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Comentarios a la ponencia “¿Aquí no hay racismos? Apuntes preliminares sobre lo racial en las Américas” del profesor Eduardo Bonilla-Silva 1

Carolina Stefoni
Universidad Mayor, Chile

Comentarios a la ponencia “¿Aquí no hay racismos? Apuntes preliminares sobre lo racial en las Américas” del profesor Eduardo Bonilla-Silva 1

Revista de Humanidades, núm. 43, pp. 407-415, 2021

Universidad Nacional Andrés Bello

Quisiera en primer lugar agradecer al Departamento de Sociología de la Universidad Andrés Bello, por invitarme a comentar la exposición del profesor Eduardo Bonilla-Silva. Sin duda es un privilegio compartir esta mesa con un destacadísimo académico que ha dedicado su carrera a develar, analizar y comprender la persistencia de un orden racial en las sociedades contemporáneas. Más aún, es una enorme contribución y desafío el esfuerzo por aportar a la comprensión de la construcción racial en América Latina y tender puentes entre esta realidad y la de Estados Unidos. Muchas gracias por su trabajo y por la lectura que hace de los países descritos en su presentación y en sus textos.

Hablar de racismo en el América del Sur, tal como señala el profesor Bonilla-Silva, no es una tarea fácil. Y no lo es porque nos relacionamos con esta categoría de manera ambigua, con cierta incomodidad, como si fuera algo de lo que realmente no quisiéramos hablar demasiado, probablemente porque no estamos muy seguros de lo que significa o si se trata de una categoría que realmente nos explica. De ahí que las respuestas a la clásica pregunta sobre si existe racismo en alguno de nuestros países, naveguen entre la incredulidad, la negación o la aceptación condicionada. Quizá, en el caso de Chile, esta situación se extreme un poco más: lo digo a la luz de algunas respuestas que he tenido en mis propias entrevistas y lo que he escuchado en distintos escenarios. Hace más de 15 años le pregunté a un político de ese entonces, si consideraba que había racismo en Chile y su respuesta fue categórica: no, no lo hay porque en Chile no hay población negra. En otras ocasiones es frecuente escuchar que lo que tenemos en Chile es una diferenciación por clase que explica las desigualdades sociales y las lógicas de inclusión y exclusión. En el primer caso, la respuesta del político ejemplifica la creencia de que el racismo solo existe respecto de la población afrodescendiente y que el color de piel sería el elemento de distinción respecto del cual se clasificaría a los grupos sociales. El problema, sin embargo, es que esta visión no reconoce que el racismo se produce en relación con distintos grupos étnicos, no solo con la población afrodescendiente, y que la distinción entre distintos colores de piel es una construcción social. Esto quiere decir que el proceso de racialización opera con cierta independencia de los tonos de piel que posean las personas. El segundo caso, el peso que ha tenido la clase para la comprensión y estudio del proceso de estratificación social en las sociedades sudamericanas. Si bien ello no es criticable, llama la atención la demora en la incorporación de la dimensión racial en la investigación social. De acuerdo con París, recién a fines de los ochenta los estudios sobre racialización en el continente latinoamericano adquieren un desarrollo más sistemático.

Así, la historia de invisibilización de la población afro y las políticas de extermino y silenciamiento de los pueblos originarios en toda América Latina son el mejor ejemplo para comenzar a entender las dimensiones que adquiere la configuración racial y plantear, tal como señala el profesor Bonilla-Silva, que se trata de un sistema social racial (“Rethinking Racism”), o bien siguiendo a Mauss (Ensayo sobre el don), de un fenómeno social total, una estructura presente y persistente que organiza a nuestras sociedades, las interacciones sociales, las oportunidades laborales y las condiciones bajo las cuales se produce la inclusión y la exclusión. Incluso, como señala Bonilla-Silva en su texto “Feeling Race”, el racismo organiza también las emociones.

La invisibilización del racismo como eje analítico es paralelo a la construcción del Estado nación por parte de las élites blancas o mestizas quienes utilizaron la figura del crisol de razas para construir y proteger la idea de naciones homogéneas, blancas y/o mestizas. Tal como señala el profesor, el discurso del mestizaje ha sido el encargado de integrar para excluir y aceptar para consolidar formas de segregación. En una línea similar, María Dolores París señala que el mestizaje en cuanto fundamento de la construcción del Estado nación en los distintos países de América Latina, es una de las principales ideologías que ha legitimado el racismo en nuestras sociedades. La figura del indígena, señala la autora, permite invisibilizar y negar su presencia, pues ello sería sinónimo del mundo premoderno, un estado de barbarie del que se busca precisamente escapar. De allí que la opción haya sido situar al indígena en el origen mítico de la nación, un lugar que no incomoda y que permite revestirlo hasta de cierto romanticismo épico (París).

La hegemonía de lo mestizo en la construcción del Estado nación latinoamericano explica en parte la ausencia de investigaciones críticas que pusieran sobre la mesa el tema del racismo en las sociedades de América del sur. París recuerda que a fines de los ochenta comienza el desarrollo más sistemático de los estudios raciales en países como Guatemala, México, República Dominicana y Ecuador, por mencionar algunos. Las excepciones son el desarrollo de las teorías indigenistas, por una parte, y el desarrollo de los estudios raciales en Brasil, por otra. En países como Chile, habríamos llegado incluso más tarde al desarrollo de los estudios sobre racialización, permitiendo visibilizar recién en los últimos años la raza como una categoría social de estratificación, desigualdad y exclusión (Tijoux).

El reciente crecimiento de la migración intralatinoamericana, así como los proyectos políticos que han puesto en el centro del debate la situación de los pueblos originarios, constituyen el contexto clave para el desarrollo de los estudios sobre racismo y procesos de racialización. La reacción de la sociedad chilena frente a la inmigración proveniente de Haití o a la afrocolombiana, devela con una triste crudeza, la presencia de una ideología racial que organiza, excluye y segrega. Ello nos obliga a revisitar los estudios sobre estratificación de clase, pues tal como indica Bonilla-Silva, la tradición marxista ha hecho muy poca justicia a la raza como sistema de diferenciación y desigualdad (“Rethinking Racism”).

Quisiera utilizar dos casos para ejemplificar cómo la presencia de un sistema racial se expresa en las instituciones y en las relaciones sociales.

Vitha Malbranche es una mujer haitiana de 28 años que viajaba en bus con su hijo de 7 meses desde Santiago a Brasil. Vitha presentó un cuadro ansioso en el trayecto y comenzó a rezar y realizar un pequeño ritual dentro del bus para calmarse. Los pasajeros comenzaron a quejarse y el asistente del chofer decidió bajarla en el terminal de Iquique. Alguien en ese momento le quitó a su bebé, lo que agudizó su estrés y angustia. La policía la detuvo por “desórdenes en la vía pública” y la llevaron al Hospital regional. Allí el médico de turno la derivó a la unidad de cuidados intensivos psiquiátricos, y su hijo fue enviado por decisión del Tribunal de Familia a un centro del Servicio Nacional de Menores, interrumpiendo además su lactancia. En esa instancia judicial Vitha no tuvo acceso a defensa. Recién después de 20 días, y cuando la noticia se hizo pública e intervinieron abogados y organizaciones sociales, la mujer fue puesta en libertad y pudo recuperar a su hijo, sin mediar ningún tipo de explicación o disculpas por los hechos ocurridos (La Tercera).

El segundo caso refiere a la política de retorno voluntario de migrantes del actual gobierno de Sebastián Piñera. El asesor de la política migratoria del Gobierno y funcionario del Ministerio del Interior, Mijail Bonito, defendió este programa argumentando que durante la administración anterior el 98% de los migrantes haitianos que ingresaron al país permanecieron de manera irregular en Chile (algo muy debatido desde las organizaciones sociales y la academia); y que se encontraban en condiciones de extrema vulnerabilidad producto de no saber castellano y no contar con papeles, lo que favorecía su explotación. Agregó además que se trató de un esfuerzo inédito del Gobierno chileno para ayudar a aquellos que después de probar suerte en el país y tratar de insertarse, no lo pudieron lograr. Cuando una periodista le preguntó en un programa radial sobre las condiciones de salida de este grupo desde Chile hacia Haití, el funcionario señaló que se les había tratado muy bien, que los dejaron en un lugar muy limpio, con buenas instalaciones y que les dieron jugo y algo de comida, queriendo con ello reforzar el carácter humanitario que tiene el Gobierno en estos temas. Es decir, el país los explota, el Gobierno no facilita su proceso de regularización, no favorece la inclusión, pero después les da un jugo y utiliza su retorno como una forma de mostrar la preocupación por las personas haitianas.

Estos dos ejemplos nos hablan de la forma que adquiere el racismo en un país como Chile. Ello nos permite recordar además, dos elementos. Por una parte, y continuando con la crítica a la figura del mestizaje –Grosfogel o Walsh, entre otros–, la herencia colonial determina la configuración de las jerarquías raciales desarrolladas durante la conformación y despliegue de los Estados modernos. Además, existe una vinculación entre los procesos de racialización y las condiciones y características que asume el modelo de producción neoliberal en el presente.

El racismo es una ideología que ha sido funcional al desarrollo del capitalismo en sus distintas fases y etapas y, si bien tal como señala Bonilla-Silva (“Rethinking Racism”) no podemos entender el racismo como una ideología construida solo por las clases dominantes, me parece que es importante comprender los acoplamientos entre las formas en que se construyen las jerarquías y desigualdades sociales, con las oportunidades ofrecidas a los sujetos en función de su posición en la sociedad. De ahí la importancia de preguntarnos qué características asume el racismo en el actual contexto de precarización de las condiciones de vida de una parte creciente de la población.

Los casos relatados nos hablan de una violencia en la que se plasman los distintos sistemas de diferenciación al servicio de la dominación y la subordinación de determinados grupos. En estos casos observamos cómo las autoridades no reconocen la dignidad de las personas, pasan por arriba de sus derechos, los infantilizan y los hacen responsables de la situación de vulnerabilidad en la que se encuentran. A través del lenguaje y las acciones despoja a ciertos sujetos de su condición humana hasta reducirlos a cuerpos doblegados, sometidos, explotables y expulsables. En la mayoría de los casos, este mecanismo tiene directa relación con las necesidades de una economía en crecimiento y un mercado laboral que demanda a trabajadores sin derechos. En otros, tiene relación con la construcción discursiva nacionalista de una comunidad autoimaginada como homogénea que serviría de base para el aseguramiento de la nación.

Los actos de atropello señalados condensan una violencia simbólica, física, estructural e institucional. Se trata de una violencia inscrita en las intersecciones del género, los procesos de racialización y los de fronterización, que de despliega a partir de significantes que se encuentran disponibles en el sentido común, es decir, utiliza elementos simbólicos compartidos por una población más amplia que la sola persona responsable de dicha violencia. El hecho de que sea institucional nos alerta sobre el grado de legitimidad que tienen estos actos dentro de la sociedad contemporánea. Siguiendo y extrapolando el argumento de Segato en relación con la violencia de género, se trata de actos de que tendrían la pretensión de restablecer un cierto orden social imaginado en términos de raza, de nacionalidad y de soberanía estatal.

En el primer caso la policía detiene a una mujer haitiana y lo justifica señalando que presenta una conducta que sale de los cánones de aquello que se espera de una persona. No hay un esfuerzo por comprender el cuadro de angustia que la aqueja, ni menos por prestar ayuda o apoyo. El estrés que ella enfrenta y la forma que tiene de abordarlo es utilizado como un elemento para trazar una distinción y, a partir de allí, poner en práctica una serie de dispositivos que de otro modo serían imposibles de aplicar, como su detención, el encierro y quitarle a su hijo de 7 meses. Vitha es despojada de su condición de madre y encerrada en un centro psiquiátrico no por ser mujer, porque ello no bastaría, sino por ser mujer, haitiana y negra, lo que atribuye una de las categorías de menor valoración social. Los pasajeros del bus, el asistente, el chofer, la policía, los profesionales de la salud y, finalmente, el juez reprodujeron por tanto no solo la desigualdad social, sino que con sus acciones y silencios desplegaron la estructura de violencia que permite sostener dicha desigualdad.

El segundo relato nos aporta otro elemento en esta misma dirección. La autoridad política despliega una práctica ampliamente cubierta por los medios de comunicación, a través de la cual afirma que los migrantes haitianos deben retornar a su país y firmar un compromiso de que no pueden regresar a Chile por nueve años. Esta medida se acompaña de otra campaña impulsada por el Gobierno y que apunta a un programa para expulsar a doce mil personas que no cumplieron con los requisitos para regularizar su estadía o estuvieran involucrados en delitos, independiente de si tienen hijos chilenos. En el caso del programa de retorno, no importa que la realidad a la que son enviados sea muchísimo más peligrosa que la que experimentan en Chile. Es decir, el carácter humanitario de la medida –salvarlos de la condición de vulnerabilidad en la que se encuentran aquí, como argumentó la autoridad– es simplemente un artilugio discursivo. El argumento utilizado fue evitarles una vida de explotación y precariedad en Chile, enviarlos de regreso su país y prohibir su reingreso por nueve años, independiente de si aquí tenían familiares. Lo cierto es que los retornados, además de enfrentarse nuevamente al mismo escenario de pobreza y violencia, debieron asumir además la frustración de quienes vieron en su emigración una posible ayuda para sobrevivir y, junto con ello, las deudas de viaje que se agolpan y comenzar muy probablemente a idear una nueva salida. El programa de retorno no tuvo un milímetro de humanitario, sino que permitió construir una distinción para habilitar la expulsón y el retorno. Encierro en el caso de Vitha y retorno en el caso de las cerca de dos mil personas que tomaron ese vuelo, apuntan a un mismo significado: la presencia ilegítima que representa la migración haitiana, la presencia ilegítima de personas que no han podido regularizar su situación, la criminalización –con la que se pretende justificar su expulsión–, la posición subordinada bajo la cual se les permite quedarse, en resumen, la ausencia de un principio de igualdad que permita establecer un total reconocimiento como seres humanos y ciudadanos.

Ambos casos exponen, por tanto, una exclusión más profunda y compleja. La racialización de la migración haitiana o afrocaribeña profundiza la exclusión en la medida en que la y el sujeto son simultáneamente construidos como alguien que no pertenece a la comunidad, un extranjero cuya presencia se cuestiona y, por ende, alguien desechable, expulsable y explotable.

Desmantelar el racismo es un compromiso que se debe asumir transversalmente en todos los niveles y por todos los actores de la sociedad. Supone tomar y generar conciencia respecto de cómo el racismo organiza y estructura nuestras sociedades. Implica además develar una serie de prácticas de construcción de desigualdad sobre la base de la asignación de categorías, que han sido naturalizadas. El racismo en cuanto ideología está presente en las instituciones, en las relaciones sociales, en la cultura y en el mundo del trabajo, entre muchos otros ámbitos de la vida social, de ahí la importancia de un compromiso colectivo y sistemático para su erradicación.

Bibliografía

Bonilla-Silva, Eduardo. “Feeling Race: Theorizing the racial economy of emotions”. American Sociological Review, vol. 84, n.º1, 2019, 1-25.

_. “Rethinking Racism: Toward a Structural interpretation”. American Sociological Review, vol. 62, n.º 3, 1997, pp. 465-80.

Grosfogel, Ramón. “La descolonización de la economía política y los estudios postcoloniales: transmodernidad, pensamiento fronterizo y colonialidad global”. Tabula Rasa, n.º 4, 2006, pp. 17-48.

La Tercera. “Denuncian que mujer haitiana fue separada de su bebé tras ser internada en hospital siquiátrico”, 25 de febrero de 2019, www.latercera.com

Mauss, Marcel. Ensayo sobre el don. Forma y función del intercambio en las sociedades arcaicas. Buenos Aires: Katz, 2009.

París, María Dolores. “Estudios sobre el racismo en América Latina”. Política y Cultura, n.º 17, 2002, pp. 289-310.

Segato, Rita. Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos. Buenos Aires: Prometeo, 2003.

Tijoux, María Emilia. Racismo en Chile. La piel como marca de la inmigración. Santiago: Editorial Universitaria, 2016.

Walsh, Catherine. “Interculturalidad crítica y educación intercultural”. Construyendo interculturalidad crítica. La Paz: Instituto Internacional de Integración del Convenio Andrés Bello, 2010.

Notas

1 Agradezco a la Agencia Nacional de Investigación Desarrollo de Chile, que financia el proyecto Fondecyt 1190056, “The Boundaries of Gender Violence: Migrant Women’s Experiences in South American Border Territories”.
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