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Necroterritorialización en las ciudades narradas de la frontera México-Estados Unidos

NECROTERRITORIALIZATION IN THE NARRATED CITIES OF MEXICO-UNITED STATES BORDER

Carlos Alberto Sifuentes Rodríguez
Instituto Tecnológico y de Estudio Superiores de Monterrey, México

Necroterritorialización en las ciudades narradas de la frontera México-Estados Unidos

Revista de Humanidades, núm. 40, pp. 61-85, 2019

Universidad Nacional Andrés Bello

Recepción: 14 Noviembre 2018

Aprobación: 22 Enero 2019

Resumen: Este artículo pretende examinar el fenómeno de la necroterritorialización sobre la base de nociones como la necropolítica, el estado de excepción y el capitalismo gore como tópicos espaciales en las ciudades narradas en obras que se centran en las ciudades más importantes de la frontera norte de México (Tijuana, Ciudad Juárez y Monterrey). Se considera que la necroterritorialización es una de las temáticas más recurrentes en la literatura urbana del cambio de siglo, debido a ejes temáticos que persisten en las ciudades de la frontera como los crímenes masivos, la violencia omnipresente y el negocio del narcotráfico.

Palabras clave: frontera México-Estados Unidos, ciudades narradas, literatura urbana, globalización y violencia, Roberto Bolaño.

Abstract: This article aims to examine the phenomenon of necroterritorialization—based on notions such as necropolitics, state of exception, and gore capitalism—as a spatial theme in the narrated border cities in works that focus on the most important cities of the northern border of Mexico, such as Tijuana, Ciudad Juarez and Monterrey. It is considered that necroterritorialization is one of the most recurrent themes in the urban literature of the turn of the century, due to thematic axes that persist in the cities of the border such as mass crimes, omnipresent violence and the drug trafficking business

Keywords: Mexico-U, S, Border, Narrated Cities, Urban Literature, Globalization and Violence, Roberto Bolaño.

1. Aproximación a las ciudades narradas de la frontera

Hacia mediados del siglo XX, el espacio urbano se vuelve el principal escenario narrativo en la producción literaria hispanoamericana gracias al arraigo de la urbe en la vida cultural del continente, como consecuencia de la modernización que experimentan las metrópolis de América Latina1. De esta manera, las grandes capitales latinoamericanas como la Ciudad de México, Buenos Aires, Lima y Caracas se vuelven el centro de atención de los narradores hispanoamericanos, lo que lleva a la consolidación de la literatura urbana2. Hay que señalar que esta literatura se refiere, de acuerdo con Rafael Gutiérrez Girardot, a aquellas obras literarias en las que figura la ciudad como tema central, en contraste con la regionalista, la cual se enfoca en la vida del campo (12).

Como parte fundamental de la propuesta de este texto, consideramos que una forma para aproximarnos de manera teórico-crítica al estudio de la literatura urbana es a través del concepto de ciudades narradas. Esta categoría de análisis se erige como una herramienta intertextual que toma en cuenta la relación existente entre el autor, el texto y el lector para estudiar la representación de la ciudad y los fenómenos sociales, culturales, políticos y económicos. La pertinencia de este concepto para la interpretación de textos literarios –sobre todo aquellos que se identifican como literatura urbana– radica en que facilita una lectura de la apropiación que realiza el texto ficcional de la ciudad real; permite la dialogicidad entre el espacio literario y los demás elementos narrativos que constituyen las obras; y favorece la identificación de las diferentes funciones que posee la ciudad más allá de ser meramente un escenario.

Una de las características que subsiste en las visiones de las ciudades narradas desde finales del siglo XX es el surgimiento de una multiplicidad de imaginarios urbanos que ha ocasionado la puesta en escena de la globalización3. Para comprender las transformaciones en las ciudades narradas, como efectos de los cambios que se manifiestan en las urbes contemporáneas, nos es útil la noción de posmetrópolis de Edward Soja, que entiende la ciudad como “producto de la intensificación de los procesos de globalización, a través de los cuales y de forma simultánea, lo global se está volviendo local y lo local se está volviendo global” (219).

Sobre esta idea de Soja, es necesario mencionar que en las ciudades narradas existe una yuxtaposición de espacialidades locales y globales, donde los elementos narrativos se alimentan de las contradicciones que surgen de la coexistencia de diferentes espacialidades y fenómenos culturales en las ciudades reales. Con esto en mente, las temáticas más sobresalientes en las ciudades narradas hispanoamericanas –en un contexto de producción y recepción signado por lo local y lo global– son i) el deterioro y degradación producto de la violencia, la pobreza, el miedo y el caos; ii) la descentralización y el crecimiento de regiones periféricas; y iii) la conformación de segregaciones y restricciones territoriales, entre otros.

Si bien las principales capitales latinoamericanas se encuentran como los referentes extratextuales más comunes en la literatura hispanoamericana, hacia finales del siglo XX ocurre un descentramiento que permite ampliar el panorama de la geografía literaria, cuestión que también se refleja al momento de abordar el tema de la ciudad. Este es el caso de las urbes de la frontera norte de México –Tijuana, Ciudad Juárez y Monterrey4– que con el cambio de siglo comienzan a ser narradas con mayor frecuencia, sobre todo por escritores que se identifican con la región, como Eduardo Antonio Parra, Heriberto Yépez, David Toscana, Luis Felipe Lomelí y Luis Humberto Crosthwaite.

Cabe señalar que las ciudades narradas de la frontera México-Estados Unidos logran mayor resonancia como resultado de una sucesión de fenómenos culturales, económicos, sociales y políticos. Entre estos fenómenos se encuentran la prosperidad del sur de Estados Unidos, la implementación de programas para el florecimiento del norte de México, el deterioro de la industria maquiladora, el aumento de los flujos migratorios y la nueva violencia urbana. Asimismo, habría que considerar casos paradigmáticos que marcan la región hacia finales del siglo XX, como la ola de feminicidios en Ciudad Juárez5, y la escalada de violencia debido a la guerra contra el crimen organizado y el narcotráfico por parte del Gobierno mexicano6.

Ahora bien, si prestamos atención a las ciudades narradas de la frontera norte, nos daremos cuenta de que el fenómeno de la territorialización7, de la mano del resurgimiento de lo local, se presenta como un elemento que comienza a impregnar dichas representaciones. Hay que aclarar que este fenómeno usualmente se deriva de divisiones, fracturas y fallas que tiene la ciudad conforme a la desigualdad, la exclusión social, la marginación y la miseria. Sin embargo, en las ciudades narradas de la frontera, la territorialización se vincula también con la representación de fenómenos como la violencia, la criminalidad, el narcotráfico y sus secuelas, los actores armados, la ilegalidad/legalidad y la proliferación de cadáveres. Por tal motivo, proponemos la noción de necroterritorialización8 para señalar la reconfiguración espacial que sucede en las ciudades narradas a partir de la predominancia de estos elementos narrativos, con la finalidad de trazar uno de los temas espaciales más significativos en la literatura urbana de la frontera México-Estados Unidos.

Cuando hablamos de necroterritorialización en las ciudades narradas nos referimos a la conformación de segregaciones y restricciones espaciales que surgen y operan de acuerdo con la lógica de la necropolítica, del estado de excepción y del capitalismo gore. Siendo las cosas así, resulta claro definir cada una de estas lógicas para saber en qué se fundamenta la necroterritorialización. Según Achille Mbembe, la necropolítica se refiere a las formas de instrumentalización de la vida humana que se relacionan directamente con la destrucción de sus cuerpos; y la capacidad para decidir quién vive y quién muere por medio del ejercicio de la coerción, la violencia y el derecho a matar, fenómenos en los que toman partido los diferentes actores armados que existen en la sociedad (12-4, 31).

Otra noción en la que se apoya la necroterritorialización es la lógica del estado de excepción. De acuerdo con Giorgio Agamben, el estado de excepción es un umbral o, mejor dicho, una zona de indiferenciación jurídica y política que “permite la eliminación física no solo de los adversarios políticos sino de categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables” (25). Claro está que ambas lógicas necesitan de un contexto económico-político propicio para operar, para lo cual acudimos a la noción de capitalismo gore planteada por Sayak Valencia que se refiere a la “reinterpretación dada a la economía hegemónica y global en los espacios (geográficamente) fronterizos”. Luego, la realidad del capitalismo gore reside en la “violencia, el (narco) tráfico y el necropoder” (15).

De ahí que sea necesario un análisis de las ciudades narradas con la finalidad de explorar cómo la necroterritorialización –una de las temáticas espaciales urbanas más comunes en la literatura de la frontera norte reciente– se compagina con la necropolítica, el estado de excepción y el capitalismo gore. Para lo anterior se analizan una serie de novelas de corte urbano debido al posicionamiento literario que tiene el género de la novela en la historia de la literatura urbana hispanoamericana. Así pues, las novelas que se revisan son 2666 (2004) de Roberto Bolaño, Al otro lado (2008) de Heriberto Yépez, e Indio borrado (2014) de Luis Felipe Lomelí. Estas obras muestran diversas formas en las que opera la necroterritorialización en la representación de ciudades de la frontera norte de México y ofrecen una pluralidad de puntos de vista al conjuntar visiones literarias que son originarias de la frontera norte, que se identifican con la región fronteriza, o que abordan la región desde latitudes ajenas. En la novela de Bolaño, 2666 –posicionada en el campo literario latinoamericano– se aborda, como un tema central, la masacre de mujeres en Ciudad Juárez. Por su parte, la novela de Yépez –uno de los escritores con mayor reconocimiento por discutir en sus textos problemas de la región fronteriza– es una de las obras de literatura urbana sobre la frontera norte con mejor recepción crítica. Y, por último, la novela de Lomelí, un autor que aborda el norte de México en sus textos, habla de manera novedosa de la ciudad literaria de Monterrey y, sobre todo, de la marginación y la violencia históricas que imperan allí.

2. Santa Teresa: territorios marcados por cadáveres

Como se ha indicado en otros estudios sobre la obra de Bolaño, el tema de la ciudad es uno de los elementos que más destacan en su novelística; sin embargo, en este análisis nos enfocamos en “La parte de los crímenes”9, dado que en ella la ciudad de Santa Teresa tiene mayor centralidad. En términos generales, esta sección es un recuento de la epidemia de feminicidios –a manera de crónica periodística con elementos del género policíaco– que ocurren en esta ciudad y en los alrededores de la frontera México-Estados Unidos en la década de 1990, como apropiación literaria del caso de las muertas de Juárez que tanto ha cimbrado la frontera mexicana.

Como es de esperar, el tema de la ciudad en la novela de Bolaño ha recibido la atención de la crítica internacional. Al indagar sobre este tema en particular, Gabriela Muniz señala que la crueldad que persiste en la ciudad por la proliferación de cadáveres, la espectacularización de la violencia y la muerte en Santa Teresa, “actúa como paradigma y legado de un mundo globalizado donde el valor dado a las vidas humanas es mínimo” (35). Otra voz crítica proviene de Fermín Rodríguez, quien examina la ciudad fronteriza según el estado de excepción, el ejercicio de la biopolítica, la reproducción del capital y la conformación de cuerpos residuales que se traducen en la creación de un “ecosistema del miedo” (99).

Por su parte, Florence Olivier, al reflexionar sobre la frontera en un contexto globalizado, señala que la ciudad en la obra de Bolaño “ilustra cómo en la actualidad lo local se halla expuesto a la intemperie del mundo. Y cómo el crimen organizado prospera en esas zonas donde […] la economía global propicia el libre intercambio de los bienes aunque no el de personas” (365). Por último, Rosario Pérez, María Bacarlett y Sonja Stajnfeld estudian la temática urbana en 2666 a través de una perspectiva que considera la ciudad fronteriza como espacio de desarraigo y desierto de indiferencia en el que imperan la impunidad, el machismo, la misoginia, el mal, y el vacío de valores (5, 20).

Para comenzar con el análisis, podríamos decir que en la novela se revela que Santa Teresa es una ciudad que comprende barrios miserables, parques industriales y maquiladoras; además del desierto, el muro y la frontera, y demás accidentes geográficos que son el escenario propicio para la serie interminable de crímenes. Los crímenes que acontecen en Santa Teresa forman una cartografía en la que se distinguen zonas que son propensas al descubrimiento de cadáveres. Dichas zonas se convierten en territorios de tolerancia ante la periodicidad de este tipo de atrocidades y, por tal motivo, Olivier considera esta ciudad “un Aleph de los violentos contactos entre mundos y culturas en la época de la globalización” (364). Así pues, Santa Teresa es la ciudad narrada que encarna con más fidelidad el fenómeno de la necroterritorialización como tema espacial, una ciudad que se muestra como una ficcionalización de Ciudad Juárez en la frontera norte mexicana.

“La parte de los crímenes” inicia con el descubrimiento del cuerpo de una mujer en enero de 1993, año en que los feminicidios comienzan a volverse mediáticos. Son crímenes en contra del género femenino en su mayoría, contra niñas, preadolescentes, adolescentes y mujeres jóvenes, siendo el exceso de crueldad lo que distingue cada uno de los cuerpos de las víctimas:

Luego el cuerpo fue llevado a la morgue del hospital de la ciudad, en donde el médico forense le realizó la autopsia. Según esta Esperanza Gómez Saldaña había muerto estrangulada. Presentaba hematomas en el mentón y en el ojo izquierdo. Fuertes hematomas en las piernas y en las costillas. Había sido violada vaginal y analmente, probablemente más de una vez, pues ambos conductos presentaban desgarros y excoriaciones por los que había sangrado profusamente. (Bolaño 444)

Los asesinatos cometidos rara vez son crímenes comunes y corrientes; pues son casos marcados por un interés malsano al buscar ejercer el mayor daño posible a las víctimas. En Santa Teresa es habitual la lógica de la necropolítica, puesto que las víctimas son objeto de prácticas extremas que permiten la destrucción de sus cuerpos mediante estrangulamientos, excoriaciones, violaciones, mutilaciones, inclusive empalamientos. Así, Santa Teresa es un espacio en el que esta clase de prácticas ocurren de forma masiva sin que las autoridades estén verdaderamente interesadas en resolver los casos, dado que la ciudad fronteriza se ha convertido en un umbral donde lo legal y lo ilegal se desdibujan. Al respecto, Pérez, Bacarlett y Stajnfeld señalan que Santa Teresa se ha vuelto “el terreno idóneo para dar rienda suelta a instintos bárbaros sin sufrir consecuencia alguna por ello” (8).

La necroterritorialización se traduce en la identificación de territorios de alta peligrosidad que, por lo general, se hallan en los márgenes. Los espacios narrativos en los que se descubren con mayor frecuencia cuerpos de mujeres son lugares que se utilizan para la acumulación de desechos, territorios que fungen como vertederos propios de un mundo globalizado:

Emilia Mena ya estaba muerta. En el basurero donde fue encontrada se declaraban constantes incendios, la mayoría voluntarios, otros fortuitos, por lo que no se podía descartar que las calcinaciones de su cuerpo fueran debidas a un fuego de estas características y no a la voluntad del homicida. El basurero no tiene nombre oficial, porque es clandestino, pero sí tiene nombre popular: se llama El Chile. (Bolaño 466)

En el pasaje anterior queda de manifiesto que el basurero, como espacio narrativo, surge como un lugar privilegiado para deshacerse de cuerpos, los que –como un efecto colateral del modelo hegemónico global– se convierten en mercancía de desecho al ser desprovistos de cualquier tipo de humanidad. La ciudad, gracias a los cambios que trae consigo la globalización, se muestra como un lugar en el que residen los desechos de la modernidad, como vertedero de los Estados Unidos. El basurero, por sus condiciones, se presta para la tolerancia e impunidad de crímenes. Este también es el caso de otros espacios como los cubos y contenedores de basura, la cañería y el drenaje, usualmente territorios que acumulan los desechos de algún parque industrial cercano. De acuerdo con Rodríguez, estos territorios conforman los “nuevos desiertos del mercado […] zonas no cartografiadas donde vegetan los muertos-vivos del capitalismo global” (99).

Otros territorios donde aparecen los cuerpos y que siguen la lógica de la necroterritorialización son los barrios periféricos que se hallan desatendidos por las instituciones del Estado. Estas zonas se caracterizan por el deterioro del espacio público y la falta de vigilancia, factores que operan a favor de los victimarios quienes las eligen para deshacerse de los cadáveres de mujeres:

A esa hora, sin embargo, nadie vio nada, entre otras razones porque a las cinco o cinco y media de la mañana todo está oscuro, y porque el alumbrado público de las calles es deficitario. La mayoría de las casas de la parte norte de la colonia Guadalupe Victoria carecen de luz eléctrica. Las salidas del parque industrial, salvo la que conecta este con la carretera a Nogales, también son deficitarias tanto en el alumbrado como en la pavimentación, así como también en su sistema de alcantarillas. (Bolaño 469)

En la novela de Bolaño un buen número de cadáveres son recuperados de barrios como la colonia Kino, Lomas del Toro, o Lindavista; todos adyacentes a parques industriales. Son territorios proclives quizá no para la ejecución del crimen, pero sí para deshacerse de los cuerpos, dadas las condiciones de precariedad y descuido en las que sobreviven sus habitantes. Esto pone en evidencia una de las temáticas de la literatura urbana más reciente: el deterioro y degradación del espacio urbano como resultado del desmantelamiento del Estado nación, dislocación que se produce como resultado de la circulación de flujos globales en las ciudades de la frontera.

La aparición y descubrimiento de cadáveres también delinea los territorios que se sitúan en el extrarradio de la ciudad de Santa Teresa, los espacios cercanos al desierto y las fronteras que esbozan el ingreso y la salida, y demás territorios que se identifican con algún accidente geográfico. Estos se vuelven espacios clandestinos propicios para crímenes por hallarse en los límites de la ciudad:

La última semana de abril se encontró otra mujer muerta. Según el forense, antes de morir había sido golpeada en todo el cuerpo. La muerte, sin embargo, se produjo por estrangulamiento y rotura del hueso hioides. El cadáver fue encontrado en el desierto, a unos cincuenta metros de una carretera secundaria que va hacia el este, hacia las montañas, en un lugar donde no era extraño ver aterrizar de vez en cuando las avionetas de los señores de la droga. (Bolaño 635)

Como indica el fragmento, Santa Teresa funge como la fuente de los crímenes que extiende su área de influencia hacia espacios situados en las inmediaciones. Estos puntos se vuelven clave para el tráfico de drogas y demás actividades ilícitas. Esta visión concuerda con las palabras de Olivier quien ve a Santa Teresa como “un horrens locus poético, un cuerpo enfermo de crecimiento canceroso” (371); y trae de vuelta uno de los temas urbanos más relevantes, en el cual se muestra a la ciudad ya no como un espacio utópico y civilizado, sino como un espacio que se barbariza.

Para finalizar, la oleada de feminicidios traza otros territorios. Usualmente estos espacios son aquellos mejor conocidos como espacios del deseo, en los que, por su esencia, se desarrollan actividades que no se identifican plenamente con la sociedad normalizada:

En junio fue asesinada una bailarina del bar El Pelícano. Según los testigos presenciales, la bailarina estaba en el salón, bailando semidesnuda, cuando apareció su esposo, Julián Centeno, quien sin cruzar una sola palabra con la víctima le descerrajó cuatro balazos. La bailarina, conocida con el nombre de Paula o de Paulina, aunque en otros locales de Santa Teresa también se la conocía con el nombre de Norma, cayó fulminada y no recuperó la conciencia. (Bolaño 636)

Como se puede observar, los espacios del deseo –bares, centros de entretenimiento nocturno, o sitios de apuestas— han sido necroterritorializados, pues en ellos la violencia contra las mujeres se percibe como algo cotidiano, de tal suerte que existe la permisividad para que estos actos sucedan a la vista de todos. Lo anterior se debe a la persistencia de un discurso sexista en el cual el asesinato de mujeres dedicadas a la prostitución o actividades afines es totalmente justificable, cuestión que comparten los agentes encargados de resolver los casos10. Como afirman Pérez, Bacarlett y Stajnfeld “los poderes públicos no comprenden a las víctimas como individuos con una historia personal, sino como meros cadáveres en mayor o menor grado de descomposición” (6).

3. Ciudad de Paso: producción de narcoterritorios

Al otro lado (2008) de Heriberto Yépez aborda principalmente el tema de la ciudad desde la representación del tráfico de drogas y el reordenamiento urbano que ocasiona, mostrando el lado más amargo de las ciudades fronterizas en un contexto global. En esta obra se relatan las peripecias de Tiburón –un joven drogadicto que se dedica al tránsito ilegal de migrantes hacia Estados Unidos– que intenta independizarse del negocio familiar, al mismo tiempo que trata de recuperar a su expareja. Todo esto se desarrolla en Ciudad de Paso –una clara ficcionalización de Tijuana–, un espacio donde persiste la segregación humana que se ha vuelto la droga misma de sus habitantes, los cuales mantienen latente el esperado cruce hacia Sunny City, sin tener en cuenta que saltar el muro puede ser una tarea infranqueable.

Algunas de las aproximaciones a la novela de Yépez coinciden en que Ciudad de Paso muestra elementos distópicos, apocalípticos y desesperanzadores de las ciudades fronterizas. Como ejemplo tenemos el aporte de Mario Bassols quien manifiesta que la ciudad es un espacio socialmente erosionado, donde se combinan la pobreza, la corrupción, el mercado de la droga y el desgaste de valores culturales (310). Diana Palaversich, por su parte, indica que en la novela persiste un imaginario apocalíptico en el que confluyen la violencia, el narcotráfico, la migración y la militarización (99). Una mirada más sobre el tema de la ciudad en la novela de Yépez es la de Elena Ritondale, quien se enfoca en el estudio de los cuerpos marcados, heridos o destrozados como metáfora para entender la pérdida de unidad y sentido a través de la destrucción de territorios urbanos (213).

Como mencionamos en un principio, uno de los temas espaciales que más condicionan la narrativa de la ciudad es el fenómeno de la territorialización. Lo anterior se compagina con la idea de Miguel Ángel Pillado de que “la ciudad se desdibuja para dar paso a lugares más reducidos y concretos” (449). De esta manera, Ciudad de Paso ya no se conforma solo con el muro que se erige entre ella y su contraparte estadounidense, sino que han surgido numerosas fronteras al interior, es decir, la ciudad que presenta Yépez “es más un espacio de fisión que de fusión” (457). Aunque el destino más anhelado por las subjetividades que habitan y transitan esta ciudad sigue siendo cruzar la frontera y alcanzar el sueño americano, también ocurren prácticas de territorialización:

Tiburón había crecido con esa filosofía fronteriza que dice que toda tu vida está dirigida a una meta y esa meta puede ser adueñarte de una zonita, volverte un maldito inmigrado o pasar una tonelada de coca y nunca más necesitar dinero (o necesitarlo from now on more than ever before) o algún otro de esos éxitos que esta tierra difunta permite. (Yépez 15)

Como lo demuestra el narrador, la territorialización es una manera de supervivencia en Ciudad de Paso. Por esa razón, Tiburón y su familia deciden dedicarse al tráfico de migrantes, una actividad que se convierte en un buen negocio con las dislocaciones ocasionadas por los flujos globales. La migración se vuelve central en las ciudades narradas fronterizas como queda de manifiesto en Al otro lado, y de manera tangencial en 2666, debido a que muchas de las víctimas –cuyos cuerpos nunca fueron reclamados– eran presuntos migrantes que buscaban cruzar hacia los Estados Unidos. El tráfico de migrantes implica tener bajo dominio ciertos territorios en los cuales se puede operar libremente siempre y cuando no se penetre en los de la competencia. Desde este momento empieza a figurar el tema de la necroterritorialización, una vez que invadir territorios ajenos puede traer consigo el aniquilamiento o la destrucción del invasor por parte de actores armados que controlan esos territorios.

A pesar de que el fenómeno de la necroterritorialización existe en toda Ciudad de Paso, persiste de manera alarmante en zonas que se encuentran al margen. Estos territorios son conocidos como cartolandias, espacios en los cuales se confabulan la miseria, la desigualdad, la violencia y demás fenómenos de carácter suburbano. Además, son territorios cuyo acceso, permanencia y salida se hallan en constante vigilancia, por lo tanto, cualquiera que no pertenezca a esa zona, como es el caso de Tiburón, no será bien recibido:

Rebasó la presa seca a la que la gente le gusta lanzar autos descompuestos, monedas y muertos y que hace un par de décadas estaba a la orilla de la ciudad y hoy está a la mitad; mientras celebraba haber dejado la zona de patrullas –a partir de aquí, por precaución, ya no entra ninguna– y cuidando de no acercarse a ninguna ensambladora –para no enfrentar a la Seguridad Privada– subió el volumen del estéreo y comenzó a cantar, desinhibido. (Yépez 16)

La necroterritorialización en Ciudad de Paso provoca que algunas áreas se encuentren prohibidas para las autoridades del Estado, ante la proliferación de actores armados, como sucede en la obra de Bolaño, en la cual también se resiente la ausencia de la ley. El imperio del crimen organizado en la ciudad es una muestra de cómo la lógica de la necropolítica está presente, dado que se convierten en actores que pueden decidir quién vive y quién muere, dejando a un lado el monopolio de la violencia que poseen las fuerzas del Estado. La territorialización en la ciudad no solo corresponde a la delincuencia y al crimen, sino también a la conformación de territorios que poseen seguridad privada, como en el caso de los pertenecientes a las industrias que pueblan el panorama de la ciudad, con la finalidad de satisfacer una necesidad que las autoridades no pueden cumplir.

En Ciudad de Paso, el negocio del narcotráfico está muy latente en todas sus facetas, desde la producción, la distribución y el consumo. En la obra se señala que en la ciudad está ocurriendo una reconfiguración del tráfico de drogas derivado de los cambios generacionales y el surgimiento de nuevos grupos dedicados al negocio, lo que resulta en la constitución de nuevos regímenes territoriales, desatando conflictos por el control de zonas exclusivas:

Ciudad de Paso estaba cambiando de mando. El Cártel tomaba control absoluto de las calles. Todos se sentían amenazados. Cada colonia era una zona de guerra; y cada casa, una fortaleza. Los nuevos jefes de El Matamorros no querían extraños chingando, y este balazo, tan preciso como indiferente de su blanco específico, era uno de tantos avisos del giro general de jefatura. Tiburón no era el único bajo la noche del phoco. Había otros. Otros más poderosos. Cada cerro tenía propietario. Cada esquina. Cada barrio. (Yépez 21)

La ciudad que nos presenta Yépez no se encuentra bajo el control de las autoridades, sino bajo el mando del narcotráfico, como resultado de los cambios globales en la región. Siguiendo a Ritondale, la relación entre sujeto, sociedad y territorio cambia con la presencia del fenómeno narco, lo que se manifiesta en “el cuerpo del protagonista […] en las relaciones socio-económicas y en el ‘cuerpo’ de la ciudad” (214). Con la necroterritorialización de la ciudad a manos del narcotráfico, algunos territorios se convierten en zonas de guerra. Más aún, con la aparición de nuevos actores armados, se intensifica la protección de cada uno de los territorios que dichos actores poseen, y la disputa de territorios ajenos, lo que genera una sensación de miedo y terror generalizados.

La colonia Matamorros es uno de los barrios más problemáticos de Ciudad de Paso, y también uno de los espacios narrativos más recurrentes en la novela porque allí reside Elsa, la expareja de Tiburón, a la cual va a buscar en distintas ocasiones con el objetivo de recuperarla. Esto implica un riesgo mayúsculo, no solo por el simple hecho de cruzar la frontera que delimita el acceso al barrio, sino por la relación de codependencia que existe entre Elsa y el jefe que controla la zona:

En ese tiempo, además, el phoco apenas comenzaba a sonar en las calles. Era como si en las colonias miserables, en las favelas de Ciudad de Paso, ¡se hubiese descubierto un tesoro! Era cierto. En el Matamorros, en el mismo lugar donde se extraía el polvo luego se echaban los cadáveres del narco, desde los viciosos hasta los encobijados, así que el negocio del polvo era redondo. Autosustentable y ecológico, por así decirlo. (Yépez 222)

El barrio de Matamorros funge como uno de los focos del narcotráfico, uno de los centros de producción más importantes de droga. También es un territorio en el que los agentes de la ley tienen prohibido ingresar, por lo tanto, es un espacio dominado por la violencia y la impunidad de los crímenes. Asimismo, este barrio sirve al narcotráfico como vertedero para la acumulación de cuerpos y demás desechos de las guerras entre distintos grupos armados, al igual que los espacios en la obra de Bolaño. Es un territorio que constantemente cambia de capo, y que con el paso de las generaciones se vuelve más violento, por el ejercicio de prácticas cada vez más crueles, el reclutamiento de subjetividades marginales y la inclusión de miembros de clases altas con ansias de poder.

Hacia el final de la novela –después de que Tiburón arma una trifulca en la colonia Matamorros al vengarse del traficante que es la actual pareja y proveedor de sustancias de Elsa– se suscitan en toda Ciudad de Paso una serie de enfrentamientos que parece que no tendrán fin:

Las noticias en la radio hablaban de tiroteos interminables. En esos precisos momentos ocurría una gran balacera, decía el locutor, lanzando maldiciones contra la impunidad imperante, quejándose del narco y las matanzas por todas partes. Así que la tira ya estaba entretenida, decía. Y mañana habría otra reyerta, sin novedad: la chotita ajustando cuentas internas. No había tiempo para perseguir a nadie más. Nada de pesquisas. Ni averiguaciones previas. (Yépez 320)

La ciudad se convierte en un campo de guerra debido a la circulación de la noticia sobre muertes violentas en Matamorros, en las que se ven involucrados tanto capos del narcotráfico como agentes de policía. Es entonces cuando la realidad que se vive toma tintes más violentos: una ciudad en la que el terror está a la orden del día, lo que concuerda con la realidad gore de la que habla Valencia al momento de referirse a los territorios fronterizos con Estados Unidos. Luego, la Ciudad de Paso se sitúa en una suerte de estado de excepción, donde la ley no existe cuando se trata de cobrar venganza. Por tal motivo, según Palaversich, la ciudad que esboza Yépez se muestra “como metáfora de todo un país destrozado por el narcotráfico y por sus violentas secuelas […] el paisaje infernal de un país en ruinas y una crisis nacional a la cual no se le ve una salida rápida” (110).

4. Monterrey: territorios de violencia barrial

En la novela Indio borrado (2014), la obra más reciente de Luis Felipe Lomelí, el Güero, un adolescente de apenas trece años, vive en un mundo de violencia y caos familiar en un barrio de la ciudad de Monterrey. Una de las pruebas que lo convertirán en hombre será la búsqueda por la materialización de un deseo parricida que lo llevará a ser el jefe de su núcleo familiar. Al respecto, Geney Beltrán señala que en dicha obra existe un pacto ancestral en la ciudad que orienta al Güero a emplear la violencia para acabar con su padre y de esta forma reconocerse como hombre en un “Monterrey legendario” (2015).

Sin embargo, la tarea más desafiante en la vida precoz del personaje será la de defender su territorio hombro a hombro con los demás miembros que conforman su pandilla. Esto convierte al barrio de la Revolución Proletaria en un campo de guerra en el que las bandas de los Rats, los Máfer, los Bóxer, los Dragons y los Calcos buscan imponer su fuerza mediante la violencia, acabando con un pacto existente desde sus ancestros. Carlos Paul, en este sentido, indica que la novela muestra un “retrato de la descomposición del tejido social en Monterrey” (2014).

La ciudad narrada en la novela tiene un referente que existe en realidad en el norte de México, a diferencia de las ciudades de Santa Teresa y Ciudad de Paso que son ficcionalizaciones de ciudades de la frontera. Monterrey es una ciudad que se muestra fragmentada y polarizada, y en la que están presentes restricciones espaciales, lo que genera la conformación de diversos barrios y el surgimiento de pandillas. El barrio en el que sucede la historia del Güero es el de la Revolución Proletaria, un espacio que sufre de marginación y desigualdad:

El Güero lo mira de soslayo. Están sentados a los pies del gigante bajo la noche que empieza, sobre la barda que divide a la Revolución Proletaria del barrio que quiso ser como el de allá enfrente, cruzando Garza Sada y el Soriana, el barrio verde de árboles regados y zacate parejito, el barrio de Contry. Y quiso ser como ese –dicen– el barrio de Más Palomas. Pero llegaron los padres de la Revu y se instalaron. Y los de abajo pusieron esta barda para no tener que verse. Y después la crecieron otro poco. Y luego otro tanto: para taparla, para que la Revolución no se extendiera. (Lomelí 81)

Las fronteras que dividen la ciudad narrada de Monterrey, sobre todo el barrio del protagonista, no solo se delimitan simbólicamente, sino que también mediante elementos físicos como muros y bardas, tal como sucede en la obra de Yépez donde en la ciudad coexisten fragmentos dispersos del muro fronterizo. La fronterización interna existe para aislar a la Revolución Proletaria del resto de la ciudad, dado que se presenta como una amenaza para la organización de los territorios, a pesar de que integren el mismo espacio. Esta segmentación al interior de la ciudad permite ver la territorialización en el espacio narrativo de Monterrey como uno de los principales ejes que componen la novela urbana de Lomelí.

La Revolución Proletaria se organiza bajo sus propias normas y convenciones con la finalidad de protegerse de los intrusos que quieran invadirla, una cuestión que no surge en la generación actual, sino que fue impuesta desde que nació y fue creciendo el barrio. Esto se debe a que las generaciones precedentes a la del Güero y sus contemporáneos, en su momento, decidieron tomar el control territorial y establecer sus propias reglas, como una manera de asegurar su supervivencia:

Al inicio, los padres de la Revolución defendieron la Revolución, la Revu. Ellos la fundaron sobre el costado de un gigante, en esta ladera de la Sierra Ventana. Y ellos se plantaron frente a los hombres armados y los buldózer que querían demolerla.

Después fueron los hijos. Se organizaron en brigadas según el territorio: Rats, Bóxer, Máfer, Dragons, Calcos. Para corregir al que acometiera alguna falta, para procurar la justicia ayudados por el consejo de madres, para resguardar las fronteras y asegurarse si el forastero era invasor o visitante. (Lomelí 68)

Como se puede observar, el barrio del Güero funciona como una reproducción en miniatura de Monterrey y la crisis que se padece en este espacio urbano ante el surgimiento de actores armados. La organización del barrio incluye a hombres, mujeres y niños, cada uno cumpliendo alguna función para la defensa. Las pandillas que integran el territorio defienden sus propias zonas, sobre todo de los extraños provenientes de otras partes de la ciudad, pero también de las demás pandillas. Así pues, la apropiación de territorios urbanos por parte de los actores armados que coexisten en la ciudad es un tema importante al momento de revisar las ciudades narradas fronterizas. En Al otro lado sucede algo similar, la diferencia radica en que en la novela de Yépez los actores armados son bandas del narcotráfico que pretenden mantener el negocio, mientras que en la novela de Lomelí obedece más a una cuestión identitaria en la que poco a poco se asoman las amenazas provenientes del capitalismo gore.

Una de las principales características de la Revolución Proletaria es que se muestra como un espacio inseguro en el que ni siquiera las autoridades del Estado se atreven a entrar. Los habitantes de este territorio poseen sus propias reglas como si el barrio no perteneciera a la ciudad de Monterrey y, por lo tanto, las fuerzas del orden son solo agentes extraños que pueden ser objeto de violencia al penetrar la frontera que lo delimita:

La policía no se mete en el barrio, hace años que no lo hace.

A lo más, entra por el Antiguo Camino a Villa de Santiago y sube una cuadra por la Genaro Vázquez para doblar enseguida en la calle de la primaria y andar cuatro cuadritas muertos de miedo, dentro de la granadera, sudando como chanchos con los vidrios arriba y sin clima, con los dedos acalambrados en el gatillo de sus armas. (Lomelí 39)

La Revolución Proletaria es un territorio amenazante en el que es posible el ejercicio de prácticas bárbaras, o sea, el ejercicio de la coerción, de la violencia y de la destrucción de subjetividades que representen un riesgo para el régimen territorial que persiste en el barrio. Estas prácticas son una respuesta por parte de los actores armados que integran la Revolución. De esta manera, las subjetividades que habitan en el barrio tienen total dominio sobre la vida y la muerte en cada uno de sus territorios y pueden hacer lo que quieran con aquellos que crucen sus fronteras, sin temor a recibir ningún tipo de castigo. Esta situación es similar a la que sucede en las ciudades narradas de Santa Teresa y Ciudad de Paso, dado que en los territorios marginales y periféricos los actores armados buscan imponer una suerte de topografía de la muerte.

Con el desarrollo de la trama, en la ciudad de Monterrey suceden actos violentos que hablan de su necroterritorialización y las formas en que cada una de las bandas del crimen organizado llevan a cabo prácticas en contra de aquellos que se metan en territorios que no les pertenecen, cuando antes había tratos bien establecidos:

Si el Güero hubiera disparado, si hubiera fumigado a Leónidas y al resto, entonces no se habría detenido ni a contar los números del boleto. Y habría visto, como todos, cuando se hizo el silencio en el autobús, al hombre que colgaba ahorcado del puente, sin manos, con una cartulina al pecho: “Para que aprendan a respetar”. (Lomelí 108)

Con esto en mente, se puede mencionar que en la ciudad narrada de Monterrey están pasando hechos sin precedentes, pues los actos cada vez más violentos y crueles son reflejo de la degradación y el deterioro de la ciudad a través de elementos necropolíticos. Luego, existe una apropiación mucho más rigurosa por parte de los actores armados hacia su territorio y un apego a nuevas formas de instrumentalización humana. Por lo tanto, la visión de un espacio urbano cada vez más hostil e inhumano es una de las características que se ha forjado en las ciudades narradas en razón de las transformaciones globales.

Con la conformación de una economía global, existe una mayor circulación y reproducción de actividades ilícitas en la región; como sucede en Santa Teresa en la que la circulación de migrantes altera el orden de la ciudad; y en la Ciudad de Paso, en la cual la reproducción de sustancias ilícitas reformula el panorama urbano. Así pues, en la ciudad narrada de Monterrey se encuentran formas de necroterritorialización que van al alza, lo cual queda en evidencia mediante una serie de eventos que suceden en la ciudad, como bloqueos de avenidas a lo largo y ancho de la misma, y actos brutales como decapitaciones y ejecuciones por el incumplimiento en el pago de tarifas que reclaman los miembros del crimen organizado.

Al principio de la novela, el territorio de la Revolución Proletaria se halla distribuido en correspondencia con las pandillas que lo integran. Sin embargo, en el transcurso del texto, surgen algunos roces entre las agrupaciones, y algunas de ellas inclusive adquieren armas de fuego, lo que abre la posibilidad para que intenten conquistar los territorios de otras pandillas. Lo anterior sucede con los Dragons y los Calcos, los cuales, cada vez con más frecuencia, llevan a cabo prácticas intimidatorias contra las otras pandillas que conforman la Revolución:

Así que espera. Recuerda cómo se libró de los Máfer y piensa que hoy tiene que respaldar al Deivid y a la raza, que tiene que correr por las azoteas y, si es necesario, fumigarlos: los Rats sí son sus amigos, ahí está el Fede y también Froy, ese sí es su barrio. Su territorio. Y aunque el Tony sea un pendejo, no puede dejar que otros cabrones le partan la madre a su banda. (Lomelí 58)

El Güero sabe que, aunque los miembros de la pandilla de los Rats ocasionan problemas con otras bandas, es necesario que se unan como signo de pertenencia a un territorio que busca sobrevivir. El protagonista y sus camaradas intuyen que de un momento a otro los Dragons y los Calcos buscarán tomar el control del barrio por completo, dejando un camino de cadáveres a su paso. Así que los Rats no tienen más remedio que buscar alianzas con las demás pandillas para sorprender a sus enemigos, desatando una guerra sin cuartel que traerá como resultado un sinnúmero de muertos. Se puede mencionar que lo que acontece en la Revolución Proletaria no es más que la amenaza del rostro más voraz que tiene el capitalismo global que se expresa de forma brutal en los espacios periféricos de las ciudades narradas y en los cuerpos de las subjetividades marginadas.

5. Reflexiones finales

En definitiva, las ciudades narradas fronterizas permiten la discusión de las transformaciones profundas que se han generado en el espacio urbano de la región a partir de una serie de imaginarios globales que reconfiguran lo local. Estas ciudades tienen la función de establecer un diálogo con la finalidad de entender los cambios que suceden en el espacio urbano y la importancia que tiene la literatura para aproximarse a estos. Al ofrecer información sobre el contexto cultural, las ciudades narradas fronterizas revelan la predominancia de imaginarios urbanos deshumanizados y deshumanizantes, en los cuales la necropolítica, el estado de excepción y el capitalismo gore se sitúan como elementos narrativos centrales.

Hay que recordar que, como principal objetivo de este texto, propusimos el estudio de una de las temáticas espaciales más relevantes que tienen lugar en las ciudades narradas fronterizas: la necroterritorialización, que toma sentido cuando la territorialización de la ciudad se confabula con la necropolítica, el estado de excepción y el capitalismo gore. De esta manera, en las ciudades narradas que se revisaron confluyen el imperio del crimen, la marginalidad, el narco, el pandillerismo, la miseria, la impunidad, el deterioro, el vertedero y la guerra. En estas obras quedan de manifiesto algunas de las formas que toma la necroterritorialización como la violencia de género, el reordenamiento del narcotráfico y la violencia barrial.

La noción de necroterritorialización que planteamos en este texto permite hablar de un modelo de lectura para novelas que narran espacios urbanos fronterizos que pretenden retratar la realidad que acontece en las ciudades reales. Más aún, la noción de la cual hablamos también puede ser de utilidad para examinar novelas urbanas hispanoamericanas en las que figuran elementos como la violencia indiscriminada, la maquinaria del narcotráfico, la conformación de actores armados y la crueldad urbana. Como se aprecia en este texto, esta noción nos permite entender de mejor manera tópicos que se encuentran en la literatura urbana reciente, dado que posibilita hablar de la intertextualidad existente entre las ciudades reales y las ciudades narradas a través de elementos propios de los estudios literarios, los estudios culturales y la semiótica de la cultura.

Referencias

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Notas

1 Néstor García Canclini sugiere que la modernización en Latinoamérica se refleja en fenómenos como un desarrollo económico más sostenido y diversificado, el crecimiento de industrias con tecnología avanzada, el fortalecimiento y expansión del crecimiento urbano, la ampliación del mercado de bienes culturales, la introducción de nuevas tecnologías de comunicación y el avance de movimientos políticos radicales (81).
2 La literatura urbana tiene presencia en la narrativa hispanoamericana desde el siglo XIX, en sintonía con corrientes literarias como el romanticismo y el modernismo. No obstante, no sería hasta la época del boom en la cual merecería la atención debida gracias a la obra La región más transparente (1958) de Carlos Fuentes.
3 Entendemos la globalización a partir de la propuesta de Arjun Appadurai quien señala la existencia de una serie de flujos globales gracias a los cuales los fenómenos culturales y sociales tienen que ser repensados, puesto que ahora prevalece un “orden complejo dislocado repleto de yuxtaposiciones” que socavan el modelo tradicional que existía entre centro y periferia (30).
4 Aunque la ciudad de Monterrey no se sitúa en la línea divisoria entre México y Estados Unidos, se toma en consideración para este texto dado que es la capital de uno de los estados que conforma la frontera norte y una de las ciudades más desarrolladas de la región.
5 Sergio González Rodríguez precisa que desde 1993 en Ciudad Juárez se han reportado centenares de asesinatos de mujeres sin que exista una cifra exacta por parte de las autoridades (2002).
6 En el 2006, Felipe Calderón, el presidente de México en turno, declaró la guerra contra el narcotráfico y el crimen organizado, implementando un plan de seguridad que contemplaba la militarización de las ciudades y las regiones más afectadas por el narcotráfico (Ramírez).
7 De acuerdo con García Canclini, la desterritorialización vendría siendo “la pérdida de la relación ‘natural’ de la cultura con los territorios geográficos y sociales”; mientras que la reterritorialización se refiere a “ciertas relocalizaciones territoriales relativas, parciales, de las viejas y nuevas producciones simbólicas” (288).
8 La noción de isla urbana que plantea Josefina Ludmer nos permite pensar en nuevas formas de territorialización y la existencia de regímenes territoriales de significación, lo que facilita la visualización de “las líneas y los mapas que trazan el capitalismo, el tráfico, las mafias y las políticas de la muerte”, conflictos apremiantes en América Latina (122-4).
9 Hay que recordar que la obra se conforma de cinco partes: “La parte de los críticos”, “La parte de Amalfitano”, “La parte de Fate”, “La parte de los crímenes”—la sección medular de la obra—, y “La parte de Archimboldi”.
10 El discurso de la mujer pública, como señala Melissa Wright, ha sido empleado en la frontera como una estrategia por parte de las élites para menospreciar la violencia contra las mujeres y evitar la aceptación de un problema que puede traer consigo serias repercusiones de índole social, política y económica (712-5).
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