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Encuentros de escritores en Concepción: relaciones sociales, políticas e intelectuales

Meetings of Writers in Concepción: Social, political and intellectual relations

Simón Contreras Uribe
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso,, Chile

Encuentros de escritores en Concepción: relaciones sociales, políticas e intelectuales

Revista de Humanidades, núm. 43, pp. 325-347, 2021

Universidad Nacional Andrés Bello

Recepción: 25 Septiembre 2019

Aprobación: 09 Enero 2020

Resumen: El presente artículo analiza, desde la sociología de la cultura, las diversas relaciones sociales de producción involucradas en los encuentros literarios organizados por Gonzalo Rojas en Concepción desde 1958 a 1960, con el objetivo de examinar los intereses sociales, políticos y literarios depositados por los agentes culturales que participaron en este conjunto de actividades. Reflexionamos en torno a tres grandes nudos: i) la red intelectual entre los escritores participantes; ii) la alianza establecida entre la Universidad y organismos internacionales como la Unesco; y, iii) la mediación ejercida sobre las escrituras ensayísticas presentadas en ambos encuentros de escritores.

Palabras clave: campo literario, encuentros de escritores, sociología de la cultura, intelectuales, universidad.

Abstract: This article analyze, from the Sociology of the Culture, the various production organizations relationship involved in the literary encounters organized by Gonzalo Rojas in Concepción from 1958 to 1960, with the aim of examining social interests, political and literary document deposited by the cultural agents who participated in this set of activities. We reflect on three main nodes: i) the intellectual network generated among participating writers; ii) the alliance established between the University and international organizations such as Unesco; and, iii) mediation exercised over Essays presented at the meetings of both writers.

Keywords: Literary Field, Meeting of Writers, Sociology of Culture, Intellectuals, University.

1. Introducción

Las gestiones culturales realizadas por Gonzalo Rojas en la Universidad de Concepción alcanzaron su auge en los últimos años de la década del cincuenta e inicios del sesenta con los cuatro encuentros de escritores organizados en Concepción y Chillán1; no obstante, el proyecto cultural de Rojas para Concepción se remonta a su llegada a la universidad con la fundación del Departamento de Español en 1952 y, principalmente, con su liderazgo en las primeras escuelas de temporada, desde 1955.

Las Escuelas de Verano fueron ideadas por el rector Enrique Molina y delegadas al poeta Gonzalo Rojas para que materializara el proyecto, quien buscó la vinculación, por medio del Departamento de Extensión Cultural, entre los diferentes saberes académicos y la comunidad, con los objetivos de democratizar la difusión del conocimiento, instruir a la población joven y adulta, profesional y obrera y concebir una universidad abierta a la comunidad penquista, nacional y extranjera2. Dentro del conjunto de cursos dictadas año a año durante el mes de enero, el poeta proyectó una serie de eventos literarios que involucraron a escritores nacionales y extranjeros; estos encuentros de escritores en Concepción abrieron el camino para una oleada de actividades intelectuales en el continente, lugar desde donde es posible evaluar las características particulares de la función intelectual de los escritores latinoamericanos para mediados del siglo XX.

2. Encuentro chileno: situación de la literatura nacional

El Primer Encuentro de Escritores Chilenos fue el evento inaugural, (20 al 25 de enero de 1958), bajo la dirección de Gonzalo Rojas, quien lo planteará como una de las actividades principales de la IV Escuela Internacional de Verano de la Universidad de Concepción. A esta actividad asistieron diversos representantes de la literatura nacional en sus diferentes géneros: poesía, novela, cuento, teatro, ensayo y crítica3, con el objetivo de analizar la situación de la literatura nacional mediante la confrontación de diferentes puntos de vista representados por escritores que bordeaban entre los treinta y cuarenta años, quienes, además, reflexionaron sobre el lugar y función del escritor en Chile en búsqueda de “una respuesta al qué somos y por qué escribimos” (Rojas, “Chile” 320).

Como vemos, esta actividad se planteó tomando como punto de partida la concepción de la literatura como un campo en constante movimiento, en proceso de (des)configuración, justo en un momento en que exponentes nacionales como Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Vicente Huidobro alcanzaban reconocimiento internacional; esta conquista en el mercado del libro se tradujo en un lastre para los escritores menores, pues las formas estéticas de los primeros se consagraban como modelos respaldados por la crítica oficial para alcanzar el éxito literario y comercial, tensión de posiciones en el campo literario que quedó reflejada en diversos trabajos que discutieron la presencia e influencia de Gabriela Mistral,

Vicente Huidobro, Pablo de Rokha y Pablo Neruda en el desarrollo de las letras nacionales.

Los escritores convocados expusieron diversas perspectivas sobre asuntos políticos y estéticos de la práctica literaria, que quedaron registradas en la edición especial de la revista Atenea (n.º 380-381) de ese mismo año; algunos escritores defendieron la idea de compromiso social en la literatura (Volodia Teitelboim, Armando Cassigoli y Nicomedes Guzmán), otros se reconocieron en la poesía de la claridad (Nicanor Parra) o en la poesía oscura (Braulio Arenas), por mencionar algunas perspectivas en juego. Además, tuvo cabida el cuestionamiento al criterio generacional (que tanto ha influido el ordenamiento historiográfico de la literatura chilena), la revisión del desarrollo e impacto de las vanguardias a nivel nacional y la crítica de Miguel Arteche al principal referente de la generación literaria de 1920, Pablo Neruda.

Esta multiplicidad de perspectivas en juego fue posible gracias a la convocatoria de diversos intelectuales, representantes de diferentes generaciones y de heterogéneas posiciones políticas y estéticas sobre las relaciones entre el escritor y la obra literaria, la sociedad y la recepción de la crítica oficial nacional y extranjera. Este primer encuentro, además de generar una discusión disciplinar entre los partcicipantes, apostó por acercar estos debates a la población penquista y a los lectores nacionales e internacionales. Fabienne Bradu describe esta actividad como una superación de los antagonismos ideológicos (159), generados por las diversas posiciones políticas a partir de los conflictos internacionales de la Guerra Fría y, sobre todo, de la Revolución cubana. No obstante, en el momento de discutir sobre la función del escritor y de la literatura en la sociedad, surgieron las apuestas por una literatura comprometida, cuyas páginas fueran capaces de condensar las principales preocupaciones y problemas del sujeto moderno, de manera que un sector no menor del público especializado –críticos, periodistas, académicos– tildó al Primer Encuentro de Escritores Chilenos (PEEC, de aquí en adelante) como una actividad en la que se hizo proselitismo político a favor de la izquierda, con inclinación a apoyar el movimiento castrista de la Revolución cubana.

Podemos sostener que en el PEEC existió una correspondencia entre las discusiones sobre los valores estéticos de la obra literaria, la función social del escritor y los ideales de los movimientos de izquierda con su declaración utópica de libertad y bienestar para el sujeto moderno y su comunidad, motivo por el cual, cuando los partcicipantes problematizaron la función política del escritor, tendieron a reconocerse y establecer puentes con los principios de la izquierda. Este comportamiento intelectual carga con una interpretación sesgada por parte de la crítica oficial, la que inmediatamente asoció las discusiones al proselitismo de izquierda a secas, sin reparar en que el diálogo con la ideología tuvo como punto de partida una discusión de carácter literario.

El juicio de la crítica oficial, que tildó a los encuentros de escritores de Concepción como actividades de corte ideológico, por una parte, obstaculizó que los estudios literarios y culturales analizaran estas disputas en el campo literario –las que, por cierto, son escasas– y, por otra, evidenció el comportamiento de la crítica oficial de ese momento, cuyas lecturas limitadas e insuficientes no aportaron a la difusión de las obras y reflexiones de los escritores, más bien contribuyeron a soterrarlas en profundas capas de prejuicios partidistas. El comportamiento de la crítica oficial explica, en alguna medida, la aparición en los últimos años de diversas ediciones críticas orientadas a los lectores contemporáneos diversas obras sepultadas por la crítica literaria de antaño4.

Al finalizar el PEEC, Gonzalo Rojas anunció en su discurso de clausura los principales consensos alcanzados por los escritores, lo que nos permite visibilizar las problemáticas al interior del campo literario chileno, de sus formaciones culturales y las instituciones mediadoras en el oficio del escritor en ese momento. En primer lugar, Rojas declaró el compromiso de los escritores y la Universidad de Concepción de iniciar una campaña de alfabetización en la zona sur del país. En segundo lugar, se solicitó el traslado de la dirección de la revista Atenea a Concepción como un gesto que revitalizara y descentralizara la difusión del conocimiento académico generado en la Universidad. En tercer lugar, y en la misma línea, se solicitó la publicación por la editorial de la Universidad de Concepción de las obras literarias más destacadas de escritores nacionales en los diferentes géneros presentados en el encuentro. Por último, se proyectó la realización de cursos sobre creación literaria dictados por los mismos escritores (Rojas, “Primer Encuentro” 5-8), idea que se materializó en 1960, bajo el nombre de Taller de Escritores.

La actividad de 1958 permitió la formación de redes intelectuales e institucionales que facilitaron la organización anual de estos talleres, que consistieron en una serie de cursos especializados sobre creación y apreciación literaria, impartidos por los escritores que visitaron la Universidad en 1958, y otros que quienes se sumaron a la iniciativa. Por ejemplo, en el primer Taller de Escritores, titulado “Los Diez”, estuvieron involucrados los profesores del Departamento de Español Gonzalo Rojas, Alfredo Lefebvre y Juan Loveluck, quienes, junto con Sergio Vodanovic y Braulio Arenas (asesor general coordinador), apoyaron a Fernando Alegría5 en la dirección de la actividad (UDEC, Memorias 1960 13). Posteriormente se sumaron otros escritores, tales como Pedro Lastra6, Hugo Correa, José Donoso y Alejandro Sieveking7, entre otros.

Las conclusiones del grupo heterogéneo de escritores del PEEC y el orden con el que fueron declaradas, nos permite señalar que respondieron a un programa intelectual que buscó ampliar y diversificar la comunidad lectora del país, junto con ubicar a la provincia de Concepción como capital cultural de la zona sur y a la universidad como la institución central en esta apuesta por un cambio en la distribución del saber y de la práctica literaria a nivel nacional, para, de esta forma, desarticular el centralismo con el que históricamente Santiago había moldeado la producción de obras y estudios literarios. Asimismo, a través de los consensos del PEEC, los escritores buscaron que la institución universitaria asumiera una función social que se expandiera más allá de la que ejercía en torno a su comunidad –minoritaria y selecta– de estudiantes y académicos. Rojas, en su discurso de clausura, puso en tensión los objetivos con los que se cimentó el proyecto de las Escuelas de Verano: difundir el conocimiento y la cultura al resto de la comunidad, fuera de la temporada académica. Si para 1958 las Escuelas de Verano se consagraban como un éxito al organizar diversas actividades intelectuales para la ciudad de Concepción y alrededores, Gonzalo Rojas y el grupo de escritores puso el desafío de superar estas barreras sociales y geográficas, para acercarse a la población que aún no contaba con el capital cultural para asistir a este tipo de jornadas.

El encuentro de 1958 alcanzó el reconocimiento por parte de los miembros del campo literario nacional y de los medios periodísticos de la época, por tratarse de una actividad inédita que reunió en la provincia de Concepción a destacados y jóvenes pensadores del oficio literario. La apuesta por esta selección de escritores se puede leer como un intento por renovar las discusiones en el campo, ya que los escritores jóvenes tuvieron la oportunidad de analizar críticamente la trayectoria de la literatura nacional a través de sus más destacados representantes y movimientos.

En este punto, hay que señalar que el reconocimiento por parte de la prensa respondió a relaciones económicas e institucionales entre la casa de estudios y las cabeceras periodísticas locales –diario El Sur y La Patria–, las que, al finalizar estas jornadas de extensión, repitieron enunciados orientados a exaltar la función cultural de la Universidad de Concepción en su ciudad8. Este tipo de narración periodística se repitió año a año, que finalizaba con una carta al director del diario, emitida por el rector de la casa de estudios, quien agradeció la amplia y desinteresada cobertura de la prensa. No obstante, hay que recalcar que estos titulares fueron financiados por la Universidad de Concepción, cuyo costo varió dependiendo de la extensión de la noticia y del lugar que ocupó en el diario (ver figura 1). Las relaciones económicas e institucionales entre la universidad y la prensa local buscaban posicionar a la casa de estudios penquista en el mismo nivel –e incluso superior– que a otras universidades emblemáticas de Chile respecto de la organización y difusión de eventos culturales en temporada de verano9.

En este punto, dudamos del método de análisis que Germán Albuquerque propone para medir el impacto de las actividades intelectuales llevadas a cabo a mediados del siglo XX en América. El autor plantea que “habría que estudiar en la prensa de cada país sede la repercusión real de estos eventos” (259). A partir del tipo de cobertura que los diarios locales hicieron sobre los encuentros celebrados en Concepción, podemos afirmar que sus contenidos no reflejan la repercusión real de las actividades, al contrario, plantean una imagen ideal y mediada de la función social y cultural de las universidades. Con lo anterior no queremos sostener que este tipo de rastreo periodístico no sea un esfuerzo así como lo ha hecho Fabienne Bradu en su más reciente publicación sobre los encuentros literarios de Concepción, sino, más bien, que hay que tomar distancia crítica de las publicaciones periodísticas. Ahora, los discursos de los escritores, al tener un lugar dentro de las cabeceras periodísticas y, al mismo tiempo, carecer de un lugar en el archivo, nos permiten leer su producción política e intelectual como escrituras ensayísticas que no han logrado ingresar en el archivo latinoamericano, entendido como aquel sistema que fija la ley sobre lo que puede ser dicho; los umbrales sobre lo enunciable (Foucault 218-9).

Comprobante de deuda emitido por diario El Sur a la Universidad de Concepción por publicaciones de anuncios y noticias, del 7 al 29 de enero de 1962
Figura 1
Comprobante de deuda emitido por diario El Sur a la Universidad de Concepción por publicaciones de anuncios y noticias, del 7 al 29 de enero de 1962
Fuente: Archivo Secretaría General de la Universidad de Concepción, sin clasificar.

3. Encuentro americano: estado de la literatura continental

En 1960, Gonzalo Rojas, junto con los profesores del Departamento de Español respaldados por el rector David Stitchkin, organizó el Primer Encuentro de Escritores Americanos, evento que congregó del 18 al 23 de enero a más de treinta pensadores de diferentes lugares de América10. Esta actividad fue la más relevante entre el gran número de cursos programados para la VI Escuela Internacional de Verano de la Universidad de Concepción, puesto que por primera vez se reunieron en la institución diversos intelectuales de toda América y, por ende, se generaron las condiciones para la producción de nuevos saberes en el campo literario desde la ciudad de Concepción. La relevancia del encuentro se reflejó en el elevado número de matrículas que registró la Escuela de Verano de ese año: 4.500 matrículas, 118 becarios extranjeros, cerca de 2.000 personas asistentes a las diversas sesiones de trabajo y 8.000 a las actividades culturales al aire libre (UDEC, Memorias 1959 39-47), cifras que superaron con creces las versiones anteriores.

Previo a la inauguración del encuentro, Gonzalo Rojas incorporó un ciclo de conferencias y debates en torno a dos temáticas: “Claves para el conocimiento del hombre de Chile” y “Chile en el mundo”. En esta última participaron algunos de los escritores que participarían días más tarde en la cita continental11, y sirvió para preparar y adelantar la discusión que se aproximaba. El Primer Encuentro de Escritores Americanos (PEEA, de aquí en adelante) se situó en el debate sobre el estado de la literatura hispanoamericana y su lugar frente a otras cartografías literarias como, por ejemplo, la europea. Los escritores que participaron en el encuentro americano repararon en la imponente producción literaria y ventaja editorial europea, cuyas obras gozaban de una mayor difusión editorial en América, el éxito europeo en el mercado y consumo literario se tradujo en un obstáculo para la circulación de autores hispanoamericanos12.

En suma, Gonzalo Rojas, como agente cultural, observó los problemas y limitaciones que afectaban la práctica escrituraria en Hispanoamérica, sobre todo, respecto de los intereses de los escritores para que sus obras llegaran a nuevos públicos y las consecuentes dificultades para entrar en circuitos editoriales extranjeros. La apuesta de Rojas implicó una lectura del comportamiento de los diferentes agentes del campo literario nacional y continental, como, por ejemplo, sociedades de escritores, agentes editoriales, universidades y difusión de estudios y crítica literaria, entre otros, con el objetivo de modificar las relaciones (centralistas) de la producción literaria en ese momento.

Rojas se propuso superar las dificultades territoriales y comunicacionales y, para ello, proporcionó a los periodistas una sala de prensa ubicada en la misma Universidad de Concepción, con el objetivo de elaborar in situ cada una de las entrevistas y reportajes sobre este prometedor encuentro para las letras chilenas y americanas, además de difundir las sesiones de trabajo a través de la radio de la universidad, con el fin de llegar a un público mayor (Bradu 173). La actividad acaparó la atención no solo de los medios locales y nacionales, sino también de la prensa de Praga, Moscú y Nueva York, entre otras, que cubrieron sus características y pormenores (El Sur, n. 25997, 14).

A diferencia del encuentro literario de 1958, las discusiones en el PEEA estuvieron atravesadas por un posicionamiento político a favor de los movimientos de izquierda y de la campaña antiarmamentista en el continente, motivo por el cual, al finalizar el certamen, existió consenso entre los escritores por apoyar a los presidentes Jorge Alessandri Rodríguez y Manuel Prado, de Chile y Perú respectivamente. Además, cabe destacar que en este encuentro se materializó el proyecto de integración americana a nivel cultural, social y político, con la creación de la Sociedad de Escritores Americanos, en cuyo directorio provisional estuvo Gonzalo Rojas a la cabeza (El Sur, n.º 26004, 15); sobre esto hay que señalar que, pese a que tuvo una corta duración y careció de continuidad, el gesto de los escritores de inaugurar una organización supranacional puede ser leído como una búsqueda de representación del oficio de escritor en Hispanoamérica y, paralelamente, como un esfuerzo por insertarse programáticamente en las discusiones literarias y políticas a nivel continental durante la Guerra Fría. Los escritores apostaron por una formación intelectual que validara su posición de agentes culturales y, también, su voz frente a la diversidad de campos del conocimiento y los debates (literarios y, sobre todo, extraliterarios) más contingentes como, por ejemplo, la carrera armamentista nuclear, la distribución ideológica del mundo y las políticas imperialistas de Estados Unidos, entre otras.

El ambiente intelectual generado en Concepción se debe entender a partir de las particularidades históricas de ese año en que la Guerra Fría y la Revolución cubana se encontraban en pleno desarrollo. Y en este contexto, tal como señala Fabienne Bradu, la propuesta de Gonzalo Rojas adquiere una connotación especial, ya que el encuentro de escritores generó un espacio de reflexión sobre asuntos literarios, políticos, culturales y sociales en tiempos en que la convergencia de intelectuales no era una práctica habitual (Bradu 142)13.

Las iniciativas de integración americana que surgieron en Concepción fueron el respaldo para que diversos escritores postularan a la ciudad, junto con su universidad, como el nuevo enclave en el desarrollo de la cultura hispanoamericana. Este tipo de proclamas se multiplicaron en la última sesión. Por ejemplo, Jaime García Terrés declaró a Concepción como el nuevo centro cultural de América, Julio Barrenechea –en ese entonces presidente de la Sociedad de Escritores de Chile– destacó la función de Concepción en el nuevo orden cultural de América (El Sur, n.º 26004, 15).

4. Relaciones sociales e intereses en los encuentros literarios de Concepción

Luego de establecer algunos asuntos problemáticos sobre los encuentros de escritores, profundizaremos en las distintas relaciones sociales que se hicieron posibles gracias a estas actividades. Las nociones de la sociología de la cultura nos ayudan a problematizar las actividades literarias en Concepción, pues se encarga de analizar, según Raymond Williams, tanto las prácticas como las relaciones sociales de la producción cultural, además de sus respectivos problemas, sobre la base de la idea de intelectual (28-9). De ahí que nos referiremos a Gonzalo Rojas y a su equipo organizador como agentes culturales vinculados a ciertas formaciones, tales como la institución literaria y las universidades, estas últimas entendidas como espacios donde operan las diferentes academias ilustradas y científicas en el contexto moderno (56).

La posición de Gonzalo Rojas en el campo literario nacional –en el momento de organizar los encuentros– se caracterizó por un emergente reconocimiento de la crítica y sus pares de La miseria del hombre (1948), que alcanzó el reconocimiento de la poeta Gabriela Mistral, quien destacó su originalidad por tratarse de una obra que analizaba, a través de un lenguaje fuerte y directo, la situación de la condición humana en las sociedades industriales modernas (Coddou 43). Esta y otras recepciones críticas permitieron a Rojas posicionarse como un poeta joven con potencial para ocupar un lugar en el campo literario nacional; su nombre comenzó a circular de manera prominente entre la red de escritores y académicos de Chile.

Este reconocimiento favoreció la postulación de Rojas a las plazas vacantes en la Universidad de Concepción, por lo que, en 1952 luego de ganar el concurso, se trasladó de la ciudad de Valparaíso –donde trabajaba como profesor en el Liceo Eduardo de la Barra y en el Colegio Alemán– a Concepción para ejercer como profesor de las cátedras Estilo y creación literaria y Literatura hispanoamericana. Su posición en la academia y el respaldo de la institución universitaria le permitieron materializar e intensificar sus proyectos de intervención cultural a nivel local e internacional.

A su llegada, el rector Enrique Molina lo apoyó para que sistematizara la producción y difusión de los estudios literarios en Concepción y le encomendó la tarea de fundar el Departamento de Español con el equipo de académicos que estimara pertinente. Rojas contrató a sus colegas y amigos Alfredo Lefebvre y Juan Loveluck para formar la red intelectual que promoverá la agitación cultural en la provincia de Concepción. Esta red académica buscó impulsar una crítica literaria que fuese accesible para la sociedad, motivo por el cual escribieron semana a semana, desde 1955 y durante diez años, artículos en el diario El Sur y La Patria14. De esta forma, la universidad y la ciudad comenzaron a figurar en el mapa intelectual chileno respecto de la producción de estudios literarios, lo que permitió, posteriormente, promover el diálogo nacional y continental entre los escritores a partir de la reflexión sobre asuntos literarios, políticos y sociales.

Gonzalo Rojas señala que el proyecto cultural promovido desde el Departamento de Español inventó “otro Concepción, lo ventiló y apostó a su resurrección” (Rojas, Todavía 219). Estos agentes buscaron modificar las relaciones sociales de la producción cultural que dominaban la escena literaria nacional, caracterizada por un fuerte centralismo de las agencias mediadoras, tales como las sociedades profesionales y las principales casas editoras del país. Por ejemplo, la Sociedad de Escritores de Chile, creada en 1931 con el objetivo de profesionalizar el ejercicio de la escritura (Aguilera y Antivilo 54), apoyó económicamente concursos y revistas literarias emplazados en la capital.

A mediados del siglo XX, Santiago concentraba casi la totalidad de las editoriales de mediana y gran escala, entre ellas, Zig-Zag y Ercilla (Subercaseaux 19). En suma, estas agencias mediadoras le otorgaron una relativa estabilidad a la institución literaria, donde la capital tuvo ventaja sobre el resto de las provincias en la producción y difusión de obras y saberes en el campo literario.

Las relaciones establecidas por Gonzalo Rojas generaron conocimiento literario, político y social, desde una institución universitaria de provincia, por ende, fue necesario que diversos escritores se trasladaran a Concepción para analizar el comportamiento del campo literario chileno e hispanoamericano para mediados del siglo XX. Por primera vez la ciudad se posicionó como lugar central para el desarrollo intelectual a nivel nacional y continental y, por ende, se puso en crisis la relación centro/periferia en el ejercicio del poder de la producción y difusión del conocimiento occidental (Bauman 159-60).

Las gestiones culturales promovidas por Rojas buscaron redefinir la función histórica que las universidades ejercían en la sociedad, institución descrita por Alvin Gouldner como el espacio donde los intelectuales se relacionan como una comunidad lingüística que, al condensar capital cultural en sus discursos, es capaz de transmitir actitudes críticas y reflexivas al resto de la sociedad (49-59). En primer lugar, se apostó por superar el hermetismo propio de las academias mediante actividades abiertas al público general, como una forma de incluir a la sociedad en las discusiones entre los intelectuales. En segundo lugar, la producción cultural de los encuentros de escritores apeló a un giro epistémico de estas discusiones, ya que, además de abordar asuntos estéticos propios de la disciplina literaria, los escritores, en ambos encuentros, se involucraron en discusiones políticas, sociales e, incluso, económicas.

Para que se produjera este tipo de saberes desde la universidad, la institución tuvo que estrechar lazos con otras casas de estudios y fundaciones nacionales e internacionales. Por un lado, la Universidad de Concepción, a través del rector David Stitchkin, creó vínculos académicos con la Universidad de Chile, pionera en el proyecto de las escuelas de temporada en el país, que apoyó a la casa de estudios penquista desde las primeras versiones de las Escuelas de Verano, en 1955, hasta la organización de los encuentros de escritores. Asimismo, la Universidad de Chile, mediante su Departamento de Extensión Cultural, facilitó el intercambio de profesores para impartir cursos específicos en cada una de las escuelas de temporada en Concepción. Por ejemplo, en el año 1956, participaron diez profesores provenientes de esta casa de estudios, tales como Aída Parada, Jorge Millas, Antonio Doddis, Abelardo Iturriaga y José Ricardo Morales, entre otros (El Sur, n.º 24544, 5).

Para el caso del PEEC, Nicanor Parra15 y Carlos León16 contaron con el apoyo de la Universidad de Chile, que accedió a postergar sus actividades en la capital para que pudieran trasladarse a Concepción. Estas licencias solaparon un interés mayor depositado en las actividades literarias, ya que los intelectuales fungieron como representantes de sus universidades. Estos encuentros pusieron de relieve la posición y función de cada intelectual o escritor en la sociedad y, también, modeló tentativamente un mapa institucional chileno y americano de las principales casas de estudio capaces de elevar las discusiones culturales, ya que, como señala Carlos Altamirano, la universidad funciona como “el centro productor de las profesiones de donde se recluta la enorme mayoría de aquellos que desempeñan en el espacio público el papel de intelectuales” (132).

En este sentido, hay que reparar en la función que cumplió la universidad entendida como una institución de producción y difusión de conocimiento especializado, a la vez que como un espacio de “reclutamiento (de) intelectual(es)” (Gouldner 50) respecto de la organización de estas actividades y de la distribución del capital cultural a mediados del siglo XX.

Willy Thayer, en La crisis no moderna de la universidad moderna, plantea diversas inquietudes sobre el sentido, papel y lugar actual del espacio universitario y su innegable estado de crisis, producto de la fragmentación y la pérdida de validez de la filosofía moderna, que elevó la universidad como institución madre del saber y de las profesiones, para explicar el comportamiento universitario (19-21). Thayer plantea la desintegración del (antiguo) estatuto del núcleo universitario como vigilante del saber al ingresar a las dinámicas mercantiles de las sociedades capitalistas contemporáneas, es decir, ahora, más que pensar en la utilidad del conocimiento para la sociedad civil, la producción intelectual en/desde la universidad se orienta a un “proceso comercial de circulación” (21).

A partir de esta reflexión, y considerando los procesos de mediación en los que estuvieron envueltos los manuscritos del PEEA, podemos señalar que en la omisión de la institución universitaria penquista y de los cuerpos involucrados en las gestiones editoriales (Editorial Universitaria y revista Atenea), es posible leer algunos síntomas del estado de crisis que describe Willy Thayer. No obstante, tal omisión fue pensada, más que por dinámicas comerciales de circulación –consumo de literaturas–, por procesos ideológicos de circulación en tiempos de Guerra Fría, donde existió una fuerte presencia de organismos internacionales vigilantes de las prácticas intelectuales en Hispanoamérica. Situar el estado inicial de la crisis no moderna de la universidad moderna requiere de una serie de estudios de caso que permitan visibilizar las variables en juego en esta pérdida del papel de la universidad como orientadora del conocimiento y de la sociedad. Para el caso de la Universidad de Concepción, en 1960 no importó la recepción y el eventual uso crítico por parte de la comunidad lectora nacional e internacional de las escrituras ensayísticas del PEEA, fue más preponderante el compromiso ideológico de la institución con organismos externos.

La organización de los encuentros de escritores desde una institución universitaria, estuvo marcada por sus dinámicas burocráticas, políticas y económicas que, en este caso, involucró a instituciones internacionales para la concesión de becas a estudiantes chilenos y extranjeros. La Unesco fue una de ellas y tuvo una influencia considerable en las actividades literarias, principalmente en el PEEA, al poner a disposición de las Escuelas de Verano recursos económicos para financiar la permanencia en Concepción de estudiantes provenientes de distintos lugares de América. La intervención de la Unesco en la universidad penquista fue anterior a 196017, ya que dos años antes solicitó la cooperación de dicha institución para guiar el proceso de restauración docente, cuyo objetivo fue la reorganización de los cursos profesionales y, a la vez, la creación de otros; fomentar la ciencia aplicada y ampliar los canales de vinculación con la comunidad, la industria y el sector comercial (UDEC, Memorias 1958 10-1).

Considerando lo anterior, se puede leer el interés de la Universidad de Concepción por insertarse en el extenso programa de modificación curricular impulsado por la Unesco, cuya orientación privilegió la capacitación técnica e industrial por sobre la actitud crítica de disciplinas humanistas. El plan estratégico de la Unesco tiene una visión particular sobre América Latina, que, en términos de dependencia económica y política, fue/es vista como una región para la exportación de materias primas a zonas de mayor desarrollo industrial, perspectiva con la cual la institución universitaria penquista estuvo dispuesta a transar.

¿Por qué señalar este tipo de organizaciones? Porque en parte pueden explicar tanto los logros de las actividades literarias como sus limitaciones, ya que, por ejemplo, los discursos de los ciclos “Imagen del hombre” e “Imagen de América Latina” de 1962 no fueron publicados luego del polémico debate por la intervención del escritor Frank Tannenbaum, quien, además de criticar duramente la Revolución mexicana, sostuvo la idea de crear una Federación Americana con Estados Unidos a la cabeza, declaraciones que causaron incomodidad entre el resto de los intelectuales, quienes reaccionaron inmediatamente al polémico debate, cuyo tono político implicó el retiro del apoyo para publicar las actas del encuentro.

El interés depositado por la Unesco en las convocatorias de intelectuales americanos en la Universidad de Concepción no constituye un caso aislado en la región, ya que en 1958 también intervino política y mediáticamente al crear el Centro Latinoamericano de Estudios Superiores de Periodismo (actual Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina). Estos gestos pueden ser leídos como intentos por vigilar las prácticas intelectuales durante el período de crisis política de la Guerra Fría y, principalmente, por el estallido de la Revolución cubana.

En las actividades de 1958 y 1960, si bien convergieron intelectuales con perspectivas diversas sobre la función de la literatura y del escritor en la sociedad, respondieron a la tendencia señalada por Raymond Williams para los grupos del siglo XX (64), ya que se reunieron en torno a un programa mayor con una posición cultural y política común marcada por la descentralización y difusión del conocimiento literario y por una postura pacifista frente al conflicto nuclear internacional. Por ende, las relaciones entre los escritores estuvieron determinadas por cuestiones externas, en este caso, por las discusiones éticas y políticas que afectaron las relaciones internacionales durante la Guerra Fría y por las condiciones favorables de producción intelectual que experimentaron las metrópolis hispanoamericanas y europeas: Buenos Aires, Ciudad de México, Bogotá, Santiago y Madrid, por señalar algunas.

5. Conclusión

Podemos señalar, en primer lugar, la diversidad de intereses depositados en la organización de ambos encuentros de escritores en Concepción, ya que es posible identificar, desde la perspectiva de la sociología de la cultura, las relaciones institucionales que la Universidad de Concepción estableció con otras casas de estudios del país y con las cabeceras periodísticas locales. Esta última relación pretendió elevar la imagen de la institución universitaria penquista como espacio central en la organización y distribución cultural e intelectual de la región. Asimismo, hay que destacar que ambas actividades estuvieron marcadas por la relación que la universidad estableció con organismos internacionales como la Unesco, que, a partir del apoyo económico proporcionado a las Escuelas de Verano, facilitó el traslado de estudiantes extranjeros a la provincia de Concepción. No obstante, también se prestó para que esta institución ejerciera una vigilancia de las prácticas intelectuales en Hispanoamérica e, incluso, de las escrituras residuales que quedaron de los diálogos y discusiones de estos encuentros, ya que, para el caso del PEEA de 1960 y del reconocido Congreso de Intelectuales de 1962, significó que los manuscritos de los escritores no fueran publicados por la revista Atenea (como se había asegurado por la rectoría de la universidad al iniciarse ambas actividades) por verse involucrados en discusiones políticas en pleno desarrollo de la Guerra Fría.

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Thayer, Willy. La crisis no moderna de la universidad moderna (Epílogo de el conflicto de las facultades). Santiago: Editorial Cuarto Propio, 1996.

Universidad de Concepción. Memorias de la Universidad de Concepción. (1956-1962) Concepción: Escuela Tipográfica Salesiana, 1956-1962.

Williams, Raymond. Sociología de la cultura. Barcelona: Editorial Paidós, 1981.

El Sur. Concepción, enero de 1956-enero de 1960.

La Patria. Concepción, jueves 14 de enero de 1965.

Notas

1 Con ello nos referimos al Primer Encuentro de Escritores Chilenos (Concepción, 20-24 de enero de 1958); el Segundo Encuentro de Escritores Chilenos (Chillán, 19-24 de julio de 1958); el Primer Encuentro de Escritores Americanos (Concepción, 18-23 de enero de 1960); y, el Congreso de Intelectuales (Concepción), con sus ciclos “Imagen de América Latina” (15-20 de enero), e “Imagen del hombre” (23-28 de enero de 1962).
2 Desde el origen de las Escuelas de Verano en Concepción, fue sobresaliente la participación de profesores y alumnos provenientes de diferentes zonas del país y de América, motivo por el que la Universidad de Concepción dispuso de becas para facilitar la asistencia a estos certámenes. Al pasar los años, cuando las Escuelas de Verano se establecieron como una actividad regular, y a través de convenios con instituciones internacionales como la Unesco, se intensificaron las relaciones entre la universidad y otros centros de estudios, mediante la participación de sus estudiantes. Con lo anterior no sostenemos que la Universidad de Concepción fue la institución pionera y única en organizar estas actividades; sino que se inscribe en un intenso movimiento de actividades de este tipo iniciado por la Universidad de Chile y difundido por el resto de las instituciones universitarias.
3 Los escritores que participaron en este encuentro, con sus respectivos trabajos, fueron en reflexión sobre poesía, Braulio Arenas (“La Mandrágora”), Miguel Arteche (“Notas para la vieja y la nueva poesía chilena”), Efraín Barquero (“El poeta joven y la formación de su mundo poético”), Humberto Díaz Casanueva (“Bases para una discusión sobre las relaciones actuales entre poesía y ciencia”), Nicanor Parra (“Poetas de la claridad”) y Gonzalo Rojas (“Primer Encuentro Nacional de Escritores”). Sobre narrativa, Guillermo Atías (“La literatura como lujo”), Daniel Belmar, Armando Cassigoli (“Literatura y responsabilidad”), Mario Espinosa (“Una generación”), Nicomedes Guzmán (“Encuentro emocional con Chile”), Enrique Lafourcade (“La doctrina del objeto estético”), Carlos León (“Consideraciones literarias”), Herbert Müller (“Los escritores jóvenes y los problemas sociales”), Volodia Teitelboim (“La generación del 38 en busca de la realidad chilena”) y José Vergara (“Tres actitudes frente a la novela”). En teatro, Fernando Debesa (“Nuestra herencia teatral”), Luis Alberto Heiremans (“La creación personal y el trabajo en equipo en la dramaturgia chilena actual”) y José Morales. En ensayo y crítica, Fernando Alegría (“Resolución de medio siglo”), Alfredo Lefebvre (“Análisis e interpretación de poemas”), Juan Loveluck (“Notas sobre La Araucana”), Mario Osses (“Fronteras de la novela y el cuento y ‘la novela de Chile’”) y Luis Oyarzún (“Crónica de una generación”).
4 Tal es el caso de Humberto Díaz Casanueva y la edición que Diego Sanhueza Jerez hizo de la recepción crítica que para mediados del siglo XX se pronunció sobre la obra de este poeta y filósofo chileno. Sanhueza Jerez evidencia las limitaciones que la crítica –en las voces de Alone y Raúl Silva Castro– tuvo al momento de leer y difundir sus notas sobre la producción poética de Díaz Casanueva (Sanhueza Jerez 10-2).
5 Para ese entonces se desempeñaba como profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de California, Berkeley. Alegría estuvo a cargo de la dirección de los dos primeros talleres de escritores en 1960 y 1961.
6 Participó en el taller de escritores de 1961 con escritura ensayística (UDEC, Memorias 1961 30).
7 Los tres últimos participaron en el tercer taller de escritores “Los Diez”, llevado a cabo en 1962, bajo la dirección de Sergio Vodanovic (UDEC, Memorias 1962 12).
8 Encontramos, por ejemplo, titulares como: “La segunda escuela aparece sellada por claro prestigio nacional e internacional” (El Sur, n.º 24550, 8); “Escuela de Verano termina labor ocupando primer lugar entre las de su tipo en país” (El Sur, n.º 24577, 7); “Escuela de Verano transmitió al medio genuina vida universitaria” (El Sur, n.º 24918, 3); “La Escuela de Verano comunicó valores culturales del país a todos los públicos” (El Sur, n.º 25281, 6); “Especial importancia para turismo reviste Universidad de Concepción” (El Sur, n.º 26007, 17); y “Un nutrido programa artístico realizan Escuelas de Verano” (La Patria, n.º 14764, 7), entre otros.
9 Como señalamos, la institución pionera en este tipo de actividades fue la Universidad de Chile, por lo que la universidad penquista tendió a comparar sus cifras –matrículas, cursos, profesores invitados, actividades al aire libre, exposiciones al aire libre, exposiciones, etcétera– con la institución de Bello.
10 De Argentina, Enrique Anderson Imbert, Eduardo Mallea, Ernesto Sábato e Ismael Viñas; de Bolivia, Jacobo Libermann; de Brasil, Afrânio Coutinho y Sergio Meillet; de Colombia, Germán Arciniegas y Jorge Zalamea; de Costa Rica, Joaquín Gutiérrez; de Cuba, José Antonio Portuondo; de Chile, Margarita Aguirre, Fernando Alegría, Braulio Arenas, Miguel Arteche, Julio Barrenechea, Alfredo Lefebvre, Luis Oyarzún, Nicanor Parra, Daniel Belmar, Gonzalo Rojas y Volodia Teitelboim; de Ecuador, Ángel F. Rojas; de El Salvador, Hugo Lindo; de Estados Unidos, Vance Bourjaily, Lawrence Ferlinghetti, Allen Ginsberg y Stanley Richard; de México, Leopoldo Zea; de Panamá, Guillermo Sánchez; de Perú, Sebastián Salazar Bondy y Alberto Wagner de Reyna; de Uruguay, Carlos Martínez Moreno y, de Venezuela, Ramón Díaz Sánchez, Mario Briceño y Óscar Sambrano Urdaneta.
11 Entre ellos Braulio Arenas, Nicomedes Guzmán, Nicanor Parra y Luis Oyarzún, quienes junto a Mario Ferrero, Violeta Parra, Mario Céspedes, Luis González Zenteno, Reinaldo Lomboy, Alejandro Magnet, Manuel Dannemann, Alberto Medina y Celestino Sañudo completaron el equipo de expositores para este ciclo (Bradu 174).
12 A esto se suman las reacciones de los escritores nacionales frente a la reciente y polémica publicación del diario inglés Times, que sentenció la literatura latinoamericana como aliteraria e imitadora del modelo europeo parisino (Rojas, “Chile” 326).
13 Al respecto, tenemos que reparar en que el estudio de Fabienne Bradu, al ser biográfico, está revestido por un estilo periodístico-cronológico marcadamente apologético. El texto de la académica posiciona la agencia cultural de Rojas como pionera a nivel nacional y continental. Desde nuestra perspectiva, el proyecto cultural del poeta en Concepción dialoga con otros eventos intelectuales (de los cuales Bradu hace caso omiso), como el influyente Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Madrid en 1935, en el que, además de otros asuntos, se discutió la función social del escritor y su papel en el ámbito de la cultura. Insertamos y emparentamos el proyecto cultural de Rojas con la experiencia intelectual europea por tratarse de una actividad organizada por escritores que discutieron problemas que desbordaron la disciplina y el quehacer literario para entrar en materias políticas, lo que se traduce en un antecedente sustancial para la organización del PEEA de 1960.
14 Los académicos que escribieron crítica literaria en estas plataformas fueron Alfredo Lefebvre, Juan Loveluck, Luis Muñoz, Gastón von dem Bussche y Gonzalo Rojas. Los artículos no recibieron reconocimiento a nivel local, sin embargo, llamaron la atención de otros países, por ejemplo, de México al ser solicitados por Octavio Paz para su difusión (Rojas, Todavía 220-1).
15 Para entonces profesor de matemáticas en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile.
16 Profesor de filosofía del derecho en la Escuela de Leyes de Valparaíso de la Universidad de Chile.
17 En 1956, durante el desarrollo de la Segunda Escuela Internacional de Verano, la Universidad de Concepción solicitó la creación de una filial de la Unesco en la ciudad, proyecto que se concretó a mediados de ese mismo año, luego de que Yolando Pino, vicepresidente ejecutivo de la organización en Santiago, y Alberto Villalón, secretario general, dictaran cursos en la escuela de temporada y se percataran de la extensión cultural que se alcanzaba en Concepción (El Sur, n.º 24578, 10 y El Sur, n.º 24887, 15).
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