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Narrando al sujeto histórico popular: Escritura historiográfica en la Nueva Historia Social chilena (1985-2012)

Narrating popular historical subject: Historiographic writing in the New Chilean Social History (1985-2012)

Camila Silva Salinas
Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Chile
Héctor Andrés Rojas
Universidad de O’Higgins, Chile

Narrando al sujeto histórico popular: Escritura historiográfica en la Nueva Historia Social chilena (1985-2012)

Revista de Humanidades, núm. 46, pp. 269-295, 2022

Universidad Nacional Andrés Bello

Recepción: 29 Junio 2021

Aprobación: 28 Septiembre 2021

Resumen: La Nueva Historia Social chilena fue una corriente historiográfica desarrollada a mediados de los años ochenta, caracterizada por su dedicación al estudio de sujetos populares y, además, por desplegar un uso deliberado de la narración historiográfica como forma de construcción del conocimiento, muy próxima al uso del lenguaje propio de la literatura. El objetivo de este artículo es explorar las estrategias de escritura historiográfica de dos historiadores chilenos representantes de esta corriente, María Angélica Illanes y Gabriel Salazar, con el propósito de identificar sus estrategias escriturales y valorar su aporte epistémico a la construcción de conocimiento histórico.

Palabras clave: sujeto popular, historia social, escritura de la historia, narración historiográfica, historiografía.

Abstract: The New Chilean Social History was a historiographic trend that emerged in the mid-1980s. It was characterized by its dedication to the study of popular themes, but also by the deliberate use of historiographic narrative as a form of knowledge construction, very close to how language is used in literature. This article explores the historiographic writing strategies of two Chilean historians who represent the New Social History, María Angélica Illanes and Gabriel Salazar, and it identifies their writing strategies and assesses their epistemic contribution to the construction of historical knowledge.

Keywords: Popular subject, Social History, Writing History, Historiographic narration, Historiography.

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Revista de Humanidades Nº 46: 269-295 ISSN: 07170491 • DOI: 10.53382/issn.2452-445X.611

Narrando al sujeto histórico popular: Escritura historiográfica en la Nueva Historia Social chilena (1985-2012)

Narrating popular historical subject:

Historiographic writing in the New Chilean Social History (1985-2012)

Camila Silva Salinas

Universidad Academia de Humanismo Cristiano

Huérfanos 1886, Santiago, Chile

camila.silva@uacademia.cl

Héctor Andrés Rojas

Universidad de O’Higgins

Avenida Libertador Bernardo O`Higgins 611, Rancagua, Chile

hector.rojas@uoh.cl

Resumen

La Nueva Historia Social chilena fue una corriente historiográfica desarrollada a mediados de los años ochenta, caracterizada por su dedicación al estudio de sujetos populares y, además, por desplegar un uso deliberado de la narración historiográfica como forma de construcción del conocimiento, muy próxima al uso del lenguaje propio de la literatura. El objetivo de este artículo es explorar las estrategias de escritura historiográfica de dos historiadores chilenos representantes de esta corriente, María Angélica Illanes y Gabriel Salazar, con el propósito de identificar sus estrategias escriturales y valorar su aporte epistémico a la construcción de conocimiento histórico.

Palabras clave: sujeto popular, historia social, escritura de la historia, narración historiográfica, historiografía

Abstract

The New Chilean Social History was a historiographic trend that emerged in the mid-1980s. It was characterized by its dedication to the study of popular themes, but also by the deliberate use of historiographic narrative as a form of knowledge construction, very close to how language is used in literature. This article explores the historiographic writing strategies of two Chilean historians who represent the New Social History, María Angélica Illanes and Gabriel Salazar, and it identifies their writing strategies and assesses their epistemic contribution to the construction of historical knowledge.

Keywords: Popular subject, Social History, Writing History, Historiographic narration, Historiography

Recibido: 29/06/2021 Aceptado: 28/09/2021

1. Introducción

Rosaria Araya y María Alanis fueron campesinas del Chile del siglo XIX que habitaron los valles de los ríos Illapel y Choapa, en el norte semiárido. Sus historias dan forma a los relatos introductorios de Ser niño huacho en la historia de Chile de Gabriel Salazar y Chalinga. La expropiación republicana de Indo-Chile-América de María Angélica Illanes, obras que abordan la historia de la niñez popular y la resistencia a la dominación colonial y capitalista en clave microhistórica, respectivamente. Su mención en documentos producidos y almacenados por la administración pública, en los archivos del Ministerio del Interior y el Archivo Histórico Judicial, es resultado de las acciones que, tanto ellas como sus comunidades, ejercieron frente al Estado chileno en relación con situaciones infaustas o injustas. En el caso de Araya, fallecida tras un parto múltiple en 1845, la comunidad local acudió a la Intendencia de Coquimbo solicitando asistencia pública para sus cuatro huérfanos. María Alanis, en cambio, fue ella misma quien en 1854, tras ser encarcelada por no tener derechos de propiedad sobre la vivienda que ocupaba, apeló al juzgado local. En ambas situaciones, la búsqueda de mediación, ayuda o indulgencia estatal implicó la movilización de redes locales y la construcción de argumentaciones frente al poder, permitiendo que dichos entramados sociales se constituyeran en papeles públicos, pese a estar alejados geográfica y simbólicamente del centro político-administrativo del Estado chileno.

María Angélica Illanes y Gabriel Salazar, historiadores sociales, interpretaron estas fuentes como expresiones de la agencia histórica popular frente a la dominación del Estado chileno, rescatando experiencias anónimas de dominación de clase, género y raza del Chile del siglo XIX. Este es el contexto histórico más amplio de sus proyectos investigativos, en cuyo marco han analizado y valorado la experiencia de los sujetos históricos que experimentaron el tránsito al capitalismo, reconociendo sus formas de resistencia a nivel micro y macropolítico. Proponemos que la inclusión de estas historias particulares, protagonizadas por mujeres hasta entonces anónimas, escritas en clave minúscula, no solo operan como preludios a sus obras, sino que constituyen estrategias narrativas relacionadas con las decisiones epistemológicas que las y los historiadores van tomando durante las distintas fases de la investigación. Hablamos de decisiones escriturales que, por cierto, están asociadas al debate sobre la representación histórica y que, al mismo tiempo, expresan intenciones éticas y estéticas, por lo que pueden ser analizadas desde los cruces entre historia y literatura. De esta manera, este artículo busca brindar un balance de la dimensión escritural de la obra de María Angélica Illanes y Gabriel Salazar, representantes de la Nueva Historia Social, y contribuir a la comprensión de la narración historiográfica como una fase de producción de conocimiento histórico. Su foco ha sido identificar las estrategias escriturales por medio del análisis crítico de los textos, para entender cómo estos autores han narrado la historia de los sujetos históricos populares y de qué manera esas prácticas contribuyeron a la comprensión de sus sujetos de estudio.

En Chile, el desarrollo de la historiografía profesional fue resultado del proceso de consolidación del Estado-nación y de la emergencia de las universidades públicas, aunque posee raíces coloniales, con la escritura de crónicas y relaciones sobre la sociedad y geografía locales. Como ha destacado Araucaria Rojas, durante el período republicano los historiadores construyeron la disciplina diferenciándose de la escritura colonial, favoreciendo una forma de escribir neutral, cientificista, en la que procuraban “relatar lo sucedido, sin juzgar ni tomar partido” (32). Pese a ello, se pueden encontrar digresiones escriturales en el trabajo de autores como José Victorino Lastarria y Benjamín Vicuña Mackenna, quienes desarrollaron una escritura ensayística –en paralelo con sus obras literarias que circularon en un incipiente mercado editorial–, más cercana a la filosofía que al relato científico, al mismo tiempo que se implicaron estrechamente en el quehacer político de su época. Así, incorporaron a los sujetos populares en su narración mediante retratos ricos en detalles e impresiones, aunque sin dislocar la perspectiva social y política propia de la clase dominante.

En el caso de la literatura nacional a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, se observan claras tendencias dominantes en la escritura, que en el caso de la narrativa, responden a una apropiación y adaptación de las técnicas escriturales dominantes en Europa, conocidas y resituadas por la élite intelectual. Ese es el caso de “el Criollismo, con sus variantes, así como el tronco del que deriva, el Naturalismo, pertenecen todas a un cauce literario más amplio y consolidado, el Realismo” (Bello 240), que durante las siguientes décadas abre paso a escrituras que sitúan al sujeto popular en el centro de la construcción narrativa. Este puede fecharse hacia 1930, cuando autores como Nicomedes Guzmán o Carlos Sepúlveda Leyton “utilizan la cartografía del suburbio imaginario como contra texto de la nación oficial” (Guerra 76-7), o situándose desde la periferia y no desde las élites letradas tradicionales (Darrigrandi 270). Este fenómeno muestra la existencia de un campo cultural atento a la representación de aquellos sujetos que se habían mantenido fuera de la producción escritural y de su representación. De ahí que se puedan observar intereses y prácticas escriturales coincidentes en la literatura y en la historiografía.

Fue hacia la década de 1950 que en Chile se formó una primera generación de historiadores universitarios, con figuras como Julio César Jobet, Jorge Barría Cerón, Hernán Ramírez Necochea y Marcelo Segall, quienes asumieron un compromiso escritural con la clase trabajadora. Ellos formaron parte de la denominada escuela marxista clásica, caracterizada tanto por el uso explícito de la teoría marxista, como por el fortalecimiento del rol social de los historiadores, tal como han destacado Grez, Quiroga, Thielemann, Díaz, Soza, Pérez, Pinto o Villar. Estos autores comprendieron que la escritura histórica podía estar al servicio de los compromisos políticos de la clase trabajadora. Sin embargo, tras el golpe de Estado de 1973, las universidades dejaron de ser un espacio abierto para las y los intelectuales militantes. La muerte y exilio de destacados historiadores, el cierre de carreras universitarias y la instalación de un clima represivo, llevaron a una profunda revisión de la disciplina.

Diversos autores han descrito en detalle el ambiente sociopolítico que permitió el surgimiento de la Nueva Historia Social como una red de historiadores cuyas perspectivas de análisis y objetos de estudio tenían cierta coincidencia, y que compartían un interés por buscar explicaciones históricas a la sentida derrota del proyecto popular chileno. En términos generales, se trató de una aproximación coincidente con las propuestas de la historia desde abajo desarrollada por la historiografía británica a mediados del siglo XX, siendo nutrida tanto por el desarrollo local de una intelectualidad comprometida con proyectos populares de democratización, como por la circulación de nuevas perspectivas teóricas y metodológicas para abordar problemas históricos. Precisamente, la experiencia del exilio fue central para la formación de redes de colaboración entre estos historiadores, con hitos como la formación de la Asociación de Historiadores Chilenos y la publicación de la revista Nueva Historia en Inglaterra, así como la realización de encuentros y publicaciones en Chile (Salazar (2003), Fuentes, Grez, Soza o Pinto). Durante los últimos años de dictadura, el espacio académico chileno permitió el desarrollo de estos encuentros, con la realización de talleres de análisis histórico (Salazar 2003), o el creciente ingreso de esta generación de historiadores a las aulas universitarias en calidad de académicos. Pese a cierta diferencia generacional, Gabriel Salazar y María Angélica Illanes fueron parte de esta corriente desde sus primeros años. Salazar se había formado como historiador en la Universidad de Chile, donde también estudió Sociología y Economía. Por su parte, Illanes se formó inicialmente en historia en la Universidad Católica, para posteriormente estudiar filosofía en la Universidad de Chile. Durante los años ochenta, ambos mantuvieron colaboraciones investigativas, y posteriormente, compartieron espacios de docencia universitaria.

La agenda de la Nueva Historia Social se enfocó en el desarrollo del capitalismo en Chile, abordando a “actores antes soslayados, como las mujeres, los campesinos, los indígenas, los artesanos o los bandoleros” (Pinto 15) desde sus formas de acción y luchas cotidianas, situándolos en el marco de problemas más complejos o estructuras de larga duración. Con ello, criticaron el protagonismo que los historiadores marxistas clásicos habían concedido a la clase trabajadora como sujeto histórico. En cuanto al marco temporal, las y los historiadores sociales extendieron sus investigaciones tanto hacia el período tardo-colonial y los inicios de la República, como hacia el presente, completando algunos vacíos producidos por la historiografía nacional (Gazmuri). Los balances históricos han reconocido el aporte de la Nueva Historia Social a la dinamización de la historiografía chilena, al mismo tiempo que diversas voces han criticado cierto distanciamiento del estudio de las formas de organización más clásicas del movimiento obrero o su cuestionamiento a la centralidad de la confrontación con el Estado (Grez). Sin embargo, los recuentos críticos existentes no profundizan en la manera en que se ha construido la narración historiográfica. En general, se reconoce que, si bien la Nueva Historia Social persistió en la ruptura con la pretensión de imparcialidad en la escritura iniciada por la primera generación de historiadores sociales, tomó distancia del uso de categorías analíticas del materialismo histórico o de la teoría social marxista. Trabajos como el de Sergio Grez, quien ha cuestionado la tendencia ensayística en la obra de Salazar, a propósito del énfasis de lo social en detrimento de lo político, asumido deliberadamente por el autor. Por su parte, desde posiciones más cercanas a la crítica posmoderna, Luis de Mussy y Miguel Valderrama han identificado a Salazar e Illanes como autores que lograron superar la comprensión estructuralista de la historia, dedicándose, en cambio, “a la emergencia del acontecimiento” (45). Desde la literatura, se puede mencionar la crítica realizada por Gilda Luongo, quien ha comparado la escritura de Illanes con el arte textil, calificando su obra Nuestra historia violeta como un “texto-arpillera-sin final” (243).

Para contribuir a este debate, en este artículo intentamos responder la pregunta por las estrategias escriturales desplegadas por ambos historiadores entre 1985-2012, arco temporal de consolidación de su trabajo como investigadores e intelectuales. Para ello, hemos analizado críticamente seis de sus obras, identificando estrategias escriturales en cada uno de sus textos por medio de la conceptualización de diversos fragmentos, para posteriormente categorizarlas y compararlas entre sí. Creemos que las casi tres décadas desde la publicación de Labradores, peones y proletarios (1985) de Gabriel Salazar hasta Nuestra historia violeta (2012) de María Angélica Illanes es un período que permite observar las transformaciones en la escritura historiográfica y conocer la variedad de estrategias escriturales utilizadas por ambos autores. Queremos ser cautos al subrayar que la producción de ambos historiadores debe interpretarse de manera autónoma y que, más allá de su evidente cercanía en la manera de enfrentar los problemas historiográficos, sus obras no responden a un conjunto canónico de orientaciones respecto a qué es la Nueva Historia Social, cómo investigar, ni cómo escribir, sino al desarrollo propio de prácticas investigativas que han resultado en diversas respuestas a esa misma pregunta desde un campo intelectual común. De esta manera, esperamos contribuir a la comprensión de las formas en que se han construido narraciones historiográficas en el campo disciplinar chileno, entendiendo la narración como una construcción que otorga sentido a acontecimientos históricos.

En el caso de Gabriel Salazar, consideramos el libro Labradores, peones y proletarios: Formación y crisis de la sociedad chilena del siglo XIX, publicado en 1985 por Ediciones Sur, correspondiente a los resultados de su tesis doctoral escrita durante su exilio en Inglaterra, que posteriormente fue editado por Ediciones Sur y LOM. Se trata de una obra de una indudable influencia en el campo historiográfico chileno. La segunda obra es el ensayo Ser niño huacho en la historia de Chile (siglo XIX), ponencia presentada en las Jornadas “Sociedad Agrícola y Minera Chilenas en la Literatura y en la Historia” desarrolladas en la Universidad de Santiago en 1989, que luego fue publicada como artículo en la Revista Proposiciones (1990), y como libro de bolsillo por Lom en 2006. Por último, el ensayo histórico Movimientos sociales en la historia de Chile: Trayectoria histórica y proyección política, publicado en 2012 por Uqbar Editores y que, a diferencia de los textos anteriores, cubre un amplio período de tiempo, desde la Colonia hasta la actualidad. En el caso de María Angélica Illanes, seleccionamos La revolución solidaria: Las Sociedades de Socorros Mutuos de Artesanos y Obreros. Un proyecto popular democrático, 1840-1887 publicada originalmente en 1989, e incluido en la compilación Chile des-centrado. Formación socio-cultural republicana y transición capitalista (1810-1910) de Lom Ediciones en 2003; misma obra en que se publicó el ensayo Chalinga: La expropiación republicana de Indo-Chile-América, que propone la lectura de un amplio proceso histórico, la dominación colonial, republicana y capitalista, desde el foco del pequeño poblado de Chalinga, introduciendo la clave microhistórica. Por último, consideramos Nuestra historia violeta: Feminismo social y vidas de mujeres en el siglo XX: Una revolución permanente, ensayo publicado en 2012 por Lom Ediciones, que también aborda un período más amplio de tiempo, al estudiar la historia de las mujeres a lo largo del siglo XX. En estas obras se aprecia la presencia de variados sujetos históricos, como campesinos, artesanos, niños y mujeres, estudiados por medio de sus experiencias organizativas, formas de resistencia y de rebeldía frente a la dominación estatal, así como en su proyección hacia el Estado. De esta manera, estos trabajos no solo dan cuenta de las preguntas históricas que concitaron la atención de esta corriente historiográfica en particular, sino también del devenir local de algunos de los debates más relevantes de la disciplina histórica en la segunda mitad del siglo XX, como la discusión sobre la historia desde abajo, la representación histórica o el papel social de las y los historiadores.

2. La narración historiográfica en la teoría histórica y literaria

Asumimos la narración como una fase de la operación historiográfica, inherente a la producción de conocimiento histórico (De Certeau 1985). La narración estaría en el origen común de la historia y la literatura, disciplinas que definieron sus límites contemporáneos solo en el siglo XIX cuando el estudio del pasado se reorientó hacia la búsqueda científica de la verdad, devaluando su dimensión narrativa, tal como han subrayado los trabajos de Dosse, Ginzburg, Iggers, o Ankersmit. Esta historia, vinculada a la consolidación de los Estados nacionales, se comprendió a sí misma como productora de verdades científicas y propuso que el relato histórico debía ser conciso, objetivo y afectivamente neutral, desestimando las propuestas escriturales que rompieran dicho canon, como diría Jablonka. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX, el giro cultural y lingüístico, así como la crítica posmoderna, motivaron una revisión de la dimensión narrativa en la historia, enmarcada en los debates más amplios sobre representación, verdad, lenguaje e ideología. Esto permitió instalar, no sin resistencias, la idea del relato histórico como representación del pasado, cuya interpretación y elaboración poseían un carácter constructivo. Este se establecería desde las fuentes, que se instituyen a partir de las preguntas, interrogantes y tratamiento de las y los investigadores, enfatizando el carácter interpretativo del conocimiento histórico.

La narración sería una práctica social que permite el despliegue de las secuencias narrativas que posibilitan a las y los historiadores reconstruir realidades complejas a partir de datos aparentemente secundarios. A diferencia de otros tipos de relatos, la narración historiográfica aparece como el terreno en el que se despliega el “pacto de confianza” entre quienes escriben y quienes leen respecto a la veracidad o al propósito referencial como compromiso epistémico de la historia. De esta manera, para Ricoeur “las configuraciones narrativas y retóricas son requisitos de lectura” pues “estructuran al lector a pesar suyo y tienen un doble papel: mediaciones en dirección de lo real histórico y pantallas que opacan la pretendida transparencia de las mediaciones” (Historia y memoria 24) . La narración historiográfica aparece, entonces, como “una opción entre otras posibilidades” (Jablonka 11), una práctica desplegada en contextos materiales históricamente situados y que tienen que ver con la estabilidad de las formas, las instituciones y los sistemas sociales (Williams 253), en la que la subjetividad opera como “el vehículo necesario para acceder a la objetividad” (Dosse 19).

Es en este punto donde el relato historiográfico deja de ser terreno exclusivo de la historia, al abrirse a la posibilidad de ser abordado desde la literatura. Una perspectiva es analizar la narración historiográfica desde el problema de la textualización. Para Fredrick Jameson

la historia no es un texto, una narración, maestra o de otra especie, sino que, como causa ausente, nos es inaccesible salvo en forma textual, y que nuestro abordamiento de ella y de lo Real mismo pasa necesariamente por su previa textualización, su narrativización en el inconsciente político. (30)

por lo que es pertinente y necesario analizar las producciones textuales desde sus condiciones históricas de producción. Esto implica considerar que la escritura no es solo un medio, sino una práctica social que implica aspectos como la posición autoral, el campo de producción y la respuesta individual a un contexto con determinadas preocupaciones y herramientas donde el relato emerge. Lo anterior es aún más evidente al considerar la existencia de géneros híbridos, que cuestionan los límites entre referencialidad y ficción e invitan a reflexionar sobre los puntos de conexión entre historia y literatura. Ivana Costa, centrando su análisis en la ficción, señala que “algunas de estas narrativas híbridas –novela histórica, autobiografía, ficción documental realista, determinados género de la crónica– constituyeron, históricamente, una base material y también formal para la historiografía y para las narrativas periodísticas” (23). En relación con la intersección entre ficción y verdad, Regine Robin ha establecido que si bien el discurso no reemplaza al referente, la comunicación de referentes pasados está compuesta, ineludiblemente, “por un lenguaje, por tropos, metáforas, estructuras narrativas y argumentativas, ritmos, escisiones”, por lo que las y los historiadores “no pueden dejar de plantearse la cuestión de su escritura, de los procedimientos que pone en obra, la manera en que se ubica el texto, en que hace hablar a los otros, en este caso a los testigos o a los muertos” (323).

3. ¿Cómo narrar al sujeto histórico popular?: Estrategias escriturales en la Nueva Historia Social

El análisis del corpus de ambos autores nos ha permitido identificar cinco estrategias escriturales comunes, que entendemos como el resultado del despliegue de posibilidades narrativas. Vale señalar que, en ningún caso, estas estrategias agotan las posibilidades de sus autores y que tampoco es posible entenderlas como un marco explicativo de sus propuestas historiográficas. Más bien, hemos querido constatar su despliegue y reflexionar sobre la relación entre el uso de estos recursos narrativos y los procesos de construcción de conocimiento histórico, asumiendo tanto la particularidad de sus propuestas, como la existencia de una subjetividad común.

Una primera estrategia narrativa reconocida es la inclusión de las trayectorias biográficas de los autores en el relato. En el prólogo de Labradores…, Salazar una revisión crítica tanto del desarrollo de la historiografía nacional, como del uso de la teoría social europea hecha por los cientistas sociales locales. El autor plantea que el golpe de Estado de 1973 fue el quiebre que llevó a los intelectuales chilenos a revisar la manera en que estaban analizando a su sociedad, presentándose a sí mismos como parte de esta crisis intelectual:

Este trabajo es, en gran medida, el producto de una intensa experiencia histórica individual, y de una serie acumulativa de interacciones socio-intelectuales con una sucesión de camaradas, a lo largo de un cambiante proceso histórico. En el comienzo, no se podría ignorar la fuerza radiante de las imágenes que Benito, mi padre, y Laura, mi madre, grabaron en mi conciencia social originaria. (Salazar 20)

Por medio de estas señas autobiográficas, Salazar establece un vínculo directo entre los sujetos históricos estudiados y el oficio del o la historiadora. Esta clave biográfica está presente en numerosas obras del autor, quien posteriormente también publicó las memorias de su padre, Memorias de un peón-gañán. Ejercicio similar, aunque con algunos matices, es el desarrollado por Illanes en La revolución solidaria, trabajo en el que cuestiona la idea de que las sociedades mutuales del siglo XIX fuesen la “prehistoria del movimiento obrero”, planteando, en cambio, que permitieron la construcción de la “ruta de la porfiada marcha del pueblo hacia su plena incorporación, participación y auto-construcción de democracia social y política” (1). Esta conclusión es presentada como el fruto de una experiencia personal:

Este estudio de las Sociedades de Socorros Mutuos populares surge desde una suerte de experiencia bohemia de conocimiento. De un deambular por calles de barrios bajos, mirando lápidas viejas sobre muros desteñidos; de un andar a tropiezos por los hoyos de un pavimento gastado, que muestra su capa de empedrado del novecientos; de un paseo interior por algún añejo edificio del barrio San Ignacio donde funcionó el local de una sociedad; finalmente, de un ritual de desempolvamiento: limpiando las capas de prejuicios, abriendo los folletos societarios fosilizados en las estanterías, raspando en la pintura de la modernidad vanguardista, industrial y revolucionaria. Soplando el polvo de la “pre-historia”. No es extraño entonces que, habiendo calificado la historiografía del movimiento obrero a las Sociedades Obreras de Socorros Mutuos como su “pre-historia”, muy poco se haya conocido acerca de ellas. (1)

Aquí, la primera persona singular se asume sin transformar su punto de vista en una posición neutral, aludiendo a acciones cotidianas que le permitirían acceder a la experiencia de los artesanos a través de sus archivos: caminar, limpiar, abrir, raspar, soplar. Sin embargo, a diferencia de Salazar, su vínculo con el sujeto de estudio proviene de sus acciones como historiadora, no de su biografía familiar. Como precisa más adelante,

el re-conocimiento de las Sociedades Obreras de Socorros Mutuos me permitió visualizar una figura, comprender una forma, de lo que se ha llamado la ‘vía chilena’, cuya historia se comienza a dibujar en el desencantado rostro del artesanado chileno desde la década de 1840, bajo los nublados cielos de una república aristocrática. (1)

No obstante, en ambos casos se da forma a una aproximación historiográfica que reconoce la dimensión subjetiva de la investigación histórica. En otros pasajes, Illanes continúa utilizando el nosotros para referirse a su trabajo, al que denomina “arqueología historiográfica” (2).

Una segunda estrategia es la expresión de las reflexiones analíticas desarrolladas durante sus distintas etapas, en su proceso de investigación historiográfica: la búsqueda de fuentes, la formulación de preguntas, la interrogación frente a otras interpretaciones históricas y la exposición escritural del proceso. Algunas señas de esta estrategia se reconocen en Ser niño huacho de Salazar:

Al descubrir los folios de José Simeón entre los legajos archivados del Ministerio del Interior, decidimos averiguar cuánto duró el exorcismo que lanzara ese gobernador contra la “mucha pobreza” que se cernía sobre las criaturas de Rosaria. Hallamos que, durante tres años sucesivos, la Intendencia de Coquimbo registró en sus libros la ayuda concedida para la crianza de esos niños. Y que, desde fines de 1847, obstinadamente, los folios guardaron silencio… (57)

En este caso, las referencias a las acciones de descubrir, decidir, averiguar, hallar u oír, enfatizan la búsqueda del historiador y enuncian la labor hermenéutica que desarrollan frente a las fuentes. Por su parte, en La revolución solidaria de Illanes, la incorporación de la voz de la historiadora en relación con el proceso investigativo es mucho más evidente. Por ejemplo, al presentar la Sociedad de la Igualdad, organización de artesanos y jóvenes liberales, la autora señala: “me dispuse a sospechar de ciertas premisas, a mi juicio, muy poco fundamentadas” (8). En otro pasaje, Illanes expresa las inquietudes que orientaron su análisis sobre el carácter colectivo del proyecto mutualista, tomando distancia de la visión anglosajona del sentido del trabajo:

Nos preguntamos por qué no se consideraba, en este ideario civilizador ilustrado, al trabajador como individuo, como ese self-made man, ese Benjamin Franklin, prototipo del liberal país del norte. El proyecto ilustrado-popular no era individualista y se planteaba aquí como un modo de sociabilidad, pues no se concebía la idea de progreso indefinido como la carrera de un individuo veloz, superior, al estilo nietzscheano, sino como el proyecto de una clase. El progreso mismo, la conquista de la razón, era el fruto de la socialización, es decir, fruto de la solidaridad mutua organizada. (46)

En el mismo texto, la autora caracteriza al artesanado explicitando las inferencias que realiza a partir del trabajo de fuentes y de su ejercicio interpretativo:

Fue el sector que se movilizaba tras las arengas populares de los líderes e ideólogos más radicales de la gesta emancipadora, y seguramente la mayoría de ellos asistía a los mítines callejeros con José Miguel Carrera en los altos del Mapocho, o a las chinganas donde se cantaba con su hermana Javiera. Posiblemente, muchos de ellos apoyaron a Manuel Rodríguez en sus andanzas clandestinas por los pueblos y la capital. (3)

El uso de los términos seguramente y posiblemente contribuye a autorizar la clave narrativa del párrafo, pues por medio de ellos, la autora reconoce su ejercicio inferencial como estrategia para vincular los fragmentos del pasado en un relato coherente, al afirmar que es verosímil suponer que el artesanado del siglo XIX se vinculó con los líderes históricos del proceso de independencia en el espacio urbano de Santiago, pese a no tener una prueba dura de ello. Cabe destacar que Illanes sitúa su reflexión en el marco de un sujeto colectivo: “nos preguntamos”, antes de presentar una interpretación alternativa sobre el sentido del trabajo para el artesanado. Más tarde, en Chalinga, despliega en extenso esta estrategia narrativa, al inicio del texto denomina al trabajo de archivo como un “encuentro” entre la mujer del siglo XIX y ella, la historiadora del siglo XX (73). Este texto está íntegramente escrito en primera persona, con lo que renuncia, al menos en esta parte del escrito, a la ilusión de neutralidad narrativa. Además, describe el trabajo de archivo, refiriendo lo que ocurrió en ella como historiadora al encontrar el caso de una mujer pobre del siglo XIX, además de la descripción de algunas características físicas del documento. Hay un uso deliberado de algunas transformaciones del lenguaje con el propósito de enfatizar los sentidos de las palabras –re/suscitar o para-ser-re-suscitada–, lo que fortalece su propuesta de que la naturaleza de su encuentro no fue “letrada, académica o científica”, sino una “interpelación” realizada por la mujer del siglo XIX “ante mí” por medio de su propia voz y sus palabras registradas, circunstancialmente, en un archivo judicial. Es posible observar cierta inversión de los roles, dado que no es la historiadora quien interpela a las y los lectores por medio de su texto, sino que es la habitante del siglo XIX quien inquiere a la historiadora-lectora por medio de un texto-fuente. De esta manera, Illanes comprende las fuentes históricas como un texto para su interpretación, de donde se deducen diversas intencionalidades e incluso la capacidad de interactuar con quienes leen. Observamos cómo la narración contribuye a otorgar sentido a los acontecimientos, al organizarlos temporalmente y vincularlos con otras fuentes que pueden ser consideradas expresión de un proceso común, rompiendo el aislamiento de los pequeños quehaceres.

Un tercer recurso utilizado por los autores es la diversificación de las voces que narran la historia, asumiendo la voz de algún sujeto individual o colectivo, histórico o imaginario. Esta estrategia es reconocible desde Ser niño huacho, texto en que el autor modifica la voz del narrador en numerosas ocasiones. En algunos pasajes, se narra desde un yo que asume las voces de los niños; en otros, se asume una descripción desafectada de estadísticas; hacia el final del texto, se presenta la voz del propio historiador. Por ejemplo, en Discurso y política para huachos, la narración se realiza desde la voz del Estado oligárquico, como un diálogo entre notables, trenzando el relato imaginario con fuentes históricas:

El problema aquí, caballeros, no consiste en dar representación política a esa –mentada– “clase obrera”. Ni se trata de transformar en soberano de este país a la hez de su sociedad. Más bien, de lo que se trata es de dar “amo” y a la vez moralizar al “vagabunderío, ese manantial inagotable de vicios i de crímenes, i que tantas causas fatales concurren a aumentar en las poblaciones”. Esas “pandillas de huachos”, las bandas de “rotos alzados”, las “gavillas de cuatreros”, las “colleras de cangalleros”, los “encierros” de ociosos, mal entretenidos y tahúres, las “nubes de mendigos” y las “reuniones de mujeres” que se congregan en las puertas de los billares y cafés, constituyen una amenaza cierta para la sociedad honorable y civilizada en la que vivimos cristianamente. (68)

La estrategia del cambio de voz aparece de manera reiterada en Movimientos sociales. Por ejemplo, en el capítulo “Fragmentos histórico-culturales de soberanía popular”, el autor declara que analizará “desde dentro” de los movimientos sociales constructores de soberanía popular. Si bien la mayor parte del capítulo se articula sobre la base de una narración bastante convencional, hay pasajes en que asume la primera persona colectiva (nosotros), mientras que en otros se interpela directamente al lector o la lectora, dirigiéndose a un tú.

El cuarto recurso es la construcción de relatos orientados a provocar efectos estéticos y no solo a referenciar el pasado. Al analizar el conjunto de obras seleccionadas, se reconoce el creciente uso de esta estrategia durante el período estudiado. En las primeras obras, por ejemplo, La revolución solidaria, Illanes describe una discusión política en el seno de la Sociedad de la Igualdad como una puesta en escena. Mediante la representación de una asamblea del siglo XIX, la autora relata una discusión entre Pedro Félix Vicuña, líder liberal que habría propuesto la orientación de la sociedad hacia la lucha electoral, y Manuel Bilbao, que defendía su carácter social, de la siguiente manera:

Aún más, a juicio de Manuel Bilbao, los liberales habrían intentado separar a su hermano Francisco de la Sociedad de la Igualdad, instrumentalizando al igualitario Manuel Guerrero. Este habría planteado la conveniencia de la expulsión de Francisco Bilbao de la sociedad, achacándole la culpa –a raíz de sus publicaciones, escritos y conferencias que combatían los dogmas ideológicos opresores– de hacer peligrar la propia existencia de la sociedad. Planteado el problema a las bases, estas habrían apoyado incondicionalmente a Bilbao, tal como antes lo habían hecho con motivo de su excomunión. Los artesanos, de pie, gritaban su apoyo.

–El obrero López: “Ciudadano Bilbao, si la aristocracia os proscribe, nosotros os seguiremos al desierto, cual los israelitas a Moisés”.

Bilbao tomó la palabra y pronunció un célebre discurso. (15)

En las obras analizadas existen numerosos pasajes en que los historiadores apelan a las y los lectores, abriendo espacios de diálogos o incluso de interpelación a la lectora o el lector respecto de la dimensión ética del problema histórico abordado. Esto aparece, por ejemplo, en Movimientos sociales de Salazar: “¿Y qué fue sino eso mismo lo que empujó a tantos hombres y mujeres sin presente ni futuro a hundirse en cantinas y cuchitriles para ahogarse en alcohol, perder el sentido de las cosas, embrutecerse y agredir a la sociedad a insultos y cuchillazos?” (284).

Hacia 2012, las obras de ambos autores dan cuenta de una planificación mayor de la dimensión narrativa de la escritura historiográfica, o bien de una mayor libertad narrativa, evidentes tanto en las estructuras de sus obras como en el desarrollo de sus narraciones. Movimientos sociales de Salazar está compuesto por un prefacio y siete capítulos que transitan entre los XIX y XX y, en el caso del movimiento mapuche, el siglo XVI. La organización de estos capítulos no sigue un orden cronológico de pasado a presente, sino que circula por diversos nudos problemáticos, realizando continuas interrogaciones desde el presente a las y los lectores. En el capítulo “El movimiento social del ‘bajo pueblo’ mestizo (marginal)”, el autor responde a una cita de la obra La guerra a muerte de Benjamín Vicuña Mackenna, que describe la historia del bajo pueblo como “esa tradición oscura que se proyecta en la vida de todos los países como si fuera su propia sombra… lo que pasó desapercibido a la mirada escrutadora de los grandes exploradores del pensamiento… sea la flor humilde del campo, sea la espina desgarradora del zarzal” (126). Partiendo de estas últimas metáforas, Salazar desarrolla una descripción poética:

El pueblo mestizo… Ceniza, cascajo, desecho. El polvo ruin bajo los pies. El tallo marchito, pisoteado, que no creció.

Sin territorio. Sin progenitores. Sin memoria. Sin idioma propio. Sin leyes para sí, ni de sí. Sin Dios…

La “sombra” de Chile, que lo sigue y lo persigue –fiel e ignorada como un perro– a todas partes. (126).

También, reflexionando sobre su propia estrategia discursiva, el narrador-historiador se pregunta, “¿Es excesivo decir todo eso?”, respondiéndose: “Tal vez. Pero el pueblo mestizo, en Chile, podría decir (y gritar), en primera voz, todo eso. Y más” (127). Con ello, apela a la verosimilitud de estas afirmaciones, más que a su veracidad. En este caso, es posible apreciar cómo el conocimiento histórico es utilizado para dar cuenta de posibles voces de las que no quedó registro, pero que resultan probables a partir del conocimiento contextual.

Por su parte, en Nuestra historia violeta, Illanes mantiene un orden cronológico que cubre todo el siglo XX e inicios del XXI, compuesto por una presentación de la propia autora y catorce capítulos. Cada uno está antecedido por versos de Violeta Parra y presenta la vida de una mujer particular, que encarna algún aspecto de la historia de las luchas feministas. Esta articulación entre los textos de otras mujeres y la propia composición de la historiadora, es uno de los aspectos más distintivos de este libro. Así, sucesivamente, cada capítulo vincula textos poéticos, testimonios y procesos históricos que comúnmente han sido presentados como neutrales en términos de género o abiertamente masculinos. Mientras el primer capítulo se inicia con “un rostro definido: Carmela Jeria, obrera tipógrafa de la Litografía Gillet de Valparaíso” (13), el segundo sigue la pista de la Asociación de Costureras de Santiago, fundada en 1906, hasta extenderse a inicios del siglo XXI. En ellos, la voz de la autora se presenta develada como tal, por medio de la primera persona y de referencias al tiempo presente. Por ejemplo, en el capítulo 3, que aborda la historia de las mujeres de la familia Rivagüero, señala:

Los fines de semana se reúnen las y los hijos Saldivia Labbé que llegan de la ciudad, especialmente ese día en que iban a contar su historia, en torno a un exquisito curanto en olla con sopaipilla y chapaleles, hecho por las mujeres al punto que llegamos, saludando bellas con sus pañuelos sujetando el pelo y sus manos tibias enharinadas. (13)

En este fragmento la autora escribe una crónica de su visita al campo de una familia, apelando a su propia experiencia en tiempo presente, que no se centra solo en la información otorgada por las entrevistadas, sino en la manera en que su propio presente da cuenta de su historicidad: vivir en su propio terreno, recibir a sus hijos, ahora habitantes de ciudades, cocinar y sentir orgullo de su propio devenir. Al cierre del libro, la autora refuerza –y devela– su estrategia de aproximarse a la historia que ha narrado como una cronista. Uno de los aspectos que Illanes destaca de la narración-crónica es la posibilidad de “quedar abierta en sus extremos” para ser retomada por “cada cual”, abriendo a las y los lectores la posibilidad de “seguir escribiendo su/nuestra vida de mujeres”. Con ello, su texto se configura como un espacio de intercambio, un terreno de diálogo entre la historiadora y las lectoras, invitándolas a reconocerse agentes de la escritura de una historia que desborda el texto y se convierte en acción histórica.

La última estrategia que hemos identificado es la inclusión de fragmentos literarios en textos historiográficos. En los primeros textos de ambos autores hay fuentes literarias, tales como diarios de viajes, crónicas y poesías publicadas en periódicos del siglo XIX. En Labradores, Salazar estudia los diarios de viaje de Maria Graham (1824) y John Coffin (1898) del siglo XIX, así como poemas de Eduardo de la Barra. Por su parte, en La revolución solidaria, Illanes cita poemas escritos por artesanos e incorpora “El rin del angelito” (1966), una canción de Violeta Parra, extemporánea al problema histórico estudiado, pero adecuada para representar el drama de la muerte infantil, señalando que “en torno al dolor de esta mortalidad de infantes se creó la cultura popular del ‘angelito’, fuertemente arraigada en el abandono de los campesinos y la pobreza de los conventillos” (319).

En el pasaje titulado “De granujas, pelusas y cabros chicos” de Ser niño huacho, Salazar hace un bosquejo de la vida popular en los conventillos de la capital, dando cuenta del problema del hacinamiento y la salubridad, pero también de los problemas sociales como el abandono y el alcoholismo de los padres, sobre la base de La sangre y la esperanza de Nicomedes Guzmán [edición de 1968] (169). Más adelante, afirma que el incesto y la violencia engendraron una respuesta de repulsión y rebeldía en los niños y niñas, impulsándolos al “mundo de la calle”, en el caso de los hombres convirtiéndose en granujas o pelusas. Así toma la novela de Alfredo Gómez Morel, El Río [ocupa edición de 1962], en la escena donde presenta a su madre (171).

El uso de la literatura como fuente está fuertemente presente en las obras más recientes de ambos autores. El libro Movimientos sociales de Salazar, referencia las obras literarias Gran señor y rajadiablos de Eduardo Barrios (1955), Barrio bravo de Luis Cornejo (1955), El Río de Alfredo Gómez Morel (1962) y Yo soy pobladora de Rosa Quintanilla (1990). Nuestra historia violeta se estructura sobre la base de las décimas de Violeta Parra, ensayando una articulación entre historia y literatura también reconocible en la manera en que se planifica y ejecuta el relato. Si bien muchas de estas incorporaciones se basan en información histórica o son modificaciones de fuentes, la manera en que son utilizados permite considerarlos como fragmentos abiertos a la interpretación de quien se aproxima a ellos desde su materialidad escritural, las y los lectores.

4. Conclusiones

Mediante el análisis de la obra escritural de María Angélica Illanes y Gabriel Salazar aquí desplegado, hemos buscado comprender la pregunta por el aporte epistemológico de la narración a la construcción del conocimiento histórico. Interrogante que deriva de la discusión sobre el rol de la escritura en la historia, como práctica social, operación historiográfica y forma de representación, y que surge de la constatación de la escasa discusión sobre la escritura historiográfica a nivel local. Concluimos que la producción escritural de ambos historiadores expone el uso de variados recursos narrativos y/o literarios. Primero, el uso de la narración como estrategia para exponer la perspectiva personal de los autores, basada tanto en la comunicación de sus biografías como de su experiencia historiográfica, expresando preguntas, inferencias, emociones y dificultades del proceso investigativo. Aquí, la escritura historiográfica aparece como una herramienta, tanto para dar cuenta de la subjetividad de quien investiga, como posicionamiento epistemológico, ético y político. Segundo, la diversificación de las voces narradoras, se aprecia en el paso desde un narrador neutral a una narración polifónica. Este recurso permite entregar múltiples perspectivas frente a un mismo problema, o de diversos problemas, cada uno abordado por alguno de sus protagonistas. El tercer recurso, la transformación del texto en un terreno de diálogo con las y los lectores, se reconoce en la formulación de preguntas abiertas, que brindan la posibilidad de que los textos sean interpretados libremente o, en palabras de Illanes, constituirse en “textos abiertos”. Esto comprueba el uso de recursos narrativos como una manera de ampliar la capacidad de interpretar el pasado histórico, no reservada únicamente a interpretadores profesionales (el historiador, la historiadora), sino a todas y todos quienes leen textos historiográficos. Por último, el uso narrativo del lenguaje y la inclusión de fragmentos literarios, son recursos que no solo están relacionados con la escritura, sino también con el ejercicio de lectura, tema que si bien excede los límites de este trabajo, puede reconocerse en el ejercicio reflexivo de sus autores, que se plantean como lectores de textos del pasado.

En conjunto, el uso de estas estrategias narrativas permite comprender la centralidad que los procesos escriturales adquieren en la construcción del conocimiento histórico. Vista así, la escritura aparece como una práctica social que informa tanto sobre un contenido específico (el conocimiento disciplinario), como de las prácticas sobre la base de las que se construye dicho conocimiento, narrando operaciones como la construcción de preguntas históricas, la búsqueda de fuentes y su análisis crítico, la contrastación entre fuentes, el debate con otras y otros investigadores, y su propuesta de organización por medio de la narración, entre otras. Creemos que la decisión escritural de hacer públicos estos procedimientos por medio de la narración constituye, en sí misma, un posicionamiento epistemológico de la historia social como proyecto intelectual con una clara intención democratizante, que aspiró a comunicar el conocimiento a audiencias más amplias.

Sin embargo, cabe señalar que estas opciones escriturales coexistieron en tensión con otras claves narrativas presentes en los textos, más cercanas a las estrategias discursivas tradicionales de la disciplina, como la argumentación por autoridad o el gesto de hablar en nombre de otros sujetos. Por ello, es importante considerar la complejidad del trabajo escritural de ambos autores, compuesto de estrategias diversas, cambiantes e incluso contradictorias, que configuran a las estrategias narrativas aquí analizadas como apuestas, en muchos casos, experimentales, que desplegaron una posibilidad narrativa frente a otras, sin constituirse por ello en marcos normativos para comprender el valor de esta corriente historiográfica.

Al concluir, reconocemos que en la obra de Illanes y Salazar, la escritura también tiene una historicidad, apreciable tanto en su estrecho vínculo con el proyecto historiográfico de ambos autores, declaradamente comprometidos con la democratización de la historiografía y de la sociedad chilena, y con su devenir en el tiempo, toda vez que es posible reconocer un creciente uso de recursos narrativos. Como ha señalado Pinto, el trabajo de la Nueva Historia Social contribuyó a “la legitimación social y política” de la historia, que se constituyó en “un instrumento privilegiado de búsqueda de sentido durante una etapa tan convulsionada e interpelada por sus propias rupturas” (91). En este proceso, el género ensayístico ocupó un lugar central, al haber permitido la expresión de una creciente libertad narrativa evidenciada en sus trabajos, adecuada para el propósito de construir narraciones que dotaran de sentido la experiencia de los sujetos populares. Es posible que en este proceso haya influido tanto la mayor experiencia de ambos historiadores, como la transformación de su posición en el campo académico de la historia, en el que con los años fueron ocupando lugares más protagónicos. En el caso de Salazar, es relevante que gran parte de su obra comenzó a ser publicada por editoriales, en formato libro, y por revistas académicas, cuyos criterios de publicación suelen tener un carácter más restringido. De esta forma, las obras de ambos historiadores dan cuenta de un esfuerzo por ampliar los límites del campo académico, tanto a nivel epistemológico y metodológico, con la incorporación de la perspectiva de nuevos sujetos y categorías de análisis, como a nivel escritural, con el uso de diversas estrategias escriturales que incorporaron elementos narrativos. Esta intencionalidad democratizante es coherente con las propias teorizaciones sobre la historia realizadas por ambos autores, en otras obras, conferencias y entrevistas.

Lo anterior nos permite concluir que gran parte del conocimiento sobre las y los sujetos históricos populares producido por ambos autores, representantes de la Nueva Historia Social, se yergue sobre los recursos narrativos utilizados en sus producciones historiográficas. La escritura permitió explorar, desplegar y analizar las perspectivas de sujetos como el artesanado, el peonaje, los trabajadores agrícolas y las mujeres, entre otros, articulando conocimiento histórico, trabajo de archivo, perspectivas ficcionales verosímiles y una reflexión metacognitiva sobre el proceso investigativo. El uso de recursos narrativos pudo haber sido una respuesta a la opacidad de los sujetos históricos populares en el discurso historiográfico predominante, expresado en una relativa escasez de conocimientos previos en los que basarse para continuar con sus investigaciones, lo que habría implicado un intenso despliegue de estrategias escriturales que permitiera reforzar las tareas de interpretación y narración de los problemas estudiados. También se puede reconocer tal opacidad en la propia materialidad del trabajo historiográfico, considerando tanto las limitaciones a la investigación en dictadura, agravadas con la experiencia del exilio o la persecución política en espacios académicos, como las dificultades del trabajo en archivos en una época en que tanto el acceso, el registro y la catalogación era mucho más precaria que en la actualidad. En este sentido, las estrategias narrativas parecen haber permitido enfrentar la fragmentariedad de las fuentes, la evidente parcialidad del discurso historiográfico, y el rol social de las y los historiadores en un contexto de profunda transformación intelectual, política y cultural. Es en esta imbricación, donde podemos hallar la relación particular entre estas estrategias escriturales y la Nueva Historia Social chilena.

Nos parece que estos trabajos ofrecen un terreno valioso para comprender el desarrollo de prácticas escriturales en las y los historiadores, y que en futuras investigaciones podrían ser exploradas también desde la perspectiva de las representaciones de los propios investigadores sobre la escritura, el plano de la recepción de sus discursos o la historia de las prácticas lectoras (de historiografía), los cruces disciplinarios en la representación del pasado; o bien, desde el examen de su propia historicidad, en relación con la pregunta de cómo estas estrategias han cambiado en el tiempo. Siguiendo esta propuesta, se puede considerar que la escritura historiográfica, como práctica social, jugó un papel crucial en la manera en que esta comunidad intelectual construyó relaciones con audiencias más amplias. Vemos en esto una invitación a explorar sus producciones desde los cruces disciplinares con que se han construido las humanidades en el campo intelectual chileno, y no como una distorsión del conocimiento historiográfico, en tanto la incursión de estrategias escriturales basadas en la conjetura, la imaginación informada o el despliegue de la subjetividad pueden ser interpretadas desde el plano de la representación del pasado.

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