Revista de Humanidades N.º 51:585-596 ISSN: 07170491 • DOI: 10.53382/issn.2452-445X.887
Helena (1915), de Delie Rouge, o “El estallido de una bomba nihilista”
polémicas en torno a una novela leída
en el Círculo de Lectura
Joyce Contreras Villalobos1
ORCID: 0000-0001-7043-729X
Universidad Andrés Bello
joyc.contreras@uandresbello.edu
1. Historia de una lectura: contextualización
Anarquista, socialista, aparecida, atrevida, fueron algunos de los epítetos que recibió la escritora Delia Rojas Garcés (1887-1950) tras leer públicamente un capítulo de su novela inédita Helena (1915) en el Círculo de Lectura de Señoras de Santiago –comúnmente conocido como el Círculo de Lectura–, institución fundada el 23 de abril de 1915 por iniciativa de Amanda Labarca. Siguiendo el modelo de los reading clubs estadounidenses, tenía como objetivo promover el desarrollo cultural de las mujeres chilenas a través de la lectura, en un país carente de espacios orientados a mujeres con aficiones intelectuales. Entre las escritoras que participaban, se encontraban Inés Echeverría (Iris), Elvira Santa Cruz (Roxane), Luisa Anabalón (quien firmaría sus textos posteriores con el seudónimo de Winett de Rokha) y Luisa Zanelli, entre otras. Se trataba de mujeres que tenían una activa participación en el campo literario de las primeras décadas del siglo XX y que, además, se sentían convocadas por la causa común del feminismo, a pesar de sus respectivas diferencias ideológicas y de clase.
Proveniente de las emergentes capas medias y sin acceso a estudios universitarios, Rouge encontró en el Círculo un espacio propicio para su autoformación intelectual. Su participación fue, como ella misma lo narra en sus memorias, un “acontecimiento que marcaría una época” en su vida de escritora (Mis memorias 26). No era, sin embargo, el primer hito de su carrera literaria. En abril de ese mismo año la autora había publicado su primer trabajo, Mis observaciones (1915), uno de los primeros libros de ensayos publicados por una mujer en Chile. En este ya se visualizaba una mirada crítica que arremetía contra todo: la Iglesia católica, la ley, la clase política y el patriarcado (Contreras “Soy mujer. Tropiezo con el primer inconveniente para hacer mis textos editar”; “Observadora, callejera, opinante”). Fuera de autoeditarlo y financiar su impresión, la autora se encargó también de su circulación y recepción crítica. La opinión, como era de esperar, no fue entusiasta. Ignorada o censurada, sus ideas fueron incomprendidas debido a lo avanzadas que eran para su época. De hecho, uno de los temas más polémicos del volumen, donde demanda la urgencia de una ley de divorcio, solo se materializaría en Chile legalmente el año 2004, casi un siglo después.
“El que ha sentido olor a tinta de imprenta quiere volver a sentirlo” (Mis memorias 46). Así se refería Rouge a su vocación por la escritura. Coherente con esta declaración de principios, en diciembre de 1915 tenía lista su segunda obra, Helena. Novela psicolójica. Escrita clandestinamente en la intimidad de su hogar, siempre oculta de la mirada inquisitorial de su marido –quien ya la había obligado a quemar sus diarios–, este libro fue aún más provocador que el anterior. En un contexto de celebraciones en torno al centenario de la República, la autora vuelve a dirigir sus dardos hacia los poderes y discursos oficiales: esta vez fue la idea de patria la que resultó cuestionada. Como se verá, las consecuencias de dicha transgresión se escaparon de sus manos. Helena y sus postulados le significaron no solo el quiebre de su vínculo con el círculo –y en cierta medida, con la institucionalidad cultural de entonces–, sino también una dolorosa fractura en su vida personal.
El escándalo –porque ciertamente lo fue– ocurrió en agosto de 1915, meses antes de la publicación de la novela, en lo que se esperaba fuera una velada más del Círculo de Lectura. Las conferencistas de ese día, Delia Rojas y Marcelle Auclair, fueron anunciadas esa misma mañana a través de las páginas de El Mercurio:
Hoy martes 21 a las 5 ½ P.M. se verificará en Huérfanos 824 la reunión semanal de costumbre. En esta sesión la señora Delia Rojas de White y señoritas María Tirapegui y Marcelle Auclair leerán algunos estudios relacionados con el programa literario del año. (10)
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Anuncio en El Mercurio, publicado el martes 21 de agosto de 1915. En este se informaba sobre las próximas conferencistas que leerían sus trabajos durante esa tarde en Círculo. Entre ellas, Rouge.
La lectura de tan solo un capítulo de la obra provocaría un cisma en una de las primeras –y más emblemáticas– instituciones de sociabilidad intelectual femenina en Chile.
2. “Yo no tengo arraigado ese amor patrio”: tesis sobre el desarme universal en Helena
Bajo la forma de una novela de trama sentimental compuesta por nueve capítulos, en los que se narra la trágica historia de Helena, la autora presenta sus ideas en torno a dos temas: el divorcio y el desarme universal. La historia comienza con la narración en primera persona de Amalia, amiga de Helena, fallecida poco tiempo atrás. La narradora cuenta la vida de este personaje, reconstruyendo sus vivencias y recreando diálogos que, a su vez, intercala con cartas. Es a través de la voz de Amalia, de carácter mesurado y curioso, que podemos conocer las ideas de Helena, alter ego de la propia Delie Rouge. De esta manera, mientras se recrean conversaciones triviales entre ambas, emergen como un palimpsesto los monólogos de Helena y sus radicales planteamientos. En este sentido, siguiendo lo propuesto por Elaine Showalter, se puede decir que el texto opera a nivel de doble voz. A partir de la narración enmarcada que ofrece Amalia, representante de un modelo de feminidad tradicional, surge de manera disruptiva esa otra voz que interpela y tensiona los relatos dominantes.
En relación con lo anterior, interesa en particular centrarse en el capítulo cuatro de la obra. Este fue el escogido por Rouge para leer en la velada del Círculo de Lectura. Si bien en un primer momento pensó en leer un “cuentecito”, fue la escritora Luisa Zanelli quien –tras una revisión de los textos– la persuadió de lo contrario: “¡Esto sí! ¡Esto vale! No sea chambona, léalo. Será todo un éxito” (Rouge, Mis memorias 28; énfasis mío). Corría el año 1915, la Primera Guerra Mundial estremecía a Europa; en Chile, la cuestión social hacía crisis; la separación entre la Iglesia y el Estado aún no se oficializaba; las demandas feministas en materia legal lentamente comenzaban a instalarse en lo público, mientras los ecos de las celebraciones del centenario todavía resonaban. La vacilación de Rouge resultaba comprensible: ¿era el contexto propicio para la circulación de lo que ella misma reconocía como “ideas atrevidas”? (Mis memorias 29).
El capítulo inicia con el retorno de Helena a su ciudad natal, luego de un viaje por Valdivia junto a su padre. Regresa comprometida con Jorje McGregor, un escocés a quien conoce en el periplo. La narradora recrea una conversación íntima entre ambas amigas en torno al joven prometido, su carácter y orígenes familiares. Este último punto permite introducir la reflexión de Helena sobre lo que considera tradiciones “neci[a]s y crueles” como son las nobiliarias:
Créeme que no me hace mucha gracia que los antepasados del que va a ser mi marido, para obtener dos figuras como adorno de su escudo, quién sabe cuánta sangre hicieron derramar […] No comprendo el valor de un escudo […] Esos títulos de nobleza […] generalmente son obtenidos por hazañas y muchas veces esas hazañas no son otra cosa que obra del instinto criminal. (44-45)
A nivel narrativo, la mención al antecedente familiar de McGregor sirve, por un lado, para anunciar las irreconciliables diferencias ideológicas entre los futuros cónyuges, las que, a su vez, justificarán la exigencia de una ley de divorcio. Sin embargo, por otro lado, también funciona como el detonante de una crítica contra el discurso patriótico, al que se denuncia como el causante de guerras fratricidas. De hecho, introduciendo una perspectiva de clase que tensiona aún más esta crítica, Helena apunta hacia la élite y la clase política como los responsables de este “salvagismo”, que, movilizado por intereses egoístas, no duda en sacrificar bajo pompas a su propio pueblo:
Esas condecoraciones que recibe un soldado después de perder una pierna, un brazo o un ojo, o quedar completamente ciego, esas proezas de guerra premiadas con un título o con una medalla me hacen el efecto de un engañito; así como le damos un dulce o un juguetito a un niño para que no llore cuando se cae, se hiere una pierna o se ha estropeado la nariz: Engañitos que dan los grandes a los chicos […] Yo, hombre, no hubiera ido [a una guerra] para ser carne de cañón […] ¿Por qué? Por la patria, y ¿qué es la patria sino el gobierno de unos pocos que, en república, se reparten todo y se hacen agradable la vida mientras el pueblo permanece sucio, ignorante y viviendo como un animal? (46).
Las opiniones de Helena no se detienen allí. En un gesto que sorprende por su adelantada lucidez, cuestiona la veracidad del relato histórico que legitima la épica marcial. ¿Quiénes son los nombres que pasan a la historia? ¿Quién se preocupa de narrar la anónima memoria del “soldado raso”? La historia, según ella, sería una ficción elaborada desde la mirada de la clase dominante; un discurso sesgado y sospechoso que tergiversa la realidad histórica:
En los hechos que nos han transmitido los siglos no creo ni pizca; solo acepto aquellos que puedan comprobarse con documentos: los demás me parecen que fueron narrados por el historiador del color del cristal con que miraba. Únicamente creo en la historia que está hecha y no en la que se hace. (48-49)
Como sostiene Gabriela Huidobro en relación al cambio en el “paradigma historiográfico tradicional, enfocado en el acontecer político y militar del pasado” (18), actualmente este ha quedado atrás “para abrirse a una nueva diversidad temática y teórica dispuesta a adoptar nuevos enfoques para el conocimiento de fenómenos y sujetos novedosos a la disciplina histórica” (19). De esta manera, hoy ya constituyen tendencias los estudios históricos centrados, por ejemplo, en los sujetos subalternos, aquellos tradicionalmente excluidos del relato histórico oficial. Hecho sobre lo que reflexiona Rouge de manera temprana.
La figura y rol de las fuerzas armadas también son desacreditados. Según Helena, estas instituciones representan un cuantioso e innecesario gasto para el Estado, que debería asegurar con esos recursos la alimentación y educación del pueblo. Propone, a modo de solución, combatir este problema desde su raíz: hacer desaparecer las fuerzas armadas. Solo de esta manera, sin ejércitos, armamentos ni retóricas bélicas, se podía lograr la paz. No obstante, la única manera de alcanzar esa meta era a través de la educación. Solo a medida que la sociedad se educara, podría cuestionar la legitimidad de esas instituciones y sus relatos. En este proceso, las mujeres chilenas jugaban un rol clave debido a la poderosa influencia que ejercían a nivel micro y macro social (es decir, como madres de los futuros ciudadanos). Por lo tanto, era fundamental que abandonaran el letargo del antiguo régimen en el que se encontraban y asumieran un rol activo en sus sociedades, como individuos capaces de reflexionar y tomar decisiones por sí mismas, conscientes de sus derechos y responsabilidades.
Estas reflexiones eran leídas por Rouge justamente en un espacio que tenía por objetivo el enriquecimiento intelectual y espiritual de las mujeres. Si había un lugar para pensar en voz alta, era el Círculo. Sin embargo, parece ser que, en su entusiasmo, Zanelli y Rouge olvidaron –parafraseando a Foucault– que en toda sociedad existen límites tácitos, pero no por eso menos estrictos, que definen el orden de lo decible. Y las reflexiones de Helena evidentemente transgredían ese cerco.
3. El escándalo: la querella entre Delie Rouge y Amanda Labarca
La lectura aún no había terminado y ya se escuchaba el repudio entre las socias asistentes a la conferencia. La autora fue acusada a gritos de anarquista y subversiva, de ser una aparecida –y en efecto, lo era, pues carecía de capital social que la blindara– que “insulta[b]a a la aristocracia” en su cara (Mis memorias 30). Mientras Delia Matte, socia fundadora del círculo y directora del Club de Señoras, intentaba apaciguar los ánimos, Labarca censuraba a Rouge “en un tono amenazador” (Mis memorias, 34) que anunciaba la fractura ya irreversible y que marcaría la futura condición de intelectual exílica de la autora (Said 72). Al día siguiente, la prensa informaba sobre el incidente y, con el transcurrir de los días, otros medios se sumarían a la cobertura: el episodio apareció en las páginas de El Mercurio, La Nación y revista Zig-Zag, entre otras. En esta última, se publicó una carta enviada por una de las socias refiriéndose a la controversia:
El Círculo abandona por el momento la árida senda filosófica y aborda la grave y trascendental cuestión del desarme universal. Resultado: que todo se arma allí… antes de que la atrevida conferencista concluya de exponer sus insidiosas y extravagantes teorías. No faltan en ese centro intelectual femenino las leonas de Castilla, descendientes de héroes que sepan defender las tradiciones patrióticas y ensalzar a Chile. (Mis memorias 32)
Dos semanas más tarde, el 4 de septiembre de 1915, el asunto estaba lejos de concluir. Como recordaba la autora en sus memorias, todavía “era necesario hacer gala de patriotismo y dejar fuera de combate a la audaz que había osado hablar en público contra añejos conceptos” (33; énfasis mío). En una sala especialmente ornamentada con banderas chilenas e incluso un busto de José Miguel Carrera, el Círculo de Lectura ofrecía una velada de carácter patriótico. Allí, Labarca pronunció su conferencia “Del patriotismo”, en la que rebatía los polémicos puntos expresados por Rouge. La legitimidad de su autoridad pública estaba en juego: como fundadora, Labarca era el rostro de una institución femenina pionera en el país. Por tanto, si no estaba en el rabillo del ojo de la sociedad, definitivamente tenía sobre sí las miradas sospechosas de los grupos más reacios al feminismo.
Para Rouge, el círculo era una institución para “lucirse” socialmente antes que “ilustrarse” (Mis memorias 33). Ante ello, consciente de la disputa simbólica y política que estaba librando, y como representante de lo que Lavrín comprende como un feminismo de compensación –es decir, que persigue los derechos de la mujer, mas siempre en un tono de concordia que busca no incomodar–, Labarca defiende la legitimidad de los proyectos cuestionados: el círculo, como una institución de sociabilidad intelectual femenina que no amenazaba con echar abajo el statu quo y, lo más importante, la idea misma de patria. De esta manera, haciendo uso de sus estrategias para desplazarse en el campo intelectual y del poder, y desde allí decir (Luongo), Labarca procura restaurar el orden del discurso dominante:
Creo erradas y profundamente perniciosas [las ideas de tendencia ‘anti-patrióticas’ promovidas por Rouge] en un país joven como el nuestro que necesita para desarrollarse de todas las fuerzas vivas que en él existen, y ninguna fuerza hay en la naturaleza y en el hombre más poderosa que el amor, llámese este amor maternal, amor-pasión, amor al ideal, a la patria, a la humanidad o amor a Dios. (Labarca, “Del Patriotismo” 3; énfasis mío)
En la medida que la retórica afectiva se intensifica, también los discursos transgredidos son reposicionados en su lugar de poder; así, la nación y el género vuelven a alinearse: “la patria no la podréis abolir jamás porque la patria está en vosotras y es la carne de vuestra carne y el alma de vuestra alma” (3). El impacto de esta conferencia-contestación al parecer fue significativo, pues el 18 de septiembre es publicada a página completa en El Mercurio. Una mirada a los paratextos arroja luces en esa dirección: el texto está acompañado de una galería de imágenes de egregios patriotas que participaron en la Primera Junta Nacional de Gobierno de 1810, junto al retrato de otros próceres como O’Higgins.
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Fotografía del diario El Mercurio, 18 de septiembre de 1915, p. 3. En ella es publicada la conferencia “Del patriotismo” de Amanda Labarca, junto a una galería de retratos de patriotas célebres.
Como se anunciaba, las repercusiones de la lectura de Helena fueron más allá del ámbito de lo público. Decir lo indecible significó para su autora el quiebre familiar. Es solo tras este escándalo mediático que el marido de Rouge se entera de su doble vida como escritora librepensadora. Ello fue razón suficiente para abandonar el vínculo y llevarse a su única hija, perdiendo para siempre su custodia. Si el reclamo por el derecho al divorcio ya se expresaba en los primeros trabajos de Rouge, a partir de entonces deviene en leitmotiv de su obra narrativa.
En este documento, los y las lectoras podrán acceder a ambos textos: tanto al polémico capítulo cuarto de Helena, una novela que nunca ha sido reeditada desde 1915 –y que, como muchos textos de mujeres, resulta de difícil acceso–, como a la conferencia de Labarca. En relación con esto hay que mencionar que la transcripción y publicación del primero constituye un aporte a la difusión de la obra de Rouge, figura que de a poco ha ido despertando el interés de los y las lectoras, así como de la crítica. En Chile, sin ir más lejos, este libro no se encuentra disponible en la Biblioteca Nacional, tampoco en otras bibliotecas públicas o universitarias (a su vez, una búsqueda en los catálogos de las principales bibliotecas extranjeras cuyas colecciones albergan material bibliográfico referente a cultura hispanoamericana, como son la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos o el Instituto Iberoamericano de Berlín tampoco arroja existencias).
Este documento, por tanto, ayuda en la tarea de rescatar la invisibilizada memoria de nuestras escritoras. Sin embargo, también ofrece una oportunidad para comprender las tensiones y disensos que existían en los propios grupos feministas. Esto permite visualizar el cómo hace un siglo atrás, las escritoras ya comenzaban a disputarse los espacios de poder políticos y simbólicos. En sintonía con lo expuesto por el personaje Helena cuando sostenía “Yo hablo, yo expreso mis opiniones porque siento la necesidad de explayarlas y siempre lo haré, aunque me exponga a la crítica mordaz”, creemos que es justo que sus ideas se relean desde el siglo XXI para que así se pondere y reconozca el carácter de avanzada de sus planteamientos. Resulta verdaderamente sorprendente la actualidad y urgencia que todavía contienen.
Bibliografía
Contreras Villalobos, Joyce. “‘Soy mujer. Tropiezo con el primer inconveniente para hacer mis textos editar’. Delie Rouge y la lucha por ser escritora”. Mis observaciones. Reedición del libro de ensayos de 1915 de Delia Rojas Garcés, escritora y activista del Movimiento Pro-Emancipación de la Mujer Chilena (MEMCH). Santiago: Hoguera Editora, 2020, pp. 5-26
_. “Observadora, callejera, opinante: Delie Rouge y su incursión en la ensayística y la prensa de mujeres en Chile”. Atenea, n.º 526, 2022, pp. 155-175.
Huidobro Salazar, María Gabriela. Mujeres en la historia de Chile. Santiago: Taurus, 2024
Lavrín, Asunción. Mujeres, feminismo y cambio social en Argentina, Chile y Uruguay (1890-1940). Santiago: Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos / Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2005.
Luongo, Gilda. “Amanda Labarca y Julieta Kirkwood: ‘Hay que tener niñas bonitas’”. Identidades y sujetos: para una discusión latinoamericana. Editado por José Luis Martínez. Santiago: Ediciones Facultad de Filosofía y Humanidades, 2002, pp. 261-287.
Rouge, Delie. Helena. Novela sicolójica. Santiago: Imprenta y Encuadernación Nueva York, 1915
_. Mis memorias de escritora. Santiago: Talleres Gráficos Casa Nacional del Niño, 1943
Said, Edward. “Exilio intelectual: expatriados y marginales”. Representaciones del intelectual. Barcelona: Debate, 2007
Showalter, Elaine. “La crítica feminista en el desierto”. Otramente: lectura y escritura feministas. Coordinado por Marina Fe. México: PIEG- FCE, 1999; 75-111.
Documento 1
Helena
Novela psicolójica2
Delie Rouge
Capítulo IV
Poco tiempo después regresó Helena con su padre. Venía feliz, sumamente enamorada de su novio; todo el día me hablaba de él y de sus proyectos para el futuro. Sus amigas acudieron a felicitarla y más que todo a curiosiar su ajuar de novia que era lindísimo: trajes preciosos de última moda y también muchos sombreros de los últimos modelos. Siempre en Provincia, la que llega de la Capital es portadora de las últimas creaciones de “La Tirana”.
Se aproximaba el día tan deseado por Helena, de ver otra vez a su querido Jorje.- Una mañana llegó a mi casa radiante de júbilo, agitando un telegrama y diciéndome: “Mira, Amalia, ¡qué feliz soy! Mi «Solitario» viene de viaje; hoy salió de Valdivia”.
El día que él llegó fui con Helena, Ofelia y Don Alejandro a esperar a Mr. Mac-Gregor ¡Qué felicidad más grande la de Helena cuando lo vió! Verdad que Mr. Mac-Gregor era buen mozo, Helena me lo presentó diciéndole: “Jorje, te presento a la Señorita Amalia Rodríguez, mi mejor amiga, casi puedo decir, mi hermana”. El, fijó en mí sus ojos verdes, (como decía Helena, orlados de negras pestañas), me pareció leer en el fondo de ellos algo muy duro y que Don Alejandro, tenía razón al creer que su hija, no sería muy feliz al casarse con un hombre de carácter tan terco como él reflejaba ser.
Por supuesto la opinión que me formé no se la comuniqué a Helena: días después, una tarde, estando en su casa, sentadas en el jardín, debajo de unas acacias floridas que perfumaban el ambiente, le dije “Me parece que Mr. Mac-Gregor es muy orgulloso y que no sólo tiene el orgullo de raza, sino también el de familia.” Me contestó: “¡Quién sabe! Amalia, bien puede ser, pues la familia de Jorje usa escudo noviliario: créeme que no me hace mucha gracia saber que los antepasados del que va a ser mi marido, para obtener dos figuras como adorno de su escudo, quién sabe cuanta sangre hicieron derramar y cúantas miradas suplicantes vieron de sus agonizantes víctimas. No comprendo el valor de un escudo, sin duda porque soy nacida en una república; para mí todos esos títulos de nobleza no son otra cosa que el premio y la prueba patente de los crímenes sancionados por la costumbre; generalmente esos títulos son obtenidos por hazañas, y muchas veces esas hazañas no son otra cosa que la obra del instinto criminal más desarrollado; otros piensan de diverso manera, no recuerdo qué escritor dice: “Las proezas, las hazañas guerreras, son con frecuencia, la suerte de locos afortunados.” Verdad también que hay proezas heróicas que han libertado a los pueblos, pero de todas maneras, siempre son obtenidas a precio de otras vidas. Cierto también que el derramamiento de sangre ha sido necesario para la formación de las naciones.
Para mí no existe más título de nobleza que el de la inteligencia y el de la nobleza de sentimientos; para mí es noble el que es inteligente y tiene un buen corazón. Estos son títulos otorgados por la Naturaleza y nó por los hombres. Aquellos necios y crueles que ostentan blasones son para mí, ridículos exhibicionistas de los abolengos de sus antepasados. Por eso yo pienso: Hay nobles que son villanos y villanos que son nobles. ¿Cuántos de esos títulos que se exiben con tanto orgullo son el precio de la intriga y del crímen y aún más, del sudor del pobre, consolidado en monedas, con que hoy, el millonario o la rica heredera pagan esos mismos pergaminos, acaso obtenidos por hechos dudosos? No comprendo con qué derecho una mujer o un hombre conceden títulos y como dioses conceden favores. a mi no me gustaría tener uno otorgado por una sola persona, pero sí me agradaría tener uno donado por todo un pueblo.
Pero… ellos conceden esas condecoraciones en nombre del pueblo, le dije
-Pero… ¿dime desde cuando toman en cuenta al pueblo?… y sin esperar que yo le contestase prosiguió con exaltación:
Esas condecoraciones que recibe un soldado después de perder una pierna, un brazo o un ojo o quedar completamente ciego, esas proezas de guerra premiadas con un título o con una medalla, me hacen el efecto de un engañito; así como le damos un dulce o un juguetito a un niño para que no llore cuando se cae, se hieren una pierna o se ha estropeado la naríz: Engañitos que dan los grande a los chicos, ese es el efecto que me hacen las condecoraciones.
Yo hombre, ni amarrado hubiera ido a una guerra ¿para qué? Para que me mataran. ¡Nó; muchas gracias! De general, sí, hubiera ido, pero nó de soldado raso. Yo no hubiera ido para ser carne de cañón: y si tenía mujer e hijos, dejarlos en la miseria ¿por qué? por la patria y ¿qué es la patria sino el gobierno de unos pocos, que en república se reparten todo y se hacen agradable la vida, miéntras el pueblo permanece sucio, ignorante y viviendo como un animal? A mí poco me importa quien gobierne, sólo me interesa el beneficio que recibo del que gobierna, no me importa su origen, sólo me interesa saber si tiene talento y tino para gobernar.
-Helena, hablas como una mujer. Si hubieras sido hombre, en caso de guerra, el Gobierno te habría obligado a ir y tu amor patrio te habría impulsado a tomar las armas.
-¿Con qué derecho el Gobierno me hubiese obligado a ir? ¿qué me había dado el Gobierno? ¿me había dado una vida confortable, una ciudad higiénica. paseos agradables, diversiones gratis, instrucción sólida, cuando era pequeño, ignorante de lo qué es la vida: ¿me había obligado a asistir a la escuela, me había dado ejemplo y muestras de igualdad? ¡Nó! Por qué entonces me obligaría a que yo me dejase carnear? ¿Dices que por la patria yo hubiese tomado las armas? Para mí la patria no es Gobierno, ni los hechos de guerra: sino el terruño con sus costumbres, su clima, sus flores, sus aves, todo lo bello, bueno y malo que hay en el suelo que uno ha nacido; para mí, este mi pueblo donde nací, donde crecí, donde su magnífico clima me da la salud del cuerpo y del alma es para mí, más patria que todo Chile.
-Si alguien te oyera pensaría que eres una desequilibrada.
-¡Qué sé yo qué pensarían! Seguramente me declararían anormal, ¡poco me importa! Los que comercian con las ideas son los únicos llamados a callar sus sinceras opiniones, aquellos que necesitan de la propaganda como un medio de vida ¡yo en esto soy libre como un pájaro! un pájaro ¿por qué canta? Canta se pensaria porque siente placer llamando el aire con sus trinos; mi canario cuando gorgea parece que se escucha asi mismo. Yo hablo, yo expreso mis opiniones porque siento la necesidad de explayarlas y siempre lo haré aunque me exponga a la crítica mordaz.
Yo encuentro, prosiguió, yo encuentro la guerra un salvagismo, salvagismo que existirá siempre, mientras las muchedumbres no se ilustren y comprendan que de ellos se reclama escalones de carne humana que sirven de peldaños para que los grandes suban, luzcan su ingenio, sitisfazgan su vanidad y calmen la sed insaciable de lucro. Las guerras terminarán cuando los pueblos, las masas, se ilustren y comprendan que los agitadores de arriba se sirven de ellos como un instrumento necesario a sus fines particulares y llevándolos a són de música los exterminan y el pueblo alucinado, con defender a la patria se deja carnear. Después la historia en sus hechos de guerra no narra las proezas de cada soldado y así su nombre pasa, como su vida, como su muerte: en multitud. ¿Quién siente su sacrificio! ¿quién comprende a ese héroe de la multitud? La mujer, sus hijos, quienes después reciben del Gobierno una escasa pensión, por el sacrificio se su vida y, en su miseria, viven con su recuerdo. Los verdaderos héroes son los soldados y pasan inadvertidos en la historia. En los hechos que nos han transmitido los siglos no creo ni pizca, sólo acepto aquellos que puedan comprobarse con documentos: los demás me parecen que fueron narrados por el historiador del color del cristal porque miraba. Unicamente creo en la historia que está hecha y no en la que se hace.
En las luchas políticas actuales puedes convencerte de que esto es real. ¡Qué diferencia de opiniones respecto a los candidatos! El que es una perfección moral para unos, es degenerado para otros; así el mundo según mi entender siempre ha sido y seguirá siendo lo mismo; las mentes que producen las opiniones no son idénticas y no habiendo igualdad, existe la diversidad. ¿Quién puede ser verdaderamente universal y vivir solo, reconcentrado en sí, sin que las influencias personales, influencias de raza, influencias de ambiente puedan no afectarle? Nadie.
Quisiera ser hombre, dedicar mi vida entera en ilustrar a las masas, en despertar al pueblo y hacerle comprender que es víctima del engaño de los grandes, que no lucha por la patria que no da su vida por ella, que la da por unos pocos. El gobernado por éstos o gobernado por aquéllos siempre vivirá miserable siempre será la víctima. Durante una guerra sufre las mas tristes consecuencias y después de la guerra continúa sufriéndolas; nada saca con dar su vida; los que quedan siempre siguen viviendo lo mismo: en la miseria y llenos de privaciones; pasada la guerra empieza otra, otra tan cruel como la primera, otra que es sorda y muda: la miseria. Los artículos de consumo suben sus precios; el egoísmo de los grandes, como un monstruo mata y hiere sin piedad, como monstruo sanguinario clava con ahinco, su garra destructora en la carne del pobre; nadie, se acuerda entónces, de que a esa masa ignorante se debe la victoria: sin soldado ¿de qué valdría el genio de los más grandes generales?
Helena al terminar estas palabras estaba radiante: sus ojos brillaban lanzando destellos; su boca en ese momento contraida por una triste sonrisa y luego después por un gesto enérgico, reflejó en ella a la mujer de corazón bondadoso y compasivo y a la mujer de gran carácter. Helena con sus ademanes nerviosos, con voz alterada por la emoción, en ese momento estaba sublime.
-Mejor, le dije, que tú hayas sido mujer, hombre hubieras sido un agitador peligroso.
-Agitador nó, con la violencia nada se avanza. Educador sí, toda mi idea es educar, educar y siempre educar. En la educación está el porvenir de los pueblos; en la educación radica la paz universal. No enseñen en los colegios que los hechos de guerra son proezas, no enseñen que el hombre que devasta a los pueblos es un genio, no enseñen que el hombre que muere bajo el filo de la espada de su semejante es un héroe, no enseñen que la guerra es un mal necesario a las naciones; barran con todo esto que hay en la enseñanza y sola vendrá la Paz universal. Hoy, en los colegios, en las metas infantiles ponen estos gérmenes destructores ¿por qué esperan entonces, frutos contrarios a las semillas que depositan en cada cerebro? Con ellos robustecen el instinto sanguinario, el instinto del salvaje latente todavía en cada uno de nosotros. El niño, después de un día en que oye decir, que es un génio el hombre devastador de los pueblos, en la noche sueña con esto y en su cerebro germina la idea de ser él también un génio. Esta idea, este pensamiento, mantenido por muchos años, se convierte en una fuerza poderosa, que irrimisiblemente responde al primer llamamiento y así se obra a impulsos de esta fuerza. En vez de estos sentimientos destructores, desarrollen en el niño, en su más alto grado, el amor a la Naturaleza: a sus aves, a sus flores, a su cielo, a sus campos; el amor a la belleza de sus ciudades; en fin, el amor a todo lo existente. Incúlquenle que debe hacer grande y poderoso a su país por la actividad de sus industrias, que debe hacer que lo respeten y admiren las otras naciones, por el poder de su progreso material e intelectual; pero, nó, por el poder de su fuerza armada. Incúlquenle a la infancia, que el mundo ha llegado a cierto estado, en que, cada pueblo puede vivir feliz y tranquilo en su suelo; que los sueños de nuevas conquistas de tierra, deben morir para siempre. Despierten en los niños el amor al trabajo; el amor a todo lo grande y bello y la adversión a la guerra y habremos dado un paso inmenso en el progreso y en la felicidad del mundo.
El problema de la paz es un problema legislativo y educativo y el ideal es, que nazca en el hogar y en la escuela, que crezca junto con la vida y que se encarne en los usos y en las costumbres. Pero hoy hasta con los juguetes, desarrollan en los niños el instinto sanguinario y el espíritu malévolo de destruir a sus semejantes. He observado muchas veces jugar a niños pequeños, con soldados de plomos; qué placer refleja en la cara del niño, cuando después de ordenar en filas a sus soldados, con un golpe de una de sus manos los derriba y grita: ¡Los maté! ¡ya están muertos!
Yo me reí a carcajadas y ella muy seria me interrogó: “¿Te parece un detalle insignificante? No le creas; en el fondo encierra mucho, muchísimo es necesario reformar la educación para obtener frutos de paz. Yo no tengo arraigado ese amor patrio; las monjas no desarrollaron en mi ese sentimiento; ellas sólo, ligeramente de esbozaron la historia de Chile y ahora les agradezco en el alma, no hayan hecho de mí una fanática de la patria. Nada avanzan las naciones con tener filósofos que prediquen la paz y la pregonen en sus libros; nada avanzan, si al pueblo, si a la masa, si a los niños les dice: “Sois todo hermanos, amáos los unos a los otros” si después a los niños con juguetes, a los hombres con cañones y fusiles les despiertan el instinto sanguinario, desarrollándoselo aún más, y así el efecto de las palabras ha sido destruido por la acción de los hechos. Reformen la educación, terminen en el mundo entero con el servicio militar y ya está firmada para siempre la Paz Universal. Comprendo que estos sueños, nada más que sueños; pero no creas, que son sueños de mujer. Miéntras exista el egoismo, miéntras exista la lucha por la vida no vendrá el desarme. El general coronel, el capitán, todos los oficiales necesitan tener con qué vivir y todos lucharán por el sostenimiento de lo que les proporciona los medios de vida, y tienen mucha razón para hacerlo; han pasado su juventud, la mayor parte de su existencia estudiando con el fin de formarse un porvenir y descansar en la vejez y no es justo ni posible que de un golpe lo pierdan todo, pero cuánto más beneficioso sería para el Gobierno que les diese a cada uno de ellos una fortuna con un interés correspondiente a su sueldo, para el general, el coronel, el capitán, ¡qué espléndido recibir una fortuna!”-Pero, Helena, ¿tú crees posible que los militares se resignarían con abandonar su carrera que supongo en ellos, ya será un hábito y que se conformarían no viendo sus botones dorados y sus lindas charreteras?
-Nó, me parece imposible; no los creo tan abnegados, tan altruistas para que algún día sacrifique su carrera en pro de la Humanidad. Hija, yo te digo, estos son sueños; pero no creas, como te lo he dicho, únicamente son sueños de mujer, eso nó; muchos pensadores consideran posible el desarme. Verdad, más beneficioso les repostaría a las Naciones y a los militares: a ellas dar y a ellos recibir algunos pesitos. Fíjate, cuánto mejor sería para esos jóvenes que pasarán su juventud, su existencia entera bajo la disciplina de un cuartel, que serán esclavos de un deber imaginario defender a la patria… si hay guerra… empleasen su actividad, su inteligencia, en formar industrias, invirtiendo el capital que les daría el Gobierno en impresas útiles y así emplearían mejor su cultura e intelectualidad perdida muchas veces en la vida de cuartel.
¡Gran desembolso! ¡inmenso desembolso! para los Gobiernos; pero, después inmensa economía, inmenso ahorro. ¿Cuántos millones gastan en sostener el Ejército, en sostener la Marina?…-Yo creo, le interrumpí, que el desarme, es un imposible, yo considero que son utopías.
-Sí, utopías, como tú quieras llamarlo, sueños, pero son sueños realizables si los hombres quisieran.
-Sí; pero el desarme tendría que ser universal.
-¡Ah! Es claro! “Una golondrina no hace verano, una nación no hace la paz del mundo.” Miéntras todos los pueblos no piensen cuerdamente, el desarme es un peligro gravísimo para la nación que dé el ejemplo.
El día que llegue el desarme ¡qué bienestar disfrutará el pueblo! Las inmensas sumas que invierten en mantener la caballada, esos hermosos caballos que vemos en los desfiles, miéntras al mismo tiempo contemplamos al pueblo sucio e ignorante; esas inmensas sumas que emplean en alimentar animales, las emplearan en alimentar y educar al pueblo; en las escuelas les darán de comer, el pueblo crecerá bien cuidado, se desarrollará sano de cuerpo y de alma y después con su inteligencia cultivada y su robusto brazo devolvera al Gobierno lo que le dio.
Fíjate, en tiempo de guerra ¿cuántos sacrificios hacen hombres y mujeres, y cuántos millones de libras gastan diariamente para destruir a los pueblos? y en tiempo de paz ¿cuántos sacrificios, cuántos millones de libras gastan para hacer la guerra a la ignorancia? Con gran entusiasmo riegan los campos con sangre y con indiferencia alumbran a unos pocos cerebros con la antorcha que embellece la vida: con la radiante luz de la ciencia.
Curiosa por saber que me contestaba, le interrogué:
“Con la Escuela Naval, con la Escuela Militar, con los cadetes, con los buques y sus marinos ¿qué harías?”“-Con las Escuelas, que siguiesen sirviendo de establecimientos de educación; con los cadetes, los que estuvieran muy avanzados en sus estudios, darles un capital, con un interés, correspondiente al sueldo que ellos tendrían en su primer graduación y con los otros cadetes que sólo empezaban, o les faltaba mucho, proporcionarles los medios para que pudieran cursar otra carrera elegida por ellos mismo; con los buques me rindo… me pones en un aprieto, ignoro como es la construcción de un buque de guerra: pero pienso sería posible convertirlo en un buque mercante, y con los marinos, lo mismo que con los militares: darles un capital con un interés equivalente al sueldo que ellos ganan. A los soldados y a los marineros les proporcionaría trabajo; y les daría una gratificación, también correspondiente al sueldo que ganasen. Ya ves que soy justa, a todos dejaría bien contentos”. -Quedó un instante en silencio y enseguida agregó, como hablando consigo misma: al fin, fijándose bien, no sería tan grande, como parece, el desembolso que haría la Nación: los buques de guerra convertidos en buques mercantes serían una fuente de riqueza incalculable; pues el comercio del mundo entero tendría un movimiento inmenso. Podría hacerse un cálculo aproximado de la riqueza en perspectiva y fijar acciones de tanto valor, posiblemente, los marinos y militares ya ancianos, preferirían recibir su fortuna en bonos y acciones de la marina mercante y no en dinero, que los preocuparía tal vez demasiado, buscando el medio de hacerlo circular con ventaja y provecho. ¡Con la numerosa marina mercante, fuente de riqueza del mundo entero, y con el gran comercio e intercambio entre las naciones, ¡qué fácil y qué barata seria la vida! Radiante de felicidad esclamó: ¡Paz, tranquilidad en el mundo! ¡Abajo el servicio militar! ¡Abajo los preparativos de guerra! ¡Abajo el salvagismo y muerto para siempre! ¡Viva la Paz Universal! ¡Viva el Progreso dicha y gloria del mundo!” …
Le interrumpí sus exclamaciones diciéndole: “Hace dias le oí decir a un caballero: “Las guerras son necesarias; si no hubiesen guerras, mucha gente moriría de hambre”.
- “¡Eso es absurdo! ¡eso es insensato! Me contestó sulfurada” ¡Moriría más gente de hambre! y, ¿eso lo dijo un hombre consciente? Si no invirtieran enormes sumas en construir buques, si no invirtieran enormes sumas en comprar cañones, rifles y equipos, moriría menos gente de hambre, si esas enormes sumas las invirtieran en educar al pueblo, si las dos terceras partes de una población, que son los niños, estuviesen bien alimentados en los colegios; los padres con un trabajo moderado, tendrían para ellos y las criaturas pequeñas ¿Las guerras son necesario para que la gente no muera de hambre? ¡Qué horror! ¡Sembrar la muerte con el fin de propagar la vida; sembrar la destrucción para cosechar frutos y proporcionar trabajo! Proporcionen trabajo construyendo escuelas; proporcionen trabajo esparciendo ciencia pero no destrozando hombres, devastando campos, incendiando ciudades!
No comprendo cómo las mujeres pueden ser partidarias de la guerra, no comprendo cómo pueden resignarse a perder un hijo en un campo de batalla, a verlo mutilado, a ver el fruto de su cariño, a ver al hijo de su alma, (que le ha costado muchas noches de insomnio, velando su cuna, cuidándolo enfermo, que le ha costado muchas veces el sacrificio de su felicidad y cuántas veces
[Faltan las páginas 58 y 59 del original]
si podía hacerlo, por escrito, enviándolo en un sobre, lo haría
-¿Por qué?……Por no encontrarme con la de mi sexo que cuando no son bastante cultas son insoportables por su intolerancia; supongo que los hombres serán iguales; pero yo no sufro su influencia.
-¿Estás poniéndote algo Schopenhaur, odiando a las de nuestro sexo?
-Nó; no las odio, les tengo miedo, cuando son intolerantes por su intolerancia y cuando son envidiosas, tiemblo ante ellas como ante un réptil, me hacen el efecto de una víbora, son capaces de todo: de la calumnia. La envidia engendra el pelambre y la maledicencia. Riéndose a cárcajadas dijo: “Imagínate una reunión de mujeres con distintas opiniones; ¡qué gritería! ¡qué bullicio más insoportable, peor que una jaula con pericos! ¡Qué divertido! ¡qué gracioso! mi imagino ver un choclón de sufragistas……”
-Yo creo que faltan muchos años para que nosotras tengamos sufragio.
-¡Ya lo creo! ¡bastante tiempo! sólo empezamos a dispertar, pero no todas; muchas duermen perezosamente y siguirán durmiendo miéntras estén bajo el antiguo régimen, miéntras no lean bastante y se instruyan o viajen a otros países más cultos y progresistas y tengan el alcance para apreciar aquello que ven.
-¿El antiguo régimen? me parece divertido el término.
-Sí; el antiguo régimen, yo llamo, a eso en que, a la mujer no se le permite pensar, no se le conceden los derechos de sér que razona con criterio propio y la obligan a ver por ojos ajenos, pensar y juzgar sus actos por cerebro y conciencia agenos. Quedó un instante pensativa y después prosiguió: En este país todavía no conviene que tengamos el sufragio: tú sabes que la mayor parte de las mujeres, pertenecen al antiguo régimen, me dijo riendo, y ellas serían el sostén más poderoso que tendría el partido conservador y tú, yambién sabes que este partido es contrario al progreso y las leyes que marca la evolución. (13) En la actualidad, nuestros votos traerían un retroceso al país. ¿No te parece?
-“Sí; te encuentro razón» le contesté. Enseguida de oir mis respuestas, riendo exclamó: ya hemos hablado bastantes disparates y bastantes verdades. Ahora vete a tu casa, vístete para la comida y regresa pronto; yo también quiero ponerme buena moza, luego llegará Jorje”… y riendo se dirigió a su dormitorio.
Siempre con una carcajada ponía fin a los problemas sociales sumamente difíciles que, con frecuencia planteaba, desarrollándolos con criterio y raciocinio tan sólidos, casi increibles en una mujer de veinticuatro años.
Dos horas después regrecé, ella estaba en el salón con Mr. Mac-Gregor.
Ver esa noche a Helena, con su lindo traje escotado, de gasa plisada color celeste pálido, con sus pequeñísimos piés calzado con zapatillas de raso color del traje; con sus blondos cabellos peinados con arte y adornados con rosas colocadas artísticamente cerca del nacimiento de su cuello alabastrino; si alguien hubiera observado a esa mujercita fina, elegante, conversando con su novio, riendo, “mostrando sus dientes admirables en el marco de coral de sus labios” manejando graciosamente el abanico, caracterizando en ese momento la coquetería, no hubiera creido que esa mujer diminuta, de figura tan juvenil como una niña de quince años; dos horas ántes, esa misma mujer, desarrollaba temas trascendentales; nunca hubiera pensado que esa mujercita graciosa, coqueta al parecer frívola, había pasado su juventud devorándose los libros: novelas, tratados de medicina, tratados de filosofía, cuanto texto caía en sus manos.
Prueba patente de que la gracia y la hermosura no están reñidas con el saber y que la mujer que se ilustra y piensa no pierde el encanto femenino, aureola de nuestro sexo.
Imagen 3
Portada de la novela Helena, de Delie Rouge publicada en diciembre de 1915.
Documento 2
“Del patriotismo”4
(Leído en el “Círculo de Lectura de Señoras”, el martes 4 del presente, con motivo de un capítulo de tendencia antipatriótica que había presentado una señora en sesión anterior)
Escuché con la mayor atención las ideas expuestas por nuestra consocia la señora D. R. de W., en el capítulo de novela inédita que tuvo la amabilidad de leernos. Temiendo que mi memoria me traicione o que yo no pudiera comprender exactamente la composición que después no he tenido la oportunidad de leer, os ruego me ayudéis a puntualizar sus principales ideas antes de comenzar mi disertación. Yo las resumiría en la siguiente forma:
1.o) El heroísmo y el sacrificio patrióticos son manifestaciones de personalidades morbosas, explotadas generalmente por los gobernantes en beneficio de sus intereses mezquinos. Las medallas y condecoraciones son “engañitos con que los grandes contentan a los chicos.”
2.o) La patria es un mito en cuyo nombre se cometen crímenes horrendos, como la guerra, por ejemplo, y
3.o) El desarme y la paz universal podrían verificarse sin perjuicio para nadie, mediante ciertas medidas como la supresión inmediata de las instituciones armadas. Las ingentes sumas que se gastan en sostenerlas podrían ser empleadas con mucho mayor provecho para todos en la industria y el comercio.
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Antes de seguir os ruego que si fuere equivocado este sumario, os sirvais advertírmelo. Una refutación basada en conceptos no vertidos por la señora D. R. de W., además de ser ociosa, sería desleal, porque yo no he venido a refutarla a ella, sino a las ideas suyas que he creído entender y que, con merecerme un gran respeto, porque las creo sinceras, las juzgo al mismo tiempo erradas y profundas perniciosas para nuestro país.
Sé que esos conceptos no le pertenecen exclusivamente, sino que son compartidos por un grupo numeroso de pensadores y de Panurgos, dentro y fuera del país. Sé también que se les presenta como los más avanzados, comprendo que al no aceptarlos pasamos ante los ojos de sus sostenedores y de ese público superficial y versátil, veleta que revuelve el último viento de la novedad, como personas de criterio retrógrado y estrecho; más, a pesar de todo, repito que las creo erradas y profundamente perniciosas en un país joven como el nuestro que necesita para desarrollarse de todas las fuerzas vivas que en él existen, y ninguna fuerza hay en la naturaleza y en el hombre más poderosa que el amor, llámese este amor maternal, amor-pasión, amor al ideal, a la patria, a la humanidad o amor a Dios.
Edmundo de Amicis, en su libro “Corazón”, ofrece a su hijo Enrique una página sobre el amor patrio, que es una de las más sentidas que conozco. Permitidme que en donde él escribió Italia diga yo el nombre de nuestro país y con esa alteración que en nada desvirtúa el valor de un sentimiento que puede ser aplicado tanto en uno como en otro punto del orbe, os lo repita:
“Amo a Chile, porque mi madre es chilena; porque la sangre que corre por mis venas es chilena; porque chilena es la tierra donde están sepultados los muertos que mi madre llora y los que venera mi padre; porque la ciudad donde he nacido, la lengua que hablo, los libros que me instruyen , mi hermano, mi hermana, mis compañeros, el gran pueblo en que vivo, la bella naturaleza que me rodea, todo lo que veo, lo que escucho, lo que admiro es chileno. ¡Oh! Tú no puedes sentir en toda su intensidad este grande afecto. Lo sentirás cuando seas grande, cuando al volver del dilatado viaje, después de prolongada ausencia y asomándote una mañana a la cubierta del buque, veas en el horizonte las azules montañas de tu país; lo sentirás entonces, en la impetuosa onda de ternura que te llenará los ojos de lágrimas y te arrancará un grito del corazón”.
Al lado de esta bellísima descripción del sentimiento, yo pondría esta definición escuela del concepto de patria: Patria es la familia humana a la cual pertenecemos y que, habitando un suelo determinado, es la depositaria de los progresos, de las conquistas, de los sufrimientos y las aspiraciones de un grupo común de antepasados, y en el destino de cuyos descendientes, estamos obligados a influir. Y añadiría: si de la agrupación de individuos ligados por el vínculo de la sangre o de la ley se forma la familia; si el conjunto de familias dio origen antiguamente al clan, a la gen, a la tribu en seguida al pueblo; si de éstos se formaron los países, las naciones o las patrias, el conjunto de patrias diversas constituye la humanidad o el mundo. La escala no concluye aquí; el conjunto de mundos, habitados o nó, forma el sistema planetario, éstos a su turno, el universo y el conjunto de universos, el kosmos. La patria es, pues, un eslabón que comienza en la vasta cadena que comienza en el individuo, en el Gran Todo, que los panteístas confunden con Dios.
Decía que la patria es la familia humana que, habitando el mismo suelo, es la depositaria de una misma tradición legada por un grupo de antepasados comunes. Notemos los factores que constituyen este concepto. En primer lugar: el elemento étnico. Para nadie es una novedad que en una nación hay una mezcla especial de raza. En el caso nuestro es de sangre española combinada en mayor o menor grado con la sangre de los aborígenes. ¿Quién puede negar que esta mezcla ha dado por resultado un tipo especial? Físicamente, y guiada sólo por la más elemental de las apariencias, ¿quién de nosotras no sabe distinguir entre un grupo de sud-americanas, por ejemplo, aquella que es chilena? De seguro no sabemos en qué es diferente, y si nos obligaran a describir ese tipo, no lo lograríamos, sin grandísimas dificultades; pero el hecho es que lo reconocemos absoluta y perfectamente.
Desde el punto de vista psíquico, ahora, ¿no nos creemos los chilenos completamente distintos del argentino, el peruano, el boliviano, que son nuestros más cercanos vecinos? ¿Con cuánta mayor razón de los colombianos, isleños, guatemaltecos, etc.?
Esta mezcla étnica se ha desarrollado en un suelo especial. La influencia de las condiciones geográficas sobre la familia humana han sido sobradamente estudiadas y son ya del dominio común, para que me detenga sobradamente estudiadas y son ya del dominio común, para que me detenga a explicarlas en detalle.
Durante siglos, hora a hora, minuto a minuto han estado influenciándonos e imprimiéndonos su sello, el clima cambiante y variado de nuestro país, su montaña inaccesible casi, su dilatado oceáno. Y junto a estos factores étnicos y geográficos poseemos una historia común. No se sacrificaron los O’higgins, los Carrera, los Martínez de Rosas y los Prat para dar lustre a sus descendientes ni abolengo a su familia. Se sacrificaron y murieron por la patria , en la cual estaban junto con los hijos de su sangre, los miles de miles seres desconocidos del pasado, del presente y del futuro; se sacrificaron y murieron porque vosotras, y vuestros maridos, y vuestros hijos, y vuestros nietos tuvieran [ilegible] de tierra en donde pudieran gozar de la más grande de las dichas terrestres: la libertad.
Podéis negar tanto como os plazca el sentimiento de la patria; podéis afirmar que vosotras jamás los habéis experimentado; podéis pretender que en tierra extranjera os tenéis por más felices que en el propio terruño. Pero, ¿cómo podréis negar jamás la patria que llevais en vuestra sangre, y en vuestra fisonomía, y en vuestro cerebro, y hasta en el más insignificante gesto con que sonreís y hasta en la más queda modulación de vuestra voz? Seréis chilenas, mal que os pese; seréis –si vosotras lo preferís así– malas chilenas, renegadas como San Pedro que abjuraba de su Señor; pero desde la cuna a la sepultura, pese a todos los atavíos extranjeros que llevéis, y las ideas que pidáis prestadas a mundos extraños, seréis chilenas, y la patria no la podréis abolir jamás, porque la patria está en vosotras y es la carne de vuestra carne y el alma de vuestra alma.
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Decía denantes que los individuos de una misma nación eran los depositarios de las conquistas, los progresos, los sufrimientos y las aspiraciones de un grupo de antepasados comunes. No podemos ser, sin embargo, meros depositarios pasivos. Estamos obligados a acrecentar ese tesoro espiritual, porque entre las aspiraciones que hemos heredado, la mejor y más fecunda es aquella que nos dice que los próceres y grandes hombres de antaño trabajaron, se sacrificaron y murieron por hacer de nuestro país una patria mejor, es decir, por acrecentar a su turno el patriotismo que habían recibido de sus antepasados. Tampoco está en nuestro poder suprimir ese [ilegible ¿aliento?] divino que es la ley de la perfección indefinida. No hay ser humano consciente que se sustraiga a ella: el labriego que implora un mayor salario, el obrero que reclama una jornada laboral más breve; la muchacha banal que, mirándose al espejo, suspira por no ser más blanca o más rubia; el hombre o la mujer que, robando minutos al menguado descanso, se empeñan trabajosamente en expresar lo que estiman más noble o más justo para sus contemporáneos; todos, aspiran a lo mejor: todos llevan en su frente una luz vacilante o esplendorosa, según sea apocado o valiente el espíritu que la enciende. La constelación de esas luces señala la órbita de la patria. Con cada uno de vuestros actos, conscientemente o no, estáis marcando su derrotero. Vuestros actos, que son energía psíquica transformada en realidad material, tienen una repercusión sensible, y a lo menos que seais un genio –y conste que para hacerlo se necesita estar a la altura de un Homero, de un Dante o de un Goethe– esa repercusión material habrá de efectuarse en vuestra patria y para vuestra patria. ¿Por qué? Porque cuanto digáis o ejecutéis, aunque lo creyereis vosotras producto vuestro especialísimo, será la resultante de miles de antepasados que os han formado, del medio que os ha permitido ciertos estudios especiales, ciertas observaciones o experiencias únicas: del momento actual que en vuestra patria estáis viviendo. Porque no habéis nacido por generación espontánea, sois, pese a quien le pese, hijas de vuestra raza, hermanas de vuestros compatriotas, factores anónimos o trascendetales en la evoluación de vuestro país. Son excepciones señaladas las de aquellos hombres extranjeros que marcaron una huella decisiva en el progreso moral del pueblo extraño que los hospedó; y este fenómeno solo es posible cuando el extranjero pasa de un medio más culto a otro menos culto; jamás se advierte en sentido contrario. Estáis, pues, condenadas, destinadas, a influir en vuestro país o, si renegáis de éste, en otro de inferior cultura. Es el único dilema posible. Pretender que haciendo abstracción del organismo nacional, podríais influir en la humanidad, que no es sino el conjunto de esos organismos nacionales, es tan insensato como pretender escribir un libro haciendo abstracción y caso omiso de todas las palabras.
Cada una de nosotras ha oído hablar en repetidísimas ocasiones de la importancia que la ciencia atribuye al instinto de conservación de la especie y al instinto de la propia conservación, que en la especie humana podría recibir también el nombre de egoísmo físico. Instintivamente evitamos el dolor material, porque sabemos que significa una destrucción o una amenaza de muerte, y por sobre todas las cosas amamos la vida aunque ésta sea miserable. Hasta los viejos se aferran a ella al borde del sepulcro. Pero hay gente que no la ama, podéis decirme. Los que han perdido ese instinto de conservación (y conste que entre aquellos que lo afirman habrá uno por mil que lo diga de verdad, –los suicidas verbigracia), no la aman, porque, o atraviesan un periodo morboso, o son constitucionalmente anormales. Cuanto más sano sea un individuo, tanto mayor goce obtendrá del sólo hecho de vivir. Este fenómeno de amor que se observa en los individuos, es absolutamente análogo al que se denomina patriotismo en ese otro organismo más complejo que hemos convenido a llamar patria. El patriotismo es el instinto de conservación de la patria. Los espartanos –cuenta la historia– no quisieron jamás construir murallas de defensa alrededor de las ciudades –como era costumbre entre los demás grupos helénicos. Afirmaban que no había más murallas inexpugnables que las erigidas por el patriotismo en el corazón de sus hijos. Y en efecto, tal como ha dicho Anaxágoras, la semilla del rosal guarda la gloria de la rosa, así también en cada uno de nosotros, insignificantes, pequeños y humildes como somos, está escrito el porvenir de nuestro país.
El que haya tal número de gentes que no experimenten hoy ese instinto de conservación de la patria, este amor que fue tan arraigado y potente en los tiempos pasados, nos está diciendo que la nación atraviesa por una crisis morbosa, la más temible de todas las que ha sufrido. El que en nuestro pequeño Círculo de Lectura se haya levantado una voz para enseñarnos la vaciedad del patriotismo, no es ni con mucho el signo más característico de ese estado malsano [ilegible ¿lo? ¿de?] que venimos hablando. Mucho más trascendentales son los que nos ofrece a diario la vida, de la política y de los altos negocios. Los hombres que se hacen gestores asalariados de intereses extranjeros, los representantes del pueblo que, abusando del alto poder de que están investidos, favorecen los intentos partidistas o mezquinos en desmedro de los sagrados intereses de la nación entera; los hombres de negocios que no vacilan en ceder su terruño a corporaciones extrañas, todos esos están negando a la patria, la están negando con sus actos cuotidianos que constituyen un lenguaje mil veces más real y formidable, que aquel otro en que por medio de palabras expresamos ideas bamboleantes. No les falta, pues, compañía a los anti-patrióticos.
Sus conceptos que muchos juzgan palpable manifestación de superioridad intelectual han germinado en Chile de tres semillas diferentes: de los libros socialistas y anarquistas con que estuvieron plagadas las librerías hace diez o quince años y que tuvieron su mayor difusión en las clases obreras y en el proletariado intelectual que faltas de una base científica y de un criterio poco ejercitado en la gimnasia del raciocinio, continúan aceptando esas teorías cuya falacia há tiempo que fue demostrada y cuyos mismos creadores han evolucionado ya hasta el punto de reconocerlas apenas como propias. La segunda debemos buscarla en la educación que la mayoría de los chilenos, sobre todo de las clases altas, han recibido de institutrices extranjeros, los cuales minuto a minuto consciente o inconscientemente, están efectuando ante los ojos ingenuos de los niños, la comparación entre la grandeza de su país de origen y la pequeñez y barbarie de éste que ellos miran con soberano desdén. El tercer motivo, que felizmente no encontramos en las personas que leal y honradamente exponen sus ideas antipatrióticas, es la falta de morali- [ilegible] vicción— muchos de ellos no se atre- [ilegible] dad. No son anti-patriotas por con- [ilegible] verían jamás a confesar su falta de amor patrio; al contrario, más que nadie se creen obligados a hablarnos del patriotismo en frases altisonantes y pomposas, oropeles con que cubren su desnudez de alma.
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El amor a la patria, como todos los amores con los cuales le comparábamos en el prólogo de esta disertación, es fuerza, al mismo tiempo, defensiva y ofensiva. Defensiva, en cuanto al instinto de conservación, y ofensiva desde el momento en que para asegurar la conservación propia, hay que luchar en contra de los que la amenazan.
Y entramos con esto a la parte más discutida del patriotismo: a las relaciones con sentimientos análogos engendrados en otras naciones y en el conjunto colectivo de ellas, que hemos convenido en llamar humanidad.
Ante todo, ¿se excluyen mutuamente o nó, el patriotismo y el amor a la humanidad? La respuesta tiene que ser negativa. No se excluyen: no tienen porqué excluirse, como el que yo quiera a un miembro de determinada familia, no me impide que ame también al resto de ella. Las gentes que contraponen el amor a la patria y el amor a la humanidad caen en una lamentable confusión: porque olvidan que una es parte de la otra y que ésta la humanidad no existiría sin sus componentes naturales que son las naciones. Podemos querer a la humanidad en general; interesarnos en sus problemas; dolernos de sus penas; sentirnos afines y solidarios de todos los individuos que en cualquiera parte del universo luchan como nosotros y como nosotros sufren, y podemos tenderles la mano y enviarles al través del espacio nuestro mensaje de ardiente simpatía; pero esto excluye que nos sintamos afines y solidarios también de todos los individuos que en nuestra propia tierra soportan como nosotros la pesada carga de unos mismo prejuicios, luchan por obtener la realización de ideales parecidos y van destilando hora a hora las mejores energías de su espíritu para hacer de este rincón del mundo una mansión mejor, y más bella, y más poderosa y libre para hombres que nosotros no hemos de ver, pero que han de recibir como un fardo o como un don alado, la herencia toda de nuestros actos.
Cuando decía que el patriotismo era una fuerza defensiva y ofensiva, limitaba esta cualidad a la circunstancia de que hubiese que luchar contra aquellos que la atacaban. El agresivismo y el imperialismo, en su afán de conquista de los más débiles, no pueden ser doctrinas de pueblos pequeños como en nuestro. Y aunque el derecho y la justicia hayan recibido en los últimos conflictos tantos y tan rudos golpes, apelemos, sin embargo, a ellos, para declarar que rara vez asiste [¿existe?] derecho y justicia alguna para despojar a una nación de una parte siquiera de esa herencia material y moral que ella ha recibido de sus antepasados. El principio de las nacionalidades que yo espero ha de triunfar en la presente guerra, marcará un paso gigantesco en los destinos del mundo: pero mientras esa doctrina no esté suficientemente garantida, los pueblos no tendrán más esperanzas de vida, que aquellas que les conceden sus propias fuerzas, en las cuales debemos incluir, junto con las de las armas, las energías espirituales que se miden por la capacidad de inteligencia, de bondad, de amor y de sacrificio que cada ciudadano puede ofrendar en aras de su patria; inteligencia, bondad, amor y sacrificio que no se necesitan tan solo en el momento del peligro, sino que deben fluir cuotidianamente de nuestras vidas, como de la nieve de las montañas fluye callada y eternamente el manantial que ha de cubrir de flores la extensión de nuestros campos.
Contrariamente a lo que expresaba la señora D. R. de W., creo, pues, que las instituciones armadas son indispensables en el tiempo por el cual atravesamos. Acaso en un futuro en que los hombres no sean los lobos de hoy, la paz universal deje de ser una utopía. Yo lo deseo y lo espero también; mientras tanto, no acepto el militarismo exagerado (toda exageración es una falta de armonía, es decir, un error); pero tampoco se me ocurriría pedir el desarme, cuando veo los ojos de codicia y la sorda enemistad de algún vecino.
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Y cuando la guerra es necesaria y justa, como lo fue, por ejemplo, aquella en que conquistamos nuestra independencia, el sacrificio de unas vidas en aras de una libertad que otros habrían de gozar, es el más grande de los altruismos. Cometemos, pues, una irreparable injusticia, una vergonzosa ingratitud, calificando esos actos de vanas locuras. No son “engañitos” los que se ofrece a los héroes levantándoles monumentos o adornando de medallas sus valerosos pechos. Acaso no verán ellos los monumentos y las condecoraciones, pero han de ser una enseñanza viva y palpitante para las generaciones que han de sucederles, aquellas que usufructuarán de la sangre que ellos derramaron y de las congojas y padecimientos que ellos tuvieron que soportar.
Cuentan de Nogi que, concluida la guerra ruso-japonesa, el Gobierno del Mikado no encontró medio más honroso de premiar sus hazañas que nombrarle maestro de escuela y enviarle a él, símbolo viviente de las más preclaras virtudes del espíritu nipón, a referir a los niños de las más escondidas aldeas, cómo se lucha por el amor de la bandera. Los griegos habían construido un edificio especial, llamado el Prytaneo, para hospedar de por vida y a costa del erario común, a todo hombre cuyos actos de heroísmo o de amor patrio, fueran un ejemplo para sus conciudadanos. Allí vivían. Allí a escucharles los efebos: allí templaban éstos sus almas con el relato de sus maravillosas aventuras y los singulares combates. Los chilenos no hacemos de nuestros héroes, maestros, ni huéspedes de un honroso Prytaneo: les hospedamos en el corazón y en el recuerdo de cada uno de nosotros, y si algunos no ven sus ejemplos, ni escuchan sus lecciones calladas y profundas, acaso sea porque estén en el número de aquellos desgraciados de que nos habla la Escritura cuando nos dice que “tienen oídos no oyen, y tienen ojos y no ven”.
Amanda Labarca Hubertson
1 Esta publicación se enmarca en el desarrollo del proyecto Fondecyt regular 1221763 “Perfiles y repertorios de género en Chile: formas de pensar y articular los campos culturales femeninos en la primera mitad del siglo XX”, del cual soy coinvestigadora.
2 Se ha decidido mantener la ortografía original del texto, incluyendo las erratas. Esto, pues se sostiene que ello graficaría el carácter autogestivo que tenía el libro.
3 (1) Como ésta novela la terminaré de escribir en Diciembre de 1915, (después sólo le he agregado pequeñas anotaciones), esta idea ya no está de acuerdo con los hechos de la actualidad; todos sabemos la parte activa que tomó el partido conservador para que se dictase la ley de la Educación Primaria Obligatoria; aunque este partido, es muy posible, que jamás permitirá que se establezcan otras leyes que también traerían progreso al país: la separación de la Iglesia del Estado sería una; y la ley del divorcio sería otra.
4 Publicado el 18 de septiembre de 1915 en el diario El Mercurio, p. 3. Firmado por Amanda Labarca Hubertson.