Reseñas

Markus Gabriel. El poder del arte 1

Valentina Sarmiento Adasme
Universidad de Chile, Chile

Markus Gabriel. El poder del arte 1

Revista de Humanidades, núm. 44, pp. 305-310, 2021

Universidad Nacional Andrés Bello

Gabriel Markus. El poder del arte. Santiago de Chile. Editorial Roneo/Hueders. 91pp.

Luego del auge posestructuralista en el pensamiento occidental, al inicio del siglo XXI surge el llamado nuevo realismo (en adelante NR), tendencia filosófica contemporánea que busca renovar la tradición realista y demostrar que la realidad no está construida solo de objetos físicos pertenecientes al dominio de las ciencias naturales. A propósito de este contexto teórico-conceptual, en lo que respecta a la obra de arte, esta ostentaría una llamada autonomía radical que la hace irreductible al plano de realidad concebida en el realismo clásico y del idealismo alemán. Markus Gabriel propone los supuestos filosóficos que sirven para desmontar el constructivismo estético y para indicar dónde habría de hallarse el poder del arte.

Gabriel defiende la autonomía de la obra de arte, en tanto aclara que la estetización de objetos cotidianos y de consumo no merma la esencia del arte. Por ello, se le hace necesario refutar la hipótesis de que el arte vela las estructuras de explotación, pues invisibiliza los aspectos sórdidos del consumo cuando el consumidor es atraído al objeto por su apariencia y no atiende al entramado subyacente. Gabriel responde que, si bien la impostación de la experiencia de explotación ha llegado a requerir del arte, este no es controlable ni subordinable a ello (31).

El propósito más importante de este libro es desmontar el constructivismo estético. Dicha postura alega que la obra de arte se proyecta en un contexto, alcanza su condición de arte y se valoriza como tal a partir de los componentes que se conjugan en su situación sociopolítica. Un ejemplo de esto es el ready-made de Duchamp, donde el inodoro se hace arte por el discurso declarado junto al objeto expuesto en un museo (Gabriel 37). Según el constructivismo estético, sin tales relaciones discursivas que están a cargo del espectador, se niega la posibilidad de arte para el ready-made, se rechaza la autonomía pues nada en su materialidad es efectiva por sí misma. El valor del arte sería una afirmación ajena a la obra, resonando en el conflicto del espectador/consumidor, ya que hay un retorno a un escenario de impostaciones y ejecuciones negacionistas ante una realidad. En el paradigma del capital, la trama de explotación arremete bajo la apariencia de estetización y en el constructivismo estético la obra de arte es rebasada por su contexto, impidiendo el aparecer de un arte en sí mismo, donde su valor sea autorizado por el mero hecho de ser obra.

El NR considera la existencia de una realidad repleta de hechos brutos e inmodificables en la cual la conciencia humana también es real. Para establecer los resultados del propio ejercicio intelectual, la propuesta de realismo neutro y pluralismo ontológico de Gabriel refiere a los campos de sentido. A riesgo de ambigüedades, lo que el autor señala en primera instancia es que estos son “un conjunto de objetos que aparecen de una cierta manera” (43). Están prestos al intelecto, de suerte que su contenido es recibido por la conciencia, vinculando al sujeto con la realidad. Hay infinitos campos de sentido, y todos son reales. Para conocer un objeto debemos encontrarnos en el mismo dominio que él: en el mismo campo de sentido y cuando estos son interpretados surge la percepción, desde la cual procede la obra de arte.

El NR asume una realidad como multiplicidad indeterminable de campos de sentido y descarta la sujeción a una realidad (en la medida que una insinúe una totalidad mentando una configuración de el mundo). Es importante señalar que esta realidad se ofrece a la conciencia humana bajo una serie de ilusiones perceptuales, lo que implica irregularidades en el proceso interpretativo y acercamiento al campo de sentido. Todo aparecer se configura como un campo de sentido: fenómenos físicos, la anatomía humana, el trabajo neuronal, etcétera. Tenemos certeza de la luz y de la actividad visual, mas no contamos con una descripción única para los resultados de la operación hecha por la conciencia tras procesar la información del ojo humano. El campo de sentido se da a la visión, dominada por otro ejercicio mayor y más determinante, que es la interpretación por medio de la conciencia (Gabriel 48-9).

En este entramado, la obra de arte surge como la interpretación de tales ilusiones perceptivas: el campo de sentido se relaciona con otros campos de sentido intrínsecamente y surge un objeto perceptible cuyo antecedente es una ilusión. En una obra de arte convergen: material-forma-idea, pero “la obra de arte no se reduce a ninguno de estos elementos, pues es una composición” (Gabriel 51-2). En ella se consigue percibir nuestro propio trabajo perceptivo, de modo que la experiencia estética es una relación perceptiva de segundo grado.

No existe un principio de generalidad o de homologación para que una obra de arte ofrezca lo mismo que otra. Al ser una composición de campos de sentido, la obra se da su propia ley oponiéndose a lo universal. En el caso del ser humano, su autonomía no es radical pues se justifica en lo universal. En clave kantiana, la autonomía es alcanzada por el hombre en tanto se adhiere a una ley moral, “somos autónomos no siendo individuos, sino, al contrario, universalizando nuestra actividad” (Gabriel 62). En cambio, la obra de arte es una individualidad radical, cuya autonomía es consecuencia de su composición única y exclusiva.

Es relevante revisar cómo funciona la noción de autonomía en la relación que surge entre arte y experiencia humana para entender el poder del arte. El NR hace un trabajo crítico y desemboca en la premisa de que la autonomía es rastreable en la facultad de la conciencia humana para acoplar la multiplicidad, a saber, el ensamblaje de campos de sentido. Una interpretación no es un acto de libertad ni de autonomía. Las obras de arte son supremamente libres y poderosas. Este poder es una fuerza desconocida que no está en modo alguno bajo el control del sujeto humano (Gabriel 82). La autonomía del ser humano tiene la posibilidad de activarse cuando su conciencia se vincula con el arte, sin embargo, la individualidad del ser humano se significa en un terreno moral.

Siendo amoral, ajurídico y apolítico, el arte tiene un poder absoluto. Markus Gabriel plantea que la obra de arte es un agujero negro ontológico, puesto que en su autonomía radical se ofrece una composición de absolutos aislados los cuales absorben y liberan al ser humano. La experiencia estética es una paradoja para la lógica y la moralidad puesto que el arte en sí mismo es poderoso y radical, el arte no está en la mirada del observador; las obras no son creaciones, ellas crean, y que seamos o no absorbidos por la obra está en poder de ella (Gabriel 79), puesto que dona a los participantes de la experiencia estética, una experiencia detonante para la existencia.

Notas

1 Las páginas referenciadas en esta reseña corresponden al texto central de la edición.
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