Reseña

Historia de un ejército colonial, el caso de Chile en los siglos XVI y XVII

Mario Prades Vilar
Universidad Andrés Bello, Chile

Historia de un ejército colonial, el caso de Chile en los siglos XVI y XVII

Revista de Humanidades, núm. 39, pp. 403-406, 2019

Universidad Nacional Andrés Bello

Casanueva Fernando. Historia de un ejército colonial, el caso de Chile en los siglos XVI y XVII. 2017. Temuco. Ediciones Universidad de La Frontera. 274pp.. -

Fernando Casanueva es un historiador chileno de larga trayectoria, desarrollada principalmente en Francia. Ha publicado diversos artículos sobre evangelización, cultura mapuche, guerra y sociedad en Chile entre los siglos XVI y XIX. Historia de un ejército colonial se distingue de esas investigaciones en dos sentidos: primero, ofrece un panorama sobre los diversos aspectos sociales, económicos, culturales y materiales que conciernen al fin de la hueste indiana en el siglo XVI y la formación de un ejército permanente en Chile a partir del siglo XVII. Nos encontramos, por tanto, ante un estudio introductorio que fija hechos, procesos y situaciones históricas, sin entrar en debates ni problematizarlos a un nivel más especializado. Segundo, es posible presuponer que la obra está compuesta, probablemente, a partir de materiales redactados por el autor tiempo atrás. Jorge Pinto señala en el prólogo que la obra ha reposado “durante varios años” en el gabinete de trabajo de Casanueva y ve la luz “gracias a los esfuerzos de su compañera de toda la vida”. No parece, por tanto, que el autor la haya revisado antes de su aparición, lo cual explicaría que la referencia bibliográfica más reciente sea de 1993. Sin duda, habría sido deseable tener más información por parte de la editorial sobre las circunstancias de la publicación del texto, pues no parece que nos encontremos ante una obra actual.

A pesar de estas limitaciones de partida, la publicación del libro resulta oportuna en la medida en que los trabajos de amplio respiro sobre el ejército colonial son relativamente escasos. En este sentido, destacaría Guerra y sociedad en Chile, de Álvaro Jara, que merecidamente puede considerarse un hito en la materia, pero cuya primera edición data de 1961, junto con las tesis de Juan Eduardo Vargas, El ejército de Chile en el siglo XVII (1981), y de Hugo Contreras, La soldadesca en la frontera mapuche del Biobío durante el siglo XVII, 1600-1700 (2001), ambas inéditas y ausentes en la obra de Casanueva. Llama la atención la escasa presencia en el texto de estudios históricos sobre el ejército colonial chileno, incluso de los años 80. Así, si bien Casanueva conoce y cita profusamente a Jara, solo menciona un artículo de Vargas, mientras que no hace referencia a los conocidos trabajos de Juan Marchena sobre las levas del ejército o de Gabriel Guarda sobre los fuertes fronterizos. Tampoco refiere trabajos que han seguido esta senda investigativa en los noventa, como los de Jean-Paul Zúñiga, Salvador Angulo y Juana Crouchet. De la siguiente década es el trabajo de Ricardo de la Calle sobre fuertes, mientras que, más recientemente, nos encontramos con los de Antonio Rodríguez Ridao y Luisa Soler sobre la administración del Real Situado o de Contreras sobre la deserción en el ejército –por ceñirnos a los siglos XVI y XVII–. Por el contrario, el trabajo de Casanueva sí se apoya en estudios sobre demografía histórica (Rolando Mellafe), historia fronteriza (Sergio Villalobos y Jorge Pinto) y análisis literario, además de sus propios estudios sobre la sociedad colonial chilena.

Situado fuera del espacio marcado por estas coordenadas historiográficas, el libro de Casanueva se posiciona en relación directa con el de Jara. En comparación, Historia de un ejército colonial muestra una mayor voluntad de síntesis y sistematización, lo que, contrariamente, le impide profundizar en determinados aspectos, problematizar las fuentes y construir una propuesta de análisis. En líneas generales, podríamos decir que la voluntad de sistematización expositiva determina un predominio de la descripción en detrimento del análisis y la interpretación.

Podemos comprobarlo en la estructura de la obra, cuyo orden cronológico favorece este carácter expositivo. Los primeros tres capítulos están dedicados a describir las principales características de la hueste indiana, la forma de organización militar anterior al establecimiento de un ejército permanente. Esta es deudora, en su estructura y motivación, de la hueste señorial medieval y renacentista, y constituye la forma militar predominante durante el período de la conquista (1558-1598). Una vez examinados los motivos del fracaso de la hueste, tras la derrota de Curalaba, y los retos del gobierno del reino a inicios del siglo XVII (caps. 4 y 5), Casanueva describe las características del ejército permanente, establecido formalmente a partir de 1606. De este modo pasa revista a una oportuna variedad de temas relacionados con el ejército: la financiación, las condiciones de vida de los soldados, las formas de reclutamiento, la organización del ejército, etc. (caps. 6 y 7). Los últimos tres capítulos están dedicados a la incidencia social de esta nueva organización militar y sus consecuencias en las relaciones con los indígenas. Se describe, de este modo, la composición del ejército (formado por un contingente de proveniencia heterogénea), las dinámicas del cautiverio en la frontera, el estatus social de los militares en la buena sociedad y las formas de razzia desarrolladas, en ocasiones, al margen de la legalidad. La obra culmina con una reflexión sobre los intervalos de paz y de guerra a lo largo de las denominadas, tal vez erróneamente, “guerras de Chile”.

En su exposición, Casanueva solo utiliza fuentes archivísticas españolas, con una fuerte prevalencia del Archivo de Indias –los papeles de la Junta de Guerra– y, en menor medida, de la Biblioteca Nacional de España, del Palacio Real y de la Real Academia de Historia. Se trata, por tanto, de una investigación realizada entre Sevilla y Madrid. No deja de llamar la atención la ausencia de fuentes provenientes de archivos peruanos o chilenos. Respecto a las fuentes editadas, Casanueva hace un uso extenso de las crónicas, tanto de jesuitas (Alonso de Ovalle, Diego de Rosales y Miguel de Olivares) como de laicos, soldados y capitanes (Tribaldos de Toledo, González de Nájera, Rodrigo de Vivar y Pedro de Valdivia).

Desde el punto de vista analítico, diría que Casanueva muestra una excesiva confianza en los cronistas coloniales. Así, por ejemplo, da por sentado que la transcripción que Rodrigo de Vivar hace de los discursos de Pedro de Valdivia a los distintos caciques constituye un reflejo de la realidad histórica (31), obvia así, las distintas mediaciones que se interponen entre el hecho histórico y la fuente. Esta confianza impide al autor plantear preguntas sobre las formas de comunicación con los nativos –el ‘problema lingüístico’ que Mario Orellana achacaba a la crónica en 1988–; o interrogar el aspecto literario de dicho género, inspirado en los textos biográficos del siglo XV, tal como ha señalado Sarissa Carneiro.

Esta actitud fetichista hacia la fuente está presente a lo largo de toda la obra. Así, el análisis del fracaso del sistema de la hueste indiana se hace a partir del “testimonio directo” (88) de Alonso González de Nájera, sin contrastar, por ejemplo, con relaciones de gobierno; Diego de Rosales nos ofrece “una verídica y dantesca visión del hambre sufrida durante el sitio por los habitantes de Osorno” (98); en el Cautiverio feliz, de Francisco Núñez de Pineda, encontramos, según el autor, “el testimonio de los indígenas expresado por voz propia, en vivo y en directo” (191), obviando los problemas ligados al testimonio y la traducción; y la Histórica relación del reyno de Chile nos da la causa de las rebeliones indígenas, la falta de evangelización “les hizo ‘olvidarse de Dios’, como dice el P. Ovalle, ni conocieron ‘la piedad’ de la doctrina católica, ni practicaban su ‘culto’, según Quiroga” (201). En pasajes como este Casanueva llega a alinearse inconscientemente con los discursos coloniales civilizatorios que él mismo analiza, sin interponer la necesaria distancia entre el historiador y su fuente. En este sentido, el texto se habría beneficiado de una reflexión más profunda sobre el estatuto de verdad de las fuentes coloniales.

En una visión más general, la obra cumple con su cometido, pues ofrece una visión de conjunto de dos siglos de historia del ejército en la que no faltan datos sobre número de soldados, dinero destinado a la empresa (el real situado) o las soldadas. Además, se incide en algunas cuestiones social y culturalmente relevantes, como el cambio organizativo con el pasaje de siglo, el rol de la esclavitud de los indios de guerra –Jara ya tildó el ejército del siglo XVII de “máquina de cazar esclavos”–, las críticas de los mismos españoles, el ejército como “ascensor social”, etc.

En resumen, a pesar de su desactualización bibliográfica y la excesiva confianza que pone en las crónicas coloniales, nos encontramos ante una obra oportuna y útil a la hora de introducirnos en un tema mucho más complejo de lo que puede aparentar a simple vista.

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