Documentos

Sobre la invención de un enemigo formidable. Entrevista a Oswaldo Zavala

Rosana Ricárdez
Universidad de Chile, Chile

Sobre la invención de un enemigo formidable. Entrevista a Oswaldo Zavala

Revista de Humanidades, núm. 40, pp. 275-285, 2019

Universidad Nacional Andrés Bello

El tráfico de narcóticos ha rebasado sus límites hasta conformar una cultura cuyo alcance supera el del comercio. Esta es una de las lecturas que Shaul Schwarz hace en su documental Narco cultura (2013), donde muestra una cara de la reconfiguración de las formas de vida –pública y privada–, a causa del narcotráfico en la frontera México-Estados Unidos, a través de la música, la forma de vestir, de divertirse y hasta de comportarse. Pero, ¿qué tanto los artefactos culturales reproducen el discurso oficial al que le conviene tener un enemigo público simplificado en el narco?, ¿qué tan funcional es para un Estado su existencia? En México, de 2006 a 2017, se le atribuye oficialmente al narcotráfico y a la guerra en su contra 234 mil homicidios y 34 mil desapariciones forzadas.

Los cárteles no existen. Narcotráfico y cultura en México (2018) es una compilación de ensayos en torno al narcotráfico, donde Oswaldo Zavala (Ciudad Juárez, 1975) desmenuza el concepto y el vocabulario sobre ese todopoderoso que mata: el narco. El libro es pertinente para la reflexión sobre el papel del Estado frente al crimen organizado y la violencia porque propone reflexionar categorías ya instaladas en el imaginario colectivo que no siempre son convienetes para una comprensión real del tema y que, además, resultan más funcionales para el Estado porque lo absuelve de la responsabilidad de resguardar a sus habitantes.

La reflexión es posible porque Zavala sigue las huellas de la política de seguridad nacional adoptada por el Estado mexicano desde el siglo XX y reconsidera su centralidad, así como su régimen policial en tanto la condición de posibilidad del narcotráfico. Esto es, que la llamada guerra contra el narco esconde la estrategia gubernamental para, ilegalmente, usufructuar territorios ricos en recursos naturales, codiciados por transnacionales. Para el autor, el narco es la justificación del discurso securitario de un perverso sistema político, que podría cambiar sustancialmente a través de una reforma del Estado alejada de la transformación neoliberal de las últimas tres décadas.

El libro está dividido en una introducción, “La invención de un enemigo formidable”, y cuatro capítulos que ofrecen datos duros y ejemplos de investigaciones en torno a lo que solemos llamar narcotráfico: “La despolitización de la narcocultura”, “Los cárteles no existen (pero la violencia de Estado sí)”, “Cuatro escritores contra el narco” y “Traficantes, soldados y policías en la frontera”.

Sus fuentes son diversas, van desde investigaciones historiográficas, de sociólogos y politólogos hasta trabajos periodísticos, que el autor desmantela. En este sentido, concluye que las narrativas más divulgadas son aquellas que hacen eco del discurso oficial, lo cual genera un círculo vicioso que empieza y termina con el narco como el único productor de violencia en el territorio nacional.

La siguiente entrevista gira en torno al libro, pero también a la repercusión del discurso oficial en la vida cotidiana de la población respecto del narcotráfico a través de los artefactos culturales. El autor se vuelca sobre la práctica periodística acrítica y la docilidad de los medios de comunicación capaces de reproducir al narco como uno de los objetos del discurso securitario mexicano, pero también del estadounidense, tal como la inmigración ilegal y el terrorismo. No escapa a la mirada la forma en que el libro es presentado, a medio camino entre la academia y el periodismo, que claramente amplía el espectro de sus lectores.

Así, estas páginas son pertinentes si se consideran los aspectos anteriores además del panorama político y socioeconómico, tras el reciente triunfo del candidato de izquierda Andrés Manuel López Obrador y los desafíos que deberá enfrentar en su período presidencial 2018-2024.

Oswaldo Zavala es profesor de literatura y cultura latinoamericana contemporánea en el College of Staten Island y Centro de Estudios de Posgrado (Universidad de la Ciudad de Nueva York, CUNY), doctorado por la Universidad de Texas en Austin y la Universidad París III, Sorbonne Nouvelle. Su trabajo como académico se concentra, sobre todo, en las representaciones de la violencia y lo político en el contexto de la frontera entre México y Estados Unidos. Algunas de sus publicaciones son Volver a la modernidad. Genealogías de la literatura mexicana de fin de siglo (2017) y La modernidad insufrible. Roberto Bolaño en los límites de la literatura latinoamericana contemporánea (2015).

Rosana Ricárdez (RR): Las dos grandes perspectivas desde las que abordas el tema del narcotráfico y la seguridad en México son la literatura y el periodismo. Ambas te dotan de un bagaje que explotas y te permite ir y venir, transitar entre la realidad y su construcción a partir de las palabras. Por eso, la primera pregunta es metodológica, ¿cómo manejas y organizas el material de ambas disciplinas?

Oswaldo Zavala (OZ): En primera instancia, como se sabe, la relación entre periodismo y literatura puede resultar tensa e incómoda. Hay siempre una cierta insuficiencia entre los límites de la representación literaria y su relación directa o indirecta con sus referentes reales. En el caso de la literatura y el periodismo sobre el narco, sin embargo, en México y Estados Unidos se establece una relación causal entre un registro y el otro que deriva de un mismo imaginario sobre el fenómeno del tráfico de drogas. Partiendo del trabajo del sociólogo mexicano Luis Astorga, comprendí que tanto el periodismo como la literatura responden a una matriz discursiva que inscribe a priori un archivo de conocimiento estandarizado sobre eso que llamamos narco. Ahora bien, ese archivo no se origina en ninguno de esos dos campos, sino en el campo del poder político. La idea del cártel, así como de otras palabras relacionadas con el narco como sicario, levantón, encobijado, etcétera, han sido articuladas y diseminadas con fines políticos específicos. Es así como se estructura la relación causal de la que hablaba antes. El discurso sobre el narco se concibe primero en el campo político y, luego, ocurre un proceso de legitimación de la información a través del periodismo. Esto es posible porque los periodistas con frecuencia reproducen información oficial sin una reflexión crítica. No deja de sorprenderme que un país con altos índices de impunidad como México, la circulación de información oficial sobre el narco sea tan dócilmente aceptada por los medios de comunicación en México y Estados Unidos. Después de ese primer filtro, la información oficial aparece en directa correspondencia con lo real y de hecho reemplaza nuestra relación espontánea con lo real. De allí que los campos de producción cultural reproduzcan casi uniformemente la misma narrativa sobre el narco.

RR: ¿Qué ventaja te ofreció esa doble militancia, entre la academia y la calle, el periodismo? Hay un interés no académico, tu lenguaje fluye; aún así, el libro viene de la academia por su organización: el contexto, datos duros, antecedentes y, después, el análisis de la obra de cuatro novelistas.

OZ: Mi experiencia como periodista es fundamental no solo para la escritura de Los cárteles no existen sino para mi carrera académica en general. El periodismo me permite articular un lenguaje más directo y legible para un público no especializado, pero me ha llevado a cuestionar mucho del conocimiento recibido en el discurso académico. Fue precisamente durante mis años de formación como periodista que aprendí a pensar críticamente el lenguaje oficial con el que se describe al crimen organizado las más de las veces. Esto fue posible porque entre 1996 y 1999 tuve la enorme fortuna de trabajar bajo la mentoría de dos extraordinarios periodistas de Ciudad Juárez: Ignacio Alvarado y Julián Cardona. Fueron ellos quienes me enseñaron la lección crucial para mi libro: los cárteles no existen. Desde esta perspectiva ellos guiaron mi comprensión y cobertura de temas securitarios y me enseñaron a distanciarme de la versión oficial que media perniciosamente entre el mundo del narco y el periodismo en México y Estados Unidos. Desde luego que mi libro está escrito con la exigencia investigativa del discurso académico, pero sin el rigor del periodismo mi comprensión del tráfico de drogas no habría sido distinta de la que vemos en la mayoría de los estudios académicos que abordan el tema.

RR: Mi interés se enfoca directamente en la construcción y manipulación del discurso. El mismo título del libro es sugerente y llamativo en un mundo plagado de cárteles. ¿Cómo capitalizas las armas de lo que criticas?, ¿cómo no dudar de tu propio discurso?

OZ: Sin duda mi trabajo se somete a ciertos órdenes de representación del lenguaje y en más de un modo ese ha sido uno de los retos de mi investigación. El concepto de Estado y el concepto de soberanía, cruciales para Los cárteles no existen, son atendidos con un grado de dificultad incómoda para mi trabajo, pues al originarse en las humanidades, mi intervención interdisciplinaria ha entrado en discusiones propias de las ciencias sociales y la filosofía política. Estoy consciente de que ese es el mayor desafío conceptual de mi libro y por ello con frecuencia recurro al trabajo de sociólogos y politólogos para suplir mis inevitables limitaciones de formación. Mi esperanza es que en la horizontalidad colectiva del saber académico mi contribución pueda avanzar revisada por la lectura crítica de mis colegas en los demás campos de conocimiento donde mi libro transita con cierto rubor.

RR: Si refieres que Druglord. The Life and Death of a Mexican Kingpin (2010) de Terrence Poppa es el primer manual de usuario del narcotráfico, ¿pretendes hacer de tu libro una reedición –corregida y aumentada– del lenguaje que debiéramos tener para entender este mundo?

OZ: Me encantaría haber tenido la agudeza de bautizar Druglord como un “manual de usuario del narcotráfico”, pero fue el gran periodista Charles Bowden quien lo concibió así, según lo anoto en mi libro. La notable contribución de Terrence Poppa se debió a la inteligente curiosidad periodística y al hecho de que se trata de un libro temprano en la historia del imaginario hegemónico sobre el narco. El libro de hecho se publicó cuando en México todavía no existía la idea del narco como una amenaza a la seguridad nacional del país y por ello Poppa –como en el caso similar del periodista Gary Webb y su libro Dark Alliance (1998)– pudo examinar con mayor libertad crítica un fenómeno que no sería totalmente mediatizado por el poder oficial sino a partir de fines de la década de los noventa. Mi libro vendría a inscribirse con esa misma pulsión, pero como una respuesta muy posterior a la aparición del discurso securitario sobre el narco en México. En este punto, Los cárteles no existen es más cercano a Seguridad, traficantes y militares (2007) de Luis Astorga y El crimen como realidad y representación (2012) de Fernando Escalante Gonzalbo. Me gustaría pensar que si mi libro puede leerse como una versión corregida y aumentada de los hallazgos de Poppa y Webb, es gracias a las lecturas parteaguas de esos académicos junto con las de los periodistas que ya he mencionado.

RR: Eres de Ciudad Juárez, un lugar que ha estado en el ojo del huracán por su complejidad pero, a diferencia de muchos, la conoces, creciste y te desenvolviste ahí, la habitaste. Me gustaría citar lo que dices de ella: “significante vacío que con frecuencia se llena con el reverso negativo de los procesos históricos del país” (184). ¿Acaso no es una descripción de México también o de toda América Latina, si se piensa desde otros lugares fuera de Europa, incluso con la consideración sobre la tradición occidental que exotiza todo? Entiendo que la frase con que terminas ese párrafo cambia la perspectiva: “Pero ese imaginario entra en tensión con un archivo periodístico local cuya importancia no puede exagerarse” (184). Lo primero sirve para exaltar el exotismo sobre los procesos latinoamericanos y que, además, lleva a consumir sus productos culturales.

OZ: Estoy de acuerdo en la premisa general de la pregunta, pero matizaría afirmando precisamente la condición de radicalidad con la que se imagina la frontera mexicana, en particular enclaves como Ciudad Juárez. Digamos, en ese sentido, que Ciudad Juárez es el margen del margen, el grado cero de ese proceso de exotización que se extiende a todo México desde la mirada estadounidense y europea. Dicho de otro modo, la percepción exótica de México como país de precariedad y violencia se manufactura originalmente en lugares como Ciudad Juárez.

[Quizá el capítulo de mayor interés para la academia es el que disecciona la obra de cuatro autores que escriben al margen de la narcocultura y de “su” literatura, titulado precisamente “Cuatro escritores contra el narco”. Se trata de César López Cuadras, Víctor Hugo Rascón Banda, Daniel Sada, Roberto Bolaño y Juan Villoro. Según dice Zavala, estos escritores leen de manera crítica los acontecimientos históricos y sociopolíticos del país así como su relación con el narcotráfico, y desde ahí proponen escenarios en donde ese poder es sometido también al del Estado. Contrario a los narconarradores, los escritores propuestos no siguen el juego oficial ni promueven un discurso simplista de buenos y malos, sino problematizan los escenarios y los conflictos que son sociales, culturales, políticos y económicos.]

RR: ¿Cómo concibes, en un país tan numeroso en escritores y con tantas publicaciones, que solo existan Sada, López Cuadras, Rascón Banda, Bolaño y Villoro? ¿Tan cortos de miras estamos? No deja de llamarme la atención que incluyas en un corpus de narcoliteratura a Yuri Herrera y a Élmer Mendoza. Me atrevería a decir que su exploración va por ámbitos que se distinguen: la literatura, el primero, y lo demás, el segundo. Sé que es difícil pensar en algo más visionario que Daniel Sada y la célebre Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (1999).

OZ: Estoy consciente de que mi lectura de la literatura que aborda el tema del narco en México privilegia en apariencia a unos cuantos autores. Las exigencias expositivas de mi investigación conducen en parte esa percepción. Sin embargo, mi intención de ninguna manera es negar el valor artístico del proyecto literario de escritores como Yuri Herrera o Élmer Mendoza, quienes han escrito libros con una prosa y un andamiaje narrativo admirables. Me propuse, más bien, mostrar los límites epistémicos de novelas que, a pesar de su valor literario, aparecen mediadas por un mismo discurso hegemónico articulado desde el poder político y que supedita al discurso literario. Es lo que he llamado, en otro ensayo, el impasse ético-político de la narconarrativa mexicana. Dicho esto, me cuido de no dar la impresión de que las únicas novelas que pueden leerse como proyectos contrahegemónicos son las que analizo en el capítulo tres del libro, titulado “Cuatro escritores contra el narco”.

RR: Hablas de un fenómeno que debiera entenderse “primordialmente dentro de parámetros políticos” (62). Pero, ¿acaso la violencia no nos ha rebasado ya demasiado? Los muertos son reales.

OZ: Con la cita en cuestión me refiero a significar políticamente la violencia. Con frecuencia la violencia se comprende desde una perspectiva moral que da por sentada las relaciones de poder que la producen. Esto ocurre, por ejemplo, con cierto periodismo que narra afectivamente el horror de los asesinatos y las desapariciones forzadas casi desde la perspectiva del activista indignado. La crónica sobre las víctimas es necesaria, pero las más de las veces desatiende el proceso político que desató la violencia en México en primera instancia, acepando la explicación oficial de una guerra entre cárteles como la causa original de los asesinatos y la desaparición forzada, borrando al mismo tiempo el papel central que juegan las instituciones políticas y el aparato securitario que militariza el país desde la presidencia de Felipe Calderón.

RR: ¿Crees que estamos más dormidos que despiertos, que la literatura igualmente lo está? “Guiamos nuestra comprensión de lo político a base de supuestos tan básicos como ingenuos” (149).

OZ: Creo que el discurso hegemónico sobre el narco es tan efectivo y se ha extendido tan ubicuamente por todos los campos de producción cultural, que es muy difícil romperlo o siquiera fisurarlo desde la esfera pública. Ese discurso se ha convertido en la plataforma epistémica por medio de la cual el público en general experimenta la ilusión de lo real y con ello acepta espontáneamente la explicación oficial que exime al Estado de su responsabilidad en el ejercicio de la violencia como estrategia de gobierno en la era neoliberal.

RR: ¿Por qué se ha despolitizado la literatura o acaso esa misma despolitización es aparente y también es un modo de politización?

OZ: La literatura se despolitiza en mi opinión porque la ganancia en el mercado global de libros se ha convertido en una expresión de la imaginación neoliberal que explota los miedos de la sociedad civil ante las supuestas amenazas de seguridad nacional. Los escritores han aprendido bien cuáles temas venden, cuáles son potencialmente más traducibles al inglés, cuáles garantizan su visibilidad dentro y fuera de México. El narco es uno de los objetos del discurso securitario promovido desde Estados Unidos. Los otros los conocemos bien: la inmigración indocumentada y el terrorismo, pero luego el esfuerzo (hasta ahora fallido por no tener fundamento real) de combinar el terrorismo con la inmigración y el narcotráfico para inventar a los bad hombres migrantes y los fantasiosos narcoterroristas.

RR: Pareciera que nuestra historia reciente está protagonizada por el perverso sistema político. Con este Estado soberano –o que intenta recuperar su soberanía–, ¿no estamos sobrevalorando las capacidades de nuestros políticos? Si tienen capacidades, entonces, ¿es simplemente la perversidad del neoliberalismo lo que encontramos en el panorama… no hay esperanza?

OZ: El Estado mexicano es una singularidad en la historia política de Latinoamérica. La estabilidad de sus instituciones y el efectivo ejercicio de un presidencialismo centralista y autoritario permitieron construir un andamiaje de soberanía que persistió hasta finales del siglo XX. A partir de la década de los noventa, esa soberanía se transformó gradualmente para dejar atrás la estructura de un Estado de bienestar para construir en cambio un Estado securitario. Esto significó por lo menos dos cosas: el aumento extraordinario de gasto público en ejército y policía y la reducción de instituciones públicas de bienestar social. Al mismo tiempo, se avanzó en la privatización de paraestatales y finalmente se concibió una reforma energética para abrir importantes yacimientos de recursos naturales para usufructo de transnacionales. En este punto, el presidencialismo neoliberal ha intentado reconstruir una violenta soberanía sobre ciertos territorios para facilitar la explotación de recursos naturales o para avanzar intereses políticos de grupos dominantes. Ante la perversidad de este sistema político, solo una reforma de Estado podría suponer un cambio sustancial. Para ello no basta, como se piensa comúnmente, considerar la despenalización del tráfico y consumo de drogas, pues el narco es solo la justificación del discurso securitario. Si las drogas se legalizan, el aparato securitario puede concebir otro enemigo como ya se hizo cuando el narco ocupó el lugar de la lucha anticomunista con el fin de la Guerra Fría. Para un cambio sustancial es necesario revertir la lógica neoliberal de acción militar punitiva, desmontar el aparato securitario y replantear la función del Estado como el principio rector de bienestar –y no solo de seguridad– para la ciudadanía. Estoy hablando, entonces, de un cambio que solo es posible bajo una reforma de Estado general que se aleje de la transformación neoliberal de las últimas tres décadas.

Referencias

Astorga, Luis. Seguridad, traficantes y militares. El poder y la sombra. México: Tusquets, 2007.

Escalante Gonzalbo, Fernando. El crimen como realidad y representación. México: El Colegio de México, 2012.

Poppa, Terrence. Druglord. The Life and Death of a Mexican Kingpin. Texas: Cinco Puntos Press, 2010.

Sada, Daniel. Porque parece mentira la verdad nunca se sabe. México: Tusquets, 1999.

Schwarz, Raúl. Narcocultura. Ocean Size Pictures, Party and Labor, 2013.

Webb, Gary. Dark Alliance: The CIA, the Contras, and the Crack Cocaine Explosion. USA: Seven Stories Press, 1998.

Zavala, Oswaldo. Los cárteles no existen. Narcotráfico y cultura en México. Barcelona: Malpaso Ediciones, 2018.

––. Volver a la modernidad. Genealogías de la literatura mexicana de fin de siglo. Valencia: Albatros, 2017.

––. La modernidad insufrible. Roberto Bolaño en los límites de la literatura latinoamericana contemporánea. Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2015.

HTML generado a partir de XML-JATS4R por