica de las mujeres, La Mujer de 1877 es un periódico emblemático, ya que la mayoría de sus textos, escritos en su totalidad (salvo cinco excepciones) por mujeres, hablan sobre esta temática” (16). A medida que se gesta una red de chilenas ilustradas que participan en la prensa como colaboradoras, “algunas mujeres en Chile comenzaron a pronunciarse sobre asuntos científicos, especialmente en revistas culturales, medio al cual tuvieron mayor acceso” (16).

Resulta relevante mencionar que, cuando se examina la crítica de la obra de Undurraga, los nombres de quienes estudian a la novelista se repiten más de una vez durante el siglo XXI: Arcos, Montero, Ramírez, Contreras y Ulloa. Esto da cuenta de una intención de parte de la crítica especializada de retomar su producción, de la que cada vez se habla un poco más. Contexto en que este artículo espera aportar a dichos valiosos trabajos, a partir de una lectura crítica de la producción novelística de Lucrecia Undurraga, cuya contribución a las letras nacionales ha sido destacado en los últimos dos siglos, pero, por contradictorio que parezca, sin un análisis literario que aborde sus novelas. Por lo tanto, este trabajo analiza la representación de la mujer, particularmente en El ramo de violetas (1877), a fin de dar cuenta de la importancia de la autora en la institucionalización del conocimiento en Chile desde el espacio de la literatura (y la prensa), como defensora de la educación de las mujeres y, a su vez, como difusora de conocimiento.

2. El ramo de violetas (1877) de Lucrecia Undurraga: personajes femeninos con destinos atados a su grado de educación

La novela El ramo de violetas fue publicada por entregas, entre junio y noviembre de 1877, en el periódico La Mujer, empresa editorial fundada y dirigida por la autora, cuyo propósito era “empeñar todos nuestros esfuerzos en mejorar la situación actual de la mujer; abogar sin tregua ni descanso por sus intereses bien entendidos; levantar sus aspiraciones hasta las luminosas esferas del saber” (Undurraga, “La Mujer” 46). Ramírez y Ulloa afirman que el periódico era redactado por mujeres, así como también dirigido a ellas. Esta narración, a diferencia de Los ermitaños del Huaquén, se dirige directamente a un público de lectoras11. Se trata de una novela de costumbres que se enmarca en la estética realista, rasgo propio de los intelectuales liberales de la época. Este texto podría ser catalogado como romántico, pero presenta una tendencia al realismo, en la medida en que expone una serie de cuadros de costumbres (idas al teatro, tertulias, comidas entre amigos, etc.) de la sociedad chilena del siglo XIX. La fusión o ambigüedad entre romanticismo y realismo, tal como plantea Arcos (“Feminismos”), es un rasgo propio de los autores de este período.

Hasta la fecha, la novela no ha sido publicada en formato de libro, por lo que solo se encuentra en dos sitios: los registros de La Mujer, en la Biblioteca Nacional de Chile; y en la transcripción íntegra de dicho periódico, publicada por Ramírez y Ulloa. La narración está compuesta por 15 entregas, divididas en VI capítulos, sin embargo, esta se encuentra incompleta, ya que La Mujer detiene su publicación sin previo aviso: “El último número de La Mujer se cierra de esta manera, sin anunciar ni dar indicios de que este era el fin del periódico” (Ramírez y Ulloa 390).

Actualmente, se cuenta con los primeros quince fragmentos de la novela, que constituyen un relato lineal, con una trama ininterrumpida y sin final, lo que representa un reto para una investigación sobre la obra literaria de Undurraga, la que demanda sumo cuidado en el análisis y en las conclusiones planteadas, entendiendo siempre que se trabaja con un corpus incompleto y, por tanto, que los resultados deben plantearse con cierta dosis de parcialidad. En este contexto, a fin de fortalecer el examen, también se acudirá a fuentes externas (como los ensayos de Undurraga). De este modo, se pretende abordar, en parte, el desafío de trabajar con una fuente –de acuerdo con los registros históricos– inconclusa. Pese a lo anterior, la ausencia de un desenlace no debe ser motivo para descartar el estudio de esta novela. La narrativa de Undurraga, como se evidenciará en este trabajo, revela en cada momento su postura sobre la educación de la mujer, por lo que su análisis permitirá, al menos, determinar el aporte de la novelista a la institucionalización del conocimiento y su difusión, así como de la educación de las mujeres.

Cabe destacar que La Mujer y, por extensión, El ramo de violetas, no se encuentra completamente digitalizada en Memoria Chilena, lo que complejiza el acceso al relato. Por este motivo, se explicará brevemente su argumento, a fin de facilitar la comprensión del análisis que se presenta. La protagonista, Julia, es una joven chilena que proviene de una familia sin dinero, casada con Federico, un peruano poseedor de una gran fortuna. La pareja vive una situación excepcional: la esposa vive en Chile, mientras que él se encuentra en Perú. La aparente separación le concede a Julia una vida llena de libertades, lujos y coqueteos con diferentes hombres, que ponen en tela de juicio su honor ante la sociedad.

La narración pronto advierte al lector que la aparente peculiaridad de la coquetería de Julia, en realidad, es un comportamiento que se reitera en otras jóvenes: “¿Qué te parece lo que hace la B.? En todas partes se presenta con el mismo compañero. ¡Qué capricho de llamar la atención de una manera tan inconveniente! No tendrá en su casa quien le dé un buen consejo” (Undurraga, El ramo 124). La cita anterior da cuenta de un rasgo fundamental en la producción novelística de Undurraga: la ausencia de la figura de la madre12. La conducta alejada de la moral de estas jóvenes se atribuye a la falta de una madre que las guíe y aconseje. En el caso de Julia, su hermana lo explicita:

¡El carácter de Julia sufre transformaciones cada vez más extrañas! –dijo María; de día en día la desconozco, lo que me preocupa intensamente, como podéis imaginarlo. Mi cariño por Julia se asemeja al que sentiría por una hermanita pequeña, a quien tuviera que servir de mamá. ¡Y bien lo necesita la pobre Julia! (Undurraga, El ramo 251).

Con la ausencia de la madre, junto al destino infeliz que le espera a Julia, según la novela, se advierte el rol fundamental que Undurraga atribuye a la madre y las consecuencias desastrosas que deparan a los personajes que no cuenten con ella. La imagen de la madre como un elemento fundamental para el bienestar de la familia y, por tanto, de la nación, es un punto de encuentro con Rosario Orrego. La diferencia entre estas novelistas es que, mientras que Orrego expone el aporte de la madre en la formación moral de los hijos, y, por extensión de la sociedad chilena, Undurraga ilustra las consecuencias negativas de no contar con esta guía.

Es importante recalcar que la representación de la madre en la escritura de las autoras chilenas del siglo XIX (que erróneamente podría ser leída en el siglo XXI como una perpetuación del sistema heteropatriarcal) constituye una estrategia de validación, para ingresar a un mundo literario-narrativo exclusivamente compuesto por hombres en aquel momento de producción. Desde esta perspectiva, no es azaroso que la primera mujer en escribir novelas en Chile, Rosario Orrego, firme con el seudónimo Una Madre entre 1860 y 1872, pues “desplegó lo que podríamos llamar una estrategia de autorización. Es decir, una forma de escritura que respondía simultáneamente a la necesidad de expandir los límites de la dicción y a la obligación de hacerlo en una forma que resultara, de una manera u otra, socialmente aceptable” (Poblete 173). Asimismo, los personajes de las novelas de Orrego visibilizan el lugar productivo de la mujer-madre en la sociedad. La producción literaria de Undurraga recoge esta estrategia y la modifica, para iluminar las consecuencias de la ausencia de la madre en la vida de los personajes y lo hace sin recurrir al seudónimo.

El personaje de Julia responde solo a sus propios deseos y se entrega libremente a coquetear con otros hombres, sin preocuparse de cómo perjudica la reputación de su esposo o hermana. A ello, debe sumarse un rasgo más: “es un precioso cuadro bueno para ser contemplado y admirado de lejos; es un fuego fatuo que se desvanece al tocarlo, una joya de fantasía tan brillante y bella como tú quieras, pero… hueca por dentro” (180). El matrimonio de Julia y Federico llega a un punto de separación irreparable, pues él paga una gran suma de dinero para mantener a su esposa en otro país y, de este modo, no compartir con ella. El motivo de la separación se presenta; se debe a la falta de educación de Julia, la que imposibilita la comunicación entre los esposos:

Quería, decía Julia, obligarme a robar algunas horas a estos inocentes placeres para dedicarlos a distracciones que él llamaba serias y provechosas, como, por ejemplo, a pasar eternas veladas sola con él escuchando leer libros que Federico aseguraba ser muy instructivos y divertidos, pero me aburrían de tal manera, que me dormía a las dos páginas. Esto enfurecía a mi maestro y me echaba en cara mi frivolidad. Pero, ¡Por Dios!, solía exclamar en el colmo de la desesperación, cómo educan los chilenos a sus hijas, que solo tienen ciencia para confeccionar su toilette. (346)

La novela, mediante las palabras de Federico, censura tanto la falta de estudios de Julia como su desinterés por ampliar sus conocimientos. Que este comentario provenga de un hombre y, además, extranjero, corresponde a una decisión estratégica de la autora para legitimar su crítica a la educación de las mujeres en Chile. En primer lugar, la discusión sobre la ilustración de la mujer se lleva a cabo, en su mayoría, por hombres. Undurraga critica fuertemente la ausencia de mujeres en el debate, tal como afirma en “Ensayo sobre la condición social de la mujer en Chile” (1873), leído en la Academia de Bellas Letras y publicado en la Revista Sud-América:

Cuando se trata de la suerte futura de la mujer; cuando se trata de emanciparla, por medio de la ilustración […] la opinión de una mujer, por muy desautorizada que ella sea, siempre tendrá algún valor en tan delicada cuanto importante materia. (821)

La autora utiliza este elemento a su favor y emite la crítica desde un lugar hegemónico, a fin de que no se cuestione a quien dicta el veredicto: un hombre ilustrado. En segundo lugar, el comentario de Federico, como sujeto extranjero, adquiere mayor objetividad, en la medida en que se encuentra en un punto de observación más lejano, que le permite evidenciar el problema.

Desde la óptica de la sociedad chilena del siglo XIX, sin matrimonios no hay hijos ni futuros ciudadanos, por lo tanto, la narración plantea que la educación de la mujer es fundamental para mantener a los matrimonios unidos y, por consiguiente, formar una familia y una nación. El fracaso matrimonial de Julia se torna una advertencia para las lectoras del periódico La Mujer, cuyo mensaje es claro, aun si se desconoce el desenlace del relato: la mujer debe ser educada. En este sentido, la autora utiliza el miedo, o la amenaza de un matrimonio infeliz, para despertar en las lectoras el motor que les guíe a buscar su propia ilustración.

Los rasgos de Julia (conducta arrebatada, frívola y carente de deseos de estudiar), desde la óptica moral del Chile del siglo XIX, cargan con un peso negativo; son vicios que dañan al personaje. Esta imagen se acentúa cuando la narración la compara con el diablo, encarnación del mal desde una perspectiva judeo-cristiana. A través de Julia, la novela postula que una mujer entregada exclusivamente a sus impulsos y sin deseos de mejorar su educación solo puede tener un final infeliz, pues “una mujer como esa es una calamidad en una casa” (180). De este modo, la narración se torna un dispositivo disciplinario en términos de foucaultianos, pues expone los vicios que deben evitarse por el bien de la familia y la nación chilena13.

María, por otro lado, constituye la antítesis de los vicios que encarna la protagonista. La hermana de Julia es descrita como una mujer buena, racional y de juicio sereno. Además, no debe pasar inadvertido que su nombre, María, remite a la imagen judeo-cristiana de la madre de Dios, quien –más allá de la construcción de la ‘mujer virginal’– encarna una rectitud moral intachable. Así lo declara Enrique Rivero, amigo de Julia, cuando habla de ella:

Tiene sobrada razón, María; siempre he tenido que admirar en vos ese juicio sereno y justo, un poco raro en las mujeres en general; y más aún en una niña soltera como vos que no puede tener la experiencia del mundo y de las cosas. (250)

Este fragmento no solo ilustra el pensamiento racional de María, mujer lectora y dedicada a los estudios, sino que también denuncia la visión masculina del Chile del siglo XIX acerca de las mujeres. A través de las palabras de Enrique, Undurraga aprovecha de criticar a su propio género, en la medida en que afirma que son pocas las mujeres de juicio sereno. Esta idea se reitera en otras producciones de la autora, como en el ensayo “La mujer debe ser ilustrada, cualquiera que sea el rol que se le señale en la sociedad” (1877), también publicado en La Mujer, donde afirma que:

La generalidad de las mujeres, por su parte, acepta de lleno esta doctrina: la espantosa perspectiva de asemejarse a sus compañeros las horroriza, la miran como un peligro inminente para su poder de atracción, y huyendo de ella, se precipitan sin pena en el abismo de la frivolidad y de la ignorancia. (57)

Las palabras de Enrique, en este sentido, denuncian la visión que tienen los hombres sobre la mujer chilena y, al mismo tiempo, constituyen un llamado de atención a las lectoras, para tomar conciencia de esta visión y combatirla mediante su propia ilustración.

Lucrecia Undurraga, en su producción ensayística y literaria, se posiciona en el positivismo, rasgo que comparte con los intelectuales liberales de la época. La autora postula que Chile también lo es, a diferencia de Perú, por lo que considera que su país es más adelantado que otros, en la medida en que se ha alejado del sentimentalismo. Pese a la visión que la novelista tiene de Chile, no duda en criticar su idiosincrasia, cuyo mayor vicio es el interés por el lujo, un interés que se superpone a todo lo demás. En este marco, también critica el destino que la sociedad chilena determina para la mujer sin dinero:

¡Qué lástima! He ahí una bonita y simpática niña: parece muy capaz de hacer la felicidad del hombre que la eligiera por compañera de vida; pero… Enrique aguardaba ansioso la solución de esto; pero no tiene fortuna, ni aun muriendo su padre, su madre y toda su parentela, hay esperanza de tocar algo… ¡Quién carga con ese fardo! (179)

Ante los ojos de los personajes masculinos, la mujer sin dinero se vuelve un peso que hay que arrastrar. La crítica a la ambición desmedida por el dinero se reitera a lo largo de toda la novela, donde, en ocasiones, incluso se enuncia con una cuota de irónico humor: “Cuando se trata de un marido joven, inteligente, de un apuesto mozo, en fin, como he oído decir que es el marido de Julia, bien se le puede amar aunque sea rico” (236). La visión de la autora es crítica con el papel que la sociedad ha determinado para la mujer, por eso lo reescribe en esta novela: acá las mujeres son libres, como Julia; o tienen la posibilidad de estudiar, si así lo desean, como María.

Debemos recordar que Enrique Rivero, enamorado de Julia, mujer casada, despierta rumores de infidelidad que llegan hasta Federico. La resolución de Enrique es matar a quien inició dichos comentarios, acto que María critica severamente. Cuando Rivero le pide ayuda, ella no se deja utilizar por él y, de paso, lo aconseja sobre la conducta que debe abandonar (la venganza) y la que debe seguir (el diálogo):

Siempre siguiendo los impulsos del corazón sin calcular a dónde va a conduciros. ¿Cómo no veis, Enrique, que por ese camino llegaréis precisamente a un fin contrario del que anheláis? ¿Cuál es vuestro título para pedir cuenta del honor de Julia? […] Es necesario abandonar esa temeraria idea. (292)

El ramo de violetas expone que María es mucho más lógica, prudente y racional que Enrique. De esta manera, la autora combate el estereotipo que pesa sobre las mujeres de la época, quienes supuestamente ‘solo siguen los impulsos del corazón’, ya que, mientras María encarna la racionalidad, Enrique se deja llevar por las pasiones. En el contexto de la sociedad chilena del siglo XIX (conservadora y patriarcal), este gesto, aunque pequeño, es tremendamente indócil ante los hombres que –en el plano extratextual de la novela– afirman que la mujer no puede desempeñar un rol racional. Este pensamiento lo portan, incluso, algunos de los políticos que se declaran liberales, es decir, cuyo objetivo es ilustrar a la nación. Luis Rodríguez Velasco, por ejemplo, diputado y político liberal, en Ligeras observaciones (1873) afirma que, si la mujer sabe más, sentirá menos, pues la cabeza (estudios y conocimientos) mataría al corazón (la supuesta esencia de la mujer). Undurraga responde a los planteamientos de Rodríguez en la Revista Sud-América, donde sostiene:

Y desde que usted y con usted la mayoría que representa, han declarado su preferencia por la mujer ignorante, con tal que sepa ser amante y agradable, yo me encuentro muy dispuesta a arrostrar este peligro. Confieso que no me hace temblar. (“Algunas” 1037).

El propósito de defender la educación de la mujer se refleja, años más tarde, en la construcción de personajes como María: mujer ilustrada, juiciosa, pero también amorosa y preocupada de quienes la rodean. Ella es la muestra –por obvio que parezca al lector del siglo XXI– de que la mujer puede estudiar y sentir emociones al mismo tiempo. En este contexto, en un Chile donde se cuestiona la capacidad de aprendizaje de la mujer y donde el decreto Amunátegui ha sido aprobado solo unos meses atrás, Undurraga publica una novela en que la mujer aconseja al hombre sobre la manera de comportarse, mientras él encarna la ira y la irracionalidad.

Pese a María, Rivero ignora su consejo, precisamente porque proviene de una mujer. La solución que ella propone conlleva la intervención de las madres de los personajes: “vos podríais trabajar por alcanzar este resultado por medio de vuestra madre, la que influiría en la madre de Federico para conseguir que este viniera a buscar a Julia” (304). En este sentido, nuevamente se advierte la importancia que Undurraga atribuye a la mujer en la sociedad, a través de la figura de la madre, esta vez (aunque el consejo sea ignorado) como mediadora de los conflictos matrimoniales.

Los rasgos atribuidos a los personajes femeninos en El ramo de violetas descartan la representación binaria de las mujeres como portadoras de la razón y de los hombres como víctimas de sus pasiones, cuestión que se evidenciaba en la narrativa chilena de la época. La crítica ha destacado que uno de los grandes aportes de Rosario Orrego a la novela nacional es visibilizar el lugar productivo de las mujeres en la sociedad, a través de personajes femeninos que velan por la moral del país y personajes masculinos que representan los vicios que hacen peligrar a la sociedad14. La escritura de Undurraga se distancia de esta forma de representación de hombres y mujeres y, por tanto, del binarismo que caracteriza a gran parte de la producción literaria latinoamericana. Los rasgos de María y de Julia proponen que pueden existir mujeres racionales y, también, irracionales. Asimismo, ocurre con los hombres presentes en el relato, entre los que destacan, por un lado, Eugenio Espiñeira, un amigo honrado, moderado y de pensamiento lógico, y, por otro, su amigo, Ramiro del Monte, un imprudente dandy, quien persigue “con vehemencia todo lo que podría traer una emoción a su alma ardiente” (138).

La escritura literaria de Undurraga postula un mundo narrativo donde las mujeres pueden ser seres pasionales, como Julia, o seres estudiosos y de pensamiento racional, como María. ¿Qué marca la diferencia entre estas hermanas, si ambas tuvieron la misma crianza, familia y condiciones socioeconómicas? Su interés por la educación. A través de dos personajes femeninos, que además son hermanas, la autora expone dos destinos completamente distintos. La diferencia entre una y otra radica en sus grados de educación: María se encierra por horas en la biblioteca, mientras Julia dice que “ella era ya grande para someterse al duro régimen de la escuela” (346).

Mientras que los destinos de los personajes femeninos se encuentran atados al grado de educación que poseen, los hombres terminan compartiendo un trago, más allá de sus enemistades, y bromeando, de igual manera, sobre sus pensamientos pasionales o racionales. Por lo tanto, incluso sin tener acceso al desenlace de la novela, se advierte que es el destino de las mujeres el que se ve afectado por su grado de educación. Esa es la gran advertencia que la novelista entrega a las lectoras del periódico La Mujer, a través de esta novela-folletín, mensaje que se reitera en toda su producción literaria y periodística.

3. La educación de las mujeres: el proyecto
político-literario de la escritura de Undurraga

El ramo de violetas, como se mencionó, advierte a sus lectoras sobre el destino que les espera en caso de que no presten atención a su formación académica. Desde esta perspectiva, la novela se posiciona como un discurso promotor de la ilustración de la mujer en Chile, principalmente defensor de su derecho a la educación superior. Este es un rasgo que comparte con los demás textos publicados en este dispositivo impreso: “gran parte del periódico La Mujer estuvo dedicado al problema de la educación de las mujeres en Chile. Si bien existían escuelas privadas a cargo de profesoras, extranjeras por lo general, y escuelas católicas, la educación para las niñas del año 1877 era difícil” (Ulloa 126).

La segunda mitad del siglo XIX está marcada por una serie de cambios que potencian el ideal político-liberal de ilustrar a la nación: la apertura de más centros de estudio; la llegada de las hermanas Cabezón, quienes fundan institutos educativos para mujeres; el paso de la lectura colectiva a una individual; y la profesionalización del escritor. Con el comienzo de las lecturas más personales, en espacios privados, Undurraga utiliza el género del folletín para difundir el mensaje de la educación de la mujer. Esta estrategia le permite entrar desapercibidamente a los espacios cotidianos de lectura y de reflexión de las mujeres. Así es como ingresa el debate sobre educación de la mujer, defendido desde la voz de mujeres, a los hogares de los chilenos.

La escritura de Undurraga evoca determinadas emociones, rasgo propio de los folletines, para utilizar, por ejemplo, el miedo al fracaso matrimonial como una estrategia emocional que motive a las lectoras a alzar la voz para defender su propia educación:

¡Un marido maestro de su mujer es un elemento de discordia, constituye una superioridad en un centro cuya base primordial debe ser la igualdad más perfecta! Como dice Balzac: “El marido se convierte en profesor, en pedagogo y el amor perece bajo la férula que temprano o tarde humilla”. (Undurraga 346)

Las palabras de la autora no solo evidencian su postura sobre la ilustración de la mujer, sino que también defienden, en el ámbito de la educación, la igualdad de condiciones entre hombres y mujeres. Esta idea se reitera en el ensayo “El pasado y el porvenir de la mujer” (1877), publicado en el mismo periódico que la novela:

El hombre y la mujer deben constituir un solo ser moral, armónico, y ser idénticos en necesidades. Por eso, si el hombre es libre ¿por qué la mujer ha de ser esclava? ¿Por qué si aquel busca los placeres y anhela la gloria, ha de dejar para esta el dolor y el sufrimiento? ¿Por qué si él tiene derechos, la mujer ha de tener solo deberes que cumplir? ¿Por qué, en fin, si él busca la luz, ha de dejar a su compañera en la oscuridad? (145)

Esta visión resulta transgresora para un momento histórico y un país donde recién se discute si la mujer es capaz o no de estudiar diversas disciplinas científicas15. A modo de ejemplo, es relevante recordar la correspondencia entre Lucrecia Undurraga y Luis Rodríguez Velasco –publicada en la Revista Sud-América y leída en la Academia de Bellas Letras en 1873–, donde discuten acerca de la educación de la mujer: Undurraga defiende el derecho a educación científica de las chilenas, mientras que Velasco aprueba su educación, en tanto no sea científica. En este contexto, el político chileno sostiene que: “Si para una sola de esas ciencias no basta la vida entera de un hombre, aun triplicando su duración ¿cómo someterlas todas al conocimiento de la mujer, organización más débil, y con otros deberes primordiales e imprescindibles que cumplir?” (533). Este tipo de afirmaciones ilustra el pensamiento generalizado en la sociedad chilena del siglo XIX, ironizado por Undurraga cuando afirma, años más tarde, que “la preciosa mitad del género humano está bien en su estado actual, a qué intentar reformas que no traerán ningún resultado práctico” (Undurraga, “El pasado” 57). Sumado a lo anterior, la autora, al exponer la necesidad de la educación de la mujer por el bien de la familia y de la nación, entrega al público lector los argumentos con los que pueden defender su postura.

Es interesante mencionar el despliegue de conocimientos que Undurraga evidencia a través de su escritura, tanto periodística como narrativa. En El ramo de violetas, se presentan una serie de citas y referencias a textos literarios y de líderes políticos. El lector de esta novela se encuentra con citas directas de Balzac y de Alphonse Karr; con la aparición de personajes destacados de la literatura universal, como Yago de Otelo, Dulcinea y Sancho y Mefistófeles de Fausto; y con personajes de la mitología griega, como Prometeo y Galatea. A lo anterior se suman las menciones de la obra de Moliere, Byron, Alphonse de Lamartine, Mary Wollstonecraft Shelley y José Zorrilla. Todo esto acompañado de referencias a distintas óperas y pinturas. Además, incorpora citas textuales de personajes destacados de la historia universal, como Enrique VI de Inglaterra y Napoleón, y de políticos como Paul de Cassagnac. La presencia de estas referencias en el relato tiene el objetivo de informar sobre diferentes temas a las lectoras, quienes, hasta esa fecha, no tienen acceso libre a todas las áreas de estudio en Chile. De este modo, la novela se vuelve un medio para difundir conocimientos a sus lectoras, por lo que, aunque se desconozca su desenlace, constituye un texto didáctico como difusor de información.

En el caso de los textos literarios que cita Undurraga, es relevante mencionar que algunos han sido publicados solo unas décadas antes que El ramo de violetas. No debe olvidarse que los libros llegan desde Europa por vía marítima, motivo por el que podían tardar meses en llegar a Chile. Por lo tanto, los conocimientos que difunde esta novela evidencian un equilibrio entre autores clásicos y modernos para ilustrar al público. La mención de dichos autores también da cuenta de una fuerte influencia del pensamiento francés en la escritura de Undurraga, rasgo que comparte con los intelectuales liberales de la época, pero, además, incorpora elementos de la cultura española e inglesa.

Lucrecia Undurraga, en el ejercicio pedagógico de difundir conocimiento en su novela, se posiciona como una lectora extensiva, no solo de literatura, ámbito en el que se encontraría al día con la producción europea, sino que también lee sobre historia y política internacional. Los temas que incorpora a la narración, a su vez, evocan el nombre completo del periódico en que se publica el relato: La mujer. Periódico Semanal. Historia, Política, Literatura, Artes, Localidad. Durante la década de 1860 se masifica el debate sobre la educación de la mujer en Chile, cuestionándose si sería capaz de adquirir conocimientos y, en caso de hacerlo, si esto alteraría o no su esencia (como piensa Rodríguez, solo un ejemplo entre muchos). Ante este pensamiento, la autora responde en Algunas observaciones sobre la educación de la mujer (1873):

¡Cómo! Una mujer que rechazase las caricias de su hijo; que desdeñara con fastidio las del esposo; que viéndolo triste y abatido no intentara consolarlo; y que todavía permaneciera indiferente al cariño de su padre. ¿Y todo por qué? Por la ciencia. ¡Ah! una mujer así sería un monstruo; pero no hay que culpar a la ciencia […] Para mí la mujer educada por la ciencia, sería más sensible: porque, la mayor extensión que el conocimiento de todo lo que la rodea, tanto en el mundo físico como moral, daría a su inteligencia, se comunicaría también a su alma. Todas sus facultades participarían de este crecimiento progresivo: y así como su imaginación intentaría abarcar con su mirada el infinito en la creación, así su corazón querría llegar también a lo infinito en el sentimiento. (١٠٤٢)

Los conocimientos que Undurraga incorpora en El ramo de violetas, mediante múltiples referencias, se erigen como la prueba de que las mujeres sí tienen la capacidad de aprender sobre diferentes áreas de estudio (en este caso, de literatura clásica y contemporánea, de historia universal y de política francesa). Esto se expresa también en su escritura ensayística. La novelista en su trabajo en la prensa, pone en evidencia lo que puede hacer una mujer una vez que ha sido educada: escribir novelas que aporten a la literatura nacional, tal como sostiene Lastarria; motivar a otras mujeres a escribir de manera pública (como a Enriqueta Solar16); emitir sus opiniones sobre la política del país, para defender los derechos de las mujeres; y, además, difundir conocimientos a sus lectoras. En este sentido, la prensa se vuelve un medio para lograr su objetivo, pues las mujeres no solo son consumidoras de información (como lectoras), sino que también median la circulación del conocimiento, como lo hace Lucrecia Undurraga: ilustrar al público lector (mujeres) mediante la escritura de novelas.

4. Palabras finales

En síntesis, la producción literaria de Lucrecia Undurraga, la segunda novelista chilena de acuerdo con los registros históricos, emerge desde el espacio de la prensa. La autora no solo colabora en diversos periódicos (Revista del Pacífico, Revista Sud-América, Revista de Chile y La Brisa de Chile, entre otros), sino que funda y dirige uno, La Mujer, primera empresa editorial exclusivamente conformada por mujeres y para mujeres en Chile. Desde este espacio, la novela El ramo de violetas (1877) constituye un discurso que sostiene que la educación de la mujer es una necesidad para el progreso de la nación, al mismo tiempo que difunde conocimientos literarios, históricos y políticos a sus lectoras. La escritura del folletín es una estrategia que la autora utiliza a su favor para llevar los debates del ámbito público, principalmente masculino (como el derecho de la mujer a acceder a la educación superior), a los espacios más íntimos de los hogares chilenos, como los momentos de lectura de las mujeres.

El aporte de Undurraga a la institucionalización y al desarrollo del conocimiento en Chile se basa en llamar a las lectoras de sus novelas a luchar por su propio derecho a la educación y, mientras realiza esta labor, aprovecha el espacio de la voz pública, dado por la prensa, para ilustrar al público con una serie de conocimientos a los que no tenían acceso en ese momento de producción. La defensa del derecho a la educación mediante la literatura no es exclusiva de su obra, pues “Undurraga no agota el movimiento de mujeres de su época, es decir, no es la síntesis de este, sin embargo, es una pionera que debe ser visibilizada y analizada en su época. Todavía nos falta conocer más detalles de su vida y obra” (Ulloa 118). Su aporte a la literatura fundacional, así como a la escritura de mujeres en el país, es fundamental para comprender las bases de la novela chilena, por lo que su obra literaria debe ser estudiada y, por extensión, visibilizada, ante un canon nacional que aún se resiste –esperemos que cada vez menos– a incorporar las voces de nuestras primeras novelistas.

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  1. 1 Este artículo forma parte de los resultados de investigación de mi tesis doctoral “Emociones y afectos en la escritura de las primeras novelistas chilenas: Rosario Orrego y Lucrecia Undurraga”, guiada por Edson Faúndez y Carol Arcos, en el Programa de Doctorado en Literatura Latinoamericana de la Universidad de Concepción.

  2. 2 La familia Cabezón está compuesta por el padre, José León Cabezón, un español que llega a los veinte años a América y “le tomó tanto amor a esta tierra que, a la hora de revolución, abrazó su causa y luego tomó la carta de ciudadanía” (Culot s/n). Junto con sus hijos (todos nacidos en Argentina), Dámasa Cabezón de Córdoba, Manuela Cabezón de Jordán, Mariano Cabezón y María Josefa Cabezón de Villarino, dedicaron sus vidas a la docencia y a fundar diversos centros de educación en Argentina, Perú, Bolivia y Chile.

  3. 3 Existe una relación intertextual entre la producción de Rosario Orrego y de Lucrecia Undurraga, que se extiende más allá de su participación en la Academia de Bellas Letras. Estas autoras –como la primera y segunda novelista, respectivamente, según los registros históricos estudiados hasta la fecha– forjan “una amistad, unidas por su labor pionera en la escritura de mujeres en el país, la cual se advierte en su continua colaboración y comunicación a través de publicaciones en diversos periódicos” (Ramírez y Ramírez s.n.). Undurraga publica los ensayos “El lujo” (1873) y “El té” (1874) en Revista de Valparaíso (1873-1874), dirigida por Rosario Orrego –siendo el primer periódico dirigido por una mujer en Chile– y esta, a su vez, participa como colaboradora en La Mujer (1877), publicación fundada por Undurraga, donde también participan las hijas de Orrego, Regina y Ángela.

  4. 4 De acuerdo con Bernardo Subercaseaux (1997), en Chile se gestaron dos generaciones de liberales durante el siglo XIX: la de 1810 y la de 1842. Cuando se habla de los intelectuales liberales de la época este artículo hace referencia a la generación de 1842. A esta generación pertenecen Lastarria, Blest Gana y Amunátegui, donde se debe situar y visibilizar el aporte de Undurraga, entre otras autoras.

  5. 5 La noción de ‘mujer’ puede tener diversas acepciones, dependiendo de la perspectiva teórica desde la cual se aborde, sin embargo, se debe aclarar que cuando se hable de mujeres se hará referencia a la noción más cercana al momento de producción de la autora: el Chile del siglo XIX. Por ende, la noción de mujer o mujeres referirá al sexo biológico. Se podría contraargumentar que la división hombre-mujer que se basa exclusivamente en los genitales externos para asignar el sexo se torna insuficiente, tal como plantea Judith Butler (1990), pero se adoptará esta perspectiva a fin de examinar los planteamientos de Undurraga desde una óptica más cercana a su lugar de enunciación.

  6. 6 Las citas directas incorporadas en este trabajo respetarán la ortografía de los documentos originales, con las características escriturales propias de cada siglo en que se destaca la obra de Undurraga (XIX, XX y XXI), a fin de no alterar los planteamientos de cada uno de los autores.

  7. 7 Figueroa afirma que Undurraga publicó en Revista del Pacífico y en Revista de Chile, pero, tras una revisión exhaustiva, no se encontró ningún documento firmado con su nombre, L.U. o Safo (su seudónimo). Existe la posibilidad de que dichas contribuciones se perdieran, en ambos casos, en números posteriores de las dos revistas. Lo que llama la atención es que este error bibliográfico se repita por la crítica, prácticamente en el último siglo. Asimismo, los artículos “La mujer que no come” y “La caridad” no se han encontrado en los archivos históricos, bibliotecas personales ni en registros familiares de la novelista. Es posible que estos documentos se perdieran o que se trate de otro error bibliográfico. Corresponde a otra investigación abordar detalladamente este punto, pero se espera que esta aclaración evite la repetición de un corpus como el que presenta este historiador, el cual, aparentemente, no fue revisado con exactitud.

  8. 8 Véanse Autorías femeninas fundacionales: escritoras chilenas y brasileñas del siglo XIX (1840-1890) (2014); “Figuraciones autoriales: la escritura de mujeres chilenas en el siglo XIX (1840-1890)” (2016) y (2018)

  9. 9 Véanse “Trocar agujas por la pluma: las pioneras de la prensa de y para mujeres en Chile”; “Figuras femeninas en el campo intelectual del Chile de la modernización”; Y también hicieron periódicos. Cien años de prensa de mujeres en Chile (1850-1950); “Trayectorias de las editoras profesionales del fin del siglo XIX en Chile”; “Mujer, maternidad y familia: las editoras de prensa y su influencia en la construcción del discurso femenino en Chile a finales del siglo XIX”.

  10. 10 Aunque durante el Gobierno de Pinto (1876-1881) hubo una difusión oficial de los principios liberales, esta ideología representa a una minoría entre la élite, la que se encuentra en pugna con el sistema de valores imperante (el conservador). De hecho, muchos de estos intelectuales son exiliados del país por defender esta ideología política (Santiago Arcos Arlegui, el escritor español José Joaquín de Mora y Francisco Bilbao).

  11. 11 Sobre este punto, “hay que recordar que la prensa del siglo XIX está conformada por periódicos que responden a iniciativas doctrinarias más que a empresas informativas y son financiadas por quienes buscan propagar sus ideas por esta vía” (García-Huidobro 10).

  12. 12 En las novelas publicadas por Undurraga las protagonistas se enfrentan a diversos desafíos (físicos o morales) sin contar con la compañía y ayuda de sus madres.

  13. 13 A partir de esta lectura se podría pensar que la escritura de Undurraga busca controlar la vida de sus lectores, guiando sus conductas desde un lugar ‘superior’, sin embargo, esta hipótesis pierde validez al leer el proyecto escritural que ella persigue: aportar en el debate sobre la educación de la mujer y motivar a sus lectoras a luchar por ella. Así lo plantea, años antes, en “Algunas observaciones sobre la educación de la mujer” (1873): “Ojalá, mi voz fuese escuchada por la mujer. Ojalá pudiera yo transmitir a todas las profundas convicciones que hay en mi alma: de que la virtud, fuente única de la dicha imperecedera, la encontrarán en la educación, base del progreso y bienestar de las sociedades modernas” (1047).

  14. 14 Entre estos, se encuentran los trabajos de Carol Arcos, “Musas del hogar y la fe: la escritura pública de Rosario Orrego de Uribe”; Beatriz Ferrús, “Las obreras del pensamiento y la novela de folletín (Rosario Orrego de Uribe, Lastenia Larriva de Llona y Josefina Pelliza de Sagasta)”; Zoraida Sánchez, “El rol de la mujer en Sab, Alberto el jugador, María y Margarita”; Edson Faúndez, María Luisa Martínez, Alfonso Beltrán y Mariela Ramírez, “Familia, prisión y novela. Tres dispositivos disciplinarios en Alberto el jugador de Rosario Orrego”.

  15. 15 En este contexto, es importante aclarar que, cuando se habla de estudios científicos, no se refiere exclusivamente a algunas áreas del saber (no humanistas) sino que a la formación profesional que se obtiene mediante el ingreso a la educación superior.

  16. 16 Undurraga dedica su primera novela, Los ermitaños del Huaquén (1875) publicada en el periódico La Brisa de Chile, a su prima Enriqueta Solar y la invita a hacer pública su escritura literaria, a lo que ella responde: “Tengo miedo; sí, me falta el valor necesario para desafiar los sarcasmos, las burlas, las censuras de la sociedad, siempre severa con la mujer que sale de la esfera común” (12). Lo interesante es que meses después La Brisa de Chile publica fragmentos literarios de Enriqueta, lo que evidencia que Undurraga logró inspirar a su prima a desafiar la censura moral (patriarcal) y publicar parte de su obra.