Revista de Humanidades N.º 51: 93-123 ISSN: 07170491 • DOI: 10.53382/issn.2452-445X.872
Mujeres científicas y mujeres del futuro
Relatos fantásticos, temprana ciencia ficción y utopías en la prensa y en el libro (Argentina, 1865-1914)
Women in Science and the Future. Fantastic Tales, Early Sci-Fi and Utopias in Argentinian Press and Literature (1865-1914)
Soledad Quereilhac
ORCID: 0000-0001-9743-200X
Instituto de Historia Argentina y Americana
“Dr. Emilio Ravignani”. (IHAYA) FFyL, UBA – CONICET
25 de mayo 221 (1002),
Buenos Aires, Argentina
Resumen
En este artículo se analiza un corpus de narraciones fantásticas, utópicas y de temprana ciencia ficción, en el que es posible rastrear representaciones y simbolizaciones de la figura de la mujer científica, así como proyecciones sobre el lugar de las mujeres en la sociedad argentina del futuro. En el marco de las discusiones sobre la educación y emancipación de las mujeres, y de la lucha por la conquista de derechos, estas ficciones se ofrecen como documentos culturales que llevan impresos los temores, las resistencias y las expectativas de su presente histórico.
Palabras clave: utopías futuristas, temprana ciencia ficción argentina, pioneras de la ciencia, literatura y prensa.
Abstract
This work analyzes a corpus of fantastic, utopian, and early science fiction narratives in which it is possible to trace representations and symbolizations of female scientists, as well as projections about the role of women in future Argentine society. Within the framework of discussions about women’s education and emancipation, and the struggle for the conquest of rights, these fictions can be read as cultural documents that bear the fears, resistances, and expectations of their historical present.
Keywords: Futuristic Utopias, Early Argentine Science Fiction, First female scientists, Literature and Press.
Recibido: 13/05/2024 Aceptado: 06/08/2024
Las décadas del pasaje de siglos en la Argentina fueron tiempos de grandes transformaciones sociales, económicas y políticas. Al enorme y exponencial crecimiento demográfico, producto de la inmigración europea que se estableció en los grandes centros urbanos como Buenos Aires, Rosario y La Plata, se sumó la paulatina inserción del país en el mercado internacional y el proceso de consolidación del Estado nacional en 1880, con las consiguientes luchas por la ampliación de derechos civiles, laborales y políticos de las nuevas mayorías. En este marco, se produjeron también las discusiones y las prácticas que ambicionaron un mayor protagonismo de las mujeres en la vida social, en pos de una mayor igualdad entre los géneros. Ya en 1830, cuando se publicaron las dos primeras revistas dirigidas a lectoras mujeres –La Argentina y La Aljaba, esta última editada y escrita por la emigrada uruguaya Petrona Rosende de Sierra– se hizo visible el reclamo por una mayor educación de las mujeres, al menos, de aquellas pertenecientes a las familias con buena posición económica. Si bien se combatía la imagen de la mujer directamente involucrada en política –en un contexto de lucha facciosa, tras el período revolucionario– y se admitía que el lugar de las mujeres era el hogar y la familia, se bregaba también por el derecho a la educación, por una mayor participación pública a través de la prensa y por el valor civilizatorio que esos avances implicarían, dado el rol de crianza de las mujeres (Vicens ,“La Aljaba” 6-7). Con el correr del siglo surgirían otras publicaciones escritas por y para mujeres que fueron retomando estos reclamos y que complejizaron, también, su lectura sobre la desigualdad estructural de la sociedad: La Camelia, de 1852, dirigida por Rosa Guerra; Álbum de señoritas. Periódico de literatura, modas, bellas artes y teatro, de 1854, dirigido por Juana Manso; La Alborada del Plata (1877-1778; 1880), creada por Juana Manuela Gorriti tras la primera versión peruana, y luego dirigida en diferentes períodos por Josefina Pelliza de Sagasta y Lola Larrosa de Ansaldo; El Búcaro Americano (1896-1908) de Clorinda Matto de Turner; y La Voz de la Mujer. Periódico Comunista Anárquico (1896-1897), publicado en Buenos Aires y, hacia el final, en Rosario, por un grupo de mujeres anarquistas que proponían un cambio radical en la sociedad burguesa, patriarcal y eclesiástica (si bien, esta radicalidad también evidenció sus limitaciones; Molyneux 35). Entre sus redactoras, se hallaba la militante Virginia Bolten.
Para Dora Barrancos, las publicaciones destinadas a las mujeres, como, por ejemplo, las de Gorriti y Matto de Turner,
podían ser amenazantes para ciertos sectores sociales, aunque apenas animaran mohines de disconformidad. Si por un lado les sonaba convincente la mayor educación de las mujeres, por otro no dejaban de perturbarse por la posibilidad de la insurgencia femenina, de disgustarse con la idea de que se reclamara un límite a las mandas hogareñas. (10)
Esta inquietud por la insurgencia femenina se potenciaba aún más en relación con las anarquistas, dentro y fuera de ese movimiento, dada el mayor extremismo de sus críticas. El anarco-comunismo proponía una refundación radical del sistema social y es por eso que su antirreformismo y antiestatismo lo alejaron de la agenda feminista que prevaleció en el pasaje de siglos, centrada en el sufragio femenino y la igualdad jurídica. En este sentido, Dora Barrancos elige hablar de “el contrafeminismo del feminismo anarquista”: las anarquistas lucharon “por el reconocimiento de su condición de subalternas, por la revolución doméstica y por el control de la fecundidad” (12), pero no se sumaron a la agenda de las socialistas, cuyo partido se funda en 18941.
Como resultado y a la vez agente de estas transformaciones, podemos incluir también un hecho puntual: el ingreso de algunas mujeres a la universidad y, específicamente, acorde con los intereses de este trabajo, a las carreras científicas. Cecilia Grierson fue la primera egresada de medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1889; le siguieron, en la misma universidad, Elvira Rawson, diplomada en 1892 y, entre otras, Julieta Lanteri, sexta egresada de medicina, que recibió su diploma en 1907. Las tres tuvieron un activo compromiso con el feminismo y la lucha por los derechos de las mujeres, fueron tempranas defensoras del sufragio femenino, y participaron de asociaciones y congresos feministas (Alcain y otras 134-141; 164-170). Fueron también parte de esta generación de pioneras universitarias Élida Passo, recibida de farmacéutica en 1885, que falleció cuando cursaba el quinto año de medicina, su segunda carrera; y Elisa Bachofen, primera ingeniera argentina, diplomada en 1918. A todas ellas, el solo hecho de entrar a la universidad implicó numerosas trabas burocráticas, apelaciones judiciales y falta de reconocimiento de sus estudios previos; mientras que el tránsito por la carrera no estuvo exento de hostilidades. Muchas debieron trabajar gratis durante varios años; a Cecilia Grierson no le permitieron ejercer como cirujana, a pesar de tener el título (Alcain y otras 166). No obstante, todas, junto con muchas otras, entre ellas, las primeras abogadas del país, se ocuparon, además, de crear los ámbitos de formación de otras mujeres trabajadoras.
En el marco de estas emergencias –que reconstruimos en las revistas literarias y políticas del período, y en la reseña de las primeras universitarias, pero cuyas fuentes exceden, por cierto, ese recorte–2, surgió en el país la narrativa fantástica y de temprana ciencia ficción, que incorporó como temas y materiales culturales algunos de estos procesos, aunque tamizados por las formas creativas y extrañas de la ficción no realista. En el presente texto, propongo un diálogo y contraste entre lo que efectivamente informan esas trayectorias individuales y esas transformaciones sociales, y lo que arrojan las representaciones literarias de la época sobre los vínculos de las mujeres con los saberes y las prácticas científicas, además de la imagen sobre el lugar de las mujeres en la sociedad del futuro. No persigo detectar, claro está, la presencia de un referente concreto, ni la representación de una dimensión estrictamente fáctica, aunque eventualmente se presentara; lo que me interesa es leer en su contexto histórico ciertas formas de la imaginación literaria y entender que una dimensión importante de su significación es inescindible de los conflictos, temores y expectativas de la cultura de su tiempo, que ingresan a la ficción mediante complejos recursos de simbolización o ideologemas sociales y literarios. Hasta la más alocada fantasía germina en el sustrato de su presente histórico: es ese vínculo el que busco reconstruir y detectar la presencia de ciertos discursos sociales –antes que de hechos concretos– sobre la educación y la emancipación de las mujeres, ciertos elementos del imaginario social que nutren la construcción de un futuro posible o deseado y la invocación de estereotipos como recurso defensivo frente a los cambios, entre otros elementos.
Seleccioné para ello un corpus de narraciones que pertenecen a un modo que también se vincula con la dimensión de los saberes: la temprana ciencia ficción argentina, solapada aún en el siglo XIX con lo fantástico, y también llamada fantasía científica en la época (Gasparini, “La fantasía científica” 119-121; Quereilhac, Cuando la ciencia 161-176). En el espectro que arman los diálogos y solapamientos entre el relato fantástico y la fantasía científica –y/o la “temprana ciencia ficción”3– identifico dos grandes modalidades: por un lado, el relato sobre experimentaciones científicas y fenómenos sobrenaturales revestidos de algún aire de cientificidad, esto es, la mención de un nombre propio reconocido del campo científico, títulos de libros, ámbitos vinculados al conocimiento, entre otros elementos que situaban el acontecimiento en el amplio campo de las ciencias. Por otro, las narraciones utópicas, aquellas que imaginaron el futuro de la Argentina o –en su mayoría– de la ciudad de Buenos Aires. En estas narraciones utópicas es posible hallar, de manera resumida o con gran detalle, el diseño de una sociedad que ha superado los problemas más acuciantes del presente de la enunciación, gracias a una hipertecnificación de la vida cotidiana, gracias a la organización racionalizada de las formas de gobierno y gracias a diversas variantes del control social, ya sea por derecha o por izquierda4. En sendas modalidades de la narrativa fantástica y la temprana ciencia ficción argentina en las que se inscribe el corpus seleccionado, es posible rastrear problematizaciones en torno a las mujeres y el conocimiento científico, además del lugar que ellas podrían ocupar en las sociedades del futuro. Me interesa analizar en estos ejercicios de imaginación literaria de estatuto estético dispar –entre el relato incluido en el periódico hasta la forma culturalmente jerarquizada del libro– las tensiones del presente en torno a las transformaciones del rol social de las mujeres y su relación con los saberes, así como las proyecciones de un futuro en apariencia lejano, pero que se avizoraba próximo.
La literatura de imaginación o no mimética es un documento cultural único, de innegable raigambre histórica, cuya especificidad literaria le permite cifrar tensiones sociales y culturales en un registro imposible de ser trasladado a otras prácticas y textos. Cuando ese mundo imaginario se proyecta, se involucran los materiales discursivos e ideológicos del presente; cobra forma narrativa una especulación que parte de un horizonte de lo decible y lo representable en una época determinada. Es por ello que todo rastreo de representaciones y simbolizaciones debe estar atento a lo que no aparece formulado, a aquello que aparenta ser indecible, ya sea porque no se detecta siquiera como materia literaria, porque emerge a través de otras formas que lo camuflan o lo expresan como síntoma. Fredric Jameson señala, en Arqueologías de futuro (2009), que “nuestra imaginación es rehén de nuestro modo de producción” y que, en el caso de la utopía, el lector puede tomar mayor conciencia de “nuestro aprisionamiento mental e ideológico” (10). Atender a esas limitaciones es también poder leer con sensibilidad histórica lo que la literatura efectivamente pudo y no pudo hacer, y, por extensión, aquello que era pensable y expresable en los términos de su época.
¿Qué perfil de mujer científica aparece en estas ficciones? ¿Aparece, de hecho, una mujer científica o ligada al conocimiento científico? ¿Qué clase de transformación afecta a la sociedad del futuro en relación con el lugar social de las mujeres? Pero también, ¿qué resistencias, qué silencios, qué ausencias leemos en este corpus de representaciones? ¿Qué no pudo ser aún vislumbrado por estos escritores y escritoras del último tercio del siglo XIX y principios del XX? ¿Qué fue, en efecto, inimaginado?
Para resolver estas preguntas, tomaré cinco narraciones breves escritas por tres mujeres y dos hombres: “Quien escucha su mal oye” (1865) de Juana Manuela Gorriti5; “El ramito de romero” (1874) de Eduarda Mansilla6; “Eroteida” (1884) de Raimunda Torres y Quiroga7; “La bolsa de huesos” (1896) de Eduardo L. Holmberg8; y “El daño” (1907) de Atilio Chiappori9. En todos estos relatos, la cuestión del saber aparece indisolublemente ligada a la del género, a la transgresión que la adquisición de ese saber implica y a su articulación o confrontación con las prácticas religiosas y la moral social. La figura de la mujer científica, que domina también saberes pseudocientíficos o vinculados a tradiciones folclóricas, configura aquí un ideologema, tal como lo define Fredric Jameson en Documentos de cultura, documentos de barbarie10: esto es, una construcción narrativa en la que se fusionan los materiales ideológicos que circulan en lo real histórico de manera sintética y con densidad simbólica, y en la que queda evidenciada, en este caso particular, una tensión violenta entre sapiencia y sujeto femenino. En el ideologema de estas narraciones, se ensamblan tanto el impulso innovador de concebir una mujer científica, osada y transgresora, como el impulso represivo de ligarla al mal o al invariable mundo de las pasiones amorosas, los celos y el rencor. La mujer que domina el mesmerismo y la telepatía, la mujer que lee álgebra y cabalística, la que experimenta con el daño a distancia, o la que mata gracias a sus saberes médicos constituyen claros ideologemas que simbolizan tensiones del presente: por un lado, la novedosa irrupción de mujeres que toman las riendas del conocimiento en las instituciones o de manera autodidacta y, por otro, el fracaso incluido en la propia fantasía, no tanto en el argumento, sino, en un nivel más profundo, por las coordenadas ideológicas con las que se compone el personaje de la mujer científica: antes que entregada a su ciencia, entregada a las ilusiones del amor romántico y luego decepcionada; antes que movida por la pasión del conocimiento, incentivada por sentimientos pueriles. Un temor, un impulso represivo, queda marcado en estas figuras como resto fósil: el temor al empoderamiento femenino, el temor a la igualación, el temor a una transformación social que barra con los roles de género. Ese temor es la apelación al estereotipo como salvavidas, como balanza compensadora de la osadía cientificista u ocultista: la mujer sabia siempre estará presa en, o limitada por, su natural inclinación hacia los sentimientos y el afecto, en contraposición a la razón.
El ideologema de la mujer científica incorpora, como en los cuentos de hadas, una dimensión del mal asociada a lo otro en la cultura (Jameson, Documentos 92-93); y no me refiero aquí a las explícitas intenciones de autores y autoras, sino más precisamente al discurso social que los rodea y que constituye el material de sus fantasías, a las mallas de lo decible y lo pensable en una época determinada, tal como trabajó Marc Angenot en El discurso social. Los límites históricos de lo pensable y lo decible (9-93). Esa tensión entre la figura nueva y moderna de la mujer no solo ilustrada, sino experimentadora de las ciencias y las pseudociencias, y los caracteres asociados a ella –el enamoramiento o el rencor como motor–, o la tensión entre saber materialista y creencias religiosas, informan, en diferentes grados, sobre las limitaciones culturales de estas fantasías narrativas. Las narraciones fantásticas y de temprana ciencia ficción se transforman así en documentos culturales en los cuales leer –tras las convenciones genéricas– representaciones sociales que no necesariamente circulan como tales en el plano de lo real, pero que sin dudas se nutren del estado del conflicto en torno a los géneros, el naciente feminismo y la lucha por la emancipación de la mujer en esos años. La dimensión histórica de estos relatos no se halla, pues, en un referente eventualmente representado, sino en los materiales con los cuales se diseña y concibe la figura ficcional de la mujer que posee conocimientos científicos11.
En segundo lugar, me concentraré en un corpus de narraciones utópicas, publicadas en periódicos, revistas y libros12: “Buenos Aires en el año 4000” (1876) de J. M. Alcántara, (Almanaque Ilustrado Sudamericano); “Mujeres del año 1900” (1878) de Casimiro Valdés (La Nación); Buenos Aires en el año 2080. Historia verosímil de Aquiles Sioen (1879); “Casamiento en 1980” (1882) Anónimo (La Patria Argentina); “Mañana City” (1882) de Manuel Vázquez Castro (Almanaque Sudamericano); “El trabajo doméstico en la nueva centuria” (1901) de Urtubey (Caras y Caretas); Buenos Aires en 1950 bajo régimen socialista (1908) de Julio Dittrich; La ciudad anarquista americana (1914) de Pierre Quiroule (pseudónimo de Joaquín Alejo Falconnet).
El espectro social de escritores es amplio; en su mayoría ejercían el periodismo, otros publicaban libros, plumas anónimas, escritores que provenían de la clase obrera, militantes anarquistas y guionistas-dibujantes de viñetas humorísticas13. Sin embargo, en la mayor parte de este corpus utópico es posible detectar el temor frente a la emancipación de las mujeres y las respuestas simbólicas que obturan esa posibilidad en el futuro, con excepción de dos obras, escritas al calor de las teorías anarquistas y comunistas, que se acercan bastante a cierta idea de igualdad pero que también muestran llamativas limitaciones. La igualdad de géneros aparece en la mayoría de las utopías indisolublemente conjurada mediante diversas formas de control social, ya sea en clave humorística o seria. No importa si la utopía proyecta un mundo concebido a la luz de las ideas socialistas, liberales o conservadoras; en la mayoría de ellas las mujeres aparecen, en primer lugar, enfáticamente tematizadas como un problema del momento de la enunciación o de la escritura; y, en segundo lugar, como sujetos sometidos a nuevas reglas del matrimonio y al inevitable destino de la domesticidad y la crianza, en relación inversamente proporcional con las grandes innovaciones y transformaciones en materia científica y tecnológica de esos mundos imaginados. En la mayoría de esas utopías, la ciencia y la tecnología les son ajenas a las mujeres, y cuando no lo son, salvo pocas excepciones, el resultado es tan desgraciado como asociado al ridículo.
Mientras en los relatos sobre experimentaciones científicas u ocultistas las mujeres encarnan la figura de la maga o hechicera, cuyo final es trágico o negativo –a no ser que abrace las creencias de la religión tradicional–, en las utopías lo que prima es un vacío: las mujeres aparecen excluidas de los lugares y roles del saber científico o de la autoridad, y cuando protagonizan esos roles, el tono que prima es sarcástico.
El recorrido por este corpus amplio no se propone la lectura crítica intensiva de cada uno de los textos en sus rasgos singulares, sino una mirada analítica de conjunto que pueda detectar tanto las continuidades como las variaciones temáticas, formales e ideológicas, y obtener así la significación tanto literaria como histórica de estas recurrencias. No buscamos la detección del caso aislado, o la rara avis literaria del pasado, sino el armado de un corpus amplio que permita trazar el panorama de cómo la literatura canalizó, con las herramientas de la ficción fantástica, los miedos y las fantasías que despertaban la transformación en el rol de las mujeres, particularmente en relación con su educación, su acceso a los conocimientos y las prácticas científicas, y su posible lugar en la sociedad del futuro.
1. Mujeres experimentadoras
En su trabajo Pioneras. Mujeres que cambiaron la historia de la ciencia y el conocimiento en Chile (2022), Verónica Undurraga Schüler y Stefan Meier Valenzuela proponen una original y necesaria zona donde buscar a las primeras mujeres vinculadas a la actividad científica: no en las primeras graduadas universitarias en medicina, farmacia o ingeniería –que efectivamente surgirán en la década de 1880, tanto en Chile como en Argentina–, sino en quienes cumplieron y seguirían cumpliendo tareas de divulgación y enseñanza de las ciencias, en quienes “actuaron como mediadoras entre la cultura experta y la cultura popular: se dedicaron a traducir, sintetizar y explicar asuntos de interés científico” (27). Los investigadores se focalizan en dos casos: Rosario Orrego y Mercedes Corvelló; la primera, fundadora de la Revista de Valparaíso (1873-1874), dirigida a lectoras mujeres, donde se divulgó conocimientos científicos; la segunda, autodidacta, dedicada a la enseñanza de las ciencias a mujeres en diferentes establecimientos del país. Esa línea es continuada por Verónica Ramírez en sus diferentes trabajos sobre las divulgadoras de las primeras décadas del siglo XX. Estas investigaciones dejan en evidencia que los ámbitos universitarios no son los únicos espacios donde hay que buscar los vínculos de las mujeres con las ciencias, además de deconstruir la imagen decimonónica del científico que produce aisladamente en su laboratorio o en su gabinete, ya que las disciplinas científicas se desarrollan siempre de manera colectiva (y allí es donde han actuado muchas mujeres en el pasado como ayudantes de campo o de laboratorio, como traductoras, etc.). Aun así, Undurraga y Meier también se detienen en las pioneras universitarias, como Eloísa Díaz Insunza, primera médica de Chile y de Latinoamérica, que recibe su título de Medicina y Farmacia en 1886 y de Medicina y Cirugía en 1887; y Ernestina Pérez Barahona, segunda egresada del país y de la región, que recibe los mismos títulos poco tiempo después. En total, solo seis mujeres egresaron de carreras científicas en Chile en esas últimas décadas del siglo XIX (Undurraga y Meier 56).
Quisiera puntualizar algunos datos significativos sobre las condiciones de ingreso y permanencia en la universidad de estas pioneras a ambos lados de la cordillera. Undurraga y Meier apuntan que tanto Díaz Insunza como Pérez Barahona debieron asistir a los cursos y las prácticas acompañadas de sus madres; esta última, además, cuando viajó a Alemania para perfeccionarse, debió asistir a las clases detrás de un biombo que la separaba del resto de los estudiantes varones (77). Al igual que muchas argentinas, ambas encontraron trabas para ingresar a la universidad porque no se reconocía su formación previa. Élida Passo, primera farmacéutica argentina, logró ingresar a la carrera de medicina con un “juicio mediante” (Alcain y otras 167), mientas que Cecilia Grierson lo logró, a su vez, gracias a un permiso especial, dado que había resistencias en la institución frente al ingreso de mujeres. Grierson fue el “centro de las burlas y críticas de sus compañeros y profesores” (167). A Julieta Lanteri le negaron el ingreso a la cátedra de neurología de la Facultad de Medicina por su condición de extranjera; y cuando finalmente se nacionalizó, también se la negaron. Agrego, por último, que, en contraste con las imágenes de científicas que construyó la literatura fantástica y de temprana ciencia ficción argentina –mujeres que trabajan en soledad, aisladas de la sociedad, a medio camino entre la ciencia, la hechicería y el crimen– buena parte de las pioneras chilenas y argentinas se comprometieron con la atención durante las epidemias (cólera, por ejemplo), fueron defensoras de la vacunación planificada, adhirieron a los principios del higienismo y, en ocasiones, de la eugenesia, fueron formadoras de enfermeras (Martin y Ramaciotti), participaron en asociaciones universitarias y feministas y, en el caso de las argentinas, militaron por el sufragio y otros derechos de las mujeres de manera sostenida, junto con socialistas o librepensadoras.
En el marco de estos procesos fueron publicados los cinco relatos de Gorriti, Mansilla, Torres y Quiroga, Holmberg y Chiappori a los que me referiré a continuación. Son ficciones en las que es posible detectar los rastros de estas emergencias femeninas en ciencias, en el periodismo, en el debate intelectual y en la escritura literaria, así como sus efectos en el imaginario, si bien a través de las reelaboraciones propias de la ficción. Antes que en las tramas o en otros elementos de superficie de los textos, busco focalizar en el subtexto que opera como el sustrato germinal de la figura de la mujer sapiente y del particular destino que se proyecta sobre ella. Lejos de las trayectorias pioneras reales reseñadas anteriormente, las mujeres de estos relatos aparecen fuertemente ligadas a la hechicería y al mal o la transgresión moral.
Un relato fundador de la literatura fantástica argentina y de la temprana ciencia ficción latinoamericana es “Quien escucha su mal oye. Confidencia de una confidencia”, de Juana Manuela Gorriti, escrito en Lima, pero publicado en el volumen Sueños y realidades, editado en Buenos Aires en 1865. De innegable impronta romántica, en su literatura incorpora la tradición gótica en su dimensión de terror político y terror sobrenatural (Gasparini, Espectros 74). En sus relatos, suelen aparecer mencionados como protagonistas los conspiradores, especie de deíctico que señala las luchas políticas del proceso de formación de las naciones latinoamericanas. No se trata de un telón de fondo, sino que la lucha política es estructural a los acontecimientos, en la medida en que está inserta en la vida cotidiana. De hecho, el cuento “Quien escucha su mal oye” se interrumpe abruptamente por la huida del conspirador.
A diferencia de Luis V. Varela (Raúl Waleis), Carlos Monsalve o Eduarda Mansilla, que sitúan sus fantasías en Europa, Gorriti localiza sus cuentos en Lima y La Paz y sus alrededores. La perspectiva latinoamericana de sus relatos se evidencia, además, en los materiales con los que construye esos casos raros, que se vinculan con las tradiciones locales sincretizadas: muñeco con alfileres, yerbas medicinales, claustros monacales, conventos. Hay una búsqueda por hacer literatura con los elementos y espacios de la región. En Gorriti, dice Luis Cano, hay una apelación a la ciencia para narrar sucesos sobrenaturales e insólitos, pero la inclusión de lo esotérico y las ciencias ocultas en la experimentación científica no busca reproducir reales teorías al pie de la letra, sino evocar el discurso y/o el imaginario de las ciencias para enmarcar lo sobrenatural o lo extraño (25).
“Quien escucha su mal oye” es un relato muy logrado en el que se narra una experimentación mesmérica o hipnótica14, que permite a su vez una visión telepática: un hombre es hipnotizado por una mujer, experta en ciencias y en ciencias ocultas, para que este le permita obtener la visión a distancia de su amado, que la ha abandonado. Esa visión finalmente se obtiene y es decepcionante: el amado está con otra mujer. Toda esta escena –menos la visión– es contemplada, a su vez, por un conspirador que espía a la experimentadora a través de un agujero en la pared, desde una casa contigua. Pero el relato no se limita a la anécdota. Su riqueza radica en la construcción del ambiente y de la figura de la mujer. La descripción de su gabinete, situado en un antiguo convento ya despoblado de monjas, se describe como “la alcoba de una excéntrica”:
Al pie del lecho y sobre el mármol de una cómoda, había una pequeña biblioteca cuya nomenclatura, en la que figuraban los nombres de Andral, Huffeland, Raspail y otros autores, entre cráneos de estudio y grabados anatómicos, habría hecho creer que aquella habitación pertenecía a un hombre de ciencia, si una simple mirada en torno no persuadiera de lo contrario; y aquí, sobre una canasta de labor, una guirnalda a medio acabar; allí, un velo pendiente de una columna del tocador; más allá, una falda de gasa cargada de cintas y arrojada de prisa sobre un cojín; flores colocadas con amor en vasos de todas dimensiones, el suave perfume de los extractos ingleses, el azulado humo del sahumerio exhalándose de un pebetero de arcilla, todo revelaba el sexo de su dueño. (Gorriti 142; énfasis mío)
Cabe remarcar el calificativo excéntrica y su vinculación con el conocimiento científico, al parecer autodidacta: libros de fisiólogos de la época, cráneos que remiten a la frenología e ilustraciones de anatomía, por lo general identificados con prácticas masculinas, conviven aquí con artículos femeninos, entre los que destaca el velo y la falda, posibles alusiones al atuendo de las tapadas limeñas, otras excéntricas latinoamericanas.
La transgresión de las normas esperables para una mujer atraviesa, en efecto, todo el relato: su alcoba fue escenario de antiguos amoríos entre una monja de clausura y el propietario de la casa lindante; en búsqueda de su antiguo amante, la experimentadora exclama que será “esa ciencia cuyo poder niegan los hombres sin fe, y él entre ellos” (Gorriti 143) la que delatará el paradero del amante; esto es, en un lugar donde antes reinaba la religión y ahora se practica una ciencia ocultista. Para ello, la experimentadora hace ingresar a su alcoba a Samuel, un médium, a quien somete al curioso trance mesmérico. Apunta el narrador:
La hora, el lugar y los objetos que allí se presentaban, todo contribuía a dar a esa escena un carácter verdaderamente fantástico, y al contemplar a ese ser débil dominando con una influencia misteriosa al ser fuerte, al mirar a esa mujer envuelta en los largos pliegues de su flotante y vaporosa túnica, de pie y la mano extendida sobre la cabeza de ese hombre sometido al poder de su mirada, habríasele creído una maga celebrando los misterios de un culto desconocido. (Gorriti 147; énfasis mío)
La dominación de la ‘débil’ sobre el supuesto ‘fuerte’ es parte de la transgresión fantástica del relato. Gorriti logra la imagen de una mujer sometiendo psíquicamente a un hombre, esto es, poseyéndolo. Todos estos elementos constituyen el ideologema: una mujer sapiente necesariamente dominará a un hombre hasta reducirlo a un instrumento de sus intereses; pero, a la vez, solo sabrá actuar por el impulso de los celos y el despecho, sentimientos dirigidos también hacia un hombre. La motivación romántica del caso, si bien se explica por las convenciones literarias de época, no deja de implicar cierta imposibilidad de desasir a esta figura femenina de ciertos lugares comunes. El motivo aquí es el despecho; el motor para usar su ciencia, los celos. Con todo, la notable cadena de transgresiones en el relato, que emulan las cajas chinas de los observadores observados, ha logrado trasuntar una de las más potentes imágenes de mujeres experimentadoras de la literatura argentina, que acaso no vuelva a repetirse.
En contraposición a este ideario, el relato “El ramito de romero” (1874), de Eduarda Mansilla, propone un vínculo entre las mujeres y los saberes espirituales que cumplirían la función de contrapesar o contrarrestar el materialismo cientificista identificado con los hombres. Caracterizada como “criolla, excéntrica y cosmopolita, excepcional con respecto al rol limitado que se concedía a las mujeres en su época” por una de las editoras de su obra (Néspolo 9), esta escritora, dramaturga, viajera, periodista y primera cultora del género infantil en la Argentina, ha escrito fantasías científicas en las que la dicotomía estructurante es la ciencia versus la fe católica. A diferencia de Gorriti, que retoma elementos latinoamericanos para sus fantasías, Mansilla toma el motivo europeo del ramito de romero como talismán de la felicidad conyugal y presenta una historia de corte romántico en la que una joven identificada con “aires de Minerva” termina demostrándole a su materialista prometido que no todo se explica por la ciencia y la razón. Su herramienta no es más que un ramito de romero, que regala a su prometido.
El narrador, un positivista a ultranza y estudiante de medicina, le relata a un interlocutor lo que le sucedió al salir de un reconocido café parisino, cuando decide ir a la Escuela de Medicina y entrar en el Anfiteatro donde, entre otras cosas, se estudian los cadáveres. Sin ahorrar improperios contra la igualdad de género y dejando claro que ve en las mujeres seres inferiores, recuerda que, al entrar al Anfiteatro, llevaba consigo el ramito de romero, en cuyo efecto mágico aduce no creer. Se encuentra allí frente al cadáver de una mujer, preparado para su disección, y súbitamente cae presa de un trance junto a la muerta, que le muestra una especie de Aleph cósmico. En un momento del largo ascenso hacia un más allá, la mujer fantasmal y el hombre mantienen este intercambio: “‘Ya dejamos tu alma’, agregó la voz; ‘pero aún te queda algo que está de más. ¿Quieres deshacerte del ramito de romero?’ No sé qué, en mí, contestó no, con la indolencia de un cuerpo sin alma, y seguimos ascendiendo en silencio” (130).
Lo que le permite al hombre regresar del trance hacia la muerte, a la que lo llevaba el cadáver de una mujer de “mala vida”, es el ramito que preserva su alma, entidad en la que tampoco creía. Ese artilugio también lo reconduce hacia el matrimonio y la vida espiritual, esto es, a una vida cercana a los sacramentos religiosos. Hacia el final, en la escena del casamiento, las voces exclaman: “Reina la alegría. ‘¡Qué hermosa está la novia!’ dicen unos en alta voz, y otros agregan por lo bajo: ‘¡Ella le ha convertido, amén!’” (139).
La dimensión moral y conservadora de esta joven Minerva, construida en contraposición al cadáver de mala vida, fue leída por algunas críticas como la defensa a un saber alternativo al positivismo materialista (Lojo 36-37; Néspolo 61). Si bien existe esa dimensión, también es cierto que la resolución refuerza el rol de las mujeres como apaciaguadoras de los hombres, como aquellas que los dulcifican, ya sea en la lucha política facciosa como en el ámbito de las ideas, que tantas páginas de debates ha ocupado a lo largo del siglo XIX (Batticuore 5-70).
De alguna manera, el relato reafirma la idea de que el terreno de las mujeres no es el de la ciencia, sino el de la fe y la vida espiritual. Más allá de la resolución argumental, el relato es afirmativo de la desigualdad y de la división de roles. Si el relato de Gorriti está construido sobre diferentes imágenes de transgresión, el relato de Mansilla da un rodeo por el viaje cosmogónico para conjurar toda osadía transgresora, para que el hombre sea reconducido al matrimonio y la fe.
En otra dirección, Raimunda Torres y Quiroga ha escrito relatos que dialogan, desde una perspectiva macabra, con los acalorados debates en torno a la emancipación de las mujeres en las décadas de 1870 y 1880, en los que intervino con el pseudónimo Matilde Elena Willy, en varias revistas. Raimunda polemizó con las ideas de Clorinda Matto de Turner y de Josefina Pelliza de Sagasta, quienes defendían a la mujer ilustrada no así a la plenamente emancipada como sí sostenía la primera (Abraham 9-14). Baste señalar que en revistas primero y luego en el libro Entretenimientos literarios, de 1884, Torres y Quiroga dio a conocer una serie de relatos fantásticos en los que el femicidio cobra gran protagonismo. Auténticos relatos de terror en algunos casos, me interesa puntualizar uno muy breve, “Eroteida”. El motivo del asesinato de una mujer, en manos de su esposo, se vincula directamente con el saber científico y esotérico: cuando el hombre busca sorprender a su esposa “en su gabinete”, abocada a “sus trabajos algebraicos, que eran su ciencia favorita”, la descubre leyendo un libro de magia. El hombre anota:
Por un capricho del destino, levantó la cabeza que hasta entonces tuviera inclinada sobre las hojas cubiertas de caracteres cabalísticos: al hacer este movimiento, se apercibió de mi presencia. Yo lancé un grito al ver sus facciones. ¡Tenía ante mí un horrible espectro! Me acometió un vahído. […] desde aquella noche maldita, que quisiera olvidar por siempre, yo había cobrado un odio profundo a Eroteida. (86)
Una mujer que tiene acceso a un saber transgresor –la cábala, la magia– despierta primero el miedo, al presentarse monstruosa en su desvío, y luego el odio del esposo, a tal punto que la estrangula y vive luego perseguido por el fantasma de su culpa o el fantasma real de la muerta. Más allá de las interpretaciones de la trama, me interesa destacar esta salida por la muerte del cuento de Torres y Quiroga: ya no se trata de una experimentadora movida por una pasión amorosa, ni de una Minerva espiritual, sino de una mujer que lisa y llanamente pasa a ser un monstruo a raíz de sus conocimientos. La apelación a la magia convoca sentidos asociados a las brujas o hechiceras; lo que convierte a la mujer en un ser atemorizante, en un otro terrorífico, es justamente su estudio, la escena misma de ella en la soledad de su alcoba con su libro15.
Por su parte, en uno de los mejores relatos del naturalista y escritor Eduardo Ladislao Holmberg, “La bolsa de huesos” (1896), aparece una mujer que se traviste en hombre, concretamente en un joven estudiante de medicina, para cobrarse venganza de una antigua traición amorosa. El relato tiene la estructura de un policial y el narrador, un científico naturalista con formación en medicina –como el propio Holmberg– lleva la investigación para descubrir quién es el asesino; no quisiera puntualizar en todos los detalles de esta trama sino detenerme en esa figura femenina que, nuevamente, encauza sus saberes autodidactas sobre anatomía y sobre química hacia la venganza por motivos pasionales. También aparece aquí la descripción de su alcoba, especie de tópico obligado en estos relatos:
Allí había un armario y un piano. En las paredes, los dos cuadros de Beethoven y de Weber que ya conocemos. En un armario biblioteca, muchos libros, en cuyos lomos, casi disimuladamente, leí nombres de autores científicos […] Sobre una mesita, flores de estación y en las cortinas, en el aire, en la luz, el perfume revelador, aquel perfume que, apenas más perceptible, habría podido embalsamar todos los ensueños nacidos en cerebros del Oriente. (222)
A la convivencia de libros de ciencias con flores y adornos, se suma aquí el misterioso perfume, que no es otra cosa que el leve rastro del veneno peruano utilizado para asesinar. Cabe remarcar que la asesina extirpaba la cuarta costilla de cada una de sus víctimas, y ante la pregunta por el motivo, solo atisbaba decir: “no sé, era un vértigo, un ensañamiento, una neurosis” (228). Pero lo cierto es que la mujer extirpaba justamente la pieza que en el mito bíblico constituye el origen del cuerpo de la mujer. Esa transgresión, en este caso delictiva, es castigada en el texto con ideología paternalista: el narrador resuelve que ninguna persona ajena a la ciencia está capacitada para juzgar la neurosis y, por esa razón, no la delata ante la policía, sino que decide resolver su destino: inducirla al suicidio, acto que, en efecto, la mujer comete. Como en el relato anterior, el ideologema encierra tanto los elementos expansivos, innovadores, emergentes, como un impulso represivo y sancionatorio de la anomalía. El final feliz de la trama solo es posible en tanto se concreta la desaparición de esa otredad genérica.
En otro relato posterior de Atilio Chiappori, “El daño”, aparece una versión más moderna de la experimentadora, más a tono con el imaginario de principios de siglo XX. La británica Flora Nist maneja su propio automóvil, es bisexual y su osadía científica no conoce fronteras. Dice el narrador:
Educada con todas las libertades masculinas, poseía una cultura superior. La biblioteca de su padre, el reputado naturalista Nist, no tenía secretos para ella. De ahí las incursiones en el campo de la química –aprovechadas en sus veleidades de perfumista– y su predilección por las obras de generalizaciones médicas, sobre todo, por las de patología mental. Más tarde usted se explicará, cuando conozca el desenlace terrible, la particular atracción que sobre esa mujer enigmática ejercían las prácticas del hipnotismo y de sugestión para las que servíase de Peggie como sujeto experimental. (165)
Aquí reaparece el motivo pasional como motor de la trama y de la práctica científica, pero se agrega un plus vinculado a la dimensión sexual que estaba ausente en los anteriores relatos. Basándose en una monografía censurada en la Facultad de Medicina sobre la sugestión y el daño a distancia, Flora Nist logra que la prometida de su examante se desangre hasta morir en su noche de bodas, como resultado de una herida inducida por hipnosis. En este caso, la científica no muere; pero su muerte sí llega en un relato posterior, de la década de 1920, “El último vals”: allí se menciona que Flora se ha suicidado, presa de la locura.
2. Las mujeres en la sociedad del futuro
Son muy pocas las utopías que en efecto detectan que, al hablar de mejores condiciones de vida, hay que incluir a las mujeres como destinatarias de esa transformación. Por lo general, el papel de las mujeres en la sociedad, fundamentalmente ligado al matrimonio, la crianza y el trabajo doméstico, aparece naturalizado.
Buena parte de estas utopías pueden pensarse como fugas sintomáticas del presente. Antes que hablar de un futuro posible, diagraman el catálogo de insatisfacciones que atraviesa la vida contemporánea y esbozan su eventual superación en idílicos mundos del futuro. Ese ajuste de cuentas suele darse punto por punto: por ejemplo, si en la actualidad se percibe la falta de higiene en las ciudades como un problema, la ciudad del futuro se concibe pulcra y ordenada; si la alimentación es en el presente motivo de infelicidad, la alimentación del futuro se piensa garantizada y es prácticamente un trámite que se resuelve sin mayor esfuerzo; si la educación es insuficiente e inequitativa en el presente, la sociedad del futuro produce sujetos altamente instruidos, todos políglotas y aún creadores de nuevos conocimientos; estas idealizaciones escalan hasta el dinero, que por lo general aparece abolido en la sociedad del futuro y, por supuesto, a la solución de los grandes problemas de la humanidad gracias al avance técnico-científico16.
Ahora bien, hay un tema que emerge también invariablemente como problema, pero que no ofrece una resolución imaginaria: el lugar de las mujeres en la estructura social, su vínculo con el trabajo y con la educación, y su desempeño en el ámbito familiar. Más allá de las diferencias, en todo el corpus de utopías es un tema que se impone, que debe incluirse en la serie de elementos con los cuales pensar una sociedad nueva, si bien su curso futuro parece ser aún demasiado incierto, y no unívoco como en los ítems anteriores. En la mayoría de los casos aparece como un problema que deber ser controlado.
En 1879, Aquiles Sioen, un emigrado francés, publica Buenos Aires en el año 2080. Historia verosímil. No abordaré todos los detalles del mundo construido; me concentraré puntualmente en las referencias a las mujeres del futuro. En relación inversamente proporcional a los grandes avances tecnológicos, en esa Argentina del futuro ha surgido una especie de policía moral que castiga el celibato. Con el objetivo de seguir poblando el país, se castiga con cárcel a toda pareja que luego de ocho días de noviazgo no contraiga matrimonio. Hombres y mujeres pueden decidir libremente si quieren contraer matrimonio y con quién, pero hacerlo es una imposición legal. Un consejo de ancianos castiga severamente los piropos y groserías callejeras, así como el hecho de mirar a una mujer casada, que debe llevar el distintivo de un sombrero con pluma. Con la excusa de que ahora toda la sociedad se organiza para proteger a las mujeres, Sioen imagina una sociedad dominada por la moralina y el control de la sexualidad hasta límites extremos. Las mujeres aparecen reducidas a ser quienes destinan la vida solo a parir y a poblar. Vela en este texto una salida al problema de la igualdad de los géneros de extremo conservadurismo y aún de dominación explícita de las mujeres, sobre todo, en el plano sexual.
Por esos mismos años, se publican en la prensa dos relatos futuristas que abordan el tema de la igualdad entre hombres y mujeres de manera humorística, y con impronta ciertamente despectiva frente a esa igualdad. En “Mujeres del 1900”, publicado en 1878 por Casimiro Valdés, se presenta un mundo futuro en el que las mujeres han entrado de lleno en la política. No pueden ser votadas, pero sí juntar votos para sus candidatos masculinos, dar discursos, armar reuniones de discusión política y, sobre todo, dirigir sus propios periódicos políticos. El relato busca, por momentos, mostrar críticamente, en una especie de espejo invertido, el comportamiento de los hombres; pero esa sugerencia pronto se disipa ante lo que parece ser la tesis del cuento: metidas en política, las mujeres solo sabrán rivalizar entre ellas por el amor del candidato preferido, del que se enamorarán. Así, por sus riñas en el Café de las Damas y en el Club de las Mujeres Libres, las dos protagonistas terminan batiéndose a duelo por el amor de un hombre y toda la trama se resuelve como comedia de enredos.
Por su parte, un texto anónimo del diario La Patria Argentina, “Casamiento en 1980”, narra como un “colmo”, como un mal chiste, el engaño que una agencia matrimonial hace a un hombre: le ofrece una hermosa morocha en matrimonio que resulta ser una médica muy solicitada por sus pacientes. En tono humorístico, el relato hace ostensible el sistema de valores: cuando sonaba la campanilla, “la señora, sin que nada bastase a detenerla, abandonaba la casa para asistir a sus enfermos dejando al marido solo, mirando tristemente su sitio vacío, y pensando al compás de las llamas que, si los otros tenían médico, él se quedaba sin mujer” (206). Además, “la doctora propinaba discursos de un cuarto de hora al marido a quien dejaba con los tímpanos rotos a fuerza de ser especialista en enfermedades del oído” (206). El relato concluye con una clara bajada de línea sobre el sentido de su humorada narrativa: “Vivimos en el siglo de la Emancipación de la mujer” (207). La disyuntiva entre médica y esposa no precisa mayor análisis; el texto, si bien de escasa calidad literaria, es significativo por su valor sintomático, y por la transparente carga ideológica.
Un punto intermedio lo constituye la utopía de mayor extensión y elaboración narrativa Buenos Aires en 1950 bajo régimen socialista, publicada en 1908 por el inmigrante alemán y obrero metalúrgico Julio Dittrich. Afiliado al Partido Socialista durante algunos años (Weinberg 29-31) y admirador de un joven Alfredo Palacios, Dittrich imagina una especie de comunismo de Estado, en el que toda la producción fabril está regulada y el dinero ha sido abolido. Todas las personas han logrado trabajar cuatro horas diarias y no hay retribución por el trabajo, dado que todos tienen acceso a lo necesario. Pero en relación con las mujeres, sus propuestas son ambiguas. El matrimonio sigue siendo un pilar de la sociedad, en desmedro del amor libre, visto como prédica de exaltados. Dice el narrador:
Para las mujeres los estatutos prescriben las mismas costumbres. Después de los quince años deben aprender a cocinar, remendar, cuidar niños, tener en orden la casa y además pueden asistir a la clase de estudios superiores, igual como los hombres.
[…] Pasados los dieciocho años, y hasta los cincuenta, son compañeras. Entonces pueden contraer matrimonio, pueden estudiar, pueden viajar un mes por año. En fin, tienen todas las atribuciones que tienen los hombres, menos sus deberes.
Porque ninguna mujer tiene obligación de trabajar sino para su familia, en vista que demasiado tiene que hacer con aportar y cuidar los nuevos ciudadanos.
Sin embargo, si alguna prefiere quedarse soltera y dedicarse a un estudio superior, queda completamente libre de hacer lo que mejor le parezca. […] A los cincuenta años pasa a la categoría de matrona, y entonces es apta para todos los cargos que corresponden también a los hombres de la misma edad. (50)
Como se ve, la solución es intermedia; la posibilidad de educarse y emanciparse está supeditada al cumplimiento de deberes de crianza y domésticos, o a la renuncia de todo vínculo. En este sentido, es interesante apuntar que en el periódico comunista anárquico La Voz de la Mujer, escrito por y para mujeres, no eran infrecuentes estas posiciones intermedias, que no lograban desasirse del todo de las mallas ideológicas patriarcales (si bien se oponían furiosamente al ideario socialista). Se defendía el amor libre, pero de orientación monogámica; se defendía a las madres como pilar del afecto parental, no había pronunciamientos claros sobre el aborto y “se guardaba un total silencio, también, acerca del trabajo doméstico” tal como escribe Maxine Molyneux.
Aunque las redactoras atacaban la opresión de las mujeres y su reclusión en el hogar y las labores, nunca propusieron que los hombres compartiesen este trabajo en el hogar, ni que el mismo fuera repartido de modo más equitativo. […] no pudieron romper con nociones imperantes acerca del lugar de las mujeres dentro de la división del trabajo tradicional. (33-34)
Esto sin dudas da una medida de cuán invisibles eran ciertos temas, aún para las ideologías radicales.
Es curioso que haya sido en una viñeta humorística de Caras y Caretas de 1901, “El trabajo doméstico en la nueva centuria”, donde haya aparecido claramente representado el problema, sin elaboradas conceptualizaciones políticas. Acompañando una serie de imágenes que ilustraban mujeres haciendo uso de todo tipo de máquinas que aliviaban las tareas domésticas, la leyenda decía: “Como la electricidad servirá a la humanidad para cuanto quiera hacer, este siglo, la mujer no tendrá necesidad de quemarse en el fogón, de sudar con el planchado, de ensuciarse con carbón, ni ocuparse del guisado, ni del agua ni el jabón. Y como el tiempo que quiera estará desocupada, será en la edad venidera erudita e Ilustrada, instruida y bachillera” (Caras y Caretas n.º 118, 5 de enero de 1901)17.
Finalmente, tanto en el breve texto “Mañana City”, publicado en Almanaque Sudamericano en 1882, como el ya más tardío y aún más programático y elaborado La ciudad anarquista americana, de Pierre Quiroule (1914), militante ácrata y escritor de varios libros, es posible encontrar una mayor realización de la igualdad entre hombres y mujeres, acorde con la profunda transformación de la estructura social en todas sus dimensiones. En el mundo del siglo XXX de “Mañana City”, leemos:
La mujer es allí considerada como una hermosa variedad del hombre, y cual éste, está incluida en el orden de los primados. Perfectamente igual a él, tiene abiertas todas las puertas de la vida a su actividad y las preocupaciones sociales no le impiden dedicarse a ciertos trabajos, ni le cierran ciertas carreras, ni la excluyen de ciertos puestos que por acá aún están reservados al hombre. Como consecuencia de esta condición de la mujer, ha desaparecido la asquerosa llaga de la prostitución que devora nuestras sociedades. El matrimonio no les es impuesto por la necesidad tiránica, ni es allí un lazo indisoluble, sino un convenio voluntario que voluntariamente termina, cuando así place a los contratantes. Los hijos pertenecen a la sociedad, que se encarga de su sustento y los educa, hasta colocarlos en aptitud de subvenir a sus necesidades y ser útiles a la comunidad. (283)
Ideas muy similares, y aún más radicalizadas –amor libre, niños criados en instituciones, disolución del hogar burgués– aparecen también en la utopía de Quiroule, solo que en esta la ideología rectora es la del anarco-comunismo, mientras que en la primera, si bien claramente orientada al comunismo, parece ser la ciencia en sí misma el agente emancipador de la humanidad. Es interesante notar que, en ambas utopías, para que las mujeres encuentren plena libertad, se terceriza la crianza de los niños y las niñas en instituciones comunitarias. La familia burguesa, como supuesto pilar social, está asociada a la opresión de la mujer. Pero ninguna utopía fantasea con otras opciones, como una crianza compartida con los varones.
A pesar de las diferentes variantes, en este corpus la pregunta sobre el lugar de las mujeres en la sociedad del futuro es una innegable recurrencia, lo que es signo y síntoma de la presencia de este tema en el imaginario social, pero también de su aspecto perturbador y desestabilizante de las convenciones existentes. Algunos optan por un férreo control doméstico, otros son más emancipatorios e idealistas. A diferencia de la unívoca valoración positiva del desarrollo técnico y científico (no hay visiones distópicas en este sentido), la proyección de las mujeres en una sociedad futura despierta respuestas defensivas.
3. Cierre
A manera de cierre, resta decir que estas intervenciones ficcionales, en tanto actos socialmente simbólicos como los llama Fredric Jameson, permiten discernir cierto stock de temas ideológicos del período. Estas fantasías expresan los parámetros socioculturales con los cuales fue posible imaginar una realidad futura o una figura de mujer científica que aún no estaba del todo allí, que era más bien una posibilidad, una emergencia difícil de nombrar, a veces incluso una amenaza para el orden patriarcal y, justamente por ello, en estas fantasías también están expresados los límites y las resistencias. El ideologema de la mujer científica movida por el rencor y el despecho, o las variopintas imágenes de las mujeres en la organización social del futuro evidencian así su carga de verdad histórica: son fantasías construidas con ideas y sentimientos del presente, y dan cuenta de la lucha por la igualdad como si fueran reelaboraciones oníricas de la cultura de entresiglos.
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1 De todas formas, muchos de los reclamos de las anarquistas de fines del siglo XIX recobrarían notable vigencia cien años más tarde, en el movimiento feminista del siglo XX. Entre sus consignas estaban la emancipación de la mujer de toda tutela u opresión, la disolución del matrimonio y la imposición del amor libre.
2 En relación con este tema, véase el notable trabajo de Mirta Lobato, Historia de las trabajadoras en la Argentina (1869-1960); también, la reciente colección en 4 tomos de D’Antonio y Pita, Nueva historia de las mujeres en Argentina.
3 En el período de entresiglos, lo fantástico está atravesado por variaciones y mixturas genéricas que no permiten una taxonomía crítica estricta, ni la hacen pertinente siquiera, si no se busca caer en reduccionismos o categorizaciones críticas anacrónicas. Lo fantástico, tal como sostuvo Rosemary Jackson (1986), es un modo que puede adoptar diferentes manifestaciones genéricas, que varían según las épocas. En este sentido, en el corpus seleccionado hay relatos que pueden considerarse fantásticos, pero que se vinculan con las ciencias mediante la invocación del nombre de un científico reconocido en la época, una teoría o un concepto científico. Hay otros relatos más estructuralmente centrados en la construcción de un caso vinculado tanto a las ciencias como a las pseudociencias, y acorde a las variables socioculturales decimonónicas en torno a qué se consideraba parte o no de lo científico, es pertinente contemplar ambos elementos, tal como trabajé en Cuando la ciencia despertaba fantasías (2016). Esos relatos pueden incluirse en la fantasía científica o ser leídos como temprana ciencia ficción, categoría que se ha afianzado en los últimos años en los estudios literarios latinoamericanos. En los textos de Kurlat Ares y De Rosso (2022), Cano (2006), Haywood Ferreyra (2011) y de quien escribe (2020), entre otros, se desarrollan los argumentos que desmienten la exclusiva filiación de la ciencia ficción con la tradición anglosajona y que afianzan, a su vez, la existencia de una ciencia ficción latinoamericana que se desarrolla desde el siglo XIX hasta el presente. En la mayoría de esos trabajos se señala, asimismo, el constante solapamiento de la ciencia ficción –argentina, ante todo– con lo fantástico, o de la deriva de la primera hacia las convenciones tradicionalmente más fuertes de lo fantástico.
4 Las utopías de entresiglos no siempre fueron leídas como ciencia ficción. Tal es el caso de Félix Weinberg, quien, desde la perspectiva de la historia de las ideas, busca reconstruir la dimensión programática y el subtexto de verdad que habita en las utopías socialistas y anarquistas de Dittrich y de Quiroule (11-13).
5 Publicado por primera vez en Sueños y realidades.
6 Publicado por primera vez en El Americano, París, año II, n.º 47, 8 de febrero de 1874. Luego reimpreso en La Ondina del Plata, 1 y 15 de julio, 1875. Finalmente, incluido en el libro Creaciones, de 1883.
7 Originalmente publicado en Entretenimientos literarios de 1884.
8 Originalmente publicado como folleto en Buenos Aires, Compañía Sud Americana de Billetes de Banco, 1896
9 Publicado en el diario La Nación en 1907 y luego incluido ese mismo año en el libro Borderland.
10 En su idioma original, The political unconscious.
11 Para un análisis de temas afines véanse los apartados “Genealogía de las escritoras de CF latinoamericanas” y “Feminismo: género, sexualidad y reproducción” en el “Epílogo” escrito por Teresa López-Pellisa, en la Historia de la ciencia ficción latinoamericana. Tomo I: Desde los orígenes hasta la modernidad (2020).
12 Se trata de una selección de un corpus mayor en el que estoy trabajando en mi investigación en curso. La razón por la que leo prácticamente en pie de igualdad producciones tan diversas, publicadas en soportes diferentes, es porque atiendo, ante todo, a los ejercicios de imaginación futurista que circularon y relego a un segundo plano la cuestión del valor o calidad literaria.
13 Aún no he hallado autoras argentinas de utopías. La investigación, como se señaló, está en curso y el corpus definitivo no está cerrado.
14 La hipnosis y el mesmerismo aparecen como sinónimos en el relato, aunque se trate de fenómenos diferentes. Cabe destacar, además, que la hipnosis es un estado de conciencia y, a la vez, una práctica de observación científica, mientras que el mesmerismo no designa ningún fenómeno real corroborable y pertenece, hoy, al terreno de las creencias.
15 María Vicens señala que, en Torres y Quiroga, “el fantástico […] opera como una herramienta para deslizar críticas a la sociedad de su tiempo, al mismo tiempo que la escritora deja de lado el tono satírico-jocoso de sus columnas de variedades para experimentar con nuevas fronteras temáticas y estilísticas atípicas en el contexto de las letras femeninas de la época” (Escritoras 85).
16 Para un análisis exhaustivo de la construcción del futuro en las utopías argentinas, véase Margarita Gutman (2011).
17 Margarita Gutman (2011) compila y analiza decenas de este tipo de viñetas cómicas en los semanarios ilustrados porteños del período 1900-1920, como Caras y Caretas, El Hogar y PBT, entre otros. También trabaja con un corpus de revistas norteamericanas que circulaban por Buenos Aires.