Reseñas

Raquel Olea. Variaciones. Ensayos sobre literatura y otras escrituras Placer por la lectura (crítica): erotismo y política en Variaciones

Gabriel Nicolás Larenas Rosa
Pontificia Universidad Católica, Chile

Raquel Olea. Variaciones. Ensayos sobre literatura y otras escrituras Placer por la lectura (crítica): erotismo y política en Variaciones

Revista de Humanidades, núm. 42, pp. 447-453, 2020

Universidad Nacional Andrés Bello

El oficio de lectora que ha construido Raquel Olea

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El oficio de lectora que ha construido Raquel Olea en su trayectoria no es uno que se inscriba en una corriente nominal –desde un oficialismo crítico vagamente subjetivo– adecuada a fuerzas temporales. Es decir, enseñar un cómo, repitiendo otros. Tampoco busca el reingreso a categorías e instrucciones de análisis formalizadas. La lectura tiene sus propios modos, desencadenados de la higiene crítica y, a la vez, comprometida con una posibilidad de historia de vida de las palabras, ancladas en la oscilante violencia territorial de donde emergen ciertos textos. Es una lectura, como ella declara, pulsada e impulsionada por su propio placer de la lectura.

El reconocido quehacer crítico de Raquel Olea ha logrado conformar un después de la institución: polifonía de un ojo alojado en “nudos feministas” (como lo indagará en la dualidad de feminismo y militancia en Julieta Kirkwood) que disloca espacios hegemónicos prefijados por los códigos del exceso de tiempo que el neoliberalismo extenuó. Este ojo desobedece, en su propia lengua, en su propia proliferación y vacío de lo exhaustamente conceptual, para leer. Insiste, desde la lectura en literatura, en el trabajo de la crítica para movilizar los textos e intertextos que busquen otros ojos.

En este antirrigor, arraigado en su compromiso, se construye Variaciones. Ensayos sobre literatura y otras escrituras, publicado en julio del 2019 por Cuarto Propio. Una característica de este libro es que no rinde tributo al academicismo; no ostenta una maestría; se despoja de todo proceso de citación APA/MLA, enfatizando aquello que nombramos placer (la erótica del texto); voluntad de escribir fuera; desprendida de la industria indexada, referenciada, recuperando la pregunta por el quién escribe y por qué. La presente reseña, oscilando en la ambivalencia, remite a ese gesto.

Sin miedo, entonces, a un señalar punitivo de la ética de un reseñador, develo aquí mi rol de testigo en la escritura de este libro. Escuchar fue mi propia manera de recuperar y pensar mi propia pasión por la lectura. Ahora intento escribir desde un fantasma de aquello que fui. Dentro de las conversaciones sostenidas con Raquel; quisiera detenerme, en un afuera de esa conversación, en un eje que vuelvo a releer: la lectura estimulada por el encuentro de erotismo y política en su difusa separación. Erotismo y política son las principales variaciones de esta urdimbre. Cuándo el erotismo se desprende del cuerpo; cuándo el cuerpo hace representación política.

Desde el ensayo que inaugura el libro “Escritura de mujeres: un agenciamento cultural de la década de los ochenta” se revelan los ejes que surcan cada escritura. Variaciones desmenuza, hitos y palabras, en este caso, la lectura de la significancia que tiene, hasta el día de hoy, el Primer Congreso Internacional de Literatura Femenina durante la dictadura de Pinochet –“que marca una resistencia y autogestión colectiva en un espacio autoritario, vigilado y clausurado al pensamiento” (19)–. Hace del propio congreso un texto escrito. Nombramiento y presencia en su no-dubitación de articular el acto como “escritura de mujeres”, “lectura de mujer”, como punto de partida e insistencia; jaque político al patriarcado que enfrenta, en la dilatación de esta figura, políticas de lecturas encarceladas por los golpes.

No es azaroso, entonces, que la portada del libro sea un grabado de Quebrada las cordilleras en andas de Guadalupe Santa Cruz, libro que, para Raquel Olea,

refiere a la ruptura en la historia democrática del país, efectuada por el golpe militar de 1973; quiebre, quebradura de dimensiones situadas en los cuerpos físicos, torturados, despojados, en el cuerpo social, en el cuerpo del lenguaje. (82)

Tampoco sorprende, en su lectura, una perpetuación que inscribe la relación cuerpo/escritura a partir del corte/tajo, en Lumpérica de Diamela Eltit.

Desde la literatura, Raquel insiste en la palabra literatura, Variaciones lee nuestra historia política que destruyó alteridades, lee una sociedad otra que intentó reagruparlas. El texto no solo de(s)vela la conformación del pensamiento propio y social, también elabora la concurrencia de los no-lugares de la escritura como pensamiento filosófico, pensamientos que fracturan la reproducción normativa de las ideas. Se ocupa de esta reflexión, por ejemplo, en el ensayo sobre la poesía de Nadia Prado:

Su escritura establece una pregunta por nuevos cruces y singularidades que emergen en el trabajo de lenguaje que tensa estéticamente lo pensante y lo sensible. Cada palabra, cada signo, cada grafía, es un significante que moviliza el pensamiento en la escritura. (288)

En la pregunta –y crítica– sobre lo femenino (atenta la escritura, siempre, a qué significantes proliferan y cuáles se vuelven vacíos), el pensamiento se adentra también en lo erótico de lo masculino, no solo en la relación fálico-mercantilista de la vigilancia, también en pensamientos estéticos dentro de la obra, por ejemplo, de Nicanor Parra –“La mujer (imaginaria) de la antipoesía, como objeto y deseo en el texto, responde a las exigencias del lenguaje paródico, exagerado, sobreactuado, con que está estructurado casi en su totalidad el discurso antipoético” (245)– y Gonzalo Rojas. Es leer el erotismo como “voluntad interrogante” en la insuficiencia del lenguaje, en la imagen que falta, como escribiría Quignard.

Sobre Rojas, en el ensayo “Cuerpo y cacería”, Olea –recuperando el pensamiento de Bataille para quien, a partir de su extensa tesis sobre erotismo, la poesía “expresa en el orden de las palabras los grandes derroches de energía” (275)– se cuestiona cuáles son las voces que lo han situado como “el poeta del amor” sin cerrar una lectura unidireccional en tanto su escritura pone en valor la polifonía en la posterioridad del género. ¿Cuáles serían los vectores que, desde una masculización de los binomios más simples del amor (si se puede articular una simpleza), modelan, cazan, la presencia de la mujer en la poesía de Rojas? El “goce sexual como un triunfo logrado a través de verbos que enuncian violencia y poder de sujeción […] lo femenino aparece pluralizado en los diversos signos que representan a la mujer dominada” (266): el eros masculino-masculinizante da vuelta en sí mismo como una desesperación masturbatoria que no sabe dirigirse hacia sí (hablarse, nombrarse en su cuerpo) y evita, agónicamente, su propia captura, erigiendo la figura de un “cazador” entre hambriento y sastisfecho que no sabe más que un cuerpo estereotipo propio para su éxtasis heteronormativo. Sin embargo, es esta propia ronda en el lenguaje lo que abre significantes para el éxtasis en la paradoja del vacío que produce la reiteración del mismo deseo.

En cada ensayo, cada nombre, Raquel Olea va encontrando variaciones del significado pseudo-nacional de las palabras habitualmente críticas, persiste en sus giros alterando texturas, las que permiten que las autoras y autores confluyan en desplazamientos hacia lo político y lo erótico. Es, de alguna manera, una propuesta para llevar a cabo una reinvención de lo queer (en su ejecución, persecución, seducción, institucionalización), noción que pienso insondable –bastarda en el sentido de la desaparición del padre, vocabulario del no ser “nacido en la norma del matrimonio”, del “ser en madre”– que no debería ser nombrado para ser identificado, dado que aboga, en los lenguajes que transcurren por la carne, vaciar la indexación de la identidad.

De esta propuesta surge una diferencia en el modo de leer; no para catalogar, sino para encontrar un desvío de la militarización de las identidades en nuestro contexto político-cultural: leer, dentro de la literatura, la criminalización de los cuerpos ya sea en un antes, durante o después de los regímenes dictatoriales, como presenta, por ejemplo, el ensayo “Exilio, verdad y melancolía…”: sujetos que nacen en dictadura y, luego, en la (supuesta) transición, comienzan su trabajo novelístico, entre la ficción y la autobiografía (si es que existe la posibilidad de diferenciación) instalando una tensión entre vida, productividad y recuerdo:

La escritura opera el acceso al pasado eludido u ocultado […] Si el pasado está abierto, como enuncia Benjamin, es necesario entrar en él. El trabajo cultural de estos textos […] frente a la desconfianza e incertidumbre de la información recibida, a la incredulidad de los discursos públicos oficiales, responde a la necesidad de ampliar los imaginarios de la dictadura. (313)

La agudeza de esta escritura permite observar cómo los rostros (y la vejez, el esplendor, del rostro como leerá en su ensayo sobre Duras) en una difusa idea de cultura, reflejan los modelos neoliberales instalados tanto en dictadura, transición y globalización; remite directamente al mito falaz de que todo conocimiento genera un resultado. En el ensayo “Imaginarios de la violencia en escrituras del cuerpo” (que pienso se podría leer como introducción al nudo erotismo/política) Raquel escribe: “En esos cuerpos domesticados por la vigilancia del mercado, la prepotencia de su comparecencia poco tiene que ver con otros cuerpos: cuerpos vivientes que no son mercancía, cuerpos constituyentes de un poder social” (341). Luego, insistiendo en la esfera masculinizante de la reproducción carnal capitalista, se pregunta “¿dónde habla el cuerpo lesbiano, el cuerpo trans, el cuerpo que opta por el aborto, el cuerpo cansado producto de la explotación?”, y también agregaría, el cuerpo que constituye la huella de la “extracción”, la movilidad forzada, los cuerpos que no se constituyen en las ciudades capitales, cuerpos rurales, campesinos, cuerpos indígenas, el cuerpo que muere de sed. Remito aquí también al texto de Johanna Hedva “Teoría de la mujer enferma” (ampliamente disponible en internet), donde el cuerpo enfermo, a veces inmóvil, es olvidado o castigado por el estigma que se le impone a la vida en encierro tanto por los aparatos de victimización como por algunos discursos de reivindicación social. Ante este desarrollo político-erótico. La búsqueda sobre cómo la cultura de mercado, la dictadura, los órdenes de la democracia han creado tachaduras sobre el cuerpo, al invisibilizar, torturar, estereotipificar, permite una lectura que se piensa en diferencia y alberga posibilidades otras –que cuestiona el porqué de lo otro– que circundan a los lenguajes permitidos del no-cuerpo. Esta diferencia se enhebra en la mayoría de los ensayos; la pregunta por la exclusión, por ejemplo, se aborda en la lectura de Margarita Aguirre, donde, nuevamente, la ausencia del cuerpo lesbiano en las lecturas oficiales conforma

una acusación muda al temor y la práctica de la clausura, en una sociedad que se protege de ver y oír lo que amenaza sus ordenamientos, en la negación de dar derechos y carta de ciudadanía a los cuerpos que buscan situarse fuera del régimen de la sexualidad dominante y la estructura familiar.

En su inverso, la exageración de la ausencia que permean ciertas construcciones masculinas no-heterosexuales, como es la figura de La Loca de Lemebel, subraya “la ambigüedad […] que paradojalmente […] produce un modo de inserción social desarticulado de las normativas ciudadanas, en la propia ciudad, no fuera de ella” (235).

Probablemente, la autora buscó un último texto para profundizar en la excritura, el “fuera de lugar” –extender el encuentro de lo erótico y lo político en marcos de lo estético–. Es Pier Paolo Pasolini quien cierra Variaciones; autor que, dentro de uno de los países cuna del pensamiento hegemónico y de resistencia, creó su propia cine-grafía para comprender los poderes a los que el mundo occidental se iría subordinando. Lo vemos explícitamente en su película Saló, donde la dominación sexual se vuelve un canvas para la eyaculación de las instituciones capitalistas. En Teorema donde la ambigua movilidad del deseo logra destituir los lazos familiares. “Todos estamos en peligro” es una de las frases de Pasolini que Olea toma para hacer guiño de una conclusión (y pienso, prolongación de un próximo trabajo). “En peligro…” porque Pasolini ya advertía que el ingreso del neoliberalismo a Italia se propagaría rápidamente para convertir, de manera global en occidente, tanto a los cuerpos como sus hábitats, en una sola mercancía a traficar. Pasolini, para Raquel,

leído en la actualidad, emerge como un anticipado que, en la década del sesenta, pudo articular los signos de una realidad marcada por el poder del consumo en la economía […] Su mirada supo capturar un acontecimiento que le permitió imaginar la radicalidad del cambio cultural, antropológico, dijo, que produciría un nuevo ser humano; otro que “el hombre nuevo” previsto por la revolución proletaria. (358-9)

Tal como se señala en la introducción de Variaciones, este es un libro que proviene del “placer de la lectura”, placer que no se dirige a un estado de suspensión del mundo exterior, por el contrario, es una apertura crítica de la mirada hacia la inscripción que la letra produce en los aspectos ocultos tras el símbolo “sociedad”.

Podemos pensar que la palabra variación implica modificaciones; pero aquí también variar es transformar una lectura. Raquel Olea no solo retoma el no-hábito, el sentimiento crítico dentro de su línea de trabajo; también ahonda lazos ya trabajados pero hoy trenzados delicadamente; se transluce artículo tras artículo en la transformación que implica la quijada neoliberal en la literatura.

Para la autora, el libro construye “una relación a los poderes que reglamentan los modos de escribir, los modos de leer” (17). Leer y volver a leer aquellos textos que quiebran, y no, líneas de tiempo. “Cambiar el relato del mundo como estrategia subversiva” pensaría Donna Haraway. Variaciones. Ensayos sobre literatura y otras escrituras recorre una diversidad de autoras y autores, no todos mencionados en la presente reseña, por imbricaciones reflexivas que se ven enfrentadas, en su propio lenguaje, al delirio de la interpretación.

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