Dossier

Ecos de Calíope: Homenaje al profesor Gustavo Cataldo Sanguinetti

Iván de los Ríos
Luis Placencia

Ecos de Calíope: Homenaje al profesor Gustavo Cataldo Sanguinetti

Revista de Humanidades, núm. 46, pp. 11-17, 2022

Universidad Nacional Andrés Bello

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Si alguna vez yo digo

“¡instante, detente, eres tan bello!” podrás

atarme al punto con cadenas y de buen grado

aceptaré morir.

Fausto, Goethe

I.

En su prólogo a El infinito viajar, el escritor italiano Claudio Magris afirma que hay dos formas de recorrer la tierra: una es el viaje homérico, una travesía escarpada que siempre es un camino de vuelta a casa y que se extiende desde las costas de Ilión hasta el Ulises de James Joyce; la otra es el viaje nietzscheano, el kamikaze, un trayecto vertiginoso en línea recta con el fin de alcanzar un punto más allá del cual no es posible el retorno. A pesar de las distancias, Odiseo y Nietzsche se mueven desplazados por una misma fuerza y condenados a idéntica desventura: la imposibilidad del descanso, el exilio de toda forma de firmeza y la renuncia al puerto imbatible de un saber definitivo que, como en la metáfora de Lucrecio, nos libre del naufragio de la existencia. Un naufragio que Descartes –viajado y bien leído– contribuye a neutralizar en la dirección del recto camino de la verdad:

Toda ciencia es un conocimiento cierto y evidente; y el que duda de muchas cosas no es más docto que el que jamás pensó en ellas… y, por tanto, es mejor no estudiar nunca que ocuparse acerca de objetos hasta tal punto difíciles que, no pudiendo distinguir los verdaderos de los falsos, nos veamos obligados a admitir los dudosos por ciertos, ya que en ellos no hay tanta esperanza de aumentar la doctrina como peligro de disminuirla. De modo que, por la presente regla, rechazamos todos los conocimientos tan solo probables y establecemos que no se debe dar asentimiento sino a los perfectamente conocidos y respecto de los cuales no cabe dudar… Mas de todo esto se ha de concluir, no que solo se debe aprender aritmética y geometría, sino únicamente que los que buscan el recto camino de la verdad, no deben ocuparse de ningún objeto acerca del cual no puedan tener una certeza igual a la de las demostraciones aritméticas y geométricas. (Regla III, trad. Villoro)

El camino de la verdad, como denuncia Heidegger en sus lecciones de 1931 y 1932, se identifica aquí con el sendero del método científico, es decir, de la rectitud, la adecuación y la evidencia. Esto significa, por cierto, que todo saber indirecto, situacional y arriesgado, en cuanto saber de lo incierto, transita en dirección opuesta a la verdad: en el mejor de los casos, hacia el horizonte del entretenimiento musical, literario o teatral; en el peor, hacia la locura y el desatino ilusorio de los molinos gigantes.

Quienes firman este texto están convencidos de que hay un tercer modo de viajar, una vía media entre el desajuste quijotesco y la evidencia matemática que, sin renunciar a la búsqueda de la verdad, se ajusta a los pliegues del terreno como la regla de plomo de los arquitectos lesbios mencionada en Ética a Nicómaco (V 10). Vaya este homenaje, a modo de agradecimiento, admiración y respeto, al saber vivencial y escrito de nuestro colega y amigo, el profesor Gustavo Cataldo Sanguinetti.

II.

A lo largo de varias décadas, Gustavo Cataldo ha transitado entre dos frentes que, en realidad, forman parte de un mismo fondo de apetito filosófico, configuración temática y sentido. Por un lado, una actividad docente e investigadora que, en sede académica, le ha llevado a atravesar con rigor y buen olfato los textos de algunas de las figuras más representativas del canon filosófico (Platón, Aristóteles, Descartes, Kant, Hegel, Schelling, Heidegger). En este sentido, cabe subrayar que el punto de partida del lector Cataldo fue la Metafísica de Aristóteles y que dicho impulso le condujo en buena hora (y con viento favorable) a una intensa dedicación a la filosofía de Martin Heidegger, a la que ha dedicado múltiples y excelentes trabajos desde los años noventa. Por otro lado, la querencia ontológica fundamental del profesor Cataldo se ha abierto con decisión a investigaciones que, de modo precipitado y, sin duda, insuficiente, podríamos introducir en la casilla de la estética y la filosofía de las artes. Pero pensar no es clasificar. Lo cierto es que si uno escucha al profesor Cataldo, si lee sus textos sobre Aristóteles, Heidegger, Schelling, Hegel o el romanticismo alemán, si presta atención y oído a los títulos de sus escritos y a las palabras que los articulan, se advierte que el lugar de Gustavo Cataldo en el panorama latinoamericano de la filosofía contemporánea ondea como el yo de Montaigne entre la preocupación ontológica por la temporalidad, la muerte y la existencia, y la inmersión vital en la acción y en la recepción artística. Curioso, entonces, detectar un movimiento heraclíteo, tenso, contradictorio como los fornidos brazos de un arquero a punto de disparar entre el saber de la visión aristotélica y el elogio de la audición musical: sentir y pensar; mirar y escuchar; tocar y abstraer, acciones todas con una voluntad de esclarecimiento constante de eso que, en su condición vibrátil, no se deja más que rozar por el abrazo del concepto y que, sin embargo, demanda mecanismos de donación de sentido y espacios de inteligibilidad. Allí donde la experiencia sensible se resiste al marco de la proposición, Cataldo nos recuerda en cada texto dos enseñanzas cardinales en toda empresa filosófica y, por ende, en toda apuesta vital:

• Por un lado, que el horizonte temático de los problemas que asedian a la inteligencia humana se metamorfosea en múltiples figuras, y que dichas figuras reclaman para sí métodos plurales de aproximación y de tratamiento que, lejos de excluirse entre sí, contribuyen al enriquecimiento nunca definitivo del conjunto. En este sentido, las dimensiones poética, dialógica y disposicional del ejercicio filosófico han sido siempre atendidas en la producción de Gustavo Cataldo, desde sus incursiones en el universo de la obra estética de Schiller y Schelling hasta sus reflexiones sobre el habitar y las poéticas del espacio en Martin Heidegger.

• Por otro lado, que aquello que estimula, vehicula y desborda nuestra habilidad crítica, discursiva y conceptual no es tanto un objeto como una dimensión cotidiana de la significatividad y del sentido que, en cuanto tal, sitúa la faena del pensar, como diría Ortega, en la disponibilidad y la receptividad propias del sujeto que aprende a mirar y a escuchar de nuevo para percibir genuinamente, es decir, para mirar cada vez –por primera vez– eso que siempre ha estado ahí y que, sin embargo, necesita de una constante elaboración, transfiguración y verbalización. Ese objeto sin contorno es, tal vez, el fenómeno de la vida en su peculiar dinamicidad. Y esa dinamicidad, por ajetreada y traviesa, por huidiza e inagotable que sea, nos invita a preguntar por las genuinas modalidades de acceso práctico y epistémico que, en la medida de lo posible, evidencien, sin congelarla, la fuerza pujante del vivir.

Importar lista

Uno parece advertir en los textos de Cataldo el deseo de diseñar con calma, rumiando como un buen lector nietzscheano, un plan de acción, una orientación vital de varias décadas que goza del rigor teórico de un filósofo a la altura de la inestabilidad de su objeto. Por respeto a dicha inestabilidad, de hecho, Cataldo ha centrado sus lecturas y sus textos en la línea que une y a la vez separa el universo estético de la experiencia musical y el plano reflexivo de la ontología fundamental. Ahora bien, de la entrega filosófica al devenir de la experiencia sensible y de su interés por la filosofía de Nietzsche, Heidegger o Sartre no se deriva, en absoluto, una asimilación serena de la muerte de Dios ni una aquiescencia ante el abandono de los olímpicos. La mirada experta en superficie de Gustavo Cataldo (profundo como esos griegos que, al decir de Nietzsche, eran hondos de tan esmerados, de tan diestros en la piel y en el trazo de superficie que se impone en todo aparecer) apunta a un secreto más o menos bien guardado que Platón y Tomás de Aquino identificaban con un cierto anhelo de eternidad –impropio de bestias y superfluo de dioses– que, con todo, nada tiene que ver con la inmortalidad. La vivencia de lo fugitivo y el espacio musical del poema son, tal vez, las claves filosóficas de un pensador elegante, de un profesor generoso y de un buen amigo al que rendimos homenaje en estas páginas terrenales, pero irrevocables:

porque estar aquí es mucho, y porque aparentemente

todo lo de aquí nos necesita, esto tan fugitivo,

que extrañamente nos concierne. A nosotros, los más fugitivos.

Una vez cada cosa, solo una vez. Nunca más.

Pero ese haber sido una vez, aunque solo una vez,

haber sido terrenales, no parece revocable

(Rilke, Elegías de Duino)

Son seis los textos que componen este dossier. En el primero de ellos, titulado “Comprensión y saber-cómo”, el profesor Francisco Abalo reflexiona sobre el fenómeno de la comprensión en Heidegger y sobre la potencial equiparación entre la noción heideggeriana de Verstehen y el concepto de know-how. A partir de una confrontación crítica de las posiciones de Ryle, Okrent y Brandom, Ábalo subraya el carácter limitado de la lectura pragmatista de Heidegger y trata de establecer algunas consideraciones básicas que ayudan a una reconstrucción plena y satisfactoria del fenómeno de la comprensión

Por su parte, el profesor Jorge Acevedo se sumerge en las nociones de verdad y apertura en la obra de Martin Heidegger, prestando especial atención a las interesantes conexiones que pueden establecerse entre los pasajes clásicos de Ser y tiempo, los Seminarios de Zollikon y las propuestas de Sartre y Ortega y Gasset.

El profesor Javier Echeñique, con una contribución titulada “Aristóteles frente al actualismo megárico”, nos presenta un interesante abordaje, riguroso y refrescante, de la lectura aristotélica del actualismo megárico en Metafísica, prestando especial atención al argumento de las capacidades (Met. 1046b33-1047a10), el argumento de la tejnê (1046b33-1047a4), el argumento de lo perceptible (1047a4-7), el de las “muchas veces ciego” (1047a7-10) y, por último, el argumento de la inmovilidad (Met. 1047a10-29).

En el artículo “…como el sueño y la bebida: armonía estructural y servidumbre musical en la República de Platón”, el profesor Iván de los Ríos se ocupa de las conexiones entre educación musical, identidad psíquica y comunidad política con el fin de evidenciar la dimensión ontológica y educativa de la música en Platón desde el esclarecimiento de su naturaleza bifronte (remedio y veneno) y de sus facultades constructivas (de sujeto y de Estado) y destructivas (de estabilidad psíquica y política).

El profesor Felipe Johnson firma “La sabiduría del aspecto: ‘ver lo visto en la luz’ como modo de pensar el ente y el ser”, donde nos ofrece una lúcida reflexión sobre la metáfora de la luz en Occidente y sobre los límites de su rendimiento desde una lectura de Aristóteles, Husserl y Heidegger que entronca con algunos trabajos del profesor Cataldo y que nos pone en camino de eso que más, arriba, apuntábamos como auténtico mirar en la labor interpretativa de nuestro homenajeado.

Cierra el número el texto titulado “La incomprensible ironía de F. Schlegel. Poesía y filosofía en los años cruciales del primer Romanticismo”, donde el profesor Vicente Serrano confronta algunos de los tópicos, autores y tradiciones predilectos del homenajeado, en concreto la noción de absoluto y su presencia constante en las propuestas de Hegel, Schlegel y el Romanticismo alemán.

Expresamos nuestro agradecimiento a todos y a cada uno de los participantes y le enviamos al profesor Cataldo nuestro más cálido abrazo.

Santiago de Chile-Madrid, 2022

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