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El viaje de Pedro Montt por el sur de Perú y el norte de Chile (enero-marzo de 1880) 1

Jorge Gaete
Centro de Estudios Bicentenario, Chile

El viaje de Pedro Montt por el sur de Perú y el norte de Chile (enero-marzo de 1880) 1

Revista de Humanidades, núm. 41, pp. 255-280, 2020

Universidad Nacional Andrés Bello

En los años previos a que asumiese la presidencia de la República (1906-1910), Pedro Montt había sido, desde 1876, diputado, senador, ministro de diversas carteras de gobierno, miembro de la Junta de Beneficencia de Santiago y de la Sociedad de Instrucción Primaria, director de la Casa de Orates y voluntario de la sexta Compañía de Bomberos de Santiago, entre otras actividades. Fue un mandatario que tuvo una prolongada trayectoria política, la que cimentó un camino expedito para llegar a La Moneda por la experiencia acumulada en todos esos años.

Al mismo tiempo, era un político del cual se le reconocía su alta cultura y su pasión por acumular conocimientos acerca de las áreas públicas y privadas en las que se desempeñó. Tenía una especial cercanía con los libros, que lo llevó a poseer una importante biblioteca personal y a crear una para el Congreso Nacional. Sin embargo, sus viajes fueron los que marcaron una huella trascendental en su formación, pues lo llevaron a recorrer el mundo en compañía de su esposa, Sara del Campo.

Es posible determinar que su primer viaje lo llevó a Argentina en 1877, y que, tras casarse, el matrimonio recorrió, en otras oportunidades, Europa, Norteamérica y el norte de África. Dichas travesías difieren en los motivos y en las zonas visitadas, ya que entre 1883 y 1884 recorrieron Europa desde España hasta la actual Rusia, momento en el que se mezclaron el placer con el aprendizaje del funcionamiento de instituciones y con la firma de convenios entre el Congreso chileno y bibliotecas y librerías extranjeras. Por otra parte, en 1891 y 1892, durante y después de la Guerra Civil, pasaron una temporada en Estados Unidos y en el viejo continente, para luego trasladarse, tras la derrota de las elecciones de 1901, a Egipto, el mediterráneo, y nuevamente el sur europeo.

Estos viajes, en su mayoría, están descritos en un documento original de más de mil fojas, que alberga la Biblioteca Nacional2. De ellos, se desprenden algunos legajos, correspondientes el testimonio que da vida a este trabajo.

Contenido del documento

Este pequeño grupo de papeles, como lo dice el título, nos habla del viaje que Montt realizó hacia el sur del Perú y el norte de Chile, en el transcurso de dos meses. Durante ese tiempo, recorrió más de dos mil kilómetros de sur a norte, y diversas localidades y provincias, en las que realizó diversas actividades, desde enfrentar asuntos de carácter económico hasta visitas.

Se aprecia que, en un primer momento, se reúne con familiares en el valle del Aconcagua. Luego, se dirige hacia La Serena, para luego emprender rumbo hasta el Huasco, zona en la que se establece por unas semanas y recorre sus localidades cercanas. En aquel lugar, Montt comenta que debe hacerse parte de los negocios familiares mineros, dando comienzo a un relato sobre esta actividad y sus principales rasgos. Da a conocer el trabajo de los piques, los productos obtenidos y también trae a la luz aspectos del mundo minero de la época de Chañarcillo y alrededores, a mediados del siglo XIX.

Posteriormente, cuando Montt cierra sus asuntos, el documento gira hacia el contexto de aquel año, en el que Chile se encontraba en pleno conflicto con Perú y Bolivia. Visitó a miembros del ejército nacional que se encontraban apostados junto a sus tropas en la actual zona de Tarapacá, Arica y Parinacota y en la región peruana de Ilo. Tras penetrar en estos grupos usando un traje militar, da a conocer algunos aspectos acerca de la organización de los soldados, poniendo énfasis en la campaña marítima. En efecto, cuenta en detalle los bombardeos de los barcos, los generales muertos y cómo se traslada entre los barcos junto con las tropas.

En definitiva, con la transcripción de esta fuente –adaptando la grafía al castellano actual y poniendo en cursivas los nombres de los barcos– podemos aproximarnos, desde la mirada de Pedro Montt, a nuevos aspectos acerca de su vida y de su personalidad, sobre la cual la historiografía no ha ahondado. Además, la historia de la minería nacional y de las campañas que formaron parte de la Guerra del Pacífico reciben nuevos elementos gracias a su testimonio, el que, a pesar de su brevedad, da cuenta con detalles de lo que ocurría en el país en aquel verano de 1880.

El documento 1880

Enero 22, jueves. — En el tren de las 10 salí para Ocoa, donde esperaba encontrar a mi papá, que debía haberse venido de Viña del Mar. Llegué a Ocoa a las 2 de la tarde, y mi papá acababa de llegar con mi mamá y la Rosarito. En el camino hasta Llay-Llay hizo mucho calor, pero desde este punto se sintió un fresco muy agradable.

En Ocoa donde había estado por última vez, según mis recuerdos a fines de 1875, de paso por el fundo de Manuel Echeverría, cuento edificios nuevos. Las casas son muy grandes y cómodas, y hay muchos árboles y flores. También se ha hecho una laguna a Miguel Irarrázaval, su señora y familia con las visitas que había.

Viernes, enero 23. — Para alcanzar a embarcarme mañana, necesito irme hoy a Valparaíso. Tomé el tren de las 10, que pasa a las 2 por Ocoa; pero con el propósito de quedarme en la noche en Viña del Mar, como me encargó también mi papá. A las 4 llegué a Viña del Mar, y me dirigí a casa de mi hermana Luz que está un tanto retirada de la estación. El doctor Valderrama había llegado en la mañana. Después de comer, fuimos con Elvira e Isabel al hotel, y vimos a doña Irene Herrera. Pasé también a casa de Puelma y de Balmaceda, y a las 9 estaba de vuelta con José Manuel Infante, a quien encontré en esta última casa, y que caminó junto conmigo para ir a la de Campillo.

Sábado, enero 24. Viña del Mar, Valparaíso. — Temprano me levanté para tomar el tren de las 9, pero llegué a la estación muy anticipado y me dio hambre. En casa de doña Encarnación Fernández entré en hora de té, y encontré también almuerzo, porque Pedro Lucio Cuadra que estaba alojado allí, iba a almorzar para tomar el mismo tren de las 9. Llegamos al puerto a las 9 ½ a. m., y de principio vemos encargos de mi papá, y varias compras que necesitaba para el viaje. Almorcé con Manuel Montt Toro, hice once en casa de Ramón Cruz, y medio comí en la de don Manuel Cuadra, porque a media comida me levanté para irme a bordo: eran las 6, y don Pedro P. Ortiz me había mandado un recado para que nos embarcáramos a esa hora.

Al venderme el boleto en la agencia de los vapores me preguntaron por el pasaporte, y me dirigí a la Intendencia a buscarlo. Tres viajes hice para obtenerlo y no era preciso, porque me dieron el boleto antes de tener el pasaporte y en el vapor nadie lo pide.

A las 6 ½ nos embarcamos en el Santa Rosa con muchos pasajeros y carga. Me dieron el camarote n.º 64, abajo, y la cubierta estaba llena de pasajeros. Me encontré más conocidos que Ortiz, Teodosio Letelier que iba de paseo a Iquique, y Federico Pezet, nieto del general de este nombre. El joven Pezet, a quien yo había conocido en Lima en 1875, en un baile, en casa de su abuelo, es oficial de artillería, y se encuentra en Dolores y Tarapacá. En este último punto fue herido en una mano, y se retiró con el ejército peruano; pero no llegó sino a la primera jornada a Pachía, y por el estado de su herida, volvió a Tarapacá, donde fue tomado prisionero por una avanzada chilena. Vuelve ahora a Lima canjeado con el oficial chileno que los peruanos tomaron en el mismo combate de Tarapacá. Aún no le sana bien su herida, y según parece, va muy contento en la manera como lo han tratado. Tenía la ciudad de Valparaíso por cárcel y salía y paseaba. La familia de don José Tomás Ramos lo ha atendido mucho y a ella debe que no le cortaran la mano.

Domingo, enero 25 a bordo del Santa Rosa, La Serena. — El mar estuvo anoche bien agitado. Como a las 2 de la tarde llegamos a Coquimbo, bajamos a tierra con Ortiz, tomamos en el muelle un coche, y nos dirigimos a la Serena por el camino de la playa, que es tan bonito. Llegué a casa de don Teodosio Cuadros, y como estaba allí su hija María Teresa me quedé. Ortiz se fue a recorrer la población. Hablamos con María Teresa y leímos inglés y alemán hasta las 5 ½, hora de comer, y le ofrecí un ejemplar de Goethe y otro de Schiller, que no los tiene, y ella sabe muy bien alemán. A las 6 ¼ tomé el tren para volverme a Coquimbo, y nos embarcamos. Hasta las 9 ¾ no salió el vapor.

Enero 26, lunes. — Freirina. Amanecimos en el puerto del Huasco, y a las 7 bajé a tierra. Los coches para Freirina estaban tomados por una familia numerosa de Arredondo, que venía de Valparaíso, y me vine en el coche que llevaba la valija para Vallenar. Mientras se arreglaba esto en la aduana me puse a ver papeles viejos, y en un legajo encontré las cuentas de las entradas del partido del Huasco en 1795. Figuraban allí los remates de diezmos, los almojarifazgos, alcabalas, derechos de esclavos y otros ya abolidos. Don Demetrio de Raigada era el tesorero, y las rentas por ese año, si mis recuerdos no me engañan, no alcanzaban a tres mil pesos.

Había también en la Aduana paquetes de publicaciones oficiales como presupuestos y memorias. Tomé nota que del interior se hallaban los de 1855 y 1857, por si no las tengo, para pedirle al Sr. Ugalde que me las remita.

Como a las 9 ¼ salí del Huasco en coche solo. A las 9:50 pasamos por Huasco Bajo, y a las 11 llegué a Freirina. Los demás coches que habían salido antes, quedaron atrás. Me alojé en la casa de Don José María Montt, que fue de mi abuelo, y donde nació mi mamá. Hace 6 años que estuve aquí, y noto diferencia en la plaza que ahora tiene jardín y pilas. De oriente a poniente tiene la ciudad tres valles, que se llaman Ancha, Angosta, y de la Recoba. Los de norte a sur, que son más, no se designan por nombre.

Para no perder tiempo y llevar el objeto que traigo, me fui a las 2 de la tarde a Huasco Bajo, para ver a José Antonio Montt. Después de un rato de conversación, me habló de la Quebradita y de la escritura otorgada por los demás dueños en la cual me nombran socio de temporada. Me dijo que se había presentado al juez porque no aceptaba algunas de las cláusulas del nombramiento. Le observé que cualquiera indicación equitativa sería aceptada pues no se buscaba sino lo más provechoso y convinimos finalmente en reunirnos pasado mañana aquí en Freirina, formular las modificaciones y extenderlas en una carta ante el juez para solemnizarlas. Después de esto parece que me entregará las minas. A las 6 estaba de vuelta en casa.

Hablando de la guerra me dijo José Antonio que el movimiento de nuestro ejército estaba próximo y que la expedición sería por Ilo, para llegar a Tacna, según se había podido sorprender aquí por el telégrafo.

Están aquí en Freirina las hijas de Jorge Montt, y con ellas la Rosarito. Salimos a andar después de comer.

Enero 27, martes, Freirina. — Esperando mañana la visita de José Antonio, nada tengo que hacer hoy. No hay dónde salir, y he enterado el día leyendo con intervalos de sueño. He hallado aquí un libro de Sudre, Historie du communisme y me ha entretenido. Después de comer salimos y di un paseo por la calle hasta una casa de rejas y de piso, como se dice aquí, por las que tienen los pilares que dividen la reja. Esta casa es el principio de la población y la entrada por el poniente.

Enero 28, miércoles, Freirina. — Hoy no ha venido José Antonio, y me he entretenido en leer. No hay nada qué hacer aquí, y reina la más absoluta tranquilidad. No ha llegado ninguna noticia, ni del norte ni de Santiago, y si no fuera por la lectura, me habría entregado a dormir. En la tarde llegó Jorge Montt de Carrizal.

En la escribanía leí un escrito presentado por José Antonio con objeciones a la escritura de mandamiento de socio de temporada que yo le remití en copia. El tono de este escrito no permite abrigar muchas esperanzas de que José Antonio entregue las minas en paz, y el que no haya venido hoy aleja todavía más esta esperanza. Sin embargo, puede todavía la cosa concluir bien y esperaremos hasta mañana.

Enero 29, jueves, Freirina. — En la mañana salgo a andar a pie y tomé leche en una chacra vecina, que fue de don José María y que vendió a un señor Castillo. Me baño también en una poza que pertenece a don Francisco Olivares, a media cuadra de la plaza, y que está al servicio de los vecinos, gratis, pues no se paga nada.

Vino José Antonio, y dejó encargado a don Pablo Restat, abogado de este pueblo, que acordáramos un acta para consignar las peticiones que él hace a la entrega de las minas. En efecto, nos reunimos en la noche, y dejaron el acta escrita para presentarla mañana al juzgado. José Antonio acepta la escritura de nombramiento con algunas agregaciones que Jorge y yo aprobamos. Si mañana no nace algún tropiezo, me iré pronto a recibir las minas, a fin de que me alcance el tiempo de vacaciones para irme por Carrizal y Chañarcillo a Copiapó y Caldera y llegar hasta Iquique y los campamentos del ejército del norte.

Enero 30, viernes, Freirina. — En la mañana de hoy cayeron unos goterones, lo que es aquí una novedad pues hace más de dos años que no se había visto ni una gota de agua por lluvias. Yo me encontraba en la chacra de Castillo, y un niñito, muy admirado por el chubasco porque nunca los había visto, preguntó con extrañeza ¿Quién habrá echado esta agua?

El río del Huasco, que pasa por el norte, es escaso, apenas alcanza para los riegos.

No hay aquí sino unas pocas personas con quienes hablar. Adrián Gandarillas, el gobernador, es una de ellas. Don Pablo Restat el abogado, es otra, y el juez Carrasco, otra.

A las 12 ½ tuvimos comparendo con Restat, apoderado de José Antonio y con Jorge, y firmamos el acta que hicimos anoche, para proceder a la entrega de las minas. El viaje a Quebradita se hará el domingo o lunes, en cuanto haya proporción. Jorge se va también con sus hijas, y haremos el camino en coche. En 1874 lo hice a caballo. Esto es un adelanto, pero no saldremos hasta el lunes, porque el coche de minas, que debe llevarnos, anda en Carrizal, y no llega hasta el domingo.

En el patio de esta casa, en que estoy alojado, hay pinos que dejó plantados mi abuelo cuando se fue a Tapihue en 1830. El viaje se hizo entonces a caballo y demoraron un mes.

La lectura es lo que sirve aquí para enterar el día. Concluida la Historia del comunismo, he leído algunas entregas de la Revista Chilena, otras de Sotomayor Valdés, y un tomo, el 3º, de los Misceláneos de Lastarria. Este último, que no conocía, me ha interesado, sobre todo en lo relativo a sus viajes por la República Argentina, en la Cordillera y el Paraná, que he visto.

Enero 31, sábado. Freirina. — La misma monotonía. Leer y leer es la única ocupación. Solo por falta de medios no me he ido hoy a las minas, y tendré que esperar hasta el lunes temprano.

Febrero 1, domingo, Freirina. — La iglesia del pueblo es grande y nueva. Dicen que costó como 40.000 pesos a la municipalidad, pero los concurrentes a misa son pocos. No pasan de 80 entre hombres y mujeres en la única misa que hubo en el día. Nadaban en la iglesia.

En el día hubo ejercicio de la brigada cívica. Salieron como 60 hombres, que formaban 6 mitades de uno en fondo, y una banda de 5 músicos. El comandante, que es José María Montt, está en las minas, y mandaba la parada el capitán Hernández.

Febrero 2, lunes, Quebradita. — A las 6 a. m. salimos de Freirina, y la salida fue en coche. En 1874 hice el viaje a caballo. En un birlocho venían Jorge y Loreto, y en un coche de minas veníamos Eufemia, Sara, las dos niñitas de José María y yo. El camino se hizo por Huasco bajo, y en dos cuestas hubo que bajarse, porque en la una la subida y en la otra el descenso eran muy violentos. A las 10 se mudaron caballos y nos sentamos a orillas de unas piedras, al sol, para almorzar fiambres, duraznos y vino que traíamos. Este lugar es frecuentado por los ingleses de la casa de Basio para hacer las once en sus viajes al Huasco, y le llaman por eso el hotel de los gringos. A las 1 llegamos a la mina Socalma o a la Quebradita, que solo dista cuatro cuadras de aquella. Funcionaban los malacates sacando metales de los piques. Conocí al administrador Radberg de la Quebradita y nos presentamos, preguntándonos respectivamente nuestros nombres. Dormí en la Quebradita.

Febrero 3, martes. Quebradita. — Como José Antonio no ha llegado, no se da primer pie a la entrega todavía. Y en la mañana estuve viendo la contabilidad. Me llamó la atención que en la oficina no se pueda saber cuánto ha producido la mina y esto nace de que no se toma razón del producto de las quintas de metales que corresponden a cada socio. De estas ventas, que se hacen por el socio de temporada, no queda noticia en la mina, de manera que si un socio u otro quiere saber cuánto produjo una barra en el año pasado, no es posible contestarle.

En una minita Virginia, que está en la misma quebrada más al oriente, comimos choclos y sandía, sembrados en la misma mina, y regados con agua que ella da.

Con Loreto, Sara y Filiberto fuimos a caballo a las minas de Eloísa, y allí había también sandías, cultivadas de la misma manera.

Febrero 4, miércoles. Quebradita. — Esperando a José Antonio, nada puede avanzarse. Entré en el socavón del Manto, y hay una veta que parece prometer mucho. Mañana se sabrá.

En la tarde quise enviar un propio al Huasco para escribir a José Antonio, y cuando había concluido la carta, recibí una de José Antonio en la cual me dice que solo por Radberg ha sabido que me encuentro aquí, que ha fallecido don José María Montt y demorará su viaje un día, y que llegará mañana.

En la noche hablé con Radberg, administrador de Quebradita, y le pedí que permaneciera algún tiempo más. Se ha negado y al fin me ha dicho que lo consultará con José Antonio.

Febrero 5, jueves. — En esta misma estancia de Quebradita, hay un establecimiento de fundición llamado el Sauce que pertenece a la comunidad y que ocupa Jorge, que lo ha aumentado. Fuimos a él. Dista de Quebradita una hora de camino. Jorge se fue en su birlocho con Eugenia y las niñas de José María y Loreto. Sara, Filiberto y yo nos fuimos a caballo con Gregorio Montt, un hijo de Jorge, administrador del socavón.

En el Sauce hay árboles y verdura, y las casas son grandes y cómodas. Fundía un horno y había en mucho como mil g/g métricos de ejes, que es lo que hacen. A las 5 nos volvimos con Filiberto y Gregorio. Jorge se quedó allá hasta pasado mañana.

José Antonio no ha llegado, y si don Federico Radberg no consiente en permanecer hasta el mes entrante, tendré que quedarme algunos días y no podré volverme el sábado, como había pensado.

La vida no es aquí muy activa ni ocupada para mí, fuera de conversar sobre la entrada de aquí, el lindero tal y el socavón de más allá para encontrar la veta al otro lado del chorro, no hay otra cosa qué hacer.

Febrero 6, viernes, Quebradita. — Como José Antonio acostumbra llegar de noche, acepté una invitación de don Manuel Guzmán para ir en el día al Sauce. Hicimos allá las once con cabrita asada y aún nos quedamos a comer. A las 8 nos volvimos llegando a las 10 a Quebradita. José Antonio acababa de llegar de Huasco bajo.

Febrero 7, sábado, Freirina. — Arreglada provisoriamente la administración de las minas, me vine a Freirina a caballo. Salí de Quebradita a las 12 ¾. A la 1 ½ llegué a Fragüita, donde me convidaron una sandía y me detuve 15 minutos. A las 2 estaba en la cumbre de la cuesta del Molle, y a las 2:40 al pie de la misma. A las 3 nos hallábamos en el alto del Sauce, a las 4:35 en la cumbre de la cuesta de la Totora, a las 5 al pie, y a las 6 en Freirina. En la noche hemos arreglado carruaje para irnos mañana de allá a Canto del Agua.

Febrero 8, domingo, Canto del Agua. — Así se llama una estación del ferrocarril de Carrizal, de aquí me encuentro en las casas de Alfredo Ovalle, que dirige las minas y hornos de su padre. A las 6 ½ salimos en coche de Freirina con José María Montt, y a las 11 ½ llegamos a su mina Astillas, donde trabaja. Después de almuerzo, salimos a la 1 ½, y a las 6 estábamos en Canto del Agua. Alfredo Ovalle nos dio alojamiento, y de aquí se va por tren a Punta de Díaz, de allí en coche o caballo a Chañarcillo, y después por tren a Copiapó.

Anduvimos viendo los hornos y sus diversos accesorios de la negociación. La conversación versaba principalmente sobre temas relativos a minas y su administración, ya que me he hecho minero sin saber cómo, va uno preocupándose más y más de estas cosas.

Canto del Agua, febrero 9, lunes. — Fuimos a caballo al pueblo de Carrizal Alto, que está como a dos leguas, y no elegimos tren, porque este sale a la hora de almorzar, que es intempestiva. Anduvimos por la población, y fuimos a la Mondaca y después hicimos una visita a don Aniceto Izaga en la Portezuelo. Pregunté por el telégrafo a Chañarcillo qué días había ferrocarril para Copiapó, y como no pudo ir el telegrama por hallarse cortada la línea, nos valimos del telégrafo del ferrocarril y en la estación de Canto del Agua se hizo la pregunta al jefe de Punta de Díaz, el cual contestó que el tren salía de Chañarcillo los martes, jueves y domingo a las 12 ½. Como tendría que irme mañana de aquí, pues no hay tren el miércoles, Alfredo Ovalle me facilitará conducción hasta Chañarcillo, y así podré quedarme hasta el mismo jueves o miércoles en la tarde. Llama la atención la resistencia de los caballos en estos lugares. Con tres caballos salimos de Freirina y hemos hecho la jornada hasta Carrizal, que son 15 leguas.

Canto del Agua, febrero 10, martes. — Hoy visité el establecimiento de fundición de Chañarcito, de propiedad de don A. Izaga. Arden cinco hornos. Llegaron diarios del sur, que no traen noticias importantes. Tenemos arreglado para mañana seguir viaje por ferrocarril hasta Punta de Díaz, y a caballo de allí a Chañarcillo.

En Canto del Agua hay también una pequeña población, entre los hornos de Ovalle y la estación del ferrocarril.

Chañarcillo, Dolores 1º, febrero 11, miércoles. — En Canto del Agua la máquina del ferrocarril vino a buscarnos a casa por los desvíos que sirven para el carguío de las vigas y demás objetos. Alfredo Ovalle quiso venir también a Chañarcillo, donde trabaja una mina. Se mandaron adelante los caballos y un macho y a las 10 ¼ salimos de Canto del Agua. A poco andar ya no se veía sino desierto y la extensidad más absoluta. En la estación del Algarrobal, donde la máquina tomó agua, tiene el jefe un pequeño huerto y jardín con la máxima agua de pozo que extraía para el ferrocarril. Había bonitas flores y duraznos muy cargados de fruta. Oasis en medio del desierto, que ya es departamento de Copiapó. El valle va ensanchando mucho, los cerros se alejan pero no se ve más que sequedad y arenuzca. Cuando llueve, sin embargo, lo que sucede de tarde en tarde, se levanta el pasto.

A las 12 llegamos a Punta Díaz. Aquí nos dejó el tren, que continuó para Cerro Blanco. Habíamos andado 23 millas desde Canto del Agua y nos sentamos a aguardar los caballos. A la 1 ½ llegaron después de darles un baño, poner mi maleta en el macho, montamos a las 2, y nos pusimos en camino a Chañarcillo en dirección al norte. Se divisaba un cerro con líneas blancas como caminos de cuesta: ese es Chañarcillo. Nos dimos al galope, con pequeños descansos. Son ocho leguas. No hay una casita, ni un árbol, ni síntoma de vegetación, ni sombra. A las 4 ½ entramos en la población de Chañarcillo. Es bastante grande, pues son como seis cuadras de norte a sur, y está al pie del cerro famoso, que iba dando tantos millones. El hotel no es bueno, según Alfredo Ovalle, y por introducciones que él tenía de Manuel Echeverría Blanco, preferimos alojarnos en alguna mina. En la Constancia, su administrador, señor Pastene, nos invitó a entrar y nos ofreció alojamiento con mucha amabilidad. Para el calor teníamos agua con azúcar, y como nos dijera que Agustín Edwards había venido en el día de Copiapó, y debía estar en la Dolores 1º, nos fuimos a esta mina. Su administrador, Don Eleuterio Toro, nos ofreció alojamiento y lo admitimos. Edwards se había vuelto a Copiapó hacía una hora.

La Dolores 1º ha sido muy rica. En 1868 produjo dos millones de pesos. Hay máquinas de vapor y muchos edificios para los cuales se han formado canchas levantando en el recuesto del cerro enormes murallas de adoquines. Ha tomado la veta principal por el recuesto, y en un plano del mineral observé que los chorros botaban constantemente la veta al oriente, viniendo del norte. Ahora la mina no produce gran cosa.

Copiapó, febrero 12, jueves. — En la mañana de hoy salimos a caballo y dimos una vuelta a las minas de Chañarcillo. Llegamos a la Candelaria, que es la más alta, y divisamos en el bajo a la Bolaco Viejo, que es la más al norte. También están en la altura el Manto de Ossa y el de Mandiola, minas todas que traen a la memoria el recuerdo de grandezas pasadas. Era tal la riqueza, nos decía un ventero de fruta, donde comimos uvas y melones en el pueblo, que en 1851 y 1852, el minero que en el día sacaba 6 onzas no más, bajaba muy descontento. Se creían dueños como los patrones. No había registro y hasta 30 onzas por día se robaban. Pedían un vaso de ponche de a $ 25, en seguida otro del mismo precio. Vaciaban uno sobre otro, y el sobrante que quedaba era lo que bebían, y pagaban sus tres onzas. Corrían las onzas como agua. Por cambiar una en sencillo no se daba más que $15. Ahora, ya no hay nada, señor, decía, y los hombres se han hecho maquineros. Se da este nombre a los que tienen facilidad para guardarse en el poto una piedra grande como una cebolla y así roban.

Después de almuerzo nos despedimos del señor Toro y nos fuimos a la estación. A la 1 tomé el tren para Copiapó. Hasta Pabellón no se ven árboles ni vegetación de ninguna clase. Aquí se cambia de carro, y principia la fertilidad. Pasamos por diversas estaciones, algunas de las que tienen el aspecto de pueblecitos por las casas y calles. A las 5 llegamos a la ciudad y Bruno Montt, que fue a recibirme al tren, me había tomado una pieza en el hotel francés, calle de Chañarcillo, esquina de la Merced.

La ciudad produce buena impresión. De oriente a poniente, las principales calles son las del ferrocarril, O’Higgins, Atacama y Chañarcillo. En la de Atacama está el comercio de lujo. La plaza está rodeada de varias hileras de pimientos que han crecido mucho y dan una espesa sombra, y en el centro hay pila y jardín. Los pimientos no se riegan. En uno de los extremos de la alameda, frente a San Francisco, se levanta la estatua de Juan Godoy, descubridor de Chañarcillo.

Copiapó, febrero 13, viernes. — Se está formando el 2º batallón Atacama, y a las 8 de la mañana los encontré en la plaza en ejercicio. Son todos hombres bien plantados.

Con Agustín y Arturo Edwards visitamos la máquina del Carmen, para beneficiar plata. Don Tomás Richards, socio administrador, me mostró y exploró todo, y como es persona muy festiva, pasamos dos horas muy entretenidas, y me dio algunas piedras de plata.

El liceo no pudimos verlo, porque estaba cerrado, y fuimos a la quinta de Soto, que está en la Chimba, al otro lado de la Alameda. Hay parrones muy extensos, y bajo ellos pasa un cauce, que sirve para el río en los cauces. Ahora venía el río, por una acequia al costado, con vara y media de ancho. La hondura del agua era de una cuarta. Este es el río Copiapó.

Mañana iremos a Tierra Amarilla para ver fundición de cobre.

Copiapó, febrero 14, sábado. — En la plaza hay una peluquería de Sol, donde me corté el pelo y la barba por 50 centavos. Visité el establecimiento de fundición de Edwards en Tierra Amarilla. En una maquinita nos fuimos a las 11, y en una media hora llegamos. Dista 10 millas. Don Enrique Metzmacher, jefe de la fundición, me explicó los procedimientos. No usa calcinas previas. Mezcla metales de bronce y color, más o menos en esta proporción. 16 g/g bronce, 4 de escoria y 25 de color, lo cual varía según la naturaleza de los metales, y forma una mezcla, de la que van llenando los hornos, y sale un eje de 45% con escoria de 2 décimos por ciento de cobre fino. Se hace un nuevo eje de 65%, fundido el anterior con metales, y la escoria da entonces 5 milésimos de cobre fino; y por fin en una tercera fundición, sale la barra. Hay ahora acopiados 40.000 g/g de cobre en barra.

Tierra Amarilla es una población muy larga, en la línea del ferrocarril.

Visitamos también el cuartel de policía, que sirve ahora para el 2º Atacama, y su comandante Soto nos anduvo mostrando las cuadras. Es un buen edificio, y la tropa bien plantada.

En la tarde estuvimos en el hospital, donde nos encontramos con su administrador Don Gregorio Badilla. Se ve mucho aseo, y hay muchos heridos de la guerra. Las monjas de caridad mantienen también una escuelita y un pensionado para niñas cuyos padres no tienen a quién dejarlas cuando salen de la ciudad para ir a las minas o por otra causa. No se les cobran más que sus gastos. Es una excelente institución.

En uno de los patios del hospital hay varios árboles de algodón y se da bien y produce frutos. Si pudiera entenderse este cultivo, quizás sería una riqueza.

El teatro que vi en la mañana no es feo, posee excelentes decoraciones.

Hay en Copiapó dos compañías de bombas, una de aguas y otra de bombas. La 1º tiene una bomba de vapor y otra de palanca, y ambas su cuartel en la calle de Atacama, junto al teatro, casa por medio, en edificio propio. Don Tomás Richards es el superintendente.

En la noche hubo revista, en la plazuela del teatro, calle de Atacama, y concurrió mucha gente.

A las 11 ½ de la noche fui a buscar a Bruno Montt en el club de Atacama, y conversamos sobre varios asuntos de minas.

Copiapó, febrero 15 domingo. — Son las 7, y pronto me iré a la estación. Me despido por ahora de Copiapó, llevando buena impresión de la ciudad.

A bordo del Bolivia, entre Caldera y Antofagasta, febrero 15. — A las 8 a. m. tomé en Copiapó el tren para Caldera. En una de las estaciones intermedias encontré a José Francisco Carrera, que está a cargo de un fundo, que fue de Espiga, y es ahora del Banco Mobiliario. Iban en el tren Lubsen, Richards y don David Martínez. A las 10 llegamos a Caldera, y en ese momento entraba del sur el Bolivia en el cual debíamos embarcarnos.

Almorzamos en casa de Leach y Ca., donde nos convidó don Marqués de la Piedra.

El Huáscar estaba fondeado en Caldera al mando de Thompson, mientras le hacen varias reparaciones en la máquina, descompuesta por incompetencia de los mecánicos que tenía. Fuimos a bordo del Huáscar, y entramos en la torre en sus dos cañones de a 300 [%], y vimos también los cañones de a 40 sobre cubierta, y que le cargan por la culata. El 3er jefe es ahora Emilio Valverde.

A las 5 nos embarcamos, y a las 6 salimos. Caminamos con buen andar.

A bordo del Bolivia, entre Antofagasta e Iquique, febrero 16, lunes. — A las 12 del día llegamos a Antofagasta, es decir, en 18 horas de camino a 12 millas por hora. Don Carlos Green, gerente de la Compañía de Salitres, vino a bordo en busca de Edwards, y me convidó a desembarcar, lo que le acepté. En el establecimiento de salitre pregunté y me encontré con don G. Behnke, futuro administrador de Quebradita, y hablamos sobre el asunto.

Por el calor me fui al pueblo. El coronel Arriagada es ahora el gobernador militar, y hace pocos días, contaba el señor Green, recibió un telegrama muy largo de Amunátegui. Eran 12 carillas, y se preguntaba él muy admirado ¿qué cosa tan importante habrá? Resultó que todo el telegrama se reducía a decirle que en la República Argentina aparecieron síntomas de guerra civil, que alegaban un conflicto con nosotros.

Hablando del batallón Melipilla, decía el señor Green: Tenemos en este batallón una notabilidad, al embustero número 1 del país.

Los Edwards se quedaron en tierra hasta la semana entrante, y con Vicente Dávila Baeza, Edwards, Délano y don Emilio Arancibia, nos embarcamos en el muelle y bote de la Compañía de Salitre. A las 7.20 salió el vapor, y a las 8.50 todavía no doblábamos la punta Fetas, que está en el extremo norte de la bahía.

Iquique, febrero 17, martes. — A las 2 desembarcamos en Iquique, habiendo pasado por Punta Gruesa, donde combatió la Covadonga con la Independencia. En tierra me encontré con muchos conocidos, todos chilenos naturalmente, Carreño, Medina, Amunátegui, Solari, Carrasco Albano y otros más hicieron el gasto del día, ya en conversación, ya en andanzas. Me embarqué a las 11 de la noche para llegar a Pisagua.

Pisagua, febrero 18, miércoles. — A las 6 fondeamos en Pisagua. Pasó el Abtao, donde vi a don Rafael Sotomayor y Antonio Vergara, y me vine a tierra. En el cuartel general, que era una de las pocas casas que habían librado del incendio, encontré al general Escala, que me convidó a alojarme allí y le acepté. El coronel Urrutia me había invitado antes, para su pieza, que era un carro del ferrocarril, Adolfo Guerrero me cedió su cama.

En caballo que me facilitó el mismo Adolfo fui al fuerte del norte, que tenía un cañón Parrott de a 100, y se concursaban listas, las mismas balas y vaquetas de pólvora que habían llevado los peruanos.

Pisagua está en ruinas, y con los restos del incendio, se han levantado carpas y albergues para la tropa y para el comercio que se ha establecido. Los zapadores ocupan la plaza y el resto del ejército está escalonado al interior por la línea del ferrocarril, hasta Santa Catalina.

La altura de los cerros que rodean a Pisagua es de 310 metros, y desde esa elevación hacían fuego los aliados sobre nuestras tropas el día del desembarque.

Encuentro muchos conocidos en el estado mayor y en los diversos servicios del ejército. El comandante Cortés me expidió el pasaporte para un viaje al interior que haré mañana. Según los datos que he tomado, parece que el embarque de la expedición para el norte no se hará antes de una semana, de modo que me alcanza el tiempo para ir al interior, ver el ejército, dar la vuelta hasta Iquique, y de allí venirme en el vapor a este cuerpo para seguir con la expedición al norte.

Mis preparativos de viaje son un caballo y un mozo, que me esperarán mañana en Jazpampa donde llegaré yo por ferrocarril. He comprado un quepi de lino y Juan Pardo, ayudante del cuartel general, me ha facilitado una blusa del mismo género con botones amarillos, así es que saldré en medio traje militar, que es el más aparente para los campamentos.

En la noche hubo un rato de tertulia en compañía de los ayudantes del general Escala.

Jazpampa, febrero 19. — A las 8 ½ a. m. salimos de Pisagua en el tren, que tiene solo carros de plataforma e iban cargados de frente y víveres del sol hicimos nuestro camino, y demoraremos tres horas en llegar a la altura, que se llama el Hospicio. Un desvelamiento y el dejar paso a la artillería que venía bajando, fueron la causa de la demora. La línea férrea tiene una gradiente de 4 a 5% y varias vueltas para alcanzar a la cumbre.

A eso de las 11 ½ paramos en el Hospicio. Estaban allí acampados el Esmeralda y el Valparaíso. Sus carpitas blancas y en fila me recordaron una decoración del Hernani. El sol y el hambre apuraban, y no había dónde almorzar, me vine a tierra. En el cuartel general vi a Adolfo Guerrero y al general Escala, al coronel Urrutia y a Lagos.

Recorrí los fuertes del norte y del sur y preferí mi salida para mañana.

Jazpampa, febrero 19. — Estoy alojado con el comandante del 3º de línea, Castro. A las 8 ½ a. m. salí de Pisagua, y en el Hospicio encontré acampados al Esmeralda y al Valparaíso. Allí almorcé y a las 2 llegué a Jazpampa, donde acampaban el 3º y los navales. Estos cuatro cuerpos forman la división a las órdenes de Amengual.

Tiliviche, febrero 20. — A las 7 salí de Jazpampa y a las 7 ½ llegué a San Antonio, campamento de la 2º división. Almorcé con el comandante Barceló del Sant, y a las 3 me vine a Tiliviche, al norte, campamento de granaderos, donde me encuentro y pronto me acostaré en la pieza en que duerme Benjamín Vergara.

Santa Catalina, febrero 21, Baño. — A las 11 ½ salgo de Tiliviche, Salar. A las 2 en Dolores, Chacabuco –Telegramas –Cerro del combate –Espinar –Comida en Porvenir –Santa Catalina –Partida del Buin.

Pisagua, febrero 22. — Salgo de Santa Catalina a Porvenir, a Dolores – Jazpampa – marcha del ejército – San Roberto, caballo – tenedores de bonos.

Febrero 23, a bordo del Amazonas, bahía de Pisagua. — A las 7 ½ p. m. nos hemos embarcado en el Amazonas. Formo parte del cuartel general, o sea, de la comitiva del general Escala, sus ayudantes, secretario y auditor de guerra. En este mismo vapor vienen el ministro de la guerra y el estado mayor con su jefe coronel Lagos; dos baterías de artillería con el mayor Fuentes, el regimiento Buin de más de mil plazas con su jefe Ortiz, más de 300 animales.

En el día se ha activado el embarque pero no ha alcanzado a concluirse. El telegrafista demoró transmitir la orden de marcha a la 3º división que solo salió hoy de Dolores a las 2 o 3 de la mañana. La partida se había fijado para esta noche a las doce y pero me parece que no alcanzaremos.

Es voz pública en el ejército que nos dirigimos a Ilo, y Sotomayor cree que no encontraremos resistencia.

Febrero 24, a bordo del Amazonas, de Pisagua a Ilo, martes. — El embarque no concluyó anoche y a las 6 de la mañana, cuando me levanté, me encontré con el general Escala, que se preparaba a ir a los muelles para activar los embarques. Lo acompañé y permanecimos en esta función hasta pasadas las 9. El mar estaba tranquilo, y además de la tropa formada que aguardaba las lanchas una del muelle se veía bajar un rosario casi no interrumpido de rezagados que habían quedado en el camino pertenecientes a la 2ª y 3ª división, que venían llegando.

Aproveché un momento para ir al Hospital y hacer una visita a Roberto Ovalle, capitán del Chacabuco, que está enfermo y tiene que volverse a Santiago.

A las 11 ½ a. m. se disparó el cañonazo para que los buques principiaran a hacer sus anclas. El camino se debía formar de este modo según un diseño que del buque almirante le pasaron al capitán del Amazonas:

Blanco

Toro Torpedos

Copiapó Itata Amazonas L.

Sta Lucía Limarí M. Cousiño Lamas

Balsa Humberto Murphy Elmore

Abtao Toltén

En la mañana habían entrado el Huáscar del sur, y la Magallanes del norte.

No recuerdo bien el orden de cada uno de los buques de las tres últimas filas, y en eso puede haber alguna equivocación.

A consecuencia de algunas demoras el camino partió hasta las 5 de la tarde. Según vi a Sotomayor y al general Escala era cosa acordada que esta noche la primera sección compuesta de los buques más veloces Copiapó, Itata, Amazonas y Loa escoltados por el Blanco, se contrapesan para desembarcar más pronto sus tropas. A eso de las 9 ½ p. m. como el almirante no da la orden de apurar la marcha, se lo pregunto por medio de luces, y contestó que no, de modo que continuamos con un andar de 6 a 7 millas. Ni Sotomayor ni Escala se explicaban el motivo de esta negativa del almirante contrariando lo acordado.

Pacocha, febrero 25, miércoles. — A las 9 ½ a. m. se avistaba la punta Coles, límite sur de la bahía de Ilo y Pacocha. A las 11 ½ anclamos, algo lejos del muelle. El Esmeralda y la artillería de marina, que reina en el Blanco, saltaron a tierra por el sur y se pusieron en camino a Pacocha. No se divisaba resistencia en lo andado, y más bien parecía abandonada por sus habitantes. Como a la 1 nos acercamos, y desembarcaremos por el muelle. En realidad, la ciudad estaba abandonada. Uno que otro italiano era lo que se encontraba.

El muelle, que es de fierro, no ha sufrido nada, tiene un [dunkey] a vapor que está funcionando con nuestra gente, y por el cual se desembarcará la artillería y municiones. El agua de que se sirve la ciudad viene por cañería de un estanque alimentado por un pozo cerca del río mediante una máquina de vapor todavía funcionaba tranquilamente. Los trenes no comandando la expedición de Martínez, y los rieles no habían sufrido nada. Un francés que se titulaba socio y administrador de una compañía arrendataria del ferrocarril a Moquegua recibió orden de entregarlo y contestó que así lo haría, previa la respectiva protesta.

Pacocha es una ciudad nueva, cuyo aspecto no es feo. Está al sur de la antigua Ilo, que es un caserío inservible.

Por no haber elementos en tierra nos fuimos a comer a bordo. En el día, recorriendo la ciudad con Adolfo Guerrero y M. Lira, encontramos a soldados robando y los mandamos a sus cuarteles para que recibieran su pena. Continuó el desembarco, sin alcanzar a concluir.

Se tomó para el general una casa nueva y bonita, inconclusa todavía, que pertenece a doña Tadea Fajardo de Barros, viuda que reside en Moquegua, y su encargado la recomendó exigiendo por único canon que se la cuidasen. Había algunos colchones en ellas y de dos hicimos cama para tres.

En la noche el general Escala con Sotomayor y su comitiva se fueron a reunir las avanzadas, y yo no pude ir, porque no se habían desembarcado caballos.

Pacocha, febrero 26, jueves. — Hoy ha continuado el desembarco, y no ha concluido tampoco. El negocio de remolcar las lanchas con botes o remos es muy lento, para este oficio tienen mucho la lancha a vapor del Blanco y el vaporcito Toro. Los batallones han ido acampándose al aire libre y por no haberse desembarcado todavía la caballería no ha podido hacerse reconocimientos.

Pacocha, febrero 27, viernes. — Desde aquí teníamos preparado viaje a la quebrada del Ilo con Guerrero, y lo realizamos hoy. El general Escala nos dio por compañero a su ayudante, capitán Lira. A las 7 ½ a. m. salimos unidos a otra comitiva, de Sotomayor y Baquedano, y nos internamos por la quebrada con ellos hasta las 9 ½, hora en que se nos separaron y se volvieron. Con Guerrero y Lira, continuamos adelante. La vegetación es espléndida. El río que ha estado de seca como tres años se halla ahora de avenida y muy correntoso. El agua es tan turbia como la del Maipo. Abundan los olivos que parecen seculares y las máquinas para fabricar el aceite de un modo casi primitivo. No llevábamos más que pan, y almorzamos con higos, granadas, sandías y pasas que íbamos encontrando. También había limoncitos para hacer frescos. Las naranjas, los dátiles, los plátanos, las chirimoyas estaban verdes.

Anduvimos hasta la una, y nos internamos quizás unas cuatro y cinco leguas, todas las casitas se hallaban desiertas, solo en una había dos mujeres y un hombre, en otra nos encontramos con 8 individuos que se nos mostraron muy obsequiosos. Nos dieron sandía, granadas, limones, hasta azúcar para limonada. Estamos prontos a servirlos nos decían: lo único que querían es que no nos hagan daño ni nos amenacen con las cuchillas. La hacienda en que estaban pertenecía al doctor Almenara, juez de Ilo y ellos se escondían para librarse del reclutamiento. Nos bajamos de nuestros caballos y permanecimos muy tranquilos y seguros los tres entre las ocho personas. ¿Qué se le ofrece mi coronel? le preguntó uno de ellos a Lira. Adolfo Guerrero le interrumpió. “No, hombre, si es general” y así se le trató en adelante. A mí me encontraron muy parecido a don Héctor, el que sigue de don Víctor, hijo de don Tadeo dueño de la casa que tenemos aquí en Canela.

A la vuelta dejamos la quebrada, y tras haber andado más de hora y media, vinimos a encontrar a nuestras avanzadas.

Mañana se vuelve el Itata a Pisagua y yo pienso tomarlo para alcanzar el vapor especial de Pisagua a Valparaíso el lunes.

Pacocha, febrero 28, sábado. — En la mañana nos bañamos con A. Guerrero, al salirnos del mar, notamos que había llegado la Magallanes, y quedando ella como las de unos buques de guerra tenían bandera a media asta, ¿Qué habrá sucedido? Nos preguntamos con ansiedad. La Magallanes había traído la noticia de que ayer se había batido el Huáscar y allá en los fuertes de Arica y en el combate una bala había dado muerte al comandante Thompson. En la natural excitación que este suceso causó, se conversaba de que era preciso bombardear Arica, y se armaría la salida del Blanco y el Angamos a los cuales se atribuyó este propósito. Por si resultaba efectivo, procuré irme en el Blanco, y una carta del general Escala, al almirante Rivero me dio lugar en el Blanco. Don R. Sotomayor con Lira, uno de sus secretarios que viven en el Abtao, se trasladó al Blanco, y a las 7 p. m. salimos para Arica en el Angamos.

El desembarque de las tropas y pertrechos no ha concluido del todo. Ayer una partida de cazadores a las órdenes del coronel Lagos hizo un reconocimiento, porque se dijo que se habían divisado avanzados enemigos, pero nada se encontró, y parece que lo de las avanzadas no fue más que una ilusión.

Todavía nuestro ejército no ha subido a la altura y ocupado allí sus posiciones. Por lo que he oído, el plan de campaña será avanzar hasta tomar el Hospicio y Pacaya, estaciones de la línea férrea a Moquegua, que sirven de centro a los caminos del norte para Tacna, cortar ahí esos caminos, privar de nuevos recursos al enemigo, y obligarlo así a salir de Tacna y presentar batalla.

Pasé la noche a bordo del Blanco.

Febrero 29, domingo. — Amanecimos frente a Arica. Condell, comandante de la Magallanes y ahora del Huáscar, en virtud de nombramiento que le ha hecho Sotomayor, vino a bordo del Blanco, refirió el combate del viernes y volvió a su buque. Se atacará a Arica por el cañón del Angamos, disparando a 6.000 metros, y el Blanco no tomará parte en el combate, y esta tarde volverá a Ilo. En vista de esta resolución y no habiendo ataque, resolví continuar mi viaje al sur, y me trasladé al Itata, que salió ayer de Ilo para Pisagua, y se ocupaba de trasladar los heridos del Huáscar para conducirlos a este puerto.

Los disparos del Angamos principiaron temprano y vimos varios desde a bordo del Itata, sin saber qué resultado dieron. Los fuertes de Arica no contestaron. Como a las 2 continuamos al sur llevando los heridos más graves del Huáscar, y los cadáveres de Thompson y de Goycolea. A las 11 de la noche llegamos. Yo estaba durmiendo y como en tierra no hay cama, no bajé y pasé la noche a bordo.

Marzo 1, lunes. — Amanecí en Pisagua, y el Loa y el Matías Cousiño estaba pronto a salir para Ilo llevando la 4ª división de la cual una parte había marchado en el Amazonas la noche anterior.

El comandante Vial Maturana, comandante de armas de Pisagua, vino a bordo del Itata, y por él supe que el vapor Toro debía salir en el acto para Iquique, conduciendo los cadáveres de Thompson y Goycolea. En lugar de aguardar en Pisagua, el vapor de la carrera, que debía llevarme a Valparaíso, preferible era aguardarlo en Iquique, ciudad de recursos, y me embarqué en el Toro. Como a las 5 ½ llegamos a Iquique con 6 horas de navegación. Al saltar a tierra dejé el quepi y la blusa militar con que había andado en Pisagua, en Pacocha.

En Iquique me alojé en un hotel bastante bueno, y don Miguel Carreño me entregó una carta para mí que la había remitido mi papá.

Marzo 2, Iquique. — Hay unos excelentes baños de don Eduardo Llanos y los aproveché. Almorcé en casa de Antonio Solari, y en el [colut] que es muy bueno, hay diarios para pasar el día esperando la llegada del vapor. Conversamos también con Carreño sobre las nuevas medidas adoptadas por el gobierno relativas al salitre.

A las 7 me embarqué en el Bolivia, y a las 8 nos pusimos en camino.

Marzo 3, miércoles. — A las 4 de la tarde llegamos a Antofagasta. Bajé a tierra y comí en la Compañía de Salitre. El señor Green, administrador, fue muy amable, y me instó para que me quedara algunos días o volviera otra vez. A las 8 continuó su marcha el vapor.

Marzo 4, jueves. — A las 3 llegamos a Caldera. Bajamos a tierra, y en el correo recibí carta de Balbontín desde Valdivia. A las 5 continuó el vapor.

Marzo 5, viernes. — A las 11 ¼ ha llegado el vapor a Coquimbo. Bajé a tierra, y en la capitanía de puerto me prestó Salamanca algunos diarios que estuve leyendo. A la 1 ½ ha continuado su marcha, y esperamos estar en Valparaíso mañana a las 8 a. m.

Bibliografía

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Notas

1 Este trabajo forma parte del proyecto titulado “Diarios de viaje de Pedro Montt y Sara del Campo”, respaldado por el Centro de Estudios Bicentenario y la Fundación Montt. Agradecemos a Alejandro San Francisco por su respaldo a esta iniciativa.
2 El documento se encuentra microfilmado en la Biblioteca. Aparece titulado como Diario de viaje:1880-1902 [manuscrito] /Sara del Campo de Montt, en www.bncatalogo.cl, con la ubicación SM-AD 12 y SM-AD 13. En el trabajo de Valeria Maino, Testimonios del yo se menciona. Las transcripciones de Carlos Sanhueza y Pamela Maturana, junto con la de Máximo del Campo, citadas en la bibliografía, dan a conocer parte de lo que fueron estos viajes.
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