Dossier

Culturas electoras, recortes y colaboración en las revistas culturales. repertorio americano y babel 1

READING CULTURES, CLIPPING AND COLLABORATION IN REPERTORIO AMERICANO AND BABEL CULTURAL MAGAZINES

Antonia Viu
Universidad Adolfo Ibáñez, Chile

Culturas electoras, recortes y colaboración en las revistas culturales. repertorio americano y babel 1

Revista de Humanidades, núm. 35, pp. 159-184, 2017

Universidad Nacional Andrés Bello

Recepción: 16 Marzo 2016

Aprobación: 07 Julio 2016

Resumen: En este artículo me interesa explorar el concepto de cultura lectora en relación a la práctica de recortes en dos revistas culturales latinoamericanas: la chilena Babel (1939-1951) y la revista costarricense Repertorio Americano (1919-1958). Durante la década de 1930 ambas revistas pueden identificarse como “revista de revistas”, un género particular de las publicaciones periódicas de la primera mitad del siglo XX, que se caracteriza por estructurarse en una proporción importante a partir de recortes de otras revistas extranjeras. Al explorar las formas en que la práctica de los recortes modela una cultura lectora en particular, el artículo explora los contextos de la duplicación y los sentidos que asume desde las particulares políticas de promoción, intercambio y colaboración de ambas revistas.

Palabras clave: Culturas lectoras, recortes, colaboración, Babel, Repertorio Americano.

Abstract: This paper studies the concept of culture of reading in relation to the practice of clipping in two Latin American cultural journals: Chilean Babel (1939-1951) and Costa Rican magazine Repertorio Americano (1919-1958). During the 30s, both journals can be classified as what I call “revista de revistas”, a specific genre among periodicals of the first part of the 20th century, in which clipping from foreign magazines has an important impact in the composition of its contents. By studying the ways in which clipping as a practice gives form to a specific culture of reading, this paper explores the contexts of duplication and the meanings it assumes from the particular politics of promotion, exchange and collaboration of both journals.

Keywords: Cultures of Reading, Clipping, Collaboration, Babel, Repertorio Americano.

Aceptó mi proposición y me alcanzó el diario. Lo tomé y leí de un tirón todo lo que había que leer. Al día siguiente se repitió lo del anterior: comí los duraznos y leí el folletín y así ocurrió hasta después de que se acabara la fruta. La curiosidad me tomó, sin embargo, y quise enterarme de lo que había ocurrido antes. La señora, que lo tenía recortado, me lo facilitó. Tenía recortados, además, otros folletines, que me prestó, y entre los cuales aparecieron novelas de varias nacionalidades.

“Algo sobre mi experiencia literaria”, Manuel Rojas.

Este testimonio del escritor chileno Manuel Rojas (1896-1973) muestra una forma de acceso a la lectura común entre variados públicos lectores a principios del siglo XX: los recortes de prensa. Los episodios de una novela publicados sucesivamente en un diario adquirían así una segunda vida, en formas de circulación de las que apenas han quedado registros materiales. Sin embargo, los recortes fueron una práctica necesaria en la masificación de la lectura en Latinoamérica,2 una práctica manual que extraía de la prensa fragmentos que formaban parte de una serie o que se juzgaban de interés perdurable. Desde las primeras décadas del siglo XX, con la irrupción de un número cada vez mayor y más diverso de revistas en todo el mundo y dada la necesidad de informar pero también de explicar eventos que concitan interés internacional y continental, algunos intelectuales latinoamericanos asumieron esta práctica a mayor escala, como editores y muchas veces también como traductores, en revistas que seleccionan y reproducen artículos de otras revistas.

Aunque el recorte, entendido en este sentido, está presente en alguna medida en parte importante de la prensa del período, este artículo indaga en aquellas revistas culturales que realizan una selección de textos sobre distintos temas entre los publicados en revistas extranjeras, estableciendo una distinción explícita entre aquellos que pueden considerarse la colaboración original de un autor y los que se eligen deliberadamente de una publicación previa. La principal diferencia respecto de otras revistas que publican artículos de fuentes anteriores es que en las publicaciones que estudio estos materiales aportan una parte importante de los contenidos durante un período determinado y que la referencia a la publicación aparece en un lugar tan o más destacado que la referencia al autor.

Esta práctica puede explicarse de diversas formas: como una manera de divulgar contenidos entre lectores latinoamericanos que no tienen acceso a las revistas o al idioma en que se publican originalmente; como una doble garantía de la autoridad del material duplicado, ya que su prestigio proviene tanto de quien lo firma como de haber aparecido antes en una revista determinada; como certificación del prestigio de la revista latinoamericana que lo reproduce, en la medida en que los recortes inscriben un vínculo con un importante elenco de otras publicaciones; como una estrategia para rediseñar las formas de inserción de los intelectuales latinoamericanos en debates que no protagonizan, pero de los que sí pueden formar parte discursivamente; y, finalmente, como una manera eficaz de establecer y consolidar redes y comunidades intelectuales más allá de las fronteras nacionales.

Esto último es algo que vieron claramente escritores como Enrique Espinoza,3 seudónimo de Samuel Glusberg, editor de varias revistas literarias y culturales a partir de los años veinte en Argentina, como Babel, La vida Literaria o Trapalanda, un colectivo porteño. En lo que sigue, me referiré solo a la primera etapa de revista Babel en Chile, particularmente a los doce números que aparecen entre mayo de 1939 y junio de 1940, y a los vínculos que Enrique Espinoza establece entre 1932 y 1941 con la revista costarricense Repertorio Americano, liderada por Joaquín García Monge entre 1919 y 1958. Me interesa examinar el lugar de los recortes en estas revistas, dentro de una política de intercambios y colaboración necesaria para la subsistencia de ambas publicaciones y como condición de una cultura lectora en que la duplicación se legitima desde valores como la democratización de la cultura, el americanismo y la cooperación intelectual, y desde un pathos específico: una lectura obstruida en tanto implica leer desde lejos y a partir de fragmentos, lo que se publica en Europa y otros lugares del continente.

1. Revistas de revistas: recortes y colaboración

La versión chilena de revista Babel, una nueva etapa de la publicación argentina que había liderado Enrique Espinoza en los años veinte, aparece por primera vez en 1939 y se publicará hasta 1951. El subtítulo de “Revista de Arte y Crítica”, que acompañó la mayoría de los números, reemplazó al original de 1939, “Revista de Revistas”, que duró doce números y que iba seguido del lema “Solo lo mejor de cuanto se publica”.4 La revista funcionó en esta época como una selección de la prensa mundial contemporánea que incluía fragmentos de The New Republic, PartisanReview, Nouvelle Revue Francaise o Revista de Occidente, entre muchas otras, junto con una minoría de colaboraciones originales nacionales e internacionales. Un aviso inserto en el Nº2 de junio de 1939 explicita la función de los recortes al interior de la revista:

En las páginas de BABEL encontrará usted el artículo que le interesaba guardar y que ha perdido.

Díganos cuáles son las reproducciones de BABEL que más le gustaron y tendremos en cuenta su opinión.

Si usted quiere hacer llegar a BABEL algún recorte o versión tiene que acompañar el texto original de donde procede. (65)

A partir de las reseñas a Babel que la misma revista inserta en el Nº 9, en las que se alude también a otras revistas latinoamericanas con las que podría compararse, se advierte que el formato obedece a lo que se puede identificar como un género entre las revistas del período, como la cubana Ultra. Cultura Contemporánea. Revista de Revistas, editada por Fernando Ortizentre 1936 y 1947 o como Repertorio Americano, la revista costarricense que, como decíamos, dirigió Joaquín García Monge entre 1919 y 1958. La reseña que el diario El Mercurio realiza de Babel, de hecho, subraya la afinidad entre Enrique Espinoza y García Monge como benefactores de las letras americanas. Espinoza mantenía un estrecho contacto con el editor costarricense, ya que en la década del treinta fueron frecuentes los artículos y textos en Repertorio Americano con su firma, los que conviven con otros sacados de diversas revistas hispanoamericanas o españolas.5

El énfasis en los recortes de revistas hispanoamericanas o españolas en Repertorio Americano es muy visible cuando se la compara con Babel, la que a pesar de incluir artículos sobre americanismo, publica una cantidad importante de recortes de revistas europeas y norteamericanas. Esto se puede explicar siguiendo el análisis de Eduardo Devés sobre la función de la revista costarricense en la década del veinte. Según el historiador chileno, en esos años Repertorio Americano articuló toda una red de intelectuales latinoamericanos que compartían un vivo interés por Hispanoamérica y su desprecio por la imitación de modelos foráneos. Entre estos intelectuales destacan Gabriela Mistral, José Vasconcelos, Víctor Haya de la Torre, Alfredo Palacios, José Ingenieros y José Carlos Mariátegui, quienes comparten cuatro ideales comunes: un espíritu de unidad latinoamericana, en oposición al avance de los Estados Unidos tras su intervención en Nicaragua; un antiimperialismo de diverso pelaje; un énfasis en lo popular-social; y el esfuerzo por dar a conocer la producción intelectual hispanoamericana (no latinoamericana en general, pues lo luso queda fuera) (Devés 79).

Desde este contexto se comprende que Repertorio Americano haya sido un referente para Espinoza y que colaborara en la revista como lo vemos hacer en los treinta. García Monge le encarga la preparación de números enteros para Repertorio Americano, como los dedicados a Turguienevy a Trotsky en 1933, a D.H. Lawrence en 1934 o los números especiales sobre Argentina en 1939 y sobre Chile en 1941, algunos de los cuales se construyen íntegramente a partir de revistas anteriores que el mismo Espinoza había editado en Argentina. El número dedicado a D.H. Lawrence en 1934, por ejemplo, muestra, por un lado, cómo los recortes estructuran en gran medida el ejemplar y, por otro, que Espinoza incorpora también textos provenientes de homenajes previos realizados por él mismo como editor en revistas argentinas como Trapalanda, un colectivo porteño o La vida literaria.6

Sumario del número 22 de Repertorio Americano dedicado a D.H. Lawrence y dirigido por Enrique Espinoza
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Sumario del número 22 de Repertorio Americano dedicado a D.H. Lawrence y dirigido por Enrique Espinoza

Sábado 8 de diciembre de 1934. Año XVI Nº 710, Portada

Repositorio electrónico Universidad Nacional de Costa Rica

Aunque durante todos sus años de vida Repertorio Americano siempre dio un lugar importante a las colaboraciones originales, a medida que la revista gana prestigio estas colaboraciones se hacen más estables. Así se desprende de un estudio sobre la producción, circulación y lectoría de Repertorio Americano realizado en 2011,

Con el transcurso del tiempo y el prestigio de la revista entre los intelectuales y escritores, la correlación de los materiales cambia de modo sustancial. Sin dejar de utilizar los recortes, creció la colaboración inédita de muchos que querían publicar sus trabajos, al punto que algunos de ellos tuvieron que esperar para ver publicados sus notas, artículos, comentarios de libros o cualquier otro material que tuviese cabida en las hojas de dicha revista. (Oliva 118)

A pesar de que lo anterior pueda llevar a pensar en un proceso lineal en el que las colaboraciones van ganando espacio en desmedro de los recortes, en la década del treinta la presencia de recortes adquiere un lugar más destacado que en las décadas del veinte o del cuarenta. Esta variación puede explicarse considerando que el tipo de contenidos privilegiados no solo obedece a criterios editoriales sino también a razones económicas, ya que los recortes permiten a una revista abastecerse de contenidos aun cuando no reciba colaboraciones y sin necesidad de pagar a sus autores. Así, las decisiones sobre contenidos pueden revertirse producto de coyunturas económicas particulares o ante la necesidad de establecer asociatividades específicas. Es claro, por ejemplo, que la revista se pudo mantener vigente con una periodicidad semanal más o menos estable durante 39 años gracias a una política de suscripciones basada en constantes intercambios con editores y escritores de todo el continente. Teniendo esto en cuenta se justifica la necesidad de mantener vínculos activos con editores que oficien de agentes en otros países y, especialmente, con otras revistas que pudieran promocionar la publicación en todo el continente. Al respecto señala Oliva,

En 1927, apareció bien articulada una red de agencias de Repertorio Americano que crecía paulatina y sostenidamente. En esa ocasión el editor expresó su deseo deestablecer agencias del Repertorio en el exterior . . . y se comprometió a remitir, a cualquier país del mundo, los ejemplares que le pidieran. Solicitaba a sus numerosos amigos en el extranjero que le recomendaran personas, o agencias idóneas, por su actividad y honradez. Para aquella fecha, la revista circulaba en varias ciudades de América. (123)

En el caso particular de Chile, en 1938 la revista se podía conseguir en la librería Nascimento y en la librería y editorial Ercilla (Oliva 124).

Así, el uso de recortes se explica en el marco de una política de subsistencia necesaria para revistas culturales como Babel y Repertorio Americano, no solo porque les evita pagar las colaboraciones cuando aún no tienen el prestigio para recibirlas de forma gratuita con la periodicidad necesaria, sino que también en tanto se trata de revistas culturales que no pueden aspirar a públicos locales demasiado amplios porque se dirigen a grupos con cierta instrucción. Así, el apoyo de revistas extranjeras para conseguir suscriptores más allá de las fronteras nacionales resulta fundamental. En el caso de Repertorio Americano, los lectores

. . . estaban conformados, principalmente, por sectores ilustrados, o en su defecto, por personas con cierto nivel de instrucción, entre los que se encontraban escritores ligados a la producción de la revista o sea colaboradores directos, intelectuales que, por obvia necesidad, requerían de información y actualización de temas diversos tratados en dichos impresos, y entre todos ellos había americanos y extranjeros. Luego, un amplio grupo de educadores y educandos de letras, sobre todo, de universidades latinoamericanas y estadounidenses. (Oliva 128)


Al finalizar 1940, sin embargo, Espinoza parece ver con mayor lucidez que antes lo que significa Repertorio Americano como plataforma de internacionalización para los escritores que forman el núcleo de su revista, y esto hace que los materiales que a partir de entonces envía sean crecientemente colaboraciones originales, así como también el que la misma Babel se presente desde su nuevo formato de “Revista de Arte y Crítica”, demarcándose de la etapa anterior como “Revista de Revistas”. Para ello será fundamental retomar el carácter literario que había tenido la publicación en su etapa argentina dieciocho años antes, cuando aparece en Buenos Aires, y cambiar los recortes por colaboraciones originales. En el ejemplar publicado el sábado 20 de septiembre de 1941 en homenaje a Chile, por ejemplo, la carta explicativa de Espinoza a García Monge da a entender que el director de Babel define la totalidad de los contenidos del homenaje cuando señala, “Creo que con este material podrá Ud. llenar las 16 páginas del Repertorio sin autógrafos ni avisos oficiales” (año XXII, N 921 y 922), pero también que lo hace explicitando la necesidad de que solo se trate de textos inéditos, aparentemente como una directriz editorial impuesta por Repertorio Americano.

Por otra parte, desde 1940 la revista de García Monge opera como oficina de suscripciones para Babel y en los avisos que publica con este fin la presenta como “Revista de Arte y Crítica”, lema con el que se define a partir del Nº13, y no como “Revista de Revistas”


Como señalábamos antes, todas las notas editoriales y las menciones de sus colaboradores en lo que sigue optarán por olvidar la primera etapa, articulándose en cambio desde una renovada filiación con la etapa argentina y optando por destacar el carácter de laboratorio literario que tuvo para escritores que al cabo de los veinte años transcurridos son ya clásicos de la literatura latinoamericana.7

En estos intercambios y colaboraciones, aparte del apoyo a la subsistencia material de las revistas, parece entonces existir una política consistente de promoción de la cultura de los países involucrados, pero también de las revistas y de los autores que participan en ellas, como ocurre —por ejemplo— con todos los colaboradores más cercanos de Babel, como Manuel Rojas, Ernesto Montenegro y José Santos González Vera, quienes gracias a la valoración de Enrique Espinoza aparecen publicados en Repertorio Americano y son leídos fuera de Chile. El apoyo de Espinoza a estos autores resulta evidente en el número de homenaje a Chile de 1941, donde los destaca como lo mejor de las letras chilenas junto a Pablo Neruda, Pedro Prado o Gabriela Mistral, “Last but not least, le ruego que no olvide la hermosa Estampa nocturna de González Vera, uno de los escritores más finos de Chile y un hombre íntegro, que está haciendo una verdadera labor de acercamiento entre los intelectuales del continente” (año XXII, No 921/922, 257).

A pesar de que 1940 marca el fin de Babel como revista de revistas, es interesante que la carta a García Monge que precede al número en homenaje a Chile no haga sino reforzar la importancia de la práctica de leer y coleccionar recortes como parte de la cultura lectora del período, una práctica que los intelectuales toman del mundo popular, pero que resignifican de acuerdo a sus propios objetivos. Cuando Espinoza señala a García Monge que incluye a Manuel Rojas, por ejemplo, le advierte que lo que manda es una nota crítica que él conserva, pero dejándolo en libertad de elegir otra entre las que tiene recortadas. Así, Espinoza cuenta con que García Monge mantiene un archivo de textos literarios recortados entre los que puede elegir, lo que al parecer no fue un misterio para nadie durante el período,

García Monge, a lo largo de los años, fue acumulando enormes cantidades de materiales que le enviaban de muy diversas partes del mundo, autores conocidos y desconocidos. Fue tal la cantidad de libros, de folletos, de revistas que le llegaron, que se convirtió en uno de los bibliógrafos más importantes del Continente, y al que recurrieron muchos escritores e intelectuales de América para solicitarle su ayuda en este campo. (Oliva 120)

El vínculo entre ambas publicaciones permanecerá años después de que Babel se deja el formato de “Revista de revistas” para transformarse en “Revista de arte y crítica” y las nuevas oportunidades que Repertorio Americano en los años cuarenta brinda como plataforma a los escritores de Babel, serán retribuidas por medio de gestos muy concretos por Enrique Espinoza. Un ejemplo claro es la reseña que hace de la publicación en de 1944, cuando Repertorio Americano cumple 25 años; junto con exaltar el carácter liberal y consecuente de la publicación, su defensa de causas como la República española o su apoyo a Trotsky,8 Espinoza destaca la difusión que ha hecho de otros países dedicándoles números especiales, y su importante función como impulsora de lo que hemos llamado aquí revista de revistas, “Repertorio Americano es un verdadero precursor en nuestro idioma de ese tipo de periódico, ahora tan en boga, de selección y archivo de artículos de la prensa diaria; pero encarado con un criterio más amplio y un propósito bien definido de servir ante todo a los propios escritores como vehículo de relación y conocimiento de un país en otro” (Vol. V, Nº23, 107). En esta cita se hace evidente, que junto con la promoción mutua entre revistas, el aumento de las suscripciones y la posibilidad de conseguir contenidos que de otra manera las revistas no hubiesen tenido, los recortes tienen un papel muy importante a la hora de instalar y propagar ideas y debates entre los distintos países de América, y que ese objetivo programático9 fue uno de las más importantes para sus editores.

2. Duplicación, propiedad y proximidad

Al pensar en la función de los recortes en este tipo de revistas, intento visibilizar un conjunto de prácticas lectoras y escriturales que incluyen el trabajo de selección y, como se verá más adelante, de traducción de los editores, las relaciones entre los textos recortados con las publicaciones originales o respecto de otros textos con los que entran en contacto en la nueva publicación, y el papel de los suscriptores que envían los fragmentos que les interesa ver reproducidos.10 Estas prácticas surgen en relación con ciertos valores y marcos institucionales y al interior de un sistema que las posibilita técnica y culturalmente. Es este sistema el que aquí identifico como una cultura lectora, reconociendo la existencia simultánea de otras,11 y sin asumir una posición prescriptiva como la que el término asume en estudios de fomento lector que hoy hablan de la necesidad de recuperar una cultura lectora supuestamente amenazada por la irrupción de nuevas tecnologías.

Una cultura lectora en el sentido que aquí se propone permite considerar la lectura como un fenómeno complejo, multidimensional y en el que se producen tensiones en tanto, como decíamos, involucra instituciones y regulaciones (la prensa, determinadas definiciones de la propiedad intelectual) y prácticas vehiculizadas por tecnologías específicas (los recortes manuales, la duplicación mecánica, el archivo), que se realizan desde corporalidades situadas políticamente (Littau 2008) (la legitimación de la apropiación desde Latinoamérica, la democratización del acceso a la cultura; la necesidad de intervenir en los debates intelectuales que concitan interés internacional desde un lugar periférico; el editorialismo programático en pro del americanismo), desde regímenes sensoriales concretos y a partir de un “pathos” (Favret 2015) compartido (una visión obstruida que mira desde lejos),y que implican ciertos soportes materiales y modos de circulación (las revistas como colecciones de recortes; las redes de distribución; el sistema de suscripciones; las agencias internacionales).

La práctica de publicar textos extraídos de otras revistas nos habla de una cultura lectora en la que nuevas formas de reproducción mecánica han adquirido gran protagonismo. En la década del treinta este es un tema central a nivel mundial ya que la reproducción de información comienza a ser una de las formas fundamentales de lidiar contra los totalitarismos, espíritu que vemos claramente en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica de 1936 de Walter Benjamin. Los recortes y la copia en este sentido adquieren un importante valor en la circulación de información. En una década fuertemente conmocionada por hitos bélicos como la Guerra Civil Española (1936-1939) o el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, revistas como Babel claramente están animadas por una sensibilidad pacifista, americanista y de revisión crítica de lo que ha sido la década. En el Nº 2, por ejemplo, el texto de James T. Farrel “El final de una década” tomado de American Mercury, revista norteamericana fundada por Henry Louis Mencken en 1924, realiza un balance que contrasta el gran impulso revolucionario con el que los treinta habían comenzado con la agudización del fascismo y con el creciente escepticismo frente al modelo de la Unión Soviética como alternativa con que concluye la década.

Si pensamos específicamente en Babel como revista de revistas ahora, un elemento central que posibilita esta cultura lectora de recortes es la legalidad respecto de la protección de la propiedad intelectual en esos años. Aunque en Chile la legislación de 1925 no multa ni penaliza la reproducción de artículos en la prensa ni de fragmentos de cualquier tipo de textos literarios o científicos de hasta mil palabras, siempre y cuando se respeten los derechos morales del autor, es decir, que aparezca su nombre, existe un debate muy fuerte acerca de los derechos comerciales de las traducciones en otros soportes. En el año 1934, Tomás Lago publica Los derechos de autor y el porvenir del libro chileno, dando cuenta del total caos que reina sobre los libros extranjeros y las traducciones que se publican en el país. Dado que la ley establece que cualquier libro publicado en Chile se considera chileno, la reproducción se vuelve indiscriminada, lo que atenta contra las propias editoriales nacionales, ya que muchas veces publican la misma obra haciendo fracasar un negocio tremendamente lucrativo. Pero la principal perjudicada en ese momento es la industria editorial española la cual, como consecuencia, buscará establecer acuerdos de reciprocidad respecto de la protección de los derechos comerciales de los libros extranjeros que se publiquen en los respectivos países. Para Lago esto no es admisible, pues implicaría una nueva colonización editorial, ya que no es comparable el número de libros chilenos publicados en España con el de los libros y las traducciones españolas que podrían registrarse en nuestro país.

Al hablar de la función ordenadora que la edición debe cumplir en este contexto, Lago justamente se refiere a Glusberg: “La especialización de las editoriales es perfectamente definida en todas partes . . . Todos sabemos la diferencia que hay entre Claezer y Glusberg en Buenos Aires” (18). Precisamente es esta una de las funciones más explícitas de Babel como revista de revistas: servir de guía entre la inmensidad de la información, entre los puntos de vista disponibles y como defensa frente al dogmatismo que se enquista en muchos de ellos. Como señala Félix Lizas o en su reseña a la revista aparecida en La acción de la Habana y que Babel reproduce en el Nº 9:

Son muchas las revistas de revistas que van apareciendo en América. Pero tales publicaciones rara vez responden a un alto sentido de responsabilidad orientadora. BABEL se destaca por la firmeza de su concepción. No es una reunión de trabajos entresacados, para satisfacer a los lectores de todos los gustos, para movilizar todos los desganos con anécdotas y curiosidades. Es una revista responsable en la que todo representa un aspecto de la inquietud universal. (s/n)

Así también lo destacaba la editorial del primer número en queEspinoza se refiere a los contenidos que la caracterizarán:

“ . . . tendrá cabida en sus páginas sólo lo mejor de cuanto se publica; no todo, porque resulta imposible si se tiene en cuenta las propias limitaciones materiales, y no se olvida tampoco, que gran parte del pensamiento contemporáneo está al servicio de la propaganda más odiosa contra las ideas por su propio origen o el de sus sostenedores” (“Resurrección y símbolo” 1)

De esta forma, en Babel la posibilidad indiscriminada de la reproducción técnica siempre se encontrará en tensión con la función atribuida al intelectual que delimita, ordena y jerarquiza, en función de una visión de la cultura encarnada en valores universales como la paz y el entendimiento.

En el Nº 9, en tanto, la aludida reseña del diario El Mercurio define la revista como una “biblioteca admirable” (s/p). Este rasgo de biblioteca muestra un anhelo que no solo expresa el reseñista de El Mercurio, sino que parece atravesar el proyecto de Espinoza e interpelar a sus lectores. En efecto, la revista podría compararse con una biblioteca pública según la definición de Thomas Augst (2007) en la medida en que no solo reúne y selecciona una serie de lecturas sino que además las conserva y las hace circular (15). Esta vocación de acumular y conservar lo disperso se aprecia también en que sus ejemplares pronto empiezan a concebirse como libros, “[l]os números que BABEL publicará cada año formarán gruesos volúmenes de numeración corrida a los que agregaremos un índice de nombres y títulos para los suscriptores” (Babel. Revista de Revistas. Nº 265). Así, a partir del Nº 12 se venderá no solo por ejemplares sueltos, sino como el primer tomo de una serie coleccionable.

La función ordenadora del editor y la aspiración de volumen que el proyecto contempló desde un principio al concebirse como revista-libro, que podía ser empastado, en números en los que la escasísima publicidad quedaba fuera de las páginas foliadas, habla de otro rasgo central de este tipo de revista y la cultura lectora en la que se inserta: junto con la reproducción como una forma de acceso viene la pulsión hacia la indexación, es decir con el acceso surge la necesidad de la sistematización de datos y la elaboración de sistemas de referencia. Como ha visto Lisa Gitelman (2014) en su libro Paper Knowledge: Towards a Media History of Documents, la creciente acumulación de documentos en lasprimeras décadas del veinte hace que los hombres de letras necesiten nuevas herramientas. En Europa y Estados Unidos se inauguran sociedades bibliográficas y de documentación y se publican revistas al respecto. En Chile, la Biblioteca Nacional realiza esfuerzos significativos en esta materia durante la década del diez con Emilio Vaïse como director de la sección “Informaciones” y la creación de la Revista de Bibliografía Chilena. Muchos de los escritores que circularon en torno a Babel vivieron agudamente esta pulsión hacia la documentación no solo por la necesidad de informar y de ser opinantes de relieve sobre la actualidad universal de la Segunda Guerra Mundial, sino porque muchas veces oficiaron como verdaderos corresponsales de sus países en el exterior en toda suerte de temas. Como vimos, este es el caso de Espinoza en Repertorio Americano, pero también es lo que hacen otros colaboradores de Babel como Ernesto Montenegro en Estados Unidos. En sus columnas del New York Times, como “The literary scene in South America”, ofrece panoramas dela cultura y literatura de diversos contextos en los que es posible advertir este interés por ofrecer datos sintéticos que permitan ordenar una visión general e introductoria sobre un tema o una región. En este sentido también es importante pensar en otra acepción del concepto de revista de revistas durante la época, para identificar una sección que ofrece información sobre quién es quién dentro de la creciente bibliografía disponible menos elaborada que una reseña, principalmente listas, títulos y datos sobre suscripciones.

Un tercer elemento que me parece clave para entender el proyecto de Babel como revista de revistas y lo que esto supone para una cultura lectora, es que articula una red de textos y autores que comparten un sentimiento latinoamericanista y revolucionario. Como señala el argentino Horacio Tarcus, Espinoza abrigó la idea de una revista americanista muchos años, desde la década del veinte, cuando con Waldo Frank y Victoria Ocampo idearon el proyecto que terminó siendo Sur, y siguió pensándola cuando quiso llevar a Mariátegui a Argentina. De hecho, cuando pensaba en el comité asesor que tendría que tener su proyectada revista, demuestra total lucidez respecto de quienes eran los intelectuales latinoamericanos más influyentes, dejando de lado incluso afinidades ideológicas:

he pensado en la necesidad de un Consejo de orientación formado por representantes de las doce tribus . . . Qué te parece la siguiente lista: Waldo Frank, B. Sanin Cano, Fernando Ortiz (o Varona?), Horacio Quiroga, Monteiro Lobato, Franz Tamayo, Alfonso Reyes, J. García Monge, R. Blanco Fombona, Edwards Bello (o Ernesto Montenegro?), José Carlos Mariátegui, y Jorge Luis Borges. (Tarcus 49)

Por otra parte, este interés por articular comunidades intelectuales en Babel no solo obedece a la necesidad de pensar el continente desde una unidad cultural, sino que también forma parte de un pathos de la lectura que un comentario editorial de Espinoza expresa muy bien: “Lloremos y traduzcamos” se titula ese comentario aparecido en el Nº 9 de 1940 (vol.1 284-285) y en él deja ver la inminencia del fin de una época y la urgencia de leer a través de las distancias culturales y lingüísticas el momento que llega. En el caso de Babel, la urgencia histórica tiene que ver con el desengaño, vivido desde Latinoamérica, respecto de las utopías sociales y los liderazgos políticos que llevaron a la Segunda Guerra Mundial a fines de los años 30. Intelectuales como Espinoza en este contexto deben asumir una función apremiante al traducir y reproducir la información aparecida en otros idiomas, superando así las limitaciones que impone a una mayoría de los lectores chilenos y latinoamericanos su dominio exclusivo del castellano.

¿Pero cómo puede justificarse esta urgencia respecto de un conflicto frente al cual Chile permaneció neutral hasta 1945, más allá de lo simbólico o de ciertas lógicas causales? Para ello resulta útil la conceptualización de Mariano Siskind (2015) en “La primera guerra mundial como evento latinoamericano: modernismo, visualidad y distancia cosmopolita”. Siskind no alude allí a la escasa participación que tuvieron algunos países de la región en dicho conflicto, ni a los intercambios financieros derivados de la guerra que la historia económica ha estudiado, o a su impacto en las estructuras e instituciones políticas de las distintas naciones. Lo que le interesa al crítico argentino no son las determinaciones externas que afectan a Latinoamérica a partir de la guerra, sino cómo esta impacta el “orden general de significación que alteró los mapas del campo discursivo transatlántico en el que los intelectuales latinoamericanos de distintas extracciones ideológicas elaboraron desplazamientos y condensaciones alrededor de los significantes de crisis civilizatoria que constituían el horizonte discursivo de la guerra” (Siskind 234). En definitiva, cómo ciertos escritores desde el paradigma del cosmopolitismo modernista producen discursivamente la guerra como evento latinoamericano.

Extrapolando la propuesta de Siskind al contexto de estas revistas y de la Segunda Guerra Mundial, podría decirse que Babel redefine la proximidad por medio de la traducción, desde una renovada visión de la función del intelectual latinoamericano en el concierto internacional. Por medio de la traducción y desde el punto de vista de los lectores chilenos, Babel logra que los intelectuales extranjeros, europeos y norteamericanos, aparezcan hablando de la guerra en español y que se establezca un diálogo con lo latinoamericano a partir de la yuxtaposición de dichos textos con los de autores locales. Se trata de nuevos sentidos que emergen por contagios textuales en el marco de la prensa, aun cuando el contexto de producción de esos textos sea otro e incluso cuando no hablen directamente de la guerra. “Los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos; y en diferentes lenguas la misma canción” (“Lloremos y traduzcamos” 284-285), señala Espinoza citando a Rubén Darío para aludir al parentesco espiritual que hermanaría las distintas voces que confluyen en la revista. Dicho parentesco es la clave del desplazamiento desde el cual los intelectuales latinoamericanos se insertarán discursivamente en un lugar de igualdad en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, ya no se trata de valores que solo tienen que ver con la auto representación de estos colectivos desde un paradigma intelectual, sino que apelan a la construcción de comunidades afectivas (Gandhi 2006) para las cuales la Guerra puede ser una experiencia compartida. En Affective Communities, Leelah Gandhi se pregunta por los individuos y grupos que han renunciado a los privilegios del imperialismo optando por la afinidad con las víctimas de sus propias culturas expansionistas más allá de los nacionalismos anticoloniales. Lo que le interesa son aquellas formas menores de antiimperialismo que surgieron en Europa, particularmente en Inglaterra, a fines del siglo XIX. Enfrentada a una elección teóricamente insatisfactoria entre diversas formas del nacionalismo cultural, por un lado, y de la hibridación, por otro, Gandhi opta, como han hecho otros pensadores postcoloniales de la última década, por nuevas maneras de acceder al archivo colonial en busca de formas de antiimperialismo más creativas y autoconscientes, especialmente en su articulación occidental o metropolitana. En este marco, la autora plantea la noción de “políticas de la amistad” para dar nombre a esas amistades y colaboraciones secretas o no reconocidas entre sujetos anticoloniales marginalizados y anti imperialistas occidentales en el contexto de lo que llama el radicalismo victoriano. Para ello rescata la noción de amistad derrideana como el significante filosófico más comprensivo para todos aquellos gestos afectivos invisibles que se niegan a alinearse en los ejes seguros de la filiación, para buscar expresión, en cambio, fuera y hasta en contra de cualquier comunidad posesiva de pertenencia (Gandhi 6-10). Lo interesante de pensar las comunidades afectivas en el marco de este artículo, es ver que las revistas funcionan como enclaves de articulación transnacional que desafían cualquier otra forma de pertenencia política o ideológica entre quienes participan en ellas.

Un valor aparentemente compartido por la comunidad afectiva que articula Babel fue el pacifismo. En este sentido, la Organización para la Cooperación Intelectual, que fue fundada en 1922 tras la Primera Guerra Mundial por la Sociedad de las Naciones en Francia, se concibe según su representante en Chile, Francisco Walker Linares, como un esfuerzo de “desarme espiritual” (Castro Ossandón V). Dicho desarme debe desplegarse al margen de las luchas políticas y aspira al acercamiento de las inteligencias, más allá de las fronteras, para generar un clima de entendimiento espiritual entre los hombres de los diversos pueblos a fin de afianzar una paz duradera.12 Aunque no hay una adhesión explícita de Espinoza o de otros miembros del núcleo duro de Babel como los escritores Manuel Rojas, José Santos González Vera o Ernesto Montenegro, en este período sí existen artículos que la aluden directamente. En el número 4 de 1939, por ejemplo, aparece un artículo del historiador holandés Johan Huizinga, quien integra la Comisión Internacional de Cooperación Intelectual entre 1936 y 1939, titulado “La cooperación intelectual” en el que el autor se pregunta “¿Qué puede hacer la cooperación intelectual por la organización de nuestra vida social frente a estos dos peligrosos adversarios, el hipernacionalismo y la publicidad? ¿En qué campos puede trabajar aún y cuáles son los medios que le quedan para ser eficaz?” (113). Desde estas preocupaciones compartidas con Huizinga, otros artículos de Babel abogan por el “internacionalismo”, el intercambio y la transferencia de valores, todo en aras de una comprensión y tolerancia mutuas. Otros artículos, firmados por miembros o simpatizantes declarados de la Cooperación Intelectual como el filósofo Henri Bergson, primer presidente de la Comisión, el escritor Thomas Mann o el ensayista colombiano Baldomero Sanín Cano, consistentemente, van a manifestar una preocupación por las fronteras, por la misión del intelectual, la función de la traducción o por la definición del prójimo que debe operar en distintos contextos.

En el N°1 de Babel, por ejemplo, se publica el artículo de Sanín Cano “¿Quién es mi prójimo?” y en él se critica la noción estigmatizante que existe de lo extranjero,

El hombre del día, en presencia de sus semejantes, nacidos más allá de ciertas fronteras, es más bárbaro que los enemigos de Roma y de patriotismo más estrecho que los dominadores del mundo en tiempos de Julio César. A la palabra extranjero se le adscriben hoy complacientemente todo género de significados deprimentes. Y como si ella no bastara, se busca en las lenguas antiguas calificativos de significación más hiriente para reemplazarla. En la Gran Bretaña y en los Estados Unidos saxoamericanos se dice alien, con palabra latina pronunciada a la inglesa, para señalar el concepto que la palabra foreigner apenas señalaba discretamente. Y no contentos con haber encontrado término mortificante, le han añadido la palabra native, innocua de por sí y de significado aplicable a todas las naciones, un matiz despectivo que la hace inadecuada para los súbditos británicos… Los ingleses no son “native” ni “extranjeros” por un mandamiento especial de la necedad humana. (24)

La pregunta por el prójimo es significativa si volvemos a uno de los aspectos más relevantes de lo que he intentado demostrar en estas páginas: que los recortes, como parte de la cultura lectora que identifico desde el género revista de revistas, claramente hicieron mucho por producir nuevas formas de proximidad para los lectores latinoamericanos que buscaban entender la cultura y los debates contemporáneos, cercanías que involucran lo intelectual, pero también lo afectivo. Desde los recortes se configuran redes que, valiéndose de las tecnologías y las institucionalidades disponibles, abren espacios para el arte y la cultura e instalan ideas y debates programáticamente, tensionando las actuales ideas sobre propiedad intelectual, rediseñando agencialidades y rehuyendo las lógicas nacionalistas para articularse en cambio desde nuevas políticas transnacionales de la amistad.

Referencias

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Notas

1 El presente artículo es parte del Proyecto Fondecyt Regular N° 1150141 “Representaciones e imaginarios de la lectura en la narrativa chilena de 1940 a 1960”, realizado por la autora como investigadora responsable y por Claudia Darrigrandi como coinvestigadora.
2 Pensando en las sociedades tradicionales, Roger Chartier ya advertía de la necesidad de desarticular la dicotomía ente analfabetos y alfabetizados: “La capacidad de desciframiento, que muchos poseen, abarca en efecto toda una gama de habilidades, de las más virtuosas a las más vacilantes. Se trata entonces de reconstituir, en lo posible, esas diferenciaciones encubiertas hasta ahora por el manejo de la noción forzosamente simplificadora de alfabetización, que opone sin matices a dos poblaciones: los alfabetizados lectores y los analfabetos iletrados” (Prácticas de Lectura 65).
3 En enero de 1939, una reseña de El Mercurio publicada en Babel presenta a Enrique Espinoza (1898-1987) como “un conocido de todos los estudiosos chilenos”, editor de la inolvidable revista argentina Trapalanda, un colectivo porteño, de las mejores y más pulcras ediciones de Lugones y Horacio Quiroga y de los mejores poetas argentinos. A él se le deben además “publicaciones que en Buenos Aires rubricaron un momento interesante de la cultura internacional; ediciones americanas de escritores de todo el Continente” (Babel Nº9 s/p). A pesar de haber nacido en Rusia, Espinoza vivió en Argentina desde 1905 hasta el año 1935 en que llega a Chile. En Argentina ya había editado importantes revistas como la primera Babel en la década del veinte. La segunda Babel (chilena) agrupará a importantes escritores e intelectuales del período en su comité editorial bajo la dirección de Espinoza: Luis Franco (1898 -1988), Mauricio Amster (1907-1980), Manuel Rojas (1896-1973), Ernesto Montenegro (1885-1967) y José Santos González Vera (1897-1970) fueron los principales. Cabe destacar el carácter transnacional que tuvieron muchos de estos intelectuales, la mayoría de los cuales emigró por distintas razones de su país de origen, pero manteniendo y potenciando sus contactos internacionales.
4 La primera etapa de Babel en Chile (1939-1940) no ha suscitado hasta ahora interés crítico; de hecho, la edición antológica reciente (LOM 2008-2012) no la identifica como una etapa en sí misma, privilegiando el subtítulo de “Revista de Arte y Crítica” con el que apareció posteriormente a la etapa denominada “Revista de revistas”.
5 Entre las revistas chilenas que “recorta” Repertorio Americano en esta época están la Revista de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) y Atenea de Concepción, mientras que entre las argentinas está la conocida Sur, pero también La vida literaria y Trapalanda de Espinoza.
6 Los contenidos incluyen, entre otros, una presentación de Enrique Espinoza, “Lawrence en castellano”; “El mozo” de D.H. Lawrence, “De Trapalanda, un colectivoporteño. Traducción de O.G. Barreda”; “A propósito de ´Lady Chatterley´s lover´” de André Malraux, “De Sur Nº ¿Falta número o en el original se titula así? Buenos Aires. Primavera de 1931”; “Fragmento” de D.H. Lawrence; “De la novela Canguro-Ediciones Sur. Buenos Aires, 1933”; “D.H. Lawrence” de Ogier Preteceille, “De La vida literaria- Buenos Aires, Mayo 1932”; “¿Quién era D.H. Lawrence?” de Aldous Huxley, “De Atenea. Concepción, Chile. Trad. De Luisa Frey Gabler”; y “Día de Mercado” de D.H. Lawrence “Traducción de Barreda. N.Y. 27. En el Nº 34 de Contemporáneos, México, D.F. Marzo de 1931”.
7 Para ver cómo opera este desplazamiento discursivo respecto de la nueva imagen de Babel como “Revista de Arte y Crítica”, ver la nota editorial “Retorno” publicada originalmente en el Nº13 de 1940, y transcrita en el volumen 6 de la edición antológica de LOM (202).
8 La gravitación de Trotsky en Babel merece mención aparte. El número 15/16 de 1941 se dedica por completo al “solitario de Coyoacán” y en él se reúnen perfiles firmados por Manuel Rojas, Luis Franco, Ernesto Montenegro y Espinoza, aparte de otros internacionales. El de Rojas se llama “El último combatiente” y comienza estableciendo lo siguiente: “La muerte de León Trotsky pone punto final a la historia del partido bolchevique ruso. Un gran partido muere con el hombre que era su último combatiente. Con el partido y con el hombre termina, de una vez y para siempre, en todos sus aspectos vitales inmediatos, el movimiento social y político que ese partido y los hombres que lo formaban promovieron en Rusia y que tanto alcance y trascendencia ha tenido en el mundo. Empezó a declinar con la muerte de Lenin, que trajo como consecuencia el aislamiento y la persecución de Trotsky: muere definitivamente con este” (168). El sábado 16 de noviembre de 1940 Repertorio Americano había publicado una carta de Espinoza fechada el 1º del mismo mes en que decía: “Mi querido García Monge: le mando el recorte de una declaración que hicimos aquí sobre el asesinato de León Trotzky. Usted, que ha sido uno de los pocos directores de periódicos verdaderamente liberales en la tremenda prueba de tantos años, no dejará de publicar seguramente en el Repertorio nuestra declaración que sólo acogió en sus columnas el Mercurio . . . ” (año XXI, Nº 904, 377).
9 Según la socióloga argentina Fernanda Beigel, las revistas culturales cumplieron un papel determinante en la conformación del campo cultural latinoamericano, al ejercer lo que la autora llama “editorialismo programático”, el que se materializó en nuevas formas de difusión cultural ligadas a una aspiración de alguna manera revolucionaria. Según Baigel, los directores de revistas tuvieron, “en esta dinámica, un papel de indiscutible valor. Por lo general constituyeron exponentes de alto calibre en el campo intelectual de cada país y actuaron como catalizadores de nuevos proyectos político-culturales, algunas veces fueron orientadores, otras veces contribuyeron como colaboradores, pero esencialmente fueron agentes de difusión por excelencia. Los directores de revistas fueron, por lo general, editorialistas, dirigentes políticos, ensayistas, conferencistas, ideólogos, libreros, distribuidores, tipógrafos e imprenteros”. Este marco me parece necesario para situar la labor de editores como Joaquín García Monge y a Enrique Espinoza (Beigel 2003, 108-109).
10 El potencial papel de los suscriptores se infiere de un aviso publicitando Babel aparecido en el Nº 2, “Si usted quiere hacer llegar a BABEL algún recorte o versión tiene que acompañar el texto original de donde procede” (1939).
11 También para la primera mitad del siglo XX he estudiado lo que se podría identificar como una cultura lectora de almanaques, es decir un público popular que accede a la lectura por medio de conocimientos aislados y que suponen una mediación y la internalización de protocolos de lectura y de consumo modernos como la indexación y la catalogación. Ver Antonia Viu “Los libros al mesón: comercio y prácticas lectoras en ´Preguntas y Respuestas` de Zig-Zag durante la década de 1910” en Hispamerica volumen 135 (diciembre 2016).
12 A fines de los treinta, la cooperación intelectual ya existe como sección americana y ha desarrollado toda una política de acciones concretas de intercambio cultural e intelectual desde y hacia Chile, sin duda tras el impulso de la primera Conferencia de Cooperación Intelectual Americana que se realiza en Santiago en 1939.
13 Consultada en Memoria Chilena (ejemplares disponibles online), Agosto 2016; Biblioteca Nacional Sección Referencias (microfilm), Julio 2015; Library of Congress, Washington (Impreso), Septiembre 2015.
14 Consultado en Memoria Chilena (ejemplares disponibles online), Agosto 2016; Biblioteca Nacional Sección Referencias (microfilm), Julio 2015; Library of Congress, Washington (Impreso), Septiembre 2015.
15 Consultado en repositorio de la revista (online), Agosto 2016.
16 Consultado en Biblioteca del Instituto Iberoamericano de Berlín (Impreso), Julio de 2016.
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