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Sprachlosigkeit. Goldschmidt y la lengua freudiana 1

Sprachlosigkeit. Goldschmidt and the Freudian Language

Gianfranco Cattaneo
Universidad Andrés Bello Facultad de Educación y Ciencias Sociales, Chile
Niklas Bornhauser
Universidad Andrés Bello Facultad de Educación y Ciencias Sociales, Chile

Sprachlosigkeit. Goldschmidt y la lengua freudiana 1

Revista de Humanidades, núm. 40, pp. 119-150, 2019

Universidad Nacional Andrés Bello

Recepción: 07 Mayo 2018

Aprobación: 26 Octubre 2018

Resumen: En la obra de Georges-Arthur Goldschmidt se encuentra una cuidada reflexión acerca de la relación entre la lengua alemana y el psicoanálisis freudiano. Su principal hipótesis es que, así como las particularidades de la lengua alemana son condición de posibilidad del descubrimiento de lo inconsciente, el inconsciente, a su vez, pone al descubierto cómo es que las lenguas existen. La empresa freudiana, entonces, no habría consistido en otra cosa que en hacer hablar a la lengua y escuchar su decir, ahí donde esta se interrumpe y se ausenta de sí misma. Esta conjetura, que perfila un uso freudiano de la lengua, es presentada y discutida en este artículo, interrogando su rendimiento y sus límites respecto de otros desarrollos que han tomado a su cargo la compleja relación entre lengua, lenguaje y psicoanálisis y donde la manera de recibir los conceptos freudianos promovida por el retorno a Freud de Jacques Lacan resulta fundamental.

Palabras clave: lengua, psicoanálisis, inconsciente, interpretación, traducción.

Abstract: The work of Georges-Arthur Goldschmidt contains a careful reflection on the relationship between the German language and Freudian psychoanalysis. His main hypothesis is that, one the one hand, the particularities of the German language are the condition of possibility of the discovery of the unconscious, and, on the other, the unconscious reveals how it is that languages even exist. The Freudian enterprise would not have consisted, then, in anything other than making the language speak and listening to its saying, where it is interrupted and absent from itself. This conjecture, which outlines a Freudian use of the language, is presented and discussed in this article, asking for its performance and its limits with respect to other developments that have taken charge of the complex relationship between languages, language and psychoanalysis, being fundamental the particular way to receive the Freudian “concepts”, promoted by Jacques Lacan’s “return to Freud”.

Keywords: Language, Psychoanalysis, Unconscious, Interpretation, Translation.

Georges-Arthur Goldschmidt podría ser caracterizado como un ciudadano del siglo XX. Nació como Jürgen Arthur Goldschmidt el 2 de mayo de 1928 en Reinbek bei Hamburg, hijo del juez del Tribunal Superior del Estado Federado Arthur Goldschmidt y de Toni Katharina-Maria Jeanette Horschitz. A pesar de que la familia en el siglo XIX se había convertido al protestantismo, sus padres, atentos a la catástrofe inminente, en 1938 decidieron enviarlo a Francia junto a su hermano mayor. Los primeros años vivió en un internado en Annecy y a partir de 1943, como consecuencia de la ocupación alemana de Savoie, fue ocultado por familias de agricultores en los Alpes franceses. En 1949 adoptó la ciudadanía francesa. Después de estudiar germanística en La Sorbonne y rendir la Agrégation se desempeñó como escritor, ensayista, traductor y profesor de alemán. Su trabajo escritural, que data de la segunda mitad del siglo pasado hasta la actualidad, se plasma en distintas formas distinguibles pero complementarias.

En primer lugar, destacan una serie de novelas, la mayoría de ellas con una fuerte impronta autobiográfica. Dicha impronta llega hasta el punto que Goldschmidt incluso habría dicho que no se consideraba un escritor propiamente tal, sino que tan solo como alguien que contaba de su vida, y nada más (Rüther, 2004). Entre sus novelas están Le miroir quotidien (1981), Un jardin en Allemagne (1986), Narcisse puni (1990), La forêt interrompue (1991) y La Traversée des fleuves (1999); todas ellas publicadas en francés y luego traducidas al alemán. Luego está la trilogía Die Absonderung (1991), Die Aussetzung (1996) y Die Befreiung (2007), escritas en alemán y publicadas por la editorial Ammann de Zürich. En consecuencia, Goldschmidt en reconocimiento de su trabajo ha recibido diversos premios otorgados tanto por instituciones de habla alemana como de habla francesa.

En segundo lugar, está su profusa labor de traducción. Goldschmidt ha contribuido a la difusión de la obra de Peter Handke, traduciendo gran parte de ella al francés. Además, ha traducido a Walter Benjamin (Allemands), Georg Büchner (Lenz), Franz Kafka (Le Procès, Le Château), Friedrich Nietzsche (Ainsi parlait Zarathoustra) y Adalbert Stifter (L’Homme sans postérité) y, finalmente, se ha traducido a sí mismo (Quand Freud regard la mer, La Traversée des fleuves).

Además de las novelas, relatos y traducciones, Goldschmidt, ha publicado una serie de ensayos y conferencias, en los cuales aborda principalmente dos campos problemáticos: primero, el problema de la escritura y, relacionado con ello, el problema de la hospitalidad, de la acogida del o de lo otro; y, segundo, la pregunta por la lengua, por la diversidad de las lenguas, y, en particular, la relevancia de la consideración de la lengua de parte de y para el psicoanálisis. Entre los escritos dedicados a esta última pregunta, se encuentran Quand Freud voit la mer (1988), Quand Freud attend le verbe (1996), Une langue pour abri (2009), A l’insu de Babel (2009), Heidegger et la langue allemande (2016).

En lo que sigue se desarrollará una de las tantas facetas de esta obra poliédrica. Una cara que, si bien es distinguible de las demás por motivos esquemáticos y pedagógicos, no se la puede separar con nitidez, y mucho menos aislar. Debido a que los textos de Goldschmidt son relativamente desconocidos fuera del ámbito del habla alemana y francesa, interesa, en un primer momento, exponer las hipótesis goldschmidtianas respecto de cómo la lengua alemana habría creado las condiciones de posibilidad para el descubrimiento de lo inconsciente. Es decir, cómo Freud, debido a su particular relación con la(s) lengua(s), habría sabido aprovechar esta posibilidad, materializándola en el mentado descubrimiento. En un segundo momento, se examinarán críticamente dichas hipótesis, contrastándolas, por una parte, con los mismos textos freudianos y, por otra, con cierta franja de una discusión actual en torno a la relevancia de la lengua para el psicoanálisis. En este segundo momento, se propone examinar dicha discusión, llevando ese debate hacia las humanidades en general, con el fin de mantener el carácter plural e interdisciplinar de la obra freudiana.

1. Quand Freud voit la mer, Quand Freud attend le verbe

Quand Freud voit la mer no es el único texto en el que Goldschmidt expone las reflexiones que acompañan su labor de traducción, a veces guiándola, otras como resultado de aquella. En 1995, publica Quand Freud attend le verbe, subtitulado Freud et la langue allemande II, con lo que, de paso y retroactivamente, convierte al primero en Freud et la langue allemande I. Una hipótesis articula ambos libros: las investigaciones freudianas, al mismo tiempo de ser conscientes de la tradición filológica del pensar y rupturistas e intempestivas –más allá de la diversidad de formatos y formas que las caracterizan–, exhiben y además performan el modo en que el obrar inconsciente de la lengua es lo que hace hablar a la lengua misma. Cuestión que toca a la traducción de los textos de Freud en particular y la traducción en general. Cuando uno se sumerge de golpe en las mareas de la lengua, cuando se zambulle en ellas entregándose a su pulsar, como sostiene Goldschmidt siguiendo a Lacan, uno se percata de que ella balbucea. Esto es lo que habría llevado a Freud a girar su interrogación del inconsciente en torno a lo sexual, porque, cuando se trata de lo sexual, el ser hablante balbucea. Y lo hace en el punto en que la potencia vinculante de la lengua encuentra su propia limitación. Que la acumulación de los discursos sobre el sexo no alcance a levantar la hipoteca de esa falla, es lo que explica que la lengua, cuando quiere recogerse sobre sí, se desmultiplique y desapropie, es decir, una lengua, esencialmente, habla varias lenguas. Si la interpretación freudiana es entonces del orden de la traducción, es porque toda lengua es traducción o es del orden de la traducción. La traducción es una vacilación. Permanece retenida ante su propio límite, atrapada en la antesala del habla. Es, por tanto,

sorprendente que una lengua se exprese, ciertamente, empero ella no lo ve, en suma, sino cuando se topa con otra lengua, cuando su “intensidad” se interrumpe de golpe –como si ella estuviera hecha alrededor de lo que no marcha en ella, pero que solamente se le aparece en la traducción: como si otra lengua le revelará su inconsciente. (Cuando Freud vio la mar 103)

Para Goldschmidt se trata de mostrar, en toda su radicalidad, que –a partir de lo inconsciente– los efectos de la Sprachlosigkeit, los efectos de la carencia de lengua o de la falta de la lengua, se transforman en fuente y motor de la búsqueda en otras lenguas, de otras palabras u otros modos de que un silencio constitutivo acontezca en el decir. Una lengua existe, por tanto, solo a partir de las lagunas que le son constitutivas.

La cuestión propuesta por Goldschmidt reside en explorar la traducción en tanto que traducción. Si esta tiene como labor el recrear una significación de una lengua en otra, esta labor debe especificarse como la necesidad de testificar, teniendo por inexorable a la inmanente traición, de lo intraducible que yace en el pasaje entre lenguas. Con esto, traducir a Freud no implica que alguien deba convertirse en el albacea de un dogma sagrado. Si su traducción comporta una exigencia, es la de tomar posición respecto de lo que podría o no llevar adelante la transmisión del discurso freudiano: que el alemán haya sido la instancia del descubrimiento del inconsciente. Los traductores son tomados por el texto al que se abocan. Son puestos en juego en él, al igual que los lectores a los que este se dirigirá. El texto freudiano, en definitiva, pone en juego lo reprimido, porque exige ser seguido en la sucesión de palabras que emplea, por lo que es imposible conservar como tal en su paso a otra lengua (Freud se traduit-mal? 26). Como señala Héctor Yankelevich, haber considerado el lugar del traductor como libre de tensiones y asperezas, fue el error de la generación freudiana de los años treinta a cincuenta. Estos analistas, vieneses y alemanes, convertidos en ingleses o americanos por las contingencias de la guerra, terminaron pensando –desde una especie de empirismo naif– que los conceptos freudianos eran simples universales, transmisibles como tales solo por la potencia del lenguaje. Para esta generación, la cuestión de la especificidad de la lengua nunca se formuló como un problema. A pesar de leer a Freud en alemán,

las cuestiones –inmensas– de la singularidad de su escritura, de la multiplicidad de los sujetos sin lazo aparente los unos con los otros, de la homología jamás afirmada como tal entre estratos textuales y estratos del inconsciente, todo eso no fue nunca objeto de preocupación, como si el inconsciente pudiera existir por él mismo, como los objetos matemáticos, las leyes físicas o las células, intocado y fuera de toda textualidad. (Yankelevich 128-9)

En las dificultades de traducción del texto freudiano, a diferencia de lo que pueda proponer el ideal de transmisión científica, se encuentra la posibilidad de su reapropiación y su porvenir.

A partir de lo anterior es que el presunto carácter concreto de la lengua alemana, puede llegar a adquirir la importancia que, según Goldschmidt, efectivamente le corresponde al momento de pensar las condiciones de posibilidad del descubrimiento freudiano. Para Goldschmidt, Freud solo habría tenido que seguir los trayectos y las líneas de ascenso y descenso de esa especie de estructura maciza y concreta que es el alemán. Sin embargo, a esto es posible agregar que, aun cuando Freud solo habría tenido que apegarse a los trayectos que le proveía la lengua, lo hacía sin olvidar que esas vías únicamente podían ser pesquisadas a partir del testimonio sufriente de una unidad profundamente perdida. Freud sigue atentamente los asensos y descensos de una lengua que está inextirpablemente implantada. Es decir, no puede sino escuchar lo que la lengua dice [ausspricht] a través de quien habla [spricht] (Cuando Freud 111), del modo en que aquel que habla se emplaza en la lengua a partir de una profunda división consigo mismo. Por lo tanto, para no comprender mal la simpleza del gesto freudiano, la proposición de Goldschmidt debe ser puesta en perspectiva con la manera en que el mismo Freud entendía la patología. En “La descomposición de la personalidad psíquica”, Freud sostenía que toda vez que la patología nos enseña desgarramientos o rupturas, es posible presumir que ahí, normalmente, preexistía una articulación. Tal como un cristal que al romperse “se fragmenta siguiendo líneas de escisión cuyo deslinde, aunque invisible, estaba comandado ya por su estructura”, los enfermos mentales son “estructuras desgarradas y hechas añicos” (Freud 54).

Goldschmidt insistirá, no solo en los libros de los que aquí nos ocupamos, sino en una serie de conferencias que les son contemporáneas, en la transparencia, materialidad y legibilidad de la lengua alemana como lo que caracteriza mayormente a la estructura a la que se refiere Freud, que comandaba con anterioridad los desgarramientos y las articulaciones. “No hay mayor estupidez que hablar del carácter abstracto del alemán: ninguna otra lengua es tan concreta, tan espacial; el alemán es, en rigor, incapaz de cualquier abstracción” (33), afirma al inicio de la introducción de Cuando Freud vio la mar. Afirmación que refrenda hacia el final de la misma, donde transforma la mera estupidez en una leyenda que parece imposible de erradicar, reforzada por la ola de la “philosophie allemand” en Francia: “las palabras abstractas del alemán son palabras francesas” (46). Así, por ejemplo, los conceptos hegelianos de immanent, positiv, das Subjekt, die Reflexion, das Prinzip, o el célebre y siempre complejo Aufhebung, no demuestran sino el enraizamiento de la lengua filosófica alemana en el lenguaje popular. La reflexión no es en absoluto exterior a la lengua. Uno de los ejemplos más caros a Goldschmidt es el siguiente: el alemán para decir «oxígeno» dice Sauerstoff, literalmente: materia o sustancia ácida, es decir, uno ve sauer [Säure], ácido, y de inmediato, de golpe, comprende que se trata de una sustancia o materia [Stoff] ácida, a saber, el oxígeno. Asimismo, Wasserstoff es sustancia o materia o materia de agua. En cambio, puntualiza Goldschmidt, el joven francés que escucha hablar de hydrogène y oxygène ante la ausencia de dicho carácter explícito se pregunta, con justo derecho, qué es lo que se quiere de él. Luego, una Schrumpfleber es un hígado [Leber] que se atrofia, se contrae, se encoge, zusammen-schrumpft; en francés es cirrhose du Foie [cirrosis del hígado]. En ese mismo sentido, el Mutterkuchen, literalmente: el pastel materno, le placenta. No obstante, hay en esta hipótesis un supuesto implícito, a saber, la presunción de que existirían lenguas más abstractas, o más concretas, que otras. Es decir que ciertas lenguas se ubicarían más cerca de las cosas o, que, en algunas lenguas, las palabras tendrían algún tipo de relación más inmediata y directa con las cosas, una relación que no pasa por la mediación, o al menos, que no lo hace en la misma medida en que lo harían otras lenguas. Cabe destacar entonces que en los ejemplos que da Goldschmidt, que difícilmente podrían ser suficientes para cimentar una hipótesis de carácter general respecto de la naturaleza de una lengua, se pasa por alto que Sauer y Stoff no son ni más ni menos concretos que hydro y gène. Goldschmidt, en este punto, parece simplemente ignorar –o decidir ignorar– una característica del signo lingüístico, concretamente, la arbitrariedad de la relación entre significante y significado.

En efecto, si la arbitrariedad del signo no debe ser confundida con relativismo cultural (Benveniste, Problemas de lingüística general), es porque no hay nada, a nivel de las palabras, que haga que el alemán se encuentre más cerca –ni más lejos– que el francés, o que cualquier otra lengua, de sus referentes. Y sobre los peligros y los excesos a los que conduce concebir el alemán como una lengua siempre disponible, “que se anticipa por sí misma [Vorweg] al pensamiento”, Goldschmidt no podía sino estar advertido porque él mismo nos señala las consecuencias políticas que tuvo la identificación heideggeriana entre lengua y filosofía (Cuando Freud 101). Lo que prueban más bien los ejemplos de Goldschmidt, es que el alemán, a diferencia de otras lenguas, posee una propiedad distintiva, consistente en su capacidad para articular palabras compuestas a partir de palabras singulares. Es decir, las leyes que determinan la articulación de palabras complejas, compuestas por palabras particulares, siguen una lógica inconfundible, que la separa de otras lenguas. Como podría decirse: una lógica lógica. Sin embargo, esta articulación no acontece en el mismo nivel en que se sitúa, por ejemplo, la relación propiamente tal entre hidrogène y el hidrógeno; sino que ocurre en un nivel interno a la lengua, acaso comparable al nivel de la gramática o la puntuación. La conclusión que extrae entonces Goldschmidt acerca de la espacialidad y concretud de la lengua alemana y su incapacidad de abstracción, no puede sino parecer antojadiza cuando son revisadas con mayor detalle. Como ejemplo de ello, valga la sustantivación, tan frecuente en el alemán, y que tantos problemas plantea en su traducción. Por nombrar algunos casos, considérese el paso de un adjetivo a un sustantivo, como en schön - das Schöne [bello - lo bello], wahr - das Wahre [verdadero - lo verdadero]; o, también, las formaciones terminadas en -keit o -heit, tal como sucede en Befindlichkeit [estado de ánimo, pero también: de hallamiento o de encontrarse] y Ununterscheidbarkeit [condición de indistinguibilidad]. Por lo tanto, la consecuencia que obtiene Goldschmidt de su conclusión, que consistiría en que “[s]us conceptos abstractos [el alemán] los extrae del francés o los construye de acuerdo al francés” (Cuando Freud 33), parece tan discutible como su premisa.

En vez de localizar a las lenguas en una gradiente que iría de lo concreto a lo abstracto, habría que repensar la relación entre estos dos conceptos, que el sentido común tiende a ubicar en los extremos de una línea continua. De todas maneras, los ejemplos que acabamos de evocar no dejan de tener una particular relevancia práctica, pues independiente de su objeto, enseñan un proceder: se abren paso a través de la comparación, avanzan por el bosque de las lenguas trazando y a la vez preparando su camino, lo que sin duda caracteriza también al proceder del psicoanálisis. Porque las lenguas siguen sus propias inclinaciones, deslizándose en ellas mismas hasta el punto de ya no escuchar lo que dicen. Mientras que el inconsciente se manifiesta mediante irrupciones abruptas, que caen insospechadamente sobre el discurso. Es por ello que Freud atiende a las “ocurrencias” [Einfalle] del enfermo, las ideas súbitas “cae hacia afuera” [herausfallen] de su discurso y lo desvían en otra dirección (Cuando Freud 41-2). La manera en que el dispositivo freudiano desarraiga el discurso, exponiéndolo a la pura pérdida de su decir de más, nos permitiría abordar la sugerencia de Goldschmidt de que la Psicopatología de la vida cotidiana puede ser leída como una preciosa analogía de los problemas del traducir. Psychopathologie des Alltagslebens, uno de los textos fundacionales del descubrimiento del inconsciente, lleva el siguiente subtítulo entre paréntesis “Über Vergessen, Versprechen, Vergreifen, Aberglaube und Irrtum”: sobre el olvido, los deslices en el habla, el trastrocar las cosas confundido, la superstición y el error, acerca del olvidar, trastabillarse. En él se insinúa una propiedad del alemán que será explotada por Freud a lo largo de todo el texto. De tropiezo en tropiezo, el alemán demuestra su extraordinaria combinabilidad, su capacidad de producir palabras al ensamblar distintos elementos lingüísticos entre sí –y lo esencial de todo el análisis freudiano del Witz descansará, posteriormente, sobre esta misma premisa–. El recurso a los prefijos es lo que permite a Freud, literalmente, construir conceptos a partir de, desde y en la lengua. Todos los conceptos fundamentales que utiliza los obtiene del vocabulario común y corriente. Porque nadie antes de Freud parece haber tomado nota que ya en ese nivel, la lengua deja salir a la superficie lo impronunciable y que siempre toma al hablante por sorpresa. Son esos pequeños ver-, a través de los cuales se puede reconocer tanto que no se admite. Freud vio en las acciones precedidas por un ver-, los intervalos en los cuales se manifiesta todo lo que no puede hacerlo sino en las “lagunas de la existencia cotidiana” (Cuando Freud 75). Además de las Fehlleistungen, las tres operaciones defensivas, que, según Lacan, serían constitutivas de cada una de las estructuras clínicas (neurosis, perversión y psicosis), surgen casi espontáneamente mediante este mismo expediente. Es la ley propia de la cadena significante, dice Lacan al comienzo del “Seminario sobre ‘La carta robada’”, la que rige “los efectos psicoanalíticos determinantes para el sujeto: tales como la forclusión, la represión y la denegación” (23). Verdrängung, Verleugnung y Verwerfung son formaciones compuestas, que ensamblan tres verbos –drängen: empujar, urgir, apremiar; leugnen: negar, desmentir; werfen: arrojar, proyectar, parir– con el mismo prefijo: ver-. Nada en estos conceptos se presta inmediatamente a la intuición, ya que son efecto de una articulación, por lo que son idénticos al significante que se recoge en el análisis (Lacan, “Situación del psicoanálisis” 433). Y la polémica que agitó Lacan respecto del término Versagung se encamina en esta misma dirección. Lacan será muy insistente en que ese término no se encuentra en la obra de Freud. Afirmación empíricamente falsa, ya que es contradicha por el simple hecho de leer a Freud. Pero que, sin embargo, dice la verdad respecto de lo que sería un concepto en Freud. Porque se trata, una vez más, de lo que puede o no ser traducido de Freud. Ahí donde toda una generación de psicoanalistas –limitándose a las perspectivas de la necesidad y su satisfacción– hizo de la frustración el motor de un análisis, algo “a llevar a cabo” con sus pacientes con el fin de producir una “regresión” a los conflictos infantiles, Lacan restituye el concepto en lo que este tiene de relación con la palabra, devolviéndole así lo que este comporta de insistencia significante. En este sentido, Freud no habría hablado nunca de frustración. Porque si el interés de Freud, y el del análisis, gira en torno a la cuestión de la sagen, Freud solo habló de Versagung,

que se inscribe mucho más adecuadamente en la noción de denuncia, como se dice denunciar un tratado o se habla de retractarse de un compromiso. Esto es tan cierto, que incluso se puede poner a veces la Versagung en el polo opuesto, ya que la palabra puede significar a la vez promesa y ruptura de promesa. (Lacan, La relación de objeto 182)

El gesto freudiano de permanecer a ras de una lengua –ya siempre declinada– no queda restringido exclusivamente al alemán, porque aun cuando Freud escribió y pensó –al menos explícitamente– en su lengua, sus escritos abundan en comparaciones, contrastes y analogías en otras lenguas. Consideremos nuevamente la ya mentada Psicopatología de la vida cotidiana y la “asociación extrínseca” entre el nombre olvidado y el elemento sofocado, que conduce el análisis de Freud del olvido del nombre Signorelli (13). O la lectura que en su texto Fetichismo, hace Freud de un caso donde la homofonía Glanz/glance determina la elección del objeto fetiche. (147). Las referencias a autores literarios de otras nacionalidades, familiarizados con otras lenguas, es una constante: Dostoievski, Shakespeare y Cervantes, entre otros. Das Unheimliche, traducido al castellano ya sea como lo siniestro o lo ominoso, nos muestra el recurso de Freud a la filología, al dedicar su primera sección a la revisión de diccionarios en español, inglés, francés e italiano, que corroboran la intraducibilidad de ese vocablo (222). Por último, no podemos obviar que los pacientes de Freud, en su mayoría procedentes de la alta burguesía vienesa, hablaban de manera fluida otra lengua además del alemán, como Bertha Pappenheim (Ana O.), que ejercía como traductora, Sergei Pankejef (“El hombre de los lobos”), que hablaba y leía en ruso, o Ida Bauer, quien estaba a cargo de institutrices inglesas. No sorprende entonces que de pacientes como estos hayan surgido las denominaciones de chimney sweeping o talking cure para la práctica freudiana. No parece sino un presagio que el descubrimiento de lo inconsciente haya sido un acontecimiento sujeto, originariamente, al viaje de Freud de Viena a Paris.

Con todo, es una estrategia lo que Goldschmidt parece notar en Freud, cuando sostiene que él permaneció siempre en la observación del quehacer de la lengua, como si todo su rigor conceptual hubiese tenido, como telón de fondo, la actitud de permitir que el movimiento de la lengua llevara hacia él su descubrimiento. Freud aguardaba por la lengua. Tal como dice el título Quand Freud attend le verbe, es ese verbo por venir el que entregará nachträglichkeit, todo lo que Freud necesitaba saber del inconsciente. Es que el inconsciente freudiano, al que una y otra vez se refiere Goldschmidt, antes de conformar un fundamento sólido y confiable, asociado a una lógica de las profundidades en los que la tradición ha depositado los principios que rigen el orden del logos, es una entidad formal: efímera, fugaz e insumisa a las condiciones de la representación, solamente la considera para enmascararse. Goldschmidt encontrará en Freud su propia experiencia con la lengua, que no es otra que la del inconsciente: mientras más se intenta capturar como tal lo que habla en las lenguas, más ello se sustrae y se desdice, de modo que la lengua parece estar levantada decididamente sobre el vacío. Como Freud constató a propósito de das Unheimliche, “el alemán posee una serie de palabras que otras lenguas no poseen y el silencio de esas otras lenguas, frente a las palabras en alemán, es precisamente aquel vacío abismal desde la cual la lengua nace” (Cuando Freud 45), al escuchar la lengua, escucharla pacientemente mientras se encarnaba, se materializaba como cuerpo en sus pacientes. Debido a sus propiedades, llamémoslas, a falta de una expresión mejor, “estructurales”, la lengua alemana aparece como una de las condiciones de posibilidad del descubrimiento del inconsciente. Los textos Die Traumdeutung, Psychopathologie des Alltagslebens y Der Witz und seine Beziehung zum Unbewuβten, aprehenden la experiencia analítica como un precipitado de la escucha de estas propiedades de la lengua, las que le permiten articular y desarticularse con particular plasticidad, y materializarse en aglomerados lo suficientemente porosos y móviles para que sus delicadas junturas se agrieten sin romperse, permitiendo la emergencia del inconsciente.

2. Plasticidad de las lenguas: una teoría de los lugares y de las posiciones

A partir de lo anterior, podemos retomar el matiz espacial de la mentada riqueza combinatoria del alemán. En el alemán todo partiría del cuerpo, todo retornaría a él y lo atravesaría. Por lo tanto, si la lengua alemana es reconducida [zurückgeführt] a sus orígenes o incluso repatriada [Rückführung], sostiene Goldschmidt, puede ser reducida [zurückgeführt] a una especie de estructura mínima: dos verbos posicionales, a su vez asociados a la ocupación [Besetzung] de ciertos lugares y a ciertas posiciones, como liegen [yacer, estar (tumbado, echado)] y stehen [estar (de pie, erecto), encontrarse] y a dos verbos transicionales, activos, que garantizan el paso de una posición a otra, y viceversa, como legen [colocar, poner, depositar] y stellen [colocar de pie, disponer]. Los verbos de base emplazan un cuerpo que, a partir de los verbos activos, podrá moverse en el espacio de la lengua (Cuando Freud 34). La vertical y la horizontal, stehen y liegen, respectivamente, indican el sentido –la significación y la orientación– de toda expresión verbal en alemán (35). A partir de esto, Goldschmidt infiere que “la totalidad de la lengua [alemana] se conforma a partir del emplazamiento y del movimiento en el espacio” (35), lo que en su opinión queda perfectamente ilustrado a través de las figuras –concretamente un cubo– con las que se enseña a los jóvenes alemanes las preposiciones «sobre», «debajo», «al lado de», etc. Tal como ya lo había constatado von Humboldt2, la lengua alemana toma su lugar y se organiza desde un punto cenestésico. Sin embargo, esto no implica un acceso inmediato al cuerpo que va y viene en el espacio, porque si el pensamiento solo puede situarse a partir de un determinado punto del espacio en el que alguien se anuncia como yo, este sitio no se funda mediante el expediente cartesiano de una unidad indivisa del sujeto pensante, sino por la división, introducida por el concepto de inconsciente, entre el cuerpo [der Leib] y el conocimiento [Erkenntnis]. La cenestesia que, según Humboldt, organiza la lengua no podría informar al sujeto, en el momento en que se postula como el articulador del campo de la representación, de una adecuación de la sustancia, sino de un primer desplazamiento. Porque la instancia de enunciación del pensamiento no alcanza nunca a convertirse en objeto del mismo. El pasaje entre la existencia y la esencia permanece en suspenso, debido a que encuentra su soporte en lo que no puede designarse inmediatamente a sí mismo.

Tal como sugiere Leibniz en su célebre ensayo –durante mucho tiempo desconocido–publicado alrededor de 1697, Unvorgreifliche Gedanken, toda esa especie de intimidad de la lengua alemana que es la gramática, que ha conservado en gran parte las flexiones del latín, fue acuñada en una relación con el espacio concreto. Leibniz caracteriza en su ensayo a la lengua alemana como una lengua, por defecto, de artesanos, de trabajadores manuales [Handwerker], pero no así una lengua para la expresión y reflexión política. Y a pesar de que el alemán después de Leibniz se ha aclarado y simplificado considerablemente, y de que su desarrollo se ha vuelto mucho más transparente, haciendo de la lengua aquello que es comprensible por los sentidos, dejándola al alcance de lo que le ocurre al hombre común, lo dicho por él sigue caracterizándola enteramente. Hasta el punto de que en esa punta de lanza del idealismo especulativo que fue la filosofía de Hegel, los verbos a los que acabamos de hacer alusión, es donde la mediación que determina la identidad encuentra su evidencia y su fuerza. Para probar esto, Goldschmidt desafía a sus lectores a encontrar una sola página de la obra de Hegel en la que no emplee al menos una vez stellen, aufstellen, zustellen, nachstellen, vorstellen, liegen, legen, a lo que agrega que, aquella palabra esencial y supuestamente “intraducible” del pensamiento de Hegel, Aufhebung, tiene su lugar en la lengua cotidiana (Cuando Freud 46). En su ensayo acerca de la lectura que Goldschmidt hace de Kafka, Kerstin Gernig repara en esta particular semántica del espacio y destaca que el interés de Goldschmidt en ella no hay que buscarlo únicamente en las consabidas dificultades de traducción que implicaría (Die Kafka-Rezeption in Frankreich). Para Goldschmidt, no se trata solo de dar cuenta de que en el francés no existen figuras que puedan acoger esta espacialidad. Es igualmente importante para él, “restituir” esta dificultad, haciendo que una imagen pueda, de algún modo, escribir el juego de las posturas fundantes de la lengua. “Ce que l’allemand restitue [dice Goldschmidt] avec une force et une précision toutes particulières au point de confisquer la pensée intuitive dans sa description, ce sont justement les ‘images’, on aimerait écrire les postures” (Quand Freud attend le verbe 125).

Aun cuando todo lo que es stellen y legen es imposible de trasladar, al menos directamente, al francés, Goldschmidt en “Comment traduire Freud” insistirá, apoyándose en Kant, que ambos verbos no comportan la misma importancia. Stehen, en su opinión, es la principal articulación, porque es la que alude a una especie de juntura cardinal de la lengua alemana. En el texto de 1786, “Mutmasslicher Anfang der Menschengeschichte” (“Presumible comienzo de la historia de la humanidad”), Kant propone que el stehen, être debout, sería la constitución fundante del ser humano.

Esta articulación fundante de la lengua alemana, la posición vertical, que de acuerdo con Goldschmidt es omnipresente, se encuentra en oposición y predomina sobre su contrario, el liegen. A este origen de la lengua alemana, donde esta afirma erguida su verdad, Goldschmidt le otorga un estatuto mítico. Se trata de Lutero, quien, en 1521, en Worms, instado a retractarse por el emperador Carlos V, habría contestado: “Aquí estoy (parado) [stehe]! No puedo de otra manera”. Sin embargo, el mito parece contradicho por la historia. En el Reichstag, el 17 y 18 de abril de 1521, tuvo lugar la audición de Lutero, quien ya había sido condenado como hereje y anatema. Apelando a la biblia, Lutero se negó a seguir la indicación del rey de retractarse de las opiniones declaradas en sus libros, fundamentalmente en Von der Freiheit eines Christenmenschen, An den christlichen Adel deutscher Nation von des christlichen Standes Besserung y Von der babylonischen Gefangenschaft der Kirche. El 16 de abril, Johann Eck, asistente del Arzobispo de Tréveris, confronta a Lutero con una mesa colmada de sus escritos y le pregunta si le pertenecen y si cree en lo que en ellos se enseña. Según los historiadores, Lutero habría pedido un tiempo y, tras consultarlo tanto con la almohada como con sus amigos y consejeros, se presentó ante la Dieta Imperial al día siguiente. Cuando se volvió a tratar el asunto, el consejero Eck pidió a Lutero que respondiera explícitamente. “Lutero, le dijo, ¿rechaza sus libros y los errores que en ellos se contiene?”, a lo que Lutero respondió: “Que se me convenza mediante testimonios de la Escritura y claros argumentos de la razón –porque no le creo ni al Papa ni a los concilios, ya que está demostrado que a menudo han errado, contradiciéndose a sí mismos– por los textos de la Sagrada Escritura que he citado, estoy sometido a mi conciencia y ligado a la palabra de Dios. Por eso no puedo ni quiero retractarme de nada, porque hacer algo en contra de la conciencia no es seguro ni saludable”. De acuerdo con la leyenda, Lutero habría dicho: “Hier stehe ich. Gott helfe mir. Ich kann nicht anders”, o sea: “¡No puedo hacer otra cosa; esta es mi postura! ¡Que Dios me ayude!”. Más allá del carácter de verdad de lo dicho por Lutero, es decir, si corresponde o no al orden de los acontecimientos históricos documentados o la ficción con que se construyen los orígenes, rápidamente se convirtió en palabra alada y en ejemplo de la plasticidad del verbo troncal stehen, que en este contexto admite, además, transformaciones como für etwas einstehen, responder hacerse responsable de; bestehen auf, insistir, persistir, mantenerse, empeñarse en; gestehen, confesar, reconocer, admitir; todas ellas alusivas a la responsabilidad, la perseverancia y, finalmente, la confesión.

Goldschmidt interpreta la escena a partir de la urgencia de un acto fundante, a sabiendas que allí está en juego nada menos que el pivote de la lengua alemana: “[e]n esta curiosa condición de fundamentación de Alemania, pues es el comienzo del protestantismo el que ocasiona el nacimiento de Alemania, él está obligado a emplear la palabra stehen” (Comment traduire Freud? s/p). A lo que agrega, die Stände, los estamentos, en francés: les états généraux, serían, por homofonía, los Stehende, aquellos que son rectos o, al menos, están parados erguidamente, con rectitud. En alemán, comprender se dice verstehen, mientras que explicar es erklären.

Esta distinción, que se remonta a Wilhelm Dilthey, remite, precisamente, a la diferencia entre el comprender empático o la interpretación comprensiva, en el que uno se pone en el lugar de otro, y la reconstrucción objetiva o la explicación analítico-causal, por el otro. Erklären, en la mejor tradición ilustrada [aufgeklärt], se ha relacionado con explicaciones de tipo causal, que esclarecen o aclaran [klären] ciertos fenómenos observables identificando las causas que los preceden. Verstehen, en cambio, según Max Weber (1922), guarda relación con una comprensión interpretativa, que procede interrogándose por el sentido que le otorgan los actores sociales en un contexto determinado. Implica, por consiguiente, ponerse [sich versetzen] en el lugar del otro, con el objetivo de aprehenderlo intuitivamente. Está relacionado, por la vía de los posibles empleos del verbo, con el llevarse con alguien [sich verstehen] o el saber de algo [sich auf verstehen]. Llevado al plano del cuerpo, el paso de estar acostado, recostado, yacer [liegen] a estar parado de pie [stehen] pasa por la acción de (dis)poner [stellen]. Forma el tronco de, representación [Vorstellung] una palabra que desde John Locke hasta Freud atraviesa toda la cultura occidental moderna, y que en alemán también puede significar función, sesión, imaginación, entrevista de trabajo y otros. Vor (etwas) stellen literalmente quiere decir ‘poner ante o delante (algo)’, a su vez nach vorne stellen es ‘poner hacia adelante’, como por ejemplo en: Ich stelle den Schirm als Sonnenschutz vor, lo que significa antepongo la sombrilla como protección del sol. Asimismo, Darf ich mich vorstellen?, literalmente: ¿puedo anteponerme? Significa, en el uso establecido: ‘¿Puedo presentarme?’ Paradojalmente, vorstellen también significa (re)pre-sentar, donde el verbo empleado en alemán, colocar o disponer [stellen], pasa a ser reemplazado por la acción en sentido contrario, sentar [setzen]. Dicho sea de paso, pues no es el lugar para detenerse en esta distinción, que Vorstellung se distingue de Darstellung, donde el prefijo dar-, que significa entregar o traspasar públicamente, que hace alusión a la transformación o conversión en realidad [Umsetzung] de hechos, acontecimientos o conceptos abstractos mediante signos, acciones performativas o modelos. Clásicamente, apunta a la Nachbildung, la copia, imitación o reproducción de algo o alguien (por ejemplo, en una imagen). Igualmente, se emplea en el mundo del teatro o del cine para hacer alusión a la acción de jugar, interpretar el papel o rol de alguien; en términos generales, presentar algo ante un público, llevar a la Darbietung. En ocasiones, darstellen puede significar ‘ser algo’ o ‘ser idéntico a’, como sucede en la expresión: ‘esta victoria es [stellt dar] el punto más alto de su carrera’. Otros significados son: resultar o evidenciarse, tal como en: ‘la cosa resulta [stellt sich dar] más difícil de lo presupuestado’. Mención aparte merece el célebre Ge-stell de Martin Heidegger, traducido habitualmente como enframing, disposición o lo dispuesto. Habría que agregar, en honor a Freud, el verbo verstellen, que significa desregular, desajustar, cambiar de sitio, remover, cerrar el paso, obstruir, pero también, cuando se trata de la voz o de la escritura: desfigurar, y sich verstellen, literalmente: des-ponerse derecho, quiere decir (di)simular, fingir. Enstellen, tampoco del todo ajeno al campo psicoanalítico, es desfigurar, deformar, afear, alterar, tergiversar.

Sin embargo, a pesar de lo atendible que pueda parecer este ordenamiento de un campo, mediante un sistema de coordenadas que orientarían el movimiento del sujeto que lo habita y que, sin ellas, permanecería sellado y opaco a la percepción, es una proposición que hace de Goldschmidt un prefreudiano, o hasta un antifreudiano. El giro [Wende] que se le escapa es aquel que resalta no tan solo la necesariedad [Notwendigkeit], la coerción y obligatoriedad de la lengua, sino la maniobrabilidad y agilidad [Wendigkeit] de ella, su capacidad de volverse hacia algo o alguien [hinwenden] y, ante todo, de desviar y apartarse [abwenden] de sí misma. Porque lo que Goldschmidt parece no considerar en este punto, es que la operación fundante de la lengua en tanto vehículo y medio de lo inconsciente, como se desprende de la lectura de los textos freudianos, no consistiría tanto en su emplazamiento [Setzung] o posición [Stellung] a partir de una vertical, sino más bien, en su dislocación o desfiguración [Ent-stellung], aquello que causa horror [Entsetzen]. Como se demuestra de manera ejemplar en el caso del sueño, en la interpretación psicoanalítica no se trata de restituir un contenido primario, que originariamente se encontraba en algún estado o condición libre de toda desfiguración, que luego, producto de la inevitable caída y degeneración, se haya vuelto oscuro e ininteligible, sino, más bien, de constatar que en el origen ya estaba la Entstellung: y esto tanto en el sentido de la dislocación, el descentramiento o el corrimiento, como en el sentido de la alteración, la desfiguración y la deformación. El éxito de este desplazamiento, como sostiene Freud en La interpretación de los sueños, consiste en que el contenido del sueño ya no se asemeja al núcleo del pensamiento onírico, que el sueño tan solo reproduce una desfiguración [Entstellung] del deseo del sueño en lo inconsciente. La desfiguración es, por tanto, una disimulación, que tiene el propósito de ocultar los pensamientos oníricos, al restarles valor para el conocimiento del sueño, por estar alejados de su centro, constituido por la censura (507-8, 654). El método que Freud presenta en La interpretación de los sueños, no pretende la excavación de contenidos originarios, previos a cualquier corrosión, sino que el desciframiento de un juego dinámico entre lugares y lugartenientes, sin afán de anterioridad o prioridad. Freud apunta entonces a sustituir [Ersatz] la idea patológica por otra, ubicada inmediatamente después de los límites del sentido dictaminados por la censura. Compelido a continuar, Freud pone el discurso a la deriva de las ocurrencias [die Einfälle] que perturban la reflexión, en una suerte de horizontalidad que suspende toda apreciación por el sentido (122-4). Por esta razón es el método el que determina el lugar del analista en la transferencia, es decir, su posición táctica en tanto que traductor/interpretante de lo que adviene del inconsciente. Las distribuciones de la libido en un tratamiento, sostiene Freud,

no permiten extraer una inferencia directa acerca de las colocaciones de la libido en el curso de la enfermedad. Suponiendo que logremos finiquitar con felicidad el caso mediante el establecimiento y el desasimiento de una fuerte transferencia paterna sobre el médico, sería erróneo inferir que el enfermo padeció antes a raíz de una ligazón inconsciente de su libido con el padre. La transferencia paterna no es más que el campo de batalla en el cual nos apoderamos de la libido; la libido del enfermo ha sido guiada hasta ahí desde otras posiciones. Ese campo de batalla no ha de coincidir por fuerza con uno de los bastiones importantes del enemigo. (La terapia analítica 415)

3. Freud y la lengua (inconsciente) como mar

A partir de una lectura comparativa de la lengua alemana y la francesa en cuanto a sus modos de estructuración, aquello que podríamos llamar su carácter (descriptivo, abstracto, cercano a las cosas) y su consecuente predisposición para exponer su dinámica y economía inconsciente, Georges-Arthur Goldschmidt va desplegando su hipótesis respecto del descubrimiento freudiano de lo inconsciente principalmente en Quand Freud voit la mer. Dicha lectura, que oscila, no con cierta indiferencia, entre la meticulosidad compulsiva y la arbitrariedad desenfadada, recorre ciertos textos de Sigmund Freud contrastándolos con algunos provenientes de la cultura francesa, que le permiten cimentar su sospecha. “Los textos freudianos”, nos dice, “en última instancia, siempre hablan de aquello de lo que provienen, sin serlo. Cada texto ‘se desvía’ de lo que habla, lo desplaza. Cada texto es una traducción y, por ende, es una inadecuación de base” (Cuando Freud 63). La aproximación de Goldschmidt es acertada, no solo debido a que los escritos de Freud toman lo inconsciente como tema o asunto, sino que –según ha constatado cierta tradición que se inscribe en el límite entre las ciencias literarias y el psicoanálisis (Schönau; Muschg; Mahoney)– también en cuanto a que sus características formales son permeables a los efectos del inconsciente y, por ende, exhiben su obrar. De esta manera, es posible afirmar que la relación de Freud con la lengua es una relación paradojal: por un lado, una relación erótica, suerte de encuentro sensual, en el cual Freud se apega a ella, se entrega a sus vaivenes y encuentra en esto cierta satisfacción pulsional; y, al mismo tiempo, al igual que la relación amorosa, no-relación, desencuentro, desfase, ya que la lengua alemana marcha delante de Freud, lo precede, anticipándolo, indicándole el camino –sin que alguna vez lleguen a encontrarse–: de este modo, su mismo desarrollo se convierte en prueba de lo que quiere decir.

Una de las intuiciones que orientan su lectura de Freud y que atraviesa sus escritos como hilo conductor, es que lo inconsciente –parafraseando el acierto de Lacan– está configurado al modo de la mar y se materializa en el título del primer volumen sobre Freud y la lengua alemana: Cuando Freud vio la mar. Esta idea se desarrolla en el primer capítulo de dicho libro (“Las corrientes de la mar”), donde expone el abordaje freudiano de la pulsión, y reaparece cada cierto tiempo al compás de las mareas. Con esta analogía Goldschmid –haciendo alarde de oficio escritural– explota todo el potencial de la metáfora marítima, lo que, al mismo tiempo, coarta y restringe los modos de comprensión del inconsciente freudiano. Dicho en otras palabras, si bien la analogía con la mar exhibe de manera tangible y comprensible (no solo para hablantes nativos del alemán) la fortaleza de pensar lo inconsciente como un mar (recuérdese tan solo el célebre pasaje freudiano en la 32ª de las Conferencias de introducción al psicoanálisis en el cual compara el análisis con el desecamiento del Zuidersee), a su vez dicha comprensión hipostasia determinados atributos de lo inconsciente suprimiendo a priori otras lecturas de lo inconsciente. Lejos de ser una analogía original –ya se encuentran antecedentes aislados en Arístipo, Heinrich Heine, Jean Paul y Theodor Lipps, entre otros–, Goldschmidt pone a trabajar dicha corazonada en su permanente lectura de Freud, delineando su aproximación a este. Sin embargo, desde el costado freudiano, por así decir, hay algunas observaciones que se podrían hacer.

Primero, la mar de Goldschmidt está compuesta por corrientes y mareas, por torrentes y oleadas, por flujos y contraflujos, es decir, se encuentra en constante movimiento, sin contornos fijos ni estables, sin llegar a asentarse de manera definitiva. Esta característica –que equivaldría al aspecto dinámico de la llamada metapsicología freudiana– recorre no solo el mentado libro, sino todo el pensamiento de Goldschmidt, al menos en este punto, dotándolo de vitalidad. Las fuerzas inconscientes o, mejor dicho, las relaciones entre fuerzas inconscientes, en Goldschmidt se encarnan en tendencias identificables, movimientos reconocibles, volviéndose tangibles. En este punto, que quizá sea su principal fortaleza y, al mismo tiempo, su principal debilidad, Goldschmidt corre el peligro de confundir las manifestaciones de lo inconsciente –sueño, síntoma, lapsus y chiste, entre otras– con lo inconsciente propiamente tal o en sí. Mientras que lo inconsciente en Freud no está asociado a un lugar determinado ni a sustancia ni ser algunos –por algo Freud habla de ‘das Unbewuβte’, lo inconsciente, y no de ‘Unbewuβtsein’, ser inconsciente o inconsciencia–, en Goldschmidt, lo inconsciente se hace mar. En otras palabras, la partícula comme, tan central en la formulación lacaniana del aforismo “lo inconsciente está estructurado como un lenguaje”, en Goldschmidt a ratos se desvanece, corriéndose el peligro de confundir lo que se muestra con aquello acerca de cuya existencia se especula a partir de ese mostrarse, ya que no hay camino ni acceso directo a lo inconsciente. Al mismo tiempo, el dinamismo de su concepción de lo inconsciente, valiosísimo para ilustrar sus características, excluye o al menos descuida los aspectos genéticos, económicos y, en menor medida, tópicos.

Segundo, esta misma confusión entre la idea de una mar como el medio a través del cual se despliegan las pulsiones y la identidad entre lo inconsciente y la mar, que induciría a pensar que las pulsiones se forjan ya no solo a imagen y semejanza de esta, sino que ellas equivalen a la mar. Por un lado, Goldschmidt exhibe cómo la acepción freudiana de Trieb o pulsión es una noción intuitiva, que más bien carece de trabajo conceptual en sentido estricto, pues Freud en vez de recortar el concepto con pulcritud sobre un eventual trasfondo lingüístico, simplemente habría recorrido, acaso entregándose a las corrientes, las oleadas de la pulsión en el campo de la lengua. De acuerdo con esto, Freud con respecto a la idea de pulsión, en lugar de establecer con nitidez sus fronteras, quizá incluso situándose fuera del campo de fuerzas en el cual está inmerso, se habría limitado a entregarse a las corrientes de la lengua, contorneando pasivamente los flujos espontáneamente asociados a la palabra Trieb y sus derivas. En este punto Goldschmidt muestra el estrecho entrelazamiento entre la lengua y el pensar, tanto en el sentido de lo que la primera habilita como de lo que excluye y, por el otro, revela la dificultad de simplemente trasvasijar el concepto de Trieb, según él procedente de la lengua cotidiana, como documenta a través de sus múltiples usos en del día a día, al francés. Trieb, de acuerdo a Barbara Cassin, junto a Dasein, saudade y phronesis (palabras intraducibles), no solamente es una palabra común y que, por ende, tiene múltiples usos y aplicaciones, es decir, está diversamente enraizada en el mundo fáctico, sino que al mismo tiempo posee la ventaja de existir como verbo: treiben o como adjetivo o adverbio: triebig o triebhaft, sin contar sus posibilidades de transmutación mediante la anteposición de diversos prefijos que pueden hacer variar su orientación, naturaleza y carácter. Y, sin embargo, la apreciación de Goldschmidt, por muy justificada que sea, descuida que el concepto psicoanalítico de Trieb, moldeado y desarticulado por Freud en distintas instancias, dista bastante de cualquier acepción coloquial de este vocablo “que hace parte del vocabulario de cualquier niño de ocho años” (85). De nuevo, una cosa es que Freud haya tomado vuelo partiendo de los usos establecidos y no establecidos de Trieb en la lengua alemana, otra, muy distinta, que las significaciones conceptuales de este vocablo, examinado en más de una ocasión, revisado y rectificado conforme avanzaba o retrocedía en su démarche.

Tercero, la mar freudiana, según Goldschmidt, en la medida en que posee un volumen, una extensión y se despliega en las mismas tres dimensiones del cubo didáctico con el que los estudiantes franceses aprenden las preposiciones del alemán, entre ellas el nefasto über opuesto a su contraparte unter, admite y afirma la distinción entre la superficie y la profundidad, entre el arriba y el abajo, lo que lejos de ser inocente, remite a una distinción cuasi-ontológica de raigambre platónica o, al menos, a una distinción vertical que separa la futilidad y liviandad de las superficies de la gravedad y contundencia de las profundidades. En palabras de Goldschmidt:

[u]no podría preguntarse, de muchas maneras, si toda la obra freudiana acaso está basada en la alternancia entre el abajo y el arriba, en las remontadas y descendidas de las corrientes al interior de la mar, porque todo lo que fue verdrängt, reprimido, wird wieder emporgetrieben, es propulsado desde abajo hacia arriba para “hacerse superficie”. (Cuando Freud 85)

Si bien la pesquisa de Goldschmidt se sitúa en la transición entre ambas partes, su investigación, lejos de proponer una subversión de las categorías del pensar involucradas, está más bien orientada a reafirmar y sostener dicha distinción. “Uno siempre tiene la sensación de verticalidad, lo inconsciente, podía decirse, se sitúa en alguna parte del alma, está siempre en lo más profundo, del mismo fondo del cual constantemente emerge algo nuevo” (Cuando Freud 64). El énfasis, más que en el libre juego de las corrientes recae, una y otra vez, en lo profundo, asociado a lo inconsciente verdadero, y en lo que sale a la superficie: “Al leer las Conferencias de introducción al psicoanálisis, se tiene la sensación que Freud observa la lengua alemana tal como ella deja salir lo impronunciable a la superficie” (Cuando Freud 72). Esta comprensión de lo inconsciente se deriva, a nuestro parecer, de una comprensión excesivamente literal de la metáfora del iceberg, cuya principal riqueza consiste justamente en recalcar la relación o desproporción entre aquella parte visible, aquella que sale a la superficie, y las partes ocultas, más esenciales, inmersas en el agua. En este caso, al situar su objeto en un lugar que no puede sino resultar engañoso, según destaca August Ruhs (83), el análisis resulta desacertado, yerra en su intención. Toda sujeción a la idea de profundidad (ya sea bajo las ideas de sin fondo, abismo, cueva y hoyo) es la responsable de la denominación del psicoanálisis como análisis de las profundidades o Tiefenpsychologie y la concepción de inconsciente [Unbewuβte] como subconsciente [Unterbewuβte]. De acuerdo con Ruhs, semejante psicología profunda cumple al menos dos funciones: en primer lugar, la desactivación y el desarme del dispositivo freudiano de verdad; en segundo lugar, la reactivación de la esperanza de un reencuentro de la originalidad, del referente. Si bien la metáfora arqueológica en este contexto contribuye a enfocarse más bien en los orígenes y en la profundidad que en la heterotopía, una concepción espacial del psiquismo no obliga a situar lo inconsciente en las profundidades, sino, más bien, remite a la idea de otra escena u otro escenario [anderer Schauplatz]. Esta acepción profunda de lo inconsciente, por mucho que esté justificada a partir de las respectivas lecturas de Freud y por mucho rendimiento (clínico y teórico) que pueda tener, suprime

un concepto de lo inconsciente como una traducción sin un original o una representación sin un representado, como algo que no deja pensarse –y tampoco como un sustrato o una sustancia–, sino tan solo en una extraña impropiedad [Uneigentlichkeit], en tanto aquel contaminante [verunreinigende] ‘ver-‘, que (se) prometería, equivocándose al hablar [versprechen], si es que tan solo tuviera un se. Porque lo inconsciente no tiene identidad, “es” radicalmente distinto, sin ser lo del todo distinto. (Weber 19)

4. Discusión

Como hemos intentado mostrar, una parte considerable de la obra teórica de Goldschmidt se forja en constante referencia al psicoanálisis. Su lectura atenta y paciente de los textos freudianos, que se plasma en una actitud qui attend, que espera y examina su materialidad, debería permitir que sus reflexiones –más allá del acuerdo que pueda prestarse a sus hipótesis centrales– participen con propiedad del debate psicoanalítico. Sostenemos, entonces, que la lectura que hace Goldschmidt de Freud, una lectura que impregna –a veces explícita otras veces implícitamente– sus escritos autobiográficos y es expuesta y discutida en sus ensayos más teóricos, posee una serie de fortalezas que renuevan la relación que el psicoanálisis mantiene con sus propios conceptos, iluminando ciertos estratos de significación descuidados por la tradición encargada de la recepción del pensamiento freudiano.

Entre ellos, podemos reconocer, en primer lugar, la distinción entre lengua [Sprache] y lenguaje [Sprache]. Como tal, esta no hace parte de la lengua alemana, pero que sí está presente en otras lenguas, como el castellano y el francés, precisamente. De cierta manera, Goldschmidt parece retomar con esto el gesto del “retorno a Freud”, que tenía como consigna la relevancia, hasta entonces inexplorada, que la función de la palabra y el campo del lenguaje tuvieron para el descubrimiento freudiano. Retornar a Freud, como decía Lacan en el momento de tomar a su cargo la consigna del retorno, es retornar al sentido de Freud, lo que significa que su obra exige ser abordada sin descuidar lo que el descubrimiento del inconsciente hace a todo abordaje del sentido. Se trata de Freud, pero en el sentido de Freud (La cosa freudiana 381). No obstante, sin desconocer la importancia que implicó aparejar lenguaje e inconsciente, Goldschmidt rescata otra faceta de la identidad que existe entre la cosa freudiana y el decir de Freud, al enfatizar la relevancia de considerar la lengua y, en particular, la lengua alemana para el psicoanálisis. A nuestro entender, con esto Goldschmidt plantea un giro, quizá todavía más pormenorizado, al interior del campo abierto por ese gesto anterior que pareciera continuar.

Sin caer en un pensamiento de los orígenes, interesado en reafirmar la anterioridad o superioridad de una lengua sobre otras, Goldschmidt señala el entrelazamiento entre la lengua freudiana y su pensamiento, abriendo paso a un psicoanálisis comparado, sensible a las diferencias que se dan respecto de esta articulación en cada lengua en particular.

En segundo lugar, rescatamos de su lectura el énfasis en el carácter plástico de los conceptos psicoanalíticos, la manera en que estos escapan de la rigidez o la esclerosis terminológica. En efecto, los conceptos en psicoanálisis –como ha resaltado el propio Freud en reiteradas ocasiones y con claridad en Pulsiones y destinos de pulsión (113)– no se encuentren nítidamente delimitados, definidos inequívocamente, como parte de algún repertorio básico, a partir del cual, tal como si se tratase de un terreno sólido, ya ganado por la intelección, se emprende la pesquisa psicoanalítica. Los conceptos, más bien, son forjados contingentemente. Emplazados en un determinado contexto histórico, respondiendo a cierta constelación problemática, con lo que les adhiere, desde su constitución primera, una transitoriedad y contingencia intrínsecas, que hacen parte de su naturaleza. En ese sentido, los conceptos psicoanalíticos son emplazados no solamente en un determinado momento histórico, sino en una lengua en particular, y su devenir está condicionado por dicho emplazamiento originario, aunque sea elaborándolo y emancipándose de él.

En tercer lugar, consideramos de una absoluta pertinencia la crítica de Goldschmidt a la excesiva tecnificación del vocabulario psicoanalítico, que da cuenta, por una parte, de la falta de sensibilidad ante el estilo de Freud, que no se distancia del uso cotidiano de la lengua para pensar, y, por otra, del afán de ciertos psicoanalistas por transformar al psicoanálisis en un discurso de estatura científica, única forma de sobrevivir, a su entender, en la tradición occidental y moderna del pensar. Este énfasis en la dimensión científica de los términos freudianos –responsabilidad, principalmente, del trasplante americano e inglés de dichos términos– aísla y prioriza, arbitrariamente, solo una dimensión del œuvre trabajo freudiano, a expensas de otras, que permitirían que el sentido de Freud pueda siempre renovarse.

Junto a esta triple estratificación, en que resumimos los aportes hechos por Goldschmidt, coexisten, sin embargo, modos de abordaje del pensamiento freudiano que intencionan y recortan la comprensión de los escritos freudianos, encauzando u ordenándolos, y en algunos casos privándolos, de su dimensión propiamente subversiva o revolucionaria. Entre las principales objeciones que pueden hacérsele a Goldschmidt al respecto, está, en primer lugar, el conservar, o incluso exaltar, ciertas oposiciones heredadas del pensamiento clásico, que tienden a inscribir al psicoanálisis en una tradición en la que con mucha dificultad podría inscribirse, quitándole originalidad y fuerza conceptual: arriba/abajo, adentro/afuera, etc. Se echa de menos aquí el cuestionamiento de la legitimidad y validez de dichas oposiciones, ampliamente difundidas en la cultura contemporánea. Al aceptarlas como evidentes o comprensibles de suyo, Goldschmidt asimila el discurso psicoanalítico a otras prácticas discursivas más afines a la normalización, o al ordenamiento, de lo que escapa a ello y lo cuestiona, ya sea desde el exterior o desde el interior. En segundo lugar, Goldschmidt parece ignorar que si bien la elaboración conceptual comienza indudablemente desde la acepción que una determinada palabra tiene o tuvo en la lengua cotidiana, la historia conceptual de dicho término debe emanciparse de dicha inscripción primera, cobrando un grado creciente de autonomía a partir las respectivas discusiones (intra o inter) disciplinares. A nuestro juicio, de este relativo desconocimiento de la tradición psicoanalítica y de la travesía que han tomado los conceptos en ella, se desprende una tercera observación crítica, crucial para el psicoanálisis: el desconocimiento de la relevancia de la clínica psicoanalítica. En efecto, el abordaje de Goldschmidt, por muy original que resulte a la hora de develar las relaciones entre las posibilidades de la lengua alemana y el potencial de los conceptos en psicoanálisis, ignora aquella parte que complementa la yunta freudiano y que hace que el psicoanálisis sea psicoanálisis y no meramente teoría del psicoanálisis.

La propuesta de Goldschmidt no conforma una doctrina a seguir, sino que incita a pensar, nuevamente, el descubrimiento freudiano. No en el batido y estrecho desfiladero (literalmente: camino ahuecado [Hohlweg], que Freud menciona al inicio del tercer capítulo de Traumdeutung), al que conduce la ponderación de unos conceptos siempre más o menos gastados, sino que a partir de la especificidad de la lengua en que ese descubrimiento fue hecho y de las complejidades que implica transportarlo hacia otras. En definitiva, se trata de un gesto que exige poner en cuestión el estatuto y la potencia la lengua, para acoger el sentido de Freud. Premisa para siquiera llegar a preguntarnos por lo que la obra de Freud tiene todavía para decirnos.

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Notas

1 Este texto fue escrito en el marco del proyecto Fondecyt 1171146, “Lengua, traducción, pensamiento: Hegel-Freud-Hamacher”.
2 Pensamos aquí en su “Introducción” a su traducción de Agamenón de Esquilo, el escrito “Sobre la génesis de las formas gramaticales y su influencia sobre el desarrollo de las ideas” y el texto “Sobre la diversidad de la estructura del lenguaje humano”.
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