Revista de Humanidades N.º 51: 125-156 ISSN: 07170491 • DOI: 10.53382/issn.2452-445X.873

La Alborada y La Palanca

El rol de la ciencia en la prensa obrera de mujeres (Valparaíso-Santiago, 1905-1908)1

La Alborada and La Palanca

The Role of Science in the Women’s Working Press (Valparaíso-Santiago, 1905-1908)

Verónica Ramírez Errázuriz

ORCID: 0000-0002-6638-5404

Universidad Adolfo Ibáñez

Facultad de Artes Liberales, Centro de Estudios Americanos

Av. Padre Hurtado 750, oficina 221, Viña del Mar, Chile

vramirez@uai.cl

Patricio Leyton Alvarado

ORCID: 0000-0002-3051-7225

Investigador independiente

hpleyton@uc.cl

Resumen

Este trabajo analiza el uso y relevancia que se le brindó a la ciencia en la prensa obrera de mujeres en Chile en la primera década del siglo XX. Se centra en los dos únicos periódicos que se conservan liderados por trabajadoras cercanas al Partido Democrático y dirigidos a mujeres: La Alborada (Valparaíso-Santiago, 1905-1907) y La Palanca (Santiago, 1908). Se sostiene que estas obreras ejercieron como mediadoras del saber científico, apropiándose de él para ofrecer una herramienta útil para la familia y la clase proletaria en general, así como un instrumento intelectual que contribuyera a la emancipación de las mujeres .

Palabras claves: obreras, ciencia, prensa, Chile, siglo XX.

Abstract

This work analyzes the use and relevance given to science in the women’s working-class press in Chile in the first decade of the 20th century. It focuses on the only two newspapers that are preserved writing by working women of de Democratic Party and aimed at women: La Alborada (Valparaíso-Santiago, 1905-1907) and La Palanca (Santiago, 1908). It argues that these workwomen acted as mediators of scientific knowledge, appropriating it to offer a useful tool for the family and the working class in general, as well as an intellectual instrument that would empower women for their emancipation.

Keywords: workwomen, science, press, Chile, 20th Century.

Recibido: 09/04/2024 Aceptado: 14/06/2024

1. Introducción

Tal como ocurría en otros países de América Latina y del mundo, hacia fines del siglo XIX el movimiento obrero chileno contaba con un alto grado de asociatividad que se manifestó en la creación de agrupaciones y colectividades que se dedicaron a la defensa de los derechos laborales y sociales de la clase trabajadora (DeShazo 88-102; Illanes, Chile 332-361; Grez, Movimiento 74-91). Entre estas destacaron las sociedades de socorros mutuos, las mutuales, las sociedades de resistencia y las mancomunales. Al alero de estas organizaciones surgió la prensa obrera, que tenía como propósito informar sobre los problemas y acontecimientos que afectaban a los trabajadores. Además, el periódico fue, para los obreros, un medio de orientación ideológica, forjador de organizaciones, difusor de la lucha social, propagador de teorías y comunicador de las soluciones y objetivos de su clase (Arias 14-15); a lo que hay que sumar también que fue un soporte para divulgar conocimiento e instruir a sus lectores, lo que estaba al margen de la ciencia oficial del Estado2 y se desarrolló en los espacios de sociabilidad propios del movimiento obrero (Devés 131). En Chile hubo una proliferación de periódicos de este tipo desde inicios del siglo XX, entre los que destacan El Proletario (1904-1935), La Reforma (1906-1908), La gran federación obrera (1910-1924) y El despertar de los trabajadores (1912-1926), influidos por la figura de Luis Emilio Recabarren, obrero tipógrafo autodidacta y reconocido como el primer pensador organizador marxista en Chile.

Las obreras chilenas, además de colaborar en diversos periódicos, también generaron y lideraron proyectos periodísticos propios, dirigidos por ellas y dedicados especialmente a lectoras de su misma clase social. Según los registros, el primer periódico dirigido por obreras en Chile fue La Obrera de Valparaíso (1897), del cual solo existe una referencia en la revista de Leonor Urzúa, La Mujer, publicada ese mismo año en Curicó (Montero, Y también 119). El segundo correspondería a La Alborada (1905-1907), fundado en Valparaíso por la tipógrafa Carmela Jeria. Luego, tras el término de este proyecto, le sucedió La Palanca en 1908, dirigido por Esther Valdés, quien se proclamó a sí misma como la continuadora de la labor de Jeria. Hay noticias de que existió otro en Santiago (1914), titulado El despertar de la mujer obrera, sin embargo, hasta ahora no se han encontrado ejemplares. Por otra parte, también se conoce la dirección de dos obreras anarquistas, cuyos pseudónimos serían Aura y Ariadna, del periódico de la misma visión política Acción Directa, que circuló en Santiago entre 1920 y 19263.

Este artículo se centra en el análisis de La Alborada y La Palanca, ya que estos periódicos tienen ciertas características que los hacen especiales: en primer lugar, son las primeras publicaciones de obreras en Chile que se conservan hasta la fecha; en segundo lugar, están adscritos a una visión política: el Partido Democrático; en tercer lugar, consistieron en proyectos editoriales dirigidos y escritos por mujeres, dedicados a mujeres. Estas características los distingue de otros periódicos de obreras que no pueden adscribirse a la descripción de prensa de mujeres para mujeres o, bien, fueron portavoces del anarquismo, perspectiva política que no compartieron exactamente sus directoras Carmela Jeria y Esther Valdés, quienes ideológicamente eran cercanas al socialismo del Partido Democrático, creado en 1887 en Chile, y que representó los intereses de los trabajadores, surgiendo por iniciativa de un grupo de militantes del Partido Radical que no estaban conformes con la ineficiencia de la colectividad política.

Ambos periódicos han sido estudiados de forma prolífica por la historiografía desde perspectivas que abordan el desarrollo del feminismo, las relaciones laborales y temáticas de género (Ávila; Errázuriz; Hutchinson, El feminismo y Labores; Illanes, Nuestra historia; Lavrín; Lagos, Feminismo obrero; A. López; Montero, Y también), pero no se ha estudiado en profundidad la relevancia de la divulgación de la ciencia presente en sus páginas4. De allí que este artículo aborde la importancia del conocimiento científico en estos proyectos editoriales a inicios del siglo XX.

La incorporación de temas científicos y tecnológicos en las páginas de ambos periódicos dialoga directamente con el hecho de que estos saberes fueron valorados por la clase obrera, al considerarlos útiles para la ilustración de los trabajadores y facilitadores de la lucha contra el autoritarismo y fanatismo religioso. En ese sentido, la ciencia les brindaba una herramienta revolucionaria que liberaría a las clases menos favorecidas de la irracionalidad y la ignorancia (Lagos, Experiencias 14). En consecuencia, esta clase de saberes en el movimiento obrero tuvo un rol político, ya que partidos como el Democrático, de tendencia socialista y al cual pertenecieron Carmela Jeria, Esther Valdés y otras colaboradoras de La Alborada y La Palanca, tuvo entre sus objetivos democratizar el conocimiento científico entre sus militantes y los trabajadores en general (Grez, El Partido).

Se debe precisar que no solo los obreros de tendencia socialista promovieron iniciativas científicas, sino que desde el movimiento anarquista también se crearon instancias para la educación científica de la clase trabajadora, tales como bibliotecas populares, ateneos, centros de estudios sociales y escuelas nocturnas (Grez, Los anarquistas; Lagos, Experiencias educativas y Bajo el sol). Por consiguiente, no es extraño que las obreras de distintas miradas políticas también comulgaran con la importancia brindada a la instrucción y el conocimiento. Sin embargo, no gozaban de las mismas atribuciones que sus compañeros en el movimiento obrero en varios aspectos, entre estos, nos interesa especialmente lo que ocurría a las obreras lideradas por Jeria y Valdés, quienes a pesar de dirigir periódicos no ejercían cargos directivos dentro del Partido Democrático (Grez, El Partido). Es importante aclarar que las obreras se encontraban en el último nivel respecto de los montos de remuneración que percibía la clase trabajadora (DeShazo 30-33; Hutchison, Labores 78-82). Por lo que su militancia, por una parte, no reportaba en estas mujeres la liberación de ciertas funciones y espacios estereotipados según la costumbre y la tradición y, por otra, su participación en el movimiento obrero no necesariamente garantizaba la superación de esas configuraciones preestablecidas (DeShazo 71; Hutchinson, Labores 85-86). La dirección de periódicos en manos de las mujeres trabajadoras, por lo tanto, podría comprenderse como un intento por acceder a esos espacios vetados para ellas. Desde esas páginas, las obreras comenzaron a construir una voz en el espacio público y a promover una autorreflexión sobre el rol que las mujeres proletarias debían ocupar en la sociedad y, sobre todo, en su clase social.

Uno de esos espacios al que no podían acceder era al del conocimiento y desarrollo científico, cuestión que las directoras de La Alborada y La Palanca tenían claro, en cuanto defendieron en sus periódicos la instrucción de las mujeres, siguiendo tres propósitos o direcciones, como ha propuesto Ávila: la primera en el plano organizativo, ya que mujeres más instruidas podrían colaborar de manera más efectiva con el movimiento colectivo organizado; la segunda, en el vínculo entre educación y reproducción, en función de promover una maternidad responsable que apuntara al bienestar familiar; y, la tercera, en que mujeres instruidas serían la base para educar a las futuras generaciones, presentándose como una herramienta clave para el progreso de toda su clase social (265-67).

Estos propósitos de la instrucción femenina se observan en las primeras páginas de los dos periódicos estudiados; en La Alborada se lee que “Debe, pues, la mujer tomar parte en la cruenta lucha entre el capital y el trabajo e intelectualmente debe ocupar un puesto, defendiendo a través de la pluma a los desheredados de la fortuna” (Jeria 1); y luego en La Palanca, “Siendo la Ciencia en sus diversos ramos el principal destructor del fanatismo i de los prejuicios, nuestra labor se estenderá también, para darla a conocer, para inculcarla en los cerebros de nuestros hermanos” (Anónimo, “Nuestro programa” 2). Entre las áreas del saber que estos periódicos incluyeron se encuentra la literatura, la historia y la educación cívica, pero también la biología y la física. Surgen preguntas tales como ¿qué conocimientos científicos publicaron específicamente?, ¿qué educación recibieron las redactoras de estos periódicos?, ¿qué apropiación hicieron ellas de estos conocimientos?, ¿qué objetivos persiguieron a través de su divulgación? y ¿qué características tuvo la mediación del conocimiento que llevaron a cabo estas directoras y redactoras de periódicos?

Las mujeres de clases más acomodadas y sectores medios contaban con acceso a la educación científica impartida en los liceos desde la última década del siglo XIX, a pesar de que también estuviera determinada por las condicionantes de género respecto de los roles de dueña de casa, madre y esposa (Orellana; Inostroza; Ramírez y Leyton “En búsqueda”). En comparación con ellas, las obreras fueron autodidactas en materia científica, pues, por lo general, a la única educación formal a la accedían era a la primaria, donde se les entregaban nociones de aritmética básica (Egaña 165; Ponce de León 477). Era común que en el movimiento obrero quienes se pronunciaron sobre materias científicas fueran trabajadores manuales que destinaban parte de su tiempo a escribir sobre estas materias (Devés 131), tal como ocurrió con las colaboraciones que se publicaron en La Alborada y La Palanca. En ese sentido, este artículo propone que en la prensa dirigida por obreras publicada en Chile durante la primera década del siglo XX las trabajadoras –siendo legas5– ejercen una mediación del saber científico, apropiándose y resignificando ese conocimiento en función de un uso práctico para la familia obrera y también como instrumento intelectual que permitiera a las mujeres proletarias alcanzar su emancipación.

Esta capacidad de las obreras de comunicar ciencia permite corroborar que la circulación del conocimiento no solo involucraba a expertos, sino también a los públicos legos6, entre ellos las mujeres, que cumplían diversos roles en la divulgación de contenidos científicos (Rossiter). Este análisis, en este sentido, dialoga con lo estipulado por historiadores de la ciencia y del conocimiento que han defendido el papel de los inexpertos o públicos de la ciencia como agentes activos en la circulación e incluso generación de nuevos saberes (Secord, “Knowledge”; Burke, What is; Knight; Nieto-Galan, Los públicos y Science). Se debe considerar que, aunque las mujeres que participaron de La Alborada y La Palanca fueron públicos –fueron científicas expertas con formación académica superior7–, en su calidad de editoras ejercieron la potestad de decidir qué contenidos se publicaban en estos medios, lo que les posibilitó agenciar los saberes que se propagaron (Montero, “Editora” 356). Así, la comunicación científica que se produjo en ambos periódicos de mujeres trabajadoras dependió de los objetivos y motivaciones de sus editoras.

2. La prensa obrera de mujeres en su contexto

Durante el siglo XIX, no solo en Chile, sino también en Europa, Norteamérica y en América Latina, las mujeres comenzaron a involucrarse de manera cada vez más sistemática en el campo cultural y científico, a medida que la lectura y la educación se democratizaban (Burke, Historia social 308-310). Este escenario permitió a las mujeres iniciarse en el mundo de la prensa, colaborando primero como redactoras y traductoras, y luego liderando proyectos periodísticos, donde la ciencia tuvo un lugar destacado. En la mayor parte de esos proyectos participaron mujeres provenientes exclusivamente de la élite intelectual, situación que fue cambiando en los últimos años del siglo XIX, cuando la producción editorial fue bajando su costo y la alfabetización abarcó a otros grupos sociales, como las mujeres trabajadoras de los sectores populares, quienes también comenzarían a liderar sus propios proyectos editoriales. Así, surgió en Argentina, por ejemplo, La voz de la mujer (1896), el primer periódico comunista anárquico feminista de dicho país. Las directoras de estas publicaciones en América Latina siguieron el ejemplo de otras mujeres de reconocimiento global, tales como la francesa Louise Michel y la rusa-estadounidense Emma Goldman (Contreras; Fernández; Lavrín).

La historiografía tradicional ha fijado el comienzo de la prensa femenina en Chile con la creación de El Eco de las Señoras de Santiago en 1865: un proyecto periodístico destinado a defender la perspectiva conservadora en el marco de la discusión de la laicización del Estado. Sin embargo, hasta ahora no ha podido verificarse la participación concreta de ninguna mujer en dicha publicación (Montero, Y también 27), e incluso hay investigadores que consideran la posibilidad de que haya sido escrito por varones haciéndose pasar por mujeres como estrategia en favor de la causa (Ramírez y otros 23).

El primer medio comunicacional en Chile del que se constata la dirección de una mujer fue la Revista de Valparaíso, que estuvo a cargo de la intelectual liberal Rosario Orrego. Circuló entre 1873 y 1874 y en sus páginas puede observarse una preocupación por la difusión del conocimiento científico (Ramírez 79). Esta particularidad produjo que la Revista de Valparaíso se convirtiera en el primer periódico chileno que incluía divulgación científica en que participaron mujeres activamente, editando y traduciendo temáticas de interés científico (Ramírez; Ramírez y otros; Undurraga y Meier). A esta publicación le siguió La Brisa de Chile (1875) y La Mujer (1877) que contaron con la participación de Orrego y de la también escritora liberal Lucrecia Undurraga. En ambos medios el tema central fue mejorar la instrucción de las mujeres (Ramírez y Ulloa; Ramírez y otros 48-54; Montero, Y también 55).

Tras estos proyectos vinieron otros, destacándose los liderados por Leonor Urzúa en Curicó: La Mujer (1897) y Almanaque literario de la mujer (1899), que también tuvieron como propósito contribuir a la educación femenina (Montero, Y también 55-57; Ramírez y Leyton, “En búsqueda” 92-94). Hasta ese momento, todos los periódicos producidos por mujeres en Chile habían sido dirigidos por miembros de la élite cultural, eran parte de un exclusivo grupo de la clase acomodada que había tenido el privilegio de acceder a la lectura, la instrucción y, en algunos casos, la educación formal. Este escenario, sin embargo, cambiaría en los últimos años del siglo XIX.

Se sabe que en Chile el primer periódico impulsado por mujeres trabajadoras fue La Obrera, que circuló en Valparaíso en 1897, diez años después de la fundación de la primera asociación femenina del país, llamada Sociedad de Obreras de Socorros Mutuos de Valparaíso, que tenía por objeto formar cajas de ahorro para ayudar a las socias con problemas de salud, fomentar la instrucción, la moralidad y el bienestar (Illanes, Chile Des-centrado 322)8. Esto aconteció casi cuatro décadas después de la promulgación de la Ley de Instrucción Primaria (1860), que garantizaba la gratuidad de la enseñanza primaria y la responsabilidad del Estado en esta función. Sobre La Obrera, cómo ha advertido Claudia Montero, no hay más que una referencia en el periódico de Leonor Urzúa (Y también 119), quien escribe: “La Obrera: verdadera sorpresa experimentamos al recibir el N.° V de este periódico semanal, redactado y editado por obreras de Valparaíso” (La Mujer, s/p). La existencia de aquella publicación fue desconocida por Carmela Jeria, fundadora de La Alborada en 1905, quien se autoproclamó ese año como la primera mujer en Chile en dirigir un periódico de obreras (1). Esta situación da cuenta de la precariedad y falta de visibilidad de este tipo de proyectos, ya que Jeria residía en la misma ciudad en la que habría circulado La Obrera9.

La Alborada apareció en Valparaíso en septiembre de 190510. Jeria trabajó desde su infancia y hasta muy avanzada edad en diversas imprentas, desarrollando así el oficio de tipógrafa y linotipista, que fue uno de los trabajos mejor organizados y que poseían las mayores cualificaciones laborales, al requerir a obreros alfabetizados, con conocimientos de aritmética y buena memoria (DeShazo 25-26). Jeria fue una asidua lectora y tenía afición por la escritura (Valle 56), lo que le permitió iniciar una incipiente carrera de escritora en el diario El Luchador, medio cercano al Partido Democrático y en el que ella contribuyó con un par de escritos en 1905 (Hutchinson, Labores propias 138); pero fue en La Alborada donde desempeñó a cabalidad su rol de directora, columnista y escritora literaria (Valle 56).

Luis Emilio Recabarren, líder del Partido Democrático Doctrinario, apoyó este periódico, dedicándole las siguientes palabras a la tipógrafa:

Nos acordamos con tierno cariño de esa novel guerrillera porteña, que se eleva como chispa eléctrica entre las multitudes: Carmela Jeria G., esa chiquilla que aún no baja los vestidos, y que ya empuña, con un brazo de atleta, el hacha de la luz para derribar las montañas de sombras que entenebrecen la mente humana. (209)

El apoyo de parte de un hombre hacia las mujeres que se dedicaban a la redacción y edición de periódicos era habitual en otros periódicos femeninos (más allá de los de obreras). Esto tiene explicación en que ellas necesitaban de una figura masculina que avalara sus proyectos de prensa en el espacio público, e incluso que los representara legalmente (Montero, “Editora” 360). Aunque no podemos afirmar que esto haya sido generalizado en la prensa de obreras, identificamos que Recabarren es mencionado varias veces en el periódico de Jeria, pues compartían intereses y experiencias: ambos se dedicaron a la tipografía, eran oriundos de Valparaíso, defendieron la causa obrera, participaron en organizaciones y en el mismo partido político, y difundieron sus iniciativas, entre ellas las culturales y sociales, como la biblioteca para la juventud Luz y Ciencia celebrada por La Alborada, que pretendía ilustrar a sus lectores en temáticas como sociología, ciencias, industrias y literatura (Silvana, “De todo” s/p)11.

Tras el terremoto de 1906, La Alborada siguió desarrollándose en Santiago, lo que coincidió con problemas personales y económicos que aquejaron a Jeria, lo que puede ser el motivo por el cual adquiriría mayor preeminencia en el periódico la figura de Esther Valdés, presidenta de la Asociación de Costureras de la capital, que contaba con cien socias, e instruía y defendía a las obreras de abusos laborales (Zavala 110). En esta misma época, La Alborada comenzó a brindar mayor interés a las problemáticas de género (Hutchinson, El feminismo 18, Labores propias 150; Errázuriz 372; Lagos, Feminismo obrero 105; A. López 80), aunque se presente de manera incipiente, sin el vigor que se observa en La Palanca posteriormente. A pesar de que en Santiago el periódico de Jeria alcanzó un mayor número de ediciones y una redacción más elaborada, finalizó sus impresiones el 19 de mayo de 1907 por razones que se desconocen.

El cierre abrupto de La Alborada no significaría el fin de la iniciativa de Jeria, ya que la fundación de La Palanca el 1 de mayo de 1908 la extendería por algunos meses más. Esta nueva publicación estuvo a cargo formalmente de Esther Valdés12, pero ella consideró su periódico como el continuador del dirigido por su antecesora13. La Palanca presentó desde sus inicios un discurso directamente dirigido hacia la emancipación femenina. En ese sentido, aunque sus artículos presentaron una mayor variedad temática y sofisticación en su escritura, fueron las problemáticas de género las mayormente abordadas14.

Respecto del tratamiento de la ciencia, si bien La Alborada presenta varios textos que abordan este campo, la publicación liderada por Valdés tuvo una sección exclusivamente dedicada a la difusión de saberes científicos, lo que daría cuenta de una intención más concreta y deliberada del papel de la ciencia en la comunidad de obreras, y de una relación evolutiva entre uno y otro periódico, donde el primero habría sentado ciertas bases del tratamiento de la ciencia, y el segundo las habría potenciado.

3. La ciencia en La Alborada:
el conocimiento al servicio de la causa obrera

La relación del movimiento obrero con la ciencia ha sido poco estudiada en la historiografía chilena, menos aún en lo que concierne a las obreras. Sin embargo, podemos guiarnos por la inestigación de otros escenarios. Si los obreros textiles de Inglaterra de inicios del siglo XIX se apropiaron del discurso científico para validar sus propios intereses de clase (Secord, “Science”), esto mismo puede pensarse en relación con las trabajadoras chilenas que participaron en La Alborada y La Palanca, ya que estos medios divulgaron conocimientos que estaban en directa relación con sus preocupaciones sociales y de género, por lo que la ciencia habría contribuido a darle mayor legitimidad a sus demandas. Esta idea permite afirmar que la propagación de la ciencia en estos dos medios chilenos no fue presentada como un contenido neutral, sino que favorable a sus causas particulares, coincidiendo con lo destacado por David Knight o Agustí Nieto-Galan respecto de la divulgación, ligada al beneficio y defensa de propósitos de grupos o asociaciones específicas. Esto último es palpable en la prensa (más allá de las obreras), debido a que responde a intereses editoriales y permite legitimar ciertas posturas en el espacio público respecto del uso del conocimiento científico (Fyfe).

En las páginas de La Alborada se manifiesta la idea de que las mujeres habían sido excluidas de la ciencia y de los beneficios de los avances del desarrollo tecnológico, lo que era un tema recurrente en la prensa obrera, puesto que les interesaba el progreso material de la sociedad (Devés 132). Así, en un artículo publicado por L. B. D., titulado “La mujer ayer, hoy y mañana”, se menciona que, pese a estos progresos, las mujeres no se habrían beneficiado: “Pasaron, es cierto, esos tiempos de ignorancia y barbarie, hemos llegado al siglo del vapor, de las luces y la electricidad, y, sin embargo, la condición de la mujer es casi idéntica a la de aquellos tiempos que tanto horror nos causan” (L. B. D. 1). Así, las capacidades de transformación de la sociedad que habían logrado las innovaciones tecnológicas para esa época no habían tenido el mismo efecto en toda la población, según la redactora, pues “Se ha innovado en la forma, pero no en el fondo; y no obstante los progresos que a ciencia cierta ha alcanzado la humanidad, la mujer sigue siendo la perseguida del bosque” (1).

A pesar de esta situación aquí denunciada, las colaboradoras de La Alborada veían en los varones de ciencia un ejemplo a seguir y no criticaron a los científicos en sus páginas como sí se observa más tarde en el periódico de Valdés. Esto puede constatarse en un artículo publicado por Lastenia Cid en La Alborada que llevó por título “Ellos son”, y que fue presentado originalmente en la IV Convención del Congreso Social Obrero. La redactora menciona a hombres como Franklin, Newton, Watt y Laplace, entre otros, quienes, según ella, habrían logrado que la humanidad pudiese resolver algunas problemáticas mediante el uso del conocimiento y la innovación tecnológica:

Ellos son los que arrancan los secretos a la tierra, al océano y a la bóveda azul; los que en el libro de la creación leen las páginas de colores varios y se posesionan de ellas para el bien de todos; los que animan lo muerto por medio del vapor, el fuego, la electricidad. (3)

Para la redactora los hombres de ciencia no solo fueron los impulsores del perfeccionamiento humano mediante el conocimiento y pericia, sino que se establecieron como personas dignas a imitar por los sectores obreros, ya que según ella muchos de estos sabios provenían de familias de escasos recursos: “Copérnico, hijo de un panadero; Herschell, músico de una banda militar; el gran filósofo, Kepler, que dictó grandes leyes, hijo de un tabernero alemán […]; el famoso botánico Linneo, preparador de cueros para calzado” (Cid 3). Lastenia Cid insiste en que estos científicos habían llegado a ser reconocidos gracias a sus propios talentos y trabajo, lo que podía ser replicado por la clase trabajadora chilena: “Ellos son los que, aunque vengan de modesta cuna, se encumbran, por sí solos, a las regiones de la inmortalidad, ayudados solo de su propio magno espíritu, no necesitando para ello nada ajeno” (3). En consecuencia, esta redactora no critica a la comunidad científica mayoritariamente conformada por varones, sino que, por el contrario, llama a todos, a obreros y obreras, a identificarse con ellos.

En esta misma línea, la ciencia fue vista en las páginas de La Alborada como una actividad que podía proveer de herramientas teóricas y prácticas para solucionar los problemas de la clase trabajadora. Una de estas problemáticas era acabar con las creencias religiosas que profesaba la mayor parte de la población, las que, según las redactoras del periódico, sumía a la nación, pero en particular a los sectores populares, en la ignorancia y la superstición. Esta idea era compartida por los medios escritos de los grupos obreros, que veían en la divulgación de la ciencia una fórmula que permitiría que los trabajadores se alejaran de la influencia de las creencias religiosas y la tutela de la Iglesia15.

Al respecto, Ricardo Guerrero16 publicó un breve texto en La Alborada que se tituló “Jénesis de la Mujer”, en el que indicó las incongruencias que presentaba la Biblia en relación con la ciencia:

Las afirmaciones de la Biblia no pasan, para mí, de un mito antojadizo, sin base seria alguna y con fines puramente comerciales, pero en manera alguna, científicos, ni basado en hechos y observaciones que de deducción en deducción nos haga llegar a esas conclusiones. (1)

El texto de Guerrero utilizaba un discurso cientificista para intentar demostrar las falencias y falsedades que contenía la Biblia, que carecía de demostraciones fácticas para sustentar sus creencias y dogmas. Así, este articulista de La Alborada consideraba que la vida, el origen de la mujer y de los demás seres humanos dependía de la evolución y del principio de selección natural:

En todo veo la evolución de la materia que incesantemente trabaja, movida por esa fuerza misteriosa de la selección, que no es otra que el progreso, de un modo eterno, tanto en épocas de cataclismos y convulsiones violentas de la materia, como en su período de calma y evolución normal. (2)

De este modo, las referencias al evolucionismo y al catastrofismo geológico de este texto son para dar mayor peso al argumento, basándose en la autoridad de la ciencia para desacreditar lo planteado por el cristianismo, como una forma de dictaminar y dirimir que el conocimiento científico era el único fiable y verdadero, práctica que fue común entre los grupos de obreros como han dado cuenta algunos estudios sobre el uso argumental del evolucionismo (Secord, Victorian; Lightman).

Esta idea, como ya se dijo, también está presente en otros periódicos de obreros de la época: en El Proletario de Valparaíso en 1897, se menciona la teoría de la evolución de Darwin y las leyes económicas de Karl Marx como formas de lucha revolucionaria (Grez, Los anarquistas 37); o también en el periódico El Obrero Ilustrado, donde se reprodujo una conferencia de Armando González, titulada “Evolución i Revolución” en mayo de 1907, que hace alusión a que esta teoría mejoraría las condiciones del pueblo (15). Por lo tanto, aunque el título del texto de Guerrero publicado en La Alborada incluye a la mujer, lo cierto es que su contenido no se centraba en una problemática de género, sino en desacreditar las creencias religiosas y defender al conocimiento científico, así como también lo hacían otros periódicos.

Finalmente, hay que señalar que entre los efectos positivos que se esperaba de la ciencia en las páginas de La Alborada, estaba la mejoría de la situación de los hogares populares, es decir, se consideraba que los beneficios que traería la ciencia para las obreras se expresaría en un mayor bienestar de las familias de la clase trabajadora. Sobre este punto enfatiza Ricardo Guerrero en un artículo titulado “La Alborada en Santiago”:

LA ALBORADA será para la mujer el faro bendito que guiará su espíritu por los campos luminosos de la Ciencia, que es el bien. Ilustrada su mente ganará en belleza y en virtudes y armada así para la vida, como esposa cuántas lágrimas y quebrantos de fortuna no serán enjugados en su amoroso pecho, cuántos peligros no evitará a su familia, por su mayor visión intelectual y, en fin, cuántas delicias desconocidas hasta hoy en los hogares obreros formarán mañana nuestro más dulce embeleso. (s/p)

La ciencia es entendida aquí como herramienta para que las obreras mejoren la calidad de vida de sus familias, de esta manera, el propósito del acceso al conocimiento está supeditado al rol de madres y esposas, es decir, al papel tradicional que se les atribuía.

En este sentido, en el periódico abundan los textos referentes a los conocimientos de higiene para aplicar en los hogares, así como a los problemas médicos y sociales relacionados con el alcoholismo17, que debían intentar combatir las dueñas de casa, tal como puede leerse directamente en sus páginas: “Sumisa [la obrera] soporta en las clases inferiores de la sociedad, toda la pesadumbre de la vida, al padre holgazán, al marido borracho” (Calderón 3); o “El rico bebedor, es un hombre que se alegra; el pobre, es un borracho” (X. X. 3)18. El alcoholismo –común en los sectores populares– fue un problema frecuentemente denunciado por distintas figuras públicas, a lo que se sumaron campañas de asociaciones privadas y organizaciones de obreros, todas iniciativas que aparentemente tuvieron poco éxito (DeShazo 80-81) y a las que se debe añadir la colaboración de las obreras, como constatan las páginas del periódico de Carmela Jeria, debido a que el alcohol atentaba contra la integridad de la familia (Lagos, Feminismo obrero 117).

Estos ejemplos dan cuenta de que existe una evidente reflexión en La Alborada sobre la relevancia de la ciencia en la mejoría de la realidad de la clase obrera y que, para ello, las mujeres eran clave y, por ende, debían instruirse. Sin embargo, no es posible ver en sus páginas una apropiación exclusiva de la ciencia como herramienta en favor de la emancipación de las mujeres propiamente tal, como sí se observa en La Palanca. El periódico de Jeria, por consiguiente, sentaría las bases o abriría las puertas para que las obreras comenzaran a pronunciarse sobre asuntos científicos, entre otros saberes, para que luego en el proyecto liderado por Valdés, ellas pudieran apropiarse de este conocimiento y mediarlo siempre con un propósito emancipador.

4. Ciencia para las mujeres: el mensaje
emancipador de
La Palanca

María Angélica Illanes afirma que es evidente que las mujeres de La Palanca estuvieron influenciadas por la modernidad positivista, por lo que valoraron el conocimiento científico como una forma de emancipación de la ignorancia y una bandera de lucha contra la religión. Mostraba ser una alternativa en tanto comprendía el mundo desde una moral terrena y humana, lo que debía ser enseñado a la mujer desde una perspectiva laica y positiva (Nuestra historia 26). Sin embargo, la historiografía no ha detallado cómo se apropiaron las obreras de este pensamiento y tampoco su papel en la divulgación científica en las páginas del periódico liderado por Valdés y que circuló en 1908, después del cierre de La Alborada.

La Palanca de Esther Valdés incorpora el conocimiento científico como una disciplina relevante entre sus temáticas. Así, por ejemplo, incluye de manera estructural una sección dedicada a la divulgación de la ciencia, cuestión que no tenía el periódico de Jeria. En sus páginas, además de consejos y conocimientos de higiene, se suman otros saberes científicos, como la biología celular, que superan o van más allá de las labores prácticas del cuidado doméstico. Así puede verse en el texto firmado por J. Casasola, en el que se capta la intención de transmitir un conocimiento complejo a un público no experto, cuestión que se expresa en el lenguaje, ya que se escogen términos familiares para las lectoras, como la palabra “edificio”: “A pesar de su extrema pequeñez es la célula un edificio bastante complicado que presenta a la consideración del biólogo tres partes distintas” (9). Además de incluir una sección, La Palanca demuestra una mayor preocupación que su antecesora por comunicar datos e información científica específica, cuestión que se puede corroborar incluso en los textos que siguen refiriéndose, aunque ya no tan directamente, a las labores del cuidado de la salud de la familia. Así puede verse en una nota que señala los criterios a seguir para combatir la sarna, donde se detalla con precisión la composición de la pomada: “Esta pomada se compone con los siguientes mistos: Azufre 5 gramos, Carbonato de potasa 5, Vaselina 30” (Anónimo, “Recetas útiles” 34).

A lo anterior, debe añadirse que el periódico de Valdés incluye una icónica portada que ilustra a una mujer costurera levantando una roca con una palanca en un caballete. La roca lleva consigo las palabras esclavitud, fanatismo e ignorancia, por lo que la herramienta liberaría a una esclava del peso y la opresión que ejerce este objeto (fig.1).

Imagen 1

Esta imagen, según el periódico Espíritu Libre de Santiago, hace referencia a la figura de Arquímedes, el matemático, ingeniero y físico griego que descubrió el principio de la palanca. Al respecto se menciona:

La portada de esta simpática publicación está adornada con un sugestivo cliché que simboliza una proletaria viril, de mirada emprendedora, que, con una palanca, cual la que pretendía Arquímedes, apoyada sobre los caballetes de la unión, asociación y organización, alza para aventar la mole de la ignorancia, fanatismo y esclavitud. (Anónimo, “Nuestra revista” 20)

Que las editoras de este periódico conocieran este principio, demuestra que debieron aprenderlo de alguna manera, y aunque no podemos afirmar que hayan conocido este principio físico mediante la enseñanza en la escuela19, lo que sí es evidente es que esta cita demuestra que ellas conocían los postulados de Arquímedes, aunque fuera de manera informal. En este sentido, el periódico de Esther Valdés hacía referencia a uno de los fundamentos básicos de la física para explicar cómo ellas liberarían a sus compañeras de la triada esclavitud, ignorancia y fanatismo, por medio del conocimiento científico. Por lo que, tal como plantea Jürgen Renn para otros casos, la ciencia es comprendida aquí como una forma de solucionar problemas que, para las editoras de La Palanca, ya no estarían centrados en la clase obrera en general, sino en las mujeres como ilustra el dibujo.

Esta idea es respaldada con la incorporación de la temática de la fecundidad y procreación conscientes, mediante un artículo en el que se adjudica la responsabilidad de educar en esta materia a las autoridades científicas, dando como ejemplo, que “en Europa existen asociaciones científicas cuyo ideal es vulgarizar los conocimientos científicos para limitar la procreación inconsciente” (Yedra, “Fecundación” 19).20 Esta redactora, que firma como Yedra, a diferencia de sus antecesoras de La Alborada, es muy crítica respecto de los hombres de ciencia, a quienes achaca “indolencia criminal”, porque

nada hacen por difundir en el pueblo los conocimientos de una normal y razonada procreación; que nada hacen por hacer comprender a la mujer que ella debe disponer de su cuerpo, que ella solo tiene derecho de disponer, para ser madre prudente, en la medida de sus fuerzas y de sus medios económicos, escogiendo el momento oportuno. (19)

Con ello, la colaboradora reclama un sistema divulgativo en el que la información se transmita hacia las mujeres, y exige instrucción especialmente dedicada a las audiencias conformadas por ellas, para atender una problemática que las afecta directamente, distanciándose junto con ello de la invitación a admirar y seguir los pasos de los varones de la ciencia, porque, de hecho, Yedra los critica. Cabe mencionar que esta redactora estuvo influenciada por las ideas neomalthusianas21 que difundieron algunas mujeres en la prensa obrera para el control de la natalidad y la utilización de métodos anticonceptivos (Miranda 132).

Así como este texto, La Palanca incluye otros cuya función apunta a reforzar la necesidad de la ciencia como herramienta para favorecer la causa femenina, ya no solo enmarcada en la cuestión obrera. Entre ellos se encuentra “La mujer y las ciencias”, un fragmento del libro La Mujer de la intelectual feminista española Concepción Gimeno de Flaquer, quien no responde a la intelectualidad obrera propiamente tal, lo que da cuenta de una apertura de este periódico hacia una visión que se identifica más con la problemática de la situación de las mujeres.

Con el mismo espíritu Melania Janssens publica el texto “Instrucción y educación de la mujer”, donde se lee: “La mujer se quejará del encarecimiento del precio de la vida, por ejemplo, pero no percibirá las causas lógicas de ese encarecimiento i no secundará a los que procuren remedio al mal. Hai, pues, que luchar ante todo contra el aislamiento de la mujer” (53). Este tipo de reflexiones se refuerza con notas que expresan que, “también la ciencia [tiene] representantes distinguidas en el sexo femenino, principalmente en Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania” (Bonaparte 3), para argumentar que las mujeres son aptas para ocupaciones científicas, cuestión que se complementa con la publicación de textos que respaldan las condiciones fisiológicas del sexo femenino que la harían competente para ejercer en el campo científico, como el texto “La Mujer” firmado por Natalia Urzúa y que señala: “Siendo en ella el sistema nervioso, que es la batería del alma, de más fácil manejo, la inducción de esta se ejecuta con más rapidez” (41).

Este reforzamiento del tratamiento de lo científico en La Palanca refleja un avance hacia las ideas emancipadoras de las mujeres por parte de las obreras. Un aspecto interesante que dialoga con estas observaciones es que La Alborada mostraba una clara simpatía y apoyo a las acciones de Luis Emilio Recabarren, es decir, a los periodistas y activistas hombres del movimiento y del Partido Democrático, como han señalado Hutchinson (El feminismo y Labores propias) y Ávila (259), y como lo afirman las mismas redactoras del periódico, que deseaban “al incansable propagandista [Recabarren] progresos en sus campañas” (Silvana, “Luis E. Recabarren S.” 2). Las redactoras del periódico de Jeria se cuestionaban que sus compañeros se equivocan en algunas asuntos como el no permitirles liderar sus asociaciones, negándoles “el puesto de avanzada en la lucha social” (Roldán 2); asimismo, reprochan a sus compañeros porque estos suelen caer en vicios y malgastar sus paupérrimos salarios: “Toda nuestra abnegación va a estrellarse contra la siempre inconstancia de nuestros queridos enemigos, los hombres” (Ariadna s.p.); e informan que se han enterado a través de los obreros que las apoyan que hay lectores hombres que se niegan a recibir La Alborada (Silvana, “Más benevolencia” 2). A pesar de todos estos casos, no se observa una escisión entre obreras y obreros en las páginas del proyecto editorial de Jeria, ni tampoco la denuncia de un ataque directo de sus compañeros oponiéndose a este periódico en particular.

En La Palanca, sin embargo, aparecen textos como el firmado por Yedra, titulado “Diatribas i cuchufletas”, en el que se refiere a que hay obreros respetados, reconocidos como intelectuales, que están criticando a La Palanca y la tildan como una lesera, y añade que hay uno en particular que preside y es benefactor de varias sociedades de trabajadores que critica con más fuerza este nuevo periódico de obreras (33). Aunque no se puede afirmar a quién alude esta redactora, es un hecho que en La Palanca aparecen quejas a la animadversión activa y directa de parte de obreros al proyecto periodístico de Valdés.

Si buscamos más allá de las páginas de este periódico, notamos que la colaboración entre obreros y obreras se da mientras circula La Palanca. Así se puede constatar en revista Corre Vuela a principios de 1908, en la que se cubre una entrega de premios y otras actividades celebradas en conjunto entre la Sociedad Protección de la Mujer y la Sociedad Unión de Artesanos en Santiago (Anónimo, “Sociedad Protección”, imagen 2). De hecho, la historiografía reconoce recién en la década de 1920 un paulatino distanciamiento entre las obreras y el movimiento liderado por los varones, por no sentirse representadas plenamente (Olivares). Pero ¿no se palpa ya en La Palanca –sobre todo a la luz del tratamiento de lo científico– el inicio de este distanciamiento?

Imagen 2

El primer número de La Palanca se abre con un nuevo rotulado o subtítulo: “Publicación feminista de propaganda emancipadora”, lo que refleja la visión editorial. En su primer texto se lee “En el palenque. Henos aquí frente al enemigo” (1). ¿Cuál es ese enemigo concreto según el periódico? Es posible constatar que ese enemigo está vinculado a la falta de educación y conocimiento de las mujeres. Pabla Ávila señala, en ese sentido, que el texto expresa claramente que la sujeción de las mujeres no es cosa natural sino resultado de la dominación sostenida por el estado de ignorancia de las dominadas” (261). Sin embargo, el mismo periódico precisa que ese desplazamiento de las mujeres ha sido producto nada más y nada menos que del “egoísmo del hombre” (Anónimo, “En el palenque” 1).

5. Conclusiones

Como se ha revisado, los periódicos transmiten conocimiento científico, que se centra especialmente en materias de higiene y cuidado doméstico, así como en reflexiones que argumentan la necesidad de educar científicamente a las obreras, para el caso de La Alborada, y en el de La Palanca se agregan a estos contenidos otros nuevos, tales como ciertos principios de la física y aspectos más complejos de la biología celular, así como conocimientos sobre el fenómeno reproductivo, entre otros.

Si bien no es posible determinar qué tipo de educación recibieron las mujeres que lideraron y participaron en estos proyectos editoriales, sabemos que ya para 1905 la educación primaria pública en Chile se encontraba bastante extendida y en manos de los maestros normalistas, donde las profesoras, sobre todo, habían tomado un rol protagónico (Egaña y otros), lo que permite elucubrar que las obreras detrás de estos periódicos al menos recibieron una educación básica, en cuyos planes se incluían el álgebra y algunas nociones de física y biología (Egaña 170). A esto se suma la existencia de escuelas nocturnas para trabajadores publicitadas en los mismos periódicos, y que la labor en la imprenta, que era la que ejercía Carmela Jeria, era uno de los oficios que exigía mayor preparación, tal como se explicitó anteriormente.

Este, sin embargo, no da pie para afirmar que Jeria y Valdés, así como las obreras que participaron en sus periódicos divulgando conocimiento, hayan sido expertas en materia científica, pero no por ello no supieron valorar y apropiarse de la ciencia. De hecho, pusieron sus páginas a disposición para difundirla, y más aún resignificaron estos conocimientos en función de sus propósitos como clase y como mujeres, ejerciendo como mediadoras del saber entre expertos y lectoras legas, y como agentes activos en la circulación del conocimiento científico.

La Palanca no se puede estudiar sin tener en consideración a La Alborada y viceversa. En ese ejercicio de estudio conjunto al que estas publicaciones hermanas nos obligan, es factible descubrir algunas diferencias entre las revistas, posibles de palpar a la luz del tratamiento de los asuntos científicos y su relevancia, lo que revela una evolución o reapropiación de la ciencia por parte de las obreras, que está supeditada a una mediación dirigida hacia la emancipación femenina. Claudia Montero clasifica a La Alborada y a La Palanca como periódicos feministas, aunque en la subcategoría de prensa feminista obrera, para distinguirlos de la prensa feminista liberal (84), pero la historiografía ha afirmado también que en La Palanca es posible observar una intención más decidida hacia la emancipación de las mujeres obreras. Y esa intensificación también puede corroborarse en la labor divulgativa que ejercieron las trabajadoras en estos dos periódicos.

El reclamo de una instrucción científica para las mujeres, así como la incorporación de temáticas que apuntan a solucionar problemáticas relativas al género y a las mujeres, presentes en las páginas de La Palanca, son aspectos clave que permiten defender que estos periódicos fueron protagonistas de una evolución. Podría elucubrarse incluso que la diferencia entre La Alborada y La Palanca sea, a fin de cuentas, lo que enojó a ese obrero renombrado al que se refería la redactora que firmaba como Yedra.

Si bien la historiografía previa ha establecido diferencias discursivas entre uno y otro periódico, y ha logrado identificar un discurso feminista más radical en el proyecto liderado por Valdés, el ejercicio de analizar estos cambios desde la perspectiva del uso y relevancia de la ciencia permite problematizar la vinculación de estos proyectos periodísticos desde otra mirada, y profundizar en nuevos detalles de estas publicaciones.

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  1. 1 Este trabajo fue desarrollado en el marco del proyecto Fondecyt 11220008, “Leer y escribir la ciencia: editoras, redactoras, traductoras y lectoras de saberes científicos en la prensa chilena (1860-1930)”.

  2. 2 Durante los primeros años del siglo XX las instituciones científicas chilenas se esmeraron por acercar el conocimiento a la ciudadanía mediante diversas actividades de divulgación. Sin embargo, estas solo estaban pensadas para la élite y los sectores mesocráticos, teniendo muy poco alcance hacia los sectores populares (Ramírez y Leyton, “Astronomy” 53-77).

  3. 3 Como ha analizado Adriana Palomera, las mujeres anarquistas favorecieron la difusión del racionalismo de tipo ilustrado y estuvieron a favor de la educación racional que cuestionara los dogmas del cristianismo. Además, las obreras libertarias o ácratas se refirieron a distintos temas en la prensa anarquista dirigida por hombres, donde contaron con un espacio destacado en que pudieron expresar problemáticas propias de su género, así como otras preocupaciones sociales (Alvarado 397-420).

  4. 4 Pabla Ávila y María Angélica Illanes son las investigadoras que más han resaltado la relevancia de la familiarización con la instrucción científica planteada por las obreras chilenas, sin embargo, esta temática aún presenta aristas no exploradas, por lo que es necesario ahondar en ellas.

  5. 5 La acepción del término ‘lego’ aquí utilizado se sustenta en la historiografía de la ciencia y del conocimiento de las últimas décadas, es decir, alude a aquellos agentes de la circulación e incluso producción de conocimiento que no pertenecieron a los círculos o espacios formales e institucionales del desarrollo científico. Por lo que ‘lego’ en este artículo no refiere necesariamente a una persona que no conoce, ni desarrolla saberes, sino que a públicos que perfectamente pudieron ser agentes activos de generación de nuevo conocimiento (Nieto-Galan, Los públicos y Science).

  6. 6 James Secord (“Knowledge”) explica que, en el proceso de circulación del conocimiento, los distintos agentes que participan de él se apropian, resignifican y actúan como propulsores de nuevos conocimientos, de tal modo que resulta complejo hacer un distingo o establecer límites claros entre hacer y comunicar la ciencia.

  7. 7 A principios del siglo XX la escolarización de las mujeres en Chile había aumentado, pero principalmente en el nivel de enseñanza primaria, producto de la expansión de la escuela mixta, lo que ocurrió especialmente en las grandes ciudades pobladas como Santiago y Valparaíso, urbes donde se publicaron estos periódicos (Ponce de León 470-476).

  8. 8 En un manifiesto de esta sociedad de obreras, publicado en 1893 en un periódico de las logias de temperancia de Valparaíso, sus directoras declaran haber constituido la primera sociedad de señoras en Chile (De Meller y otros).

  9. 9 Es probable, aunque hasta ahora no se ha podido confirmar, que esta publicación porteña haya pertenecido a la Sociedad de Obreras de Socorros Mutuos de Valparaíso, presidida en 1893 por Mercedes A. de Meller, y de la cual solo hemos podido rastrear el manifiesto mencionado anteriormente.

  10. 10 Antes de La Alborada, apareció en Santiago La Aurora Feminista (1904) de Eulogia Aravena, quien, si bien no pertenecía a la clase obrera, dedicó su periódico a promover cambios que mejoraran las condiciones de vida de las trabajadoras. Su genuina preocupación por las actividades de las mujeres trabajadoras permite incluirlo como una publicación que dialoga con la prensa de obreras (Lagos, Feminismo obrero 80). En esta revista puede constatarse que la preocupación por las problemáticas sociales a las que se veían enfrentadas las mujeres de las clases más pobres, iban atadas a cuestiones de índole científico, tales como la salud y la higiene, tema tratado también por los médicos y clases dirigentes para combatir la cuestión social en este mismo período (Simón y Sánchez).

  11. 11 Silvana es el seudónimo que a veces usaba Jeria.

  12. 12 Según Alejandra Brito, el oficio de costurera (al que pertenecía Valdés) representaba el 23,8% de la fuerza laboral femenina y permitía compatibilizar las actividades domésticas con las productivas (50).

  13. 13 Jeria tuvo un papel secundario en La Palanca, tan solo publicó algunos artículos.

  14. 14 Incluso algunos números de La Palanca fueron reseñados en medios anarquistas españoles (Miranda 131).

  15. 15 Entre estos medios se pueden contar La Reforma, El Obrero Ilustrado, El Trabajo y El Despertar de los Trabajadores, entre otros. Allí se exponía la nociva influencia de la Iglesia sobre las clases populares al inculcarles creencias que no tenían sustento en la realidad.

  16. 16 Ricardo Guerrero ejerció los oficios de carpintero y albañil, dedicándose desde su juventud a la lucha social y a la educación de los obreros, participando de varias iniciativas de instrucción popular donde ejerció de profesor autodidacta en escuelas nocturnas, asociaciones obreras y establecimientos públicos. Además, tuvo interés por las artes, la arquitectura y las letras, también demostró su inclinación por la lectura y la autoeducación, las que quedaron plasmadas en sus artículos en la prensa obrera, entre los que se contaron los de tipo científico, ejerciendo el rol de divulgador de saberes al público obrero (López, Diccionario biográfico G 38-G 39). En los periódicos dirigidos por obreras aquí estudiados aparecen algunos colaboradores hombres, aunque la mayoría de sus páginas son firmadas por mujeres.

  17. 17 Frente a los problemas como la falta de atención médica y los frecuentes accidentes laborales que sufrían los sectores obreros, el Partido Democrático propuso una serie de legislaciones sociales para ir en su ayuda. Sin embargo, estos proyectos fueron desestimados por legisladores que pertenecían a la burguesía y que representaban los intereses de la élite política (Grez, El partido y movimiento).

  18. 18 Otros de estos textos son Ábila; Vallejo o Chimbero.

  19. 19 El principio de la palanca de Arquímedes era enseñado en la educación pública chilena, como se puede apreciar en el manual de física de Francisco Ayral, en el que se define la palanca como: “Una barra rígida que se mueve alrededor de un punto fijo, llamado punto de apoyo, y en cual obran dos fuerzas: la potencia y la resistencia” (36).

  20. 20 Yedra es el seudónimo de una colaboradora que publicó textos tanto en La Alborada como en La Palanca. Pero es en este último donde se refiere a esta temática por primera vez.

  21. 21 Malthus sostenía que el desbalance entre el crecimiento de la población y el aumento de la producción de alimentos daría lugar a conflictos y hambrunas. El neomalthusianismo buscaba resolver principalmente el problema de la miseria de las familias numerosas pobres y la necesidad de promover la procreación consciente y la difusión de métodos anticonceptivos (Miranda 125).