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Revista de Humanidades N.º 52: 497-500 ISSN: 07170491 / ISSN 2452-445X • DOI: 10.53382/issn.2452-445X.941

Ainhoa Vásquez Mejías.

Narcocultura: masculinidad precaria, violencia y espectáculo.

Chile: Paidós, 2024, 192 páginas.

A comienzos del 2024, Ainhoa Vásquez Mejías presentó su investigación titulada Narcocultura: masculinidad precaria, violencia y espectáculo, como parte del catálogo de estudios culturales pertenecientes al sello Paidós de la editorial Planeta. En tres capítulos, la autora incursiona en el auge mediático de la visibilidad del narco en tanto estrategia de identificación masculina, además repasa la historia de las sociedades delictivas y la cultura y el arte producido alrededor de ellas.

Esta preocupación comienza a desarrollarse a partir del aumento de la visibilidad de la estética narco desde la pandemia de Covid-19 y el incremento exponencial del uso de redes sociales que se dio durante los meses de encierro. La autora analiza el fenómeno bajo el concepto de narcoespectáculo, que implica la necesidad de ostentación por parte de los sujetos pertenecientes a sociedades delictuales. La autora nos comenta:

Hoy, en el narco mundo, todo es visibilidad y ostentación. El anonimato ya no está de moda […] Atrás ha quedado ese tiempo en el que lo importante era ocultarse. Ahora, en cambio, vemos a los narcos bailar en TikTok, publicar sus fotografías en Instagram y mostrar sus rostros abiertamente. (35 y 39)

El uso de redes sociales por estas comunidades, la visibilización constante en los medios tradicionales, los funerales ostentosos y los sepulcros vueltos hitos, son ejemplos de este cambio social que traslada las representaciones culturales desde lo oculto hasta un espacio residual. Actualmente, la sociedad reconoce la narcocultura como forma expresiva, asociándola a la vez a la búsqueda de llamar la atención. Es por esto que la autora propone que el narcoespectáculo y la narcocultura se presentan como una forma de performar su masculinidad de sujetos segregados por la sociedad:

Se pasa de ser niño víctima a ser un adulto victimario […] Al contrario de los machos en propiedad, los machos en precario saben que no lo son por haber nacido con un aparato reproductor masculino, sino deben merecer ser llamados como tal, por eso realizan proezas para pertenecer al colectivo. (82 y 83)

Se analiza cómo un sujeto que nace en un espacio de precariedad, donde no le es posible acceder a necesidades básicas como educación, comida o buen vivir, se hacen partícipes de grupos delictuales para reafirmar su identidad, demostrar su masculinidad y, a su vez, vivir una mejor vida, a pesar de que sea corta. Es por esto que las sociedades delictuales se forman en el espacio de una homosociedad: “Así, el dispositivo comprende una oferta de homosociabilidad heteropatriarcal intensa y exacerbada por la exposición al riesgo y la posibilidad de muerte” (73), los grupos son regidos por estamentos que se refuerzan mediante la delincuencia y el espectáculo, permitiendo el ingreso de nuevos miembros mediante ritos de iniciación que refuerzan la comunidad identitaria, tales como el asesinato de familiares o el consumo de testículos de rivales.

En esta subjetividad nacen las narcoficciones, es decir, representaciones artísticas que giran en torno a la figura del narco, pero que no necesariamente son creados por gente de estas comunidades. Vásquez hace un recorrido histórico a partir de los corridos mexicanos, que, en un comienzo, presentaban al narco como individuo castigado por la sociedad y cuyo único fin es la muerte, pero que desde mediados del siglo pasado y con la llegada de paternalistas que ofrecen apoyo a sus comunidades cercanas, comenzaron a generar representaciones benefactoras y narrar historias de grandeza.

Producto del actual consumo masivo de estas ficciones, la autora examina la narcocultura y cómo no es una representación única de los grupos delictuales, sino que jóvenes se hacen partícipes de lo que denomina la narcosimulación, es decir, la búsqueda de presentarse a sí mismos como parte de las sociedades, asimilando sus representaciones culturales como respuesta combativa contra la represión y las injusticias sociales que han nacido desde la guerra contra el narco:

yo veo tres cosas: un grito desesperado para ser escuchados, para ser vistos en una sociedad que los asesina y los desaparece; que ese grito responde también a la necesidad de demostrar que son tan machos que podrían ser narcos, utilizar violencia e infundir temor; y tercero, una apropiación colectiva de un discurso oficial. (55)

Los jóvenes son concebidos como sujeto sacer y la violencia hacia ellos es enunciada como justicia contra el delincuente, lo sean o no. De esta manera, los jóvenes producen reidentificaciones a partir de la falta de futuridad debido al posible juvenicidio, así como la violencia simbólica y psicológica ejercida hacia ellos por parte de los Estados y los medios (56), equiparando la precariedad social con aquella que busca combatir el narco desde el ostento.

A partir de esta precariedad es que se requieren formas para expresar vulnerabilidad sin la negación de la masculinidad. Los llamados santos del narcomundo, tales como la santa Muerte, Jesús Malverde o el Angelito negro, cumplirían el rol de escuchar a quienes bendicen o maldicen de acuerdo con la devoción y la acción del sujeto. La autora se refiere a esta religiosidad al comentarnos que “Es en estas atenciones donde mayormente se demuestra el carácter vulnerable de los narcos, porque le piden protección constante” (124). Al no existir espacio físico para la vulnerabilidad en las homosociedades, el sujeto partícipe de la narcocultura recae en la mística para buscar el perdón y la oportunidad de ver el día siguiente en un espacio precario.

A pesar de esto, existen ciertas fugas a la masculinidad en estos grupos. La autora explicita que, en primer lugar, existen mujeres en el narcomundo, quienes pueden ser víctimas y victimarias. La buchona como mujer del narco se vuelve objeto de ostentación a través de su cuerpo y es relegada al espacio doméstico, mientras que, si bien existen mujeres que pueden ser cómplices de las sociedades delictivas, estas pasan por tratos peores que sus pares, como rituales de iniciación que requieren violaciones grupales por cada integrante. A su vez, también existen masculinidades disidentes u homosexuales, que mantienen la búsqueda de virilidad desde la crueldad y el poder.

Finalmente, la investigación concluye reafirmando lo que ya se ha podido leer:

El eje de este libro ha sido mostrar que la hipersensibilidad de los narcotraficantes se debe a su masculinidad precaria, lo que se traduce en una gran necesidad de ser vistos y reconocidos; en el intento desesperado de jactarse frente a otros de lo poderosos que son y que nadie se atreva a dudar de su hombría. (168)

La autora identifica al narco como un sujeto de estudio, no por su carácter de delincuente, sino por los efectos que tiene sobre la cultura y cómo desde ella se crean ficciones que lo mitifican o lo condenan. Es necesario por estos motivos, destacar la relevancia de Narcocultura: masculinidad precaria, violencia y espectáculo, por su análisis interdisciplinar de la cultura contemporánea y de las narcoficciones presentes en las artes. La ostentación en los medios y en las calles, en tanto consecuencia de la precarización que existe sobre ellos y sobre las juventudes que se identifican con la imposibilidad de un mejor futuro, busca una mejor vida desde la reafirmación de la masculinidad en esta conciencia de grupo.

Franco Fuentes

Universidad de Santiago de Chile

franco.fuentes.a@usach.cl